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Teología

domingo, 31 de mayo de 2015

A BÁRBARA Y BERNARDO



A BARBARA Y BERNARDO




Amor y Bonacasa se han unido
en dulce matrimonio, de por vida,
y a nosotros, amigos, nos convida
para ser los testigos de su nido.

Ayer, quedóse el piano adormecido, 
admirado, mejor, tras la partida
de este joven Amor que, con su ida,
vimos, hoy, su día amanecido.

Un día sin ocaso en bona casa,
pletórico, feliz, de amor henchido.
Y, por ello, Bernardo se nos casa.

"¡Qué bárbara, mi Bárbara!" Tañido
corazón, sigue cantando, que pasa
otro mundo, sin ella, inexistido.



Alfonso Gil González
Cehegín-Murcia
5 julio 2014

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Tercero)



Capítulo III


Colegial Seráfico

El 1 de septiembre de 1954, mis padres, Juan y Maravillas, me acompañaron hasta la portería del Convento franciscano de Cehegín. Tras despedirme de ellos, ingresé en el Colegio Seráfico, acompañado del Padre Rector, Isidoro Rodríguez, que, nada más entrar, me hizo sentarme junto a la cuerda de tiples de la Escolanía Seráfica, que estaba ensayando la Novena a la Virgen de las Maravillas y que empezaría esa misma tarde. Eran las 12 de mediodía. Desde la ventana del salón donde estaban ensayando los tiples, vi a mis padres bajar hacia su casa, sita, entonces, en la calle San Diego, n. 6.
Cuentan algunos familiares que, para entrar en el Colegio Seráfico,  fui probado grandemente. No  hablé nunca de este asunto. Si sé que, de haber sido el único hijo varón, hubiera tenido un gran inconveniente para mi ingreso. Pero todo se solucionó pacientemente. Es más, en 1952, cuando se celebraba en Barcelona el Congreso Eucarístico Internacional, me nacieron dos hermanos más, mellizos, niño y niña: Juan José y María del Carmen. La entrada al Seminario Franciscano estaba expedita.
Muy grande debió ser el deseo de hacerme “seráfico”, pues la fecha del 1-IX-1954 jamás se me olvida y así lo hago constar, cada año, en el Diario que escribo desde hace muchísimo tiempo. Para mí es la fecha del abandono del mundo y de mi consciente seguimiento a la llamada del Señor. Nada de cuanto me ha sucedido, hasta el día de hoy, ha logrado empañar esa fecha o deslucir su profundo y añorado significado. Aquél fue el día D y la hora H de mi ya larga vida, fecha sin la que nada posterior tendría sentido.




Curso y disciplina

Aquellos primeros días se pasaron en un santiamén: la Novena a la Virgen, los ensayos, la novedad del lugar y de los compañeros, las fiestas patronales, la Procesión del día 10 de septiembre y la de vuelta del 14… Todo pasó rápidamente.
A mitad de septiembre, los nuevos seráficos llenarían el cupo de un nuevo curso, mi curso. En número superior a sesenta, aquellos que iniciaban el Colegio Seráfico tendrían que dividirse en grupos: 1ºA, 1ºB, 1ºC. No recuerdo a qué grupo pertenecía. Mis compañeros procedían de la región murciana, y de Granada, Almería, Alicante, Albacete, Cuenca y resto de España.
Los profesores eran, casi en su totalidad, sacerdotes franciscanos, o franciscanos próximos a la ordenación sacerdotal, y algún seglar. Pienso que el nivel académico de los mismos, salvo raras excepciones, no era excesivamente bueno. El padre Rector, que era una lumbrera en el campo de las lenguas clásicas y que dirigía a la Escolanía Seráfica, carecía de la más elemental pedagogía, sirviéndose del castigo físico más que de principios psicopedagógicos. De tal modo fue así, que no hay uno solo de los seráficos de entonces que no abomine de aquella situación, más propia de un cuartel, de una cárcel u de un campo de concentración. Y, más o menos, ese era también el estilo educativo de los demás profesores, excepción hecha, naturalmente, de algún otro que, como Fray Juan Zarco de Gea, natural de Cehegín, unía a su austeridad y sencillez personales, un verdadero amor cristiano a los que se preparaban a ser los futuros sacerdotes franciscanos. A mí me castigaron muy poco, y no porque fuera mejor que los demás, sino porque tuve gran cuidado en saber prevenir los “vendavales” de doña Filomena, que era el nombre con que se le “bautizó” a aquella cruel y despótica palmeta de madera. 




Seminarista seráfico

Estuve en el Colegio Seráfico desde septiembre de 1954 hasta el verano de 1959, año este en que, ya con muy poquitos compañeros, pasé al Noviciado de Santa Ana del Monte, en Jumilla (Murcia). Fueron años pasados en el estudio, el canto, el rezo y los paseos o recreos. Todo, como puede suponerse, dentro de la más rígida disciplina.
Un día cualquiera de aquellos cinco años podría resumirse así: levantarse temprano, asistir a Misa, desayunar, hacer las camas, dar clases, recreo, más clases, comida, estudio, recreo y merienda, estudio y ensayo, rezo del santo rosario, cena y descanso. El descanso, inmediatamente después de cantar, en la escalera principal del Convento, la TOTA PULCHRA: canción salmódica en honor de la Inmaculada Virgen María.
Así, un día y otro. Sólo se podía hablar en los patios de recreo y cuando, alguna vez, se daba permiso en el refectorio. Desayuno, comida y cena, generalmente, se tomaban en absoluto silencio, al tiempo que un seráfico leía el Año Cristiano o cualquier otro libro edificante. Costumbre propia de los conventos y monasterios y, por tanto, la viví y ejercité hasta 1977, en que decidí casarme , según diré en su momento.
Bien de mañana, a las 7, al sonido agudo y trémulo de un silbato deportivo, se levantaban los seráficos, se aseaban rápidamente, se vestían y se iban a la Capilla, donde se recitaban las primeras oraciones y se celebraba la Eucaristía.
A su conclusión, se bajaba al refectorio para tomar el desayuno de leche y malta y un poco de pan con mantequilla. 
Al refectorio o comedor, se iba a las 8 de la mañana, a la 1 de mediodía y a las 9 de la noche. Era una sala grande, con mesas largas junto a las paredes y otras colocadas en medio del refectorio. Todos se sentaban en bancos de madera. La merienda, consistente casi siempre en garbanzos torrados, se tomaba en el mismo patio del recreo.
En esto del comer, yo era un privilegiado, pues mi familia solía llevarme,  cada tarde, la merienda y, de vez en cuando, mis padres subían a la portería del Convento para comer con su hijo Alfonso algún arroz de conejo. Esto era posible para los seráficos naturales de Cehegín. Los demás podían recibir de sus familiares algunos paquetes de comida. Recordemos que eran tiempos de posguerra y muy duros.
Las aulas para las clases eran más bien reducidas. Los alumnos, de pie muchas veces, se colocaban alfabéticamente, o según les hacían adelantar o atrasar las respuestas dadas a las preguntas académicas de los profesores. Mis asignaturas preferidas eran la música, la religión, la historia y el dibujo.
El Colegio Seráfico tenía dos salones de estudio. El silencio que reinaba tenía que ser sepulcral: ni una mosca había de oírse. Cada uno, sentado en su pupitre, se las entendía a solas con el libro que tenía delante. Si necesitaba alguna explicación, tenía que pedirla al prefecto de estudios o vigilante de este tiempo laboral.
Los exámenes eran orales, si bien los problemas de matemáticas había que desarrollarlos en una pizarra del salón, donde se colocaba el tribunal examinador. Yo aprobé mi primer examen de geografía señalando, en un mapa de relieve de España, dónde se hallaba el pueblo de Cehegín. (¡Los hay con suerte!).




Tiempo libre

No era yo muy aficionado a jugar, pues siempre vi lo lúdico como una especie de pérdida de tiempo. Cuando jugaba al fútbol, lo hacía de portero. Eso sí, corriendo era un gamo. Pero prefería  pasear con los compañeros afines a mis  gustos, o sentarme a leer o repasar alguna lección. Entre los libros que por entonces leía, recuerdo algunos de Raimundo Lulio, de Tihamer Toth, de Azorín, algunas poesías de Miguel Hernández y el “Kempis” o Imitación de Cristo. Con el tiempo, mi interés por la lectura se amplió al campo de la Historia, de la oratoria política, de la teología mística, etc…, teniendo en la actualidad una amplia biblioteca de cuyo saber se han beneficiado todos mis hijos en época estudiantil.
A veces, en los días más festivos, cuando tenían que leer o estudiar en el salón, nos ponían música clásica en discos de carbón y, más tarde, de vinilo. Y fue, por ello, por lo que, además de ser número  destacado en solfeo, desarrollé una tendencia especial hacia la música culta, que ya no abandonaría jamás: más cinco mil obras componen mi actual músicoteca, que ha sido el fruto de años y adquisiciones y grabaciones personales. Además, tenía gran habilidad para la copia o trascripción de la música figurada a papel pautado por medio de una plumilla apropiada. Dado que cada uno de los cantores de la Escolanía tenía que tener su partitura, no fueron pocas las copias que hube de pasar a plumilla, lo que me ayudó en la profundización del conocimiento musical.
Hay que destacar los grandes paseos que, una vez a la semana, realizaban los seráficos por los montes y campos de Cehegín. El paisaje ceheginero es muy bello; sus montes son verdaderos bosques de pinares. Se daban enormes caminatas, los jueves por la tarde, realizando el regreso con el rezo del santo rosario. No hay un rincón ceheginero que ellos no recorrieran y conocieran perfectamente. En especial, la finca de Rompealbardas, próxima a Bullas, donde pasaban gran parte de las vacaciones de verano. Dicha finca tenía una gran casa, propiedad de una tal Ana María Melgares, que era gran bienhechora de los frailes franciscanos de Cehegín.
Pero, en vacaciones de verano, también solían ir a sus casas, a estar unos días con sus familias. Algunos ya no regresarían al Colegio Seráfico, bien por suspender el curso, bien por no ver clara su vocación, o bien porque se les indigestaba tanta disciplina. En vacaciones había que mantener contacto con las Parroquias respectivas. Yo, por ejemplo, iba cada día al Convento, a Misa. Estas vacaciones en familia eran previas a los días de descanso que pasabamos en Rompealbardas. En esta finca de la “señorita de Bullas” –que así se la nombraba a Doña Ana María Melgares-, los frailes y seráficos se bañaban en una gran balsa. Menos yo, que no sabía nadar.
Por los años en que estuve en el Colegio Seráfico, se introdujo la costumbre del coleccionismo de sellos usados. Cada cual podía tener su pequeña colección filatélica. Los demás sellos se despegaban de los sobres y se empaquetaban para, con su venta, ayudar a los misioneros.
Los seráficos usaban dos uniformes oficiales: un traje, de color azul y corbata roja, para los actos públicos profanos, y un hábito marrón con esclavina y cordón blanco, a imitación de los frailes, para participar en actos religiosos como, por ejemplo, las Procesiones. Estas eran, principalmente, las de la Virgen de las Maravillas, en septiembre; la del Corpus; la de San Pedro y San Antonio; la de San Francisco de Asís, y la del Domingo de Ramos. En todas ellas se participaba cantando.
Yo, conforme avanzaba mi tiempo en el Colegio Seráfico, me iba afianzando espiritual y artísticamente. En mi último año, ya dirigía la Escolanía Seráfica. Mil y un recuerdos afloran a mi mente de aquellos años comprendidos entre 1954 y 1959. Pero, gran olvidadizo de todo lo que es negativo, como resumiendo, que aquellos años, aquellos compañeros, aquellos frailes, aquel Colegio Seráfico, en suma, fueron mis primeros y necesarios pasos en la búsqueda de un sacerdocio que siempre anhelé, y que siempre viviré como lo más vocacionalmente arraigado en mi vida.

Para alabanza de Cristo. Amén.

APUNTES SOBRE LA PENITENCIA

APUNTES SOBRE LA PENITENCIA


El sacramento de la penitencia está sometido a una serie de circunstancias y problemas que le convierten en uno de los ritos litúrgicos más difíciles de comprender y celebrar. De hecho, es el que más transformaciones ha tenido a través de la historia. Veamos:
El perdón de los pecados es un tema central en la vida y predicación de Jesús. Este perdón va unido a la conversión y al cambio radical de vida que supone el bautismo. Los primeros cristianos consideraban tan profundo el cambio producido en el bautismo, que confiaban en no volver a que el pecado pudiera rebrotar. Pero chocaron con la dura realidad. El hecho triste es que el pecado sigue apareciendo incluso en los bautizados. Ante eso, la comunidad reacciona de dos maneras diferentes: una intransigencia total para los convictos y un perdón fraterno para los que desean reconciliarse.
Desde el siglo II al VII, el documento más antiguo en el que se menciona la práctica cristiana de un rito para el perdón de los pecados postbautismales es el llamado "Pastor de Hermas", y se menciona la tendencia a no aceptar una penitencia reiterativa. La penitencia que se instituye para reconciliar a aquellos pecadores cuyas conductas son incompatibles con la fe recibe el nombre de "penitencia pública o canónica": Esta entra en proceso de decadencia tras la invasión de los bárbaros. Las privaciones impuestas resultaban insoportables y muchos esperaban reconciliarse para el final de su vida.
Desde el siglo VII hasta el Concilio de Trento, se va desarrollando una nueva forma de penitencia que consiste en establecer una serie de "tablas" con la lista de pecados y con las obras penitenciales correspondientes a cada pecado. Esta penitencia tarifada y privada fue cayendo en abusos y contradicciones.
Desde el Concilio de Trento (siglo XVI) hasta el Concilio Vaticano II (siglo XX), se instaura definitivamente la penitencia privada. Durante los siglos XVIII y XIX se producen abusos y desviaciones de este sacramento que son objeto de crítica en la literatura de la época. por tanto, el Vaticano II propuso la reforma de este sacramento y elaboró un ritual nuevo, publicado en 1974, en el que se recuperaron algunos aspectos olvidados: el sentido comunitario de la celebración de la penitencia, la repercusión social y comunitaria del pecado y la variedad de formas que tradicionalmente habían existido para la celebración del perdón.
Tras este recorrido, debemos resaltar aquellos aspectos fundamentales que siempre han estado presentes en la celebración de la penitencia: 
* La conciencia de haber pecado.
* El arrepentimiento sincero.
* El compromiso real de volver a la vida coherente de bautizado.
* La confesión propiamente tal.
* La absolución, que muestra y actualiza las enseñanzas sobre el perdón de Dios que encontramos continuamente en las páginas de la Biblia.

Alfonso Gil González

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Segundo)



Capítulo II


Vuelta a Cehegín

Allá por el año 1948, mis padres decidieron regresar a Cehegín. Lo hicieron de noche y en un camión. Delante, con el chófer, iban mi padre Juan y mi hermana María, que era la hija mayor. Detrás, en la carrocería, entre los muebles y demás enseres domésticos, iban mi madre Maravillas, mis hermanas Maravillas, Paquita y Pilar, y yo.
Cuando cruzábamos Sierra Espuña, el conductor del camión, adormilado, dio una cabezada, y a punto estuvimos de precipitarnos al vacío. Todo quedó en un sobresalto.
A primeras horas de la mañana llegamos a Cehegín, a casa de mis abuelos Juan José y Maravillas, padres de mi madre, que vivían en la calle Begastri, 20. Hoy se conserva dicha casa, aunque muy diferente a la de 1948. 
Del tiempo que viví en casa de mis abuelos maternos, conservo dos recuerdos, entre otros varios, que me impresionaron grandemente: uno, la muerte de mi abuelo Juan José; dos, el terremoto que, por aquel tiempo, se produjo en aquella zona murciana, viéndome obligado, a media noche, a salir a la calle con el resto de la familia y demás vecinos.
Con mi abuelo solía ir, montado en su mula, a la huerta que tenía en el paraje denominado de las “caballerías”. 
En aquel tiempo, la gente de Cehegín solía trabajar el cáñamo y el esparto. Con ellos manufacturaban cuerdas, suelas de zapatillas, esparteñas y otros útiles para la casa y el campo.
Frente a la casa donde vivía mi familia había una balsa de las que se usaban para reblandecer y cocer el cáñamo. Era una balsa grande que, llena de agua, podía suponer un peligro para los niños de la edad que, entonces, tendría mi padre, unos cinco o seis años.
El caso es que a mi  se me ocurrió acercarme a dicha balsa, y allí estuve no se sabe cuánto tiempo. Al advertirlo mi padre, fue a donde yo estaba y me trajo a casa, castigándome debidamente.
Otras “trastadas” hice mi por aquella época, pero ninguna de ellas la consideró mi padre digna de castigo. En cambio, mi madre me dio un guantazo por haber comparado el rostro de una chica, que por allí pasaba, con el de una mona.
No recuerdo más castigos en toda mi infancia.

Esbozando mi personalidad

Por los años 50, tenía mi padre un kiosco, que en realidad era una tienda de comestibles, en pleno centro de lo que, hoy, es la Plaza de la Verja. Dicho kiosco estaba defendido por dos gigantescos árboles madroños que, por desgracia, serían posteriormente talados en aras a la modernidad. Por supuesto, tampoco existe ya el kiosco. Este era de planta cuadrada, de madera las paredes, de cemento vistoso las esquinas, y el tejado de teja normal. Se entraba al mismo por una portezuela, a media altura. Un día, entraron a robar y mi padre tuvo que ponerle a la puerta una ancha barra de hierro con un candado.
Desde esa Plaza de la Verja, y a lo largo del primer tramo de la calle Begastri, era costumbre anual celebrarse la feria de animales, hoy desaparecida, en la que payos y gitanos se dedicaban a la compraventa de caballos, mulas, asnos y otros varios animales. La recuerda con cierta nostalgia.
La calle Begastri terminaba donde comenzaba el Camino de san Agustín, el cual conducía a un cerro muy próximo, en el que antiguamente había una Ermita dedicada al santo de Hipona. Allí, las gentes de Cehegín iban de merienda en determinadas ocasiones.
Al comienzo de ese camino estaba el Cementerio Viejo. Recuerdo  haber entrado en él y haber visto cadáveres y cajas mortuorias, cuyas imágenes aún las tengo vivas, en especial, un ataúd azul de persona mayor, y el cadáver de un niño muy pequeño que, sorprendentemente, estaba incorrupto. ¿Sería un muñeco?
Desde entonces, la muerte ha sido siempre para mí como un sueño. La fe posterior en la resurrección, que nos garantiza Jesucristo, la afiancé en esa idea de la muerte. De hecho, me agradaba asistir a las casas donde alguien acababa de fallecer, reclamado por los familiares, para rezar con ellos el santo rosario, y despedir a los difuntos besando su frente, si eran mujeres, o sus pies, si eran hombres.
Antes de hacer mi Primera Comunión, yo asistía a la escuela de doña María Luisa, sita en la calle de la Plaza de los Toros. Allí vi por primera vez un  proyector de dibujos animados. También asistí a la escuela del Convento, situada en el atrio del mismo, y cuyos profesores se llamaban Fray José y, posteriormente, Don Rafael y su hermano Don Alberto.
Muy de pequeño, aprendí a montar en bicicleta, metiendo la pierna derecha por el cuadro para, así, poder darle a los pedales. Llegué a manejarla perfectamente. 
Igualmente, aprendí a manejar la motocicleta de mis primos Asensio y Alfonso, hijos de mi chache Rafael y de mi chacha Francisca, hermana de mi padre Juan. Al ser la moto más peligrosa y pesada que la bicicleta, su manejo me dio algún disgusto. Aún conservo en mi pierna derecha la huella de la herida que me hice al intentar subir las escaleras del atrio del Convento con la “Montesa” de mis primos.
Por aquellos primeros años de la década 50 del siglo XX, entre los 7 y 11 años de edad, participaba en la representación de algunas obras de teatro de carácter religioso. Recuerdo mi papel de “Francisco” en Los Pastorcitos de Fátima, y cómo recité una poesía a la Virgen de las Maravillas, patrona de Cehegín, con apenas siete años, en el presbiterio de la iglesia conventual franciscana, y que empezaba así:
Yo, también, Madre querida, quisiera decirte algo.
 Pero dicen que estás triste, parece que estás llorando, 
y no me deja, hoy, hablarte 
la congoja que me ha dado…
Mi madre Maravillas me  enseñó a rezar, a cantar y a recitar poesías. De modo que me fui educando en la belleza de las manifestaciones artísticas, que ha configurado mi personalidad hasta el día de hoy.





Comunión y Vocación

En el año 1950, a la edad de siete años, hice mi  Primera Comunión en la Iglesia del Convento de los Franciscanos. Era el día 24 de junio, festividad de san Juan Bautista y onomástica de mi padre. La celebré solo, acompañado de mis padres. Vestía un traje gris con solapas de raso del mismo color. Y portaba una banda blanca, en la que el conocido pintor ceheginero, Miguel Muñoz, había pintado algunos motivos eucarísticos. Dicha banda me sirvió, años más tarde, para atar mis manos el día de mi ordenación sacerdotal. Sacramento éste que le pedí al Señor tras haberlo recibido en la Comunión.
Por aquel entonces, era monaguillo en dicha iglesia conventual. Madrugaba mucho. Me levantaba a las seis de la mañana, casi siempre de noche. Ayudaba a Misa hasta la hora de entrar en la Escuela. Cada sacerdote decía su Misa por separado, y unas veces tenía que ayudar en los altares laterales y, otras, en el Altar Mayor, según me tocaba por turno.
Poco a poco, iba alimentando mi vocación sacerdotal frecuentando el trato con los seminaristas del pueblo, cuando venían de vacaciones. A ello dedicaba todo mi tiempo libre, pareciéndome que el jugar, como los demás niños, era una pérdida de tiempo que me distraía de mi ideal sagrado. Tan es así, que mis familiares, vecinos y amigos empezaban a llamarme cariñosamente “señor cura”. Ese ideal también lo alimentaba con lecturas apropiadas y conversaciones edificantes que mantenía con mi madre.
El deseo de ser sacerdote me hacía “jugar” a serlo. Así, viviendo ya en la calle San Diego, n. 6, cerca de la de mis abuelos, reunía en el descubierto de mi casa a la chiquillería vecinal, a quien “predicaba” y, luego, “confesaba” sentándome en un armario empotrado del comedor. 
Consiguí que, un día, me llevaran en tren a Murcia, al Seminario que hay junto a la Catedral, para entrevistarme con el Rector. Tenía 9 años. Lógicamente, el rector se opuso a que ingresara tan niño, y regresé a Cehegín convencido de que no tardaría en ingresar. A la hora de decidirme por ser sacerdote, pregunté a mi madre qué se parecía más a Jesucristo: si un cura normal o si un fraile. Ella me dijo que un fraile, y, desde entonces, todo mi empeño lo puse en ingresar en el Colegio Seráfico de Cehegín, que era como el Seminario Menor de los Padres Franciscanos.

En alabanza de Cristo. Amén.

ACERCA DEL MATRIMONIO



ACERCA DEL MATRIMONIO

El matrimonio es un proyecto concreto de vida en el que se puede vivir el amor cristiano. Ahora bien, el matrimonio no es una forma específicamente cristiana, sino que es una realidad humana, común a todas las culturas, aunque con características muy variadas.
La pareja humana es la realidad natural sobre la que se sustenta el matrimonio, tanto si lo consideramos como institución civil, como si lo valoramos en cuanto sacramento cristiano. En la historia de las culturas se han producido concepciones muy variadas sobre la pareja humana. Esta variedad de enfoque va desde quienes consideran rechazables todas las relaciones sexuales, como consecuencia de una visión negativa del cuerpo, hasta quienes únicamente valoran las relaciones hombre-mujer desde el punto de vista de las necesidades biológicas o instintivas. Pero para que una relación de pareja sea elevada a la dignidad de matrimonio debe tener tres rasgos fundamentales: amor personal, amor fecundo y amor fiel.
La Biblia, a pesar de estar escrita en un contexto cultural machista, reconoce y proclama la igualdad y complementariedad de la pareja humana. El hecho de que la Iglesia haya elevado la institución del matrimonio a la dignidad de sacramento se fundamenta en la valoración que hace la Sagrada Escritura, y Jesús de Nazareth, del amor humano.
En las cartas de san Pablo hay alguna referencia al matrimonio, aunque nunca lo trata de forma sistemática. La reflexión más amplia la hace en la carta a los Efesios; en ella, tras hacer una serie de recomendaciones sobre los deberes de los esposos entre sí, termina diciendo que el matrimonio es un misterio relacionado con Cristo y la Iglesia.

Alfonso Gil González

 

sábado, 30 de mayo de 2015

VIA CRUCIS (Séptima Estación)



SÉPTIMA ESTACIÓN




Bajo el peso de la cruz romana 
segunda vez tu cuerpo se doblega. 
No puedes más, Señor, y es tu entrega 
la prueba fiel de tu parte humana.

El mundo, entre tanto, se engalana, 
y hasta flores le nacen a la vega, 
siendo Tú su final: el punto Omega, 
nuestra casa cordial para Mañana.

Te ofende el sayón con su blasfemia,
y la rabia con el sudor difunde 
al izar de tu espalda la madera

Levántate, Jesús, que el día apremia; 
antes que el temor la tierra inunde, 
irrádiale en tu cruz la luz postrera.


Alfonso Gil González


FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Primero)


FLORECILLAS ALFONSINAS


Capítulo I

Origen y nacimiento

Fuí engendrado y vine al mundo en una casa sita en la Plaza de la Verja, de Cehegín, a la que se daba acceso por la puerta de una tienda de comestibles, hoy con el número 9, un primero de marzo de 1943. Venía a sustituir a un hermano homónimo, que falleció a los pocos meses de nacer, aunque ya le habían nacido a mis padres otras hijas, cinco, una de las cuales también había partido de este mundo sin apenas llegarlo a conocer. En esa época de posguerra la muerte era raptora de niños de muy corta edad.
Puede suponerse la alegría y alborozo que mi nacimiento  causó en la familia, de la que sería el niño mimado, al menos, hasta el nacimiento de mis dos últimos hermanos mellizos, nueve años más tarde. De tal regocijo fue sabedor un fraile franciscano que por allí pasaba, Manuel Castaño, el cual, entrando a la casa, bendijo a la nueva criatura y plasmó un cariñoso beso en su frente, llegando a ser, así, el primer hombre que le hiciera una caricia, pues mi padre se hallaba en viaje de negocios por tierras oriolanas.
Hasta la ciudad alicantina llegó la grata noticia de mi natalicio, que se sumó a la ceheginera con disparo de cohetes. Los vecinos de una y otra población quedarían extrañados por semejante alboroto, no sabiendo que ese niño, bautizado al día siguiente en el baptisterio de la Iglesia Parroquial de Santa María Magdalena, llegaría a hacer de su vida una rara combinación de lo humano y lo divino, y siempre bajo la sombra del poverello asisiense. 

Viaje y estancia en Cartagena





Los problemas económicos de un comercio poco rentable impulsaron a mis padres, Juan y Maravillas, a emigrar a otras tierras de futuro más prometedor. Hacia Cartagena se encaminaron sus sueños, subidos a un camión, ellos, mis hermanas Maria, Maravillas, Paquita y Pilar y, por supuesto, yo, que, entonces, tendría seis meses de edad. Era agosto de 1943, cuando Cehegín ya se preparaba a la celebración de sus fiestas patronales en honor de la Virgen de las Maravillas, y cuando el mundo entero estaba envuelto en la vorágine de una segunda guerra mundial de la que España, providencialmente, se vio librada.
La estancia en Cartagena se prolongaría unos cinco años. En ese espacio de tiempo, una serie de vicisitudes irían configurando mi primera infancia, vivida en distintos domicilios, con diversos trabajos por parte de mi padre, con mis hermanas en edad escolar, y con mi madre trabajando como modista para ver de hacer frente a una situación que no pudo soportarse en demasía. Allí aprendí a hablar, a rezar, a conocer y, sobre todo, a iniciarme en mi doble vocación, de la que hablaremos más tarde. Pero, sin duda, fue una infancia feliz.
Decía mi madre que yo crecía orondamente, pues con diez meses ya pesaba doce kilos. Bien es verdad que, con el paso de los años, mi figura se fue estilizando, llegando su máxima delgadez entre los 20 y los 30 años de edad. Pero el caso es que, en Cartagena, era lo que se dice un niño bien hermoso. Así le pareció al doctor que, un día, le tuvo que atender en el Hospital de los Pinos, quien, preguntándole qué comía para estar tan gordito, le contestó que pan y chicha; concluyendo el médico: “A tu casa me voy a ir yo también a comer”.

La voz de Dios

Por Semana Santa, mi padre me regaló un pequeño tambor que, dicen, manejaba a la perfección. De tal manera debió ser así, que, pasando un regimiento militar por donde yo lo tocaba, el capitán mandó parar al regimiento para que pudieran contemplar cómo un niño de 3 años marcaba el paso y golpeaba el tambor tan rítmicamente.
Pero la más impresionante de las anécdotas de mi infancia se refiere a que, no teniendo aún 4 años,una mañana, observando desde mi cuna que nadie quedaba en casa, me levanté, me vestí y, poniéndome el velo de una de mis hermanas, me dirigí, tras cerrar la puerta de casa, a la Iglesia de la Caridad. Allí permaneci hasta que, tras horas de búsqueda angustiosa por parte de la familia, de vecinos y fuerzas de orden, mi madre me encontró en dicho templo, de rodillas al pie de un gran Crucifijo. Dedujeron que estaba en la Iglesia al echar en falta el velo de mi hermana.
Al hallarme mi madre,  se produjo este diálogo:
- “¿Qué haces aquí?”, preguntó mi madre.
- “¿Quién es este Señor?”, contesté yo, refiriéndome a Jesús Crucificado.
- “Es Dios”, respondió simplemente mi madre.
Y volvimos a casa. Desde entonces, abrigué el deseo de ser sacerdote.

(De la época de Cartagena tengo  algunos otros vagos recuerdos, por lo que deben ser de poca importancia. Así, por ejemplo, sé   que mi padre me regaló un perro de juguete, de la raza “lulú”).

Para alabanza de Cristo. Amén.

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MORAL Y ECONOMÍA

MORAL Y ECONOMÍA


La Economía es una de las estructuras más conflictivas de la sociedad.
Jesús no elaboró una teoría económica, pero tuvo una actitud profética ante las desigualdades e injusticias de la sociedad; su opción preferencial por los pobres aparece con toda claridad en los evangelios. 
Los cristianos, por tanto, no podemos vivir al margen de las estructuras económicas, ni ser indiferentes ante las injusticias y desigualdades de la sociedad.
En la actualidad existe una gran variedad de estudios económicos que analizan rigurosamente la producción, distribución y uso de los bienes en el conjunto del planeta.
Para medir las escandalosas desigualdades, los economistas emplean el concepto de "renta per cápita", cálculo que se consigue dividiendo la renta o producción nacional de un país durante el año entre el número de habitantes.
Si esto lo ampliamos al mundo entero y sumamos las poblaciones de los países pobres y los países ricos, descubrimos que dos tercios de la población tienen su renta por debajo de la media mundial. Por tanto, un tercio la tiene muy por encima. Y ese desequilibrio a nivel mundial lo padece cada nación a nivel interno. Es decir, que la opulencia está rodeada de pobreza. 
En la Biblia y en la tradición de la Iglesia no existe una respuesta técnica a los problemas económicos, pero sí poseen los grandes principios morales por los que deba regirse la humanidad en relación con la posesión de bienes. La primera enseñanza de Jesús fue su opción por una vida sencilla y pobre y su actitud de cercanía hacia los marginados. Mensaje ese que está directamente relacionado con el del reino de Dios por él proclamado. Incluso nos llega a recordar que el destino final de nuestra vida está vinculado al amor y la solidaridad que hayamos entregado a nuestro prójimo.
Por otra parte, los Padres de la Iglesia nos han dejado muchas y variadas enseñanzas sobre el destino de los bienes y sobre la posesión de las riquezas. "Todo rico es ladrón o hijo de ladrón", diría san Basilio..
La Doctrina Social de la Iglesia, fiel al mensaje evangélico y a la Tradición, sostiene algunos principios irrevocables sobre la economía en el mundo actual, tales como:
* Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos.
* El derecho a la propiedad privada está limitado por las necesidades urgentes de los demás.
* El sistema económico dominante no es capaz de remediar el grave problema del hambre.
* El verdadero progreso humano es aquel que atiende todas las dimensiones del hombre.
* Las causas de la pobreza y el hambre son de dos tipos: personales y estructurales.
* En caso de extrema necesidad, estamos obligados a compartir aún lo necesario para vivir.
* La conquista de la justicia social requiere la eliminación de estructuras económicas injustas.
* La paz en la humanidad depende del desarrollo integral de los hombres y de la justicia entre los pueblos.

Alfonso Gil González

VIA CRUCIS (Sexta Estación)



SEXTA ESTACIÓN



Oh, santa Faz, icono verdadero 
plasmado en pañuelo femenino! 
Oh, rostro de mi Dios en su camino 
del más cruel morir en el madero!

En tanto que el lobo aullaba fiero, 
la oveja se atrevió, y le convino, 
dar alivio al Pastor, en su destino 
de buscarla en parajes sin sendero.

Porque ya a perderse no volviera, 
retrato de Sí le dio en herencia, 
cual pago de conducta tan valiente.

Ya sé por qué, Señor, esta mi fiera, 
que intenta robarme tu querencia, 
huye de mí cuando beso tu frente.



Alfonso Gil González

viernes, 29 de mayo de 2015

VIA CRUCIS (Quinta Estación)



QUINTA ESTACIÓN




Yo quiero ser, mi Dios, el Cireneo
que ayudarte pueda con la mía,
pues eres tú, Señor, quien me porfía
en llevar esta cruz en que me veo.

Yo, mientras, ya lo ves, me pavoneo
perdiendo la virtud, día tras día;
en ir sigo empeñado por la vía
tirando de este asno al que apaleo.

Yo no puedo sin Ti llevar el peso 
de esta carga vital, apagullante, 
y me creo morir en el empeño.

Siendo tanto el amor que te profeso,
no quiero que camines vacilante, 
mas déjame llevar ese tu leño.



Alfonso Gil González

 

FE Y RELACIONES LABORALES


Fe y relaciones laborales


Antes de adentrarme en el tema, quiero recordar que los dos problemas fundamentales del mundo del trabajo son: el riesgo de rebajar la dignidad de la persona, valorándola únicamente por su capacidad de producción, y el conflicto o enfrentamiento entre quienes poseen los medios de producción o capital y quienes aportan la fuerza del trabajo u obreros.
Dicho esto, hay que reconocer que el trabajo es una actividad humana imprescindible, tanto para el equilibrio psíquico de cada persona como para la supervivencia física de la humanidad. El trabajo no es sólo un medio de producir, sino también una forma de recrear el mundo. De ahí que no deba ser una forma insolidaria de enriquecerse, sino que debe estar orientado al bien común y a cumplir una función social.
Insistamos en que el trabajo está íntimamente relacionado con el desarrollo y maduración de las personas. Todo hombre, al desarrollar un trabajo digno, está ejerciendo un derecho y cumpliendo un deber. Son las dos caras de una misma moneda. Es tan necesaria para el hombre la realización de un trabajo digno, que, en la legislación internacional y en la legislación interna de la mayoría de los países, se recoge esta necesidad como un derecho básico de la ciudadanía.
Existen dos formas básicas de desempeñar el trabajo: de forma autónoma o mediante un contrato laboral entre el empresario y el trabajador. A partir de la industrialización, la mayoría de los trabajadores son asalariados. Para defenderse de los abusos posibles de la patronal, los obreros tienen tres medios de legítima protección: los sindicatos, los convenios colectivos y la huelga.
Desde la encíclica "Rerum novarum" de León XIII (1891), la Iglesia se ha ocupado, en sucesivos documentos y mensajes, de la llamada "cuestión social". Todos ellos resaltan la valoración cristiana del trabajo humano y la justicia en las relaciones entre empresarios y trabajadores. Estos podrían ser algunos ejes en torno a los cuales giran las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia:
* Se reconoce el derecho a toda persona a poseer bienes privados, incluidos los medios de producción, si bien no es un derecho absoluto.
* Los empresarios deben pagar a sus obreros un salario que les permita un sustento digno para ellos y para sus familias.
* Los obreros deben desempeñar su tarea con responsabilidad y sin inhibirse de los trabajos que se han comprometido a realizar.
* El trabajo debe realizarse en condiciones que resulten humanamente dignas. Estas condiciones abarcan el ámbito de las relaciones humanas y el ámbito físico de higiene, salubridad y descanso.
* Los obreros tienen derecho a asociarse para defender sus derechos de forma colectiva y solidaria, evitando la violencia.
* Los obreros tienen derecho a participar en la gestión y los beneficios de la empresa. Los empresarios, por tanto, tienen la obligación de hacer que los beneficios reviertan en los trabajadores y en la sociedad.

Alfonso Gil González

LOCURA DE AMOR



LOCURA DE AMOR




Estoy como animal en tu Presencia, 
mudo y torpe a la espera de tu gesto, 
y siento de por vida que este puesto 
parte forma de mi misma esencia.

Y tal noto hacia Ti esta querencia, 
este estar a tus mandatos presto, 
que da igual si camino o si me acuesto, 
pues herida está el alma en tu dolencia.

Jesús, Jesús, de mis amores loco, 
que haces que yo pierda la cordura 
pensando que mi amor te es bien poco.

Aumenta este querer que me perdura, 
cuando hablo, callo, siento y toco, 
que no quiero otra miel que tu dulzura. 



Alfonso Gil González

VIA CRUCIS (Cuarta Estación)


CUARTA ESTACIÓN




Madre-Jesús, encuentro doloroso. 
Los dos rostros más bellos de la tierra, 
frente a frente, que el amor no yerra.
Medita esta escena, amoroso.

Diálogo en silencio, ¡ay!, qué hermoso.
Misterio de mi Dios que se encierra
en maternal cofre de amor y cierra
la puerta de mi infierno tenebroso.

Se me empañan los ojos contemplando
cómo pueda un dolor cual semejante
mostrarse en amor tan encendido.

Y nada veo ya, estoy llorando.
El aire lo respiro jadeante.
Tomad, Señor, mi corazón rendido.

Alfonso Gil González

jueves, 28 de mayo de 2015

VIA CRUCIS (Tercera Estación)



TERCERA ESTACIÓN






Tercera estación: primera caída. 
El peso de la cruz, Jesús, te aplasta. 
No puedes caminar y dices ¡basta! 
apenas iniciada la partida.

Sin embargo yo, cabeza erguida, 
que tu humillada posición contrasta, 
no llega a avergonzarme la nefasta 
forma con que pierdo mi pobre vida.

Y Tú logras de nuevo levantarte, 
por ver si todavía mi arrogancia 
permitiérame ya el abrazarte.

Aquí sigo, Señor, con mi ignorancia, 
con tímidos deseos de alabarte, 
como antaño amábate mi infancia.



Alfonso Gil Gonzál

VIA CRUCIS (Segunda Estación)



SEGUNDA ESTACIÓN





Jesús va con la cruz de mis pecados, 
pesada cual ninguna, ¡oh Dios santo! 
¿Cómo no hay en mí amargo llanto 
con que lave tus pies, tus pies cansados?

No, tus pies no, que son inmaculados.
Los míos, sí, los míos que de tanto
de sirenas seguir extraño canto,
demasiado los tengo ya manchados.

No llevas Tú tu cruz, cargas la mía, 
la que nunca acepté por más liviana; 
la que dije llevar, cuando mentía;

la que siempre dejé para mañana…
Y creyendo, Señor, que te seguía,
sólo hice mirar por la ventana.




Alfonso Gil González


VIA CRUCIS (Primera Estación)



PRIMERA ESTACIÓN




Jesús condenado a muerte. ¡Cielos!
Que ayer llovisteis vida, la Vida.
Hoy regresa, comienza la partida:
el detalle final de sus desvelos.

Frente a frente el Amor, los fríos hielos;
la más pura Verdad, el mal que anida
en el alma falaz, envilecida…
el mundo con sus miedos y recelos

Estás de pie, Señor, ante el tirano
que no sabe dictar sino la muerte,
y firma tu sentencia con su mano.

Así yo, tantas veces, de tal suerte,
que más parezco al pretor romano
cuando huyo de Ti para no verte.




Alfonso Gil González


IGLESIA Y ESTRUCTURAS POLÍTICAS



IGLESIA Y ESTRUCTURAS POLÍTICAS


Una característica fundamental de la fe cristiana es su dimensión social y pública. Ahora bien, donde se decide la organización de la vida pública es en las estructuras e instituciones políticas. En consecuencia, los cristianos debemos comprometernos en la vida pública para poder impregnar la sociedad de los valores del reino de Dios.
La historia y la experiencia nos enseñan que se trata de un compromiso difícil, en el que el cristiano debe aceptar algunos riesgos, pero sin perder nunca su propia identidad.
Un paso previo a todo compromiso público consiste en conocer adecuadamente las estructuras políticas y la valoración que de ellas hace la Iglesia.
El problema de las relaciones entre la Iglesia y las estructuras políticas genera frecuentes malentendidos y enfrentamientos, porque la vida social es variada y conflictiva. De ahí que el conjunto de instituciones, medios y normas que pretenden regular los conflictos y organizar la vida social constituya el complejo mundo de la política.
En los medios de comunicación y en las conversaciones de la vida cotidiana oímos muchas expresiones en las que aparece la palabra "política" Y es que dicho término se emplea con distintos significados. Etimológicamente tiene su origen en la palabra griega "polis", que significaba ciudad. Las antiguas ciudades griegas eran ciudades-estados y, en consecuencia, la política es todo lo que haga referencia a la vida en la ciudad, o sea, a la vida social.
Una de las dimensiones más específicas de la política es la estructura y funcionamiento del poder. A lo largo de la historia se han producido distintas formas de legitimarlo y ejercerlo. Ateniéndonos al presente, podemos agrupar los distintos regímenes en torno a tres modelos: el Totalitarismo, el Autoritarismo y la Democracia. Los regímenes fascistas y comunistas del siglo XX pertenecen al modelo totalitario. Las llamadas "democracias orgánicas" son distintas formas autoritarias de gobiernos. Los regímenes democráticos nunca alcanzan el verdadero ideal democrático y, desgraciadamente, en algunas ocasiones, caen en defectos típicos de los autoritarismos y los totalitarismos.
Los conflictos son inevitables en toda sociedad de hombres libres, pues los intereses de unas personas y grupos chocan con los de otras personas y otros grupos. Los antagonismos generan el avance de la historia, pero también pueden convertirse en fuerzas destructoras. La democracia es la única forma pacífica de regular dichos conflictos sociales. 
Hemos de tener en cuenta que la democracia se construye con demócratas. Por tanto, un régimen democrático se sustenta sobre una sociedad de hombres y mujeres que han asumido los principios de libertad, tolerancia, igualdad y solidaridad.
La democracia necesita los partidos políticos en cuanto medios para canalizar las distintas opciones políticas que pretenden acceder al poder. Ellos son agrupaciones de personas que se unen en torno a unos objetivos e intereses sociales y, para llevarlos a la práctica, intentan conseguir la adhesión del mayor número posible de ciudadanos y la conquista democrática del poder. La diferencia entre los partidos políticos y otros grupos de presión está en que los partidos buscan el acceso al poder para gobernar, y los grupos de presión sólo intentan influir en quienes gobiernan.
A partir de la Sagrada Escritura y la Tradición, así como del análisis de la realidad social, el Magisterio de la Iglesia ha proclamado importantes enseñanzas sobre la realidad política. Son documentos que configuran la "doctrina social de la Iglesia". Es a partir de las primeras décadas del siglo XX cuando los Papas se oponen frontalmente a los regímenes totalitarios, defendiendo las libertades democráticas.En dichos documentos los cristianos encuentran una clara exhortación a participar en la vida pública. Esta participación debe inspirarse en el estilo de vida de Jesús, colaborando con las personas e instituciones que pretender regir legítimamente la sociedad humana, pero manteniendo la "libertad evangélica" que les permita ser no sólo sal y luz de la sociedad, sino profetas con capacidad de denunciar a personas y estructuras que utilicen medios y formas injustas de gobierno.

Alfonso Gil González

miércoles, 27 de mayo de 2015

SOLIDARIDAD Y CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ



Solidaridad entre los pueblos y construcción de la paz


Uno de los mayores escándalos de nuestro mundo es el altísimo gasto en armamento de los distintos países, mientras muchos seres humanos viven en condiciones infrahumanas o mueren de hambre.
Por otra parte, en medio de los dramas producidos por el hambre y las guerras, están surgiendo, en los últimos años, algunos signos de esperanza.
Al plantearnos el problema de la construcción de la paz, hemos de tener en cuenta que ésta no consiste en la simple ausencia de guerra, sino que va unida a la justicia, a la libertad y a la solidaridad.
Todos tenemos algún tipo de responsabilidad en el clima de violencia de nuestro mundo. Por tanto, todos podemos aportar algo en la construcción de la solidaridad y la paz. Y hemos de empezar por ver causas y consecuencia de la violencia y de la guerra en nuestra sociedad. La violencia es una fuerza compleja y destructiva que está presente tanto en la vida de cada persona como en los grupos y estructuras sociales.
La violencia, en cuanto impulso agresivo y destructor, es una enfermedad o limitación, que en grado mayor o menor afecta a todos los seres humanos.El conocido mito bíblico de Caín, que ha sido frecuentemente abordado en la literatura, nos recuerda la trágica condición violenta del hombre que se deja arrastrar por el pecado. El recurso espontáneo a la agresión y a la fuerza para solucionar los inevitables conflictos entre personas es un síntoma característico de quien padece la enfermedad grave de la violencia.
La violencia es un germen que si no se cura, crece y se desarrolla cada vez más. La fuerza capaz de curar la violencia es el amor.De hecho, la violencia personal está estrechamente ligada a la falta de amor o al clima de violencia en que se ha desarrollado la vida de una persona. En consecuencia, el primer paso para construir la paz es curarse de la propia violencia, y, desde una actitud de paz interior, generar paz en los demás.
Uno de los rasgos más característicos de la violencia es su capacidad de contagio.Todo comportamiento violento genera una respuesta violenta. Cada persona violenta crea una espiral de violencia que afecta a las que viven en su entorno. Se crea, así, una violencia ambiental o estructural que tiene una intensa influencia sobre los comportamientos individuales.
La violencia personal y la ambiental son el principal sustento de violencia entre los Estados, cuya manifestación extrema es la guerra, la cual es el fracaso más radical de la convivencia y de la política. Lamentablemente, la guerra es un hecho que ha estado siempre presente en la historia de la humanidad. Los hombres no hemos sido capaces de erradicarla, es decir, no hemos madurado lo suficiente para ser capaces de solucionar los conflictos por la vía del diálogo y la negociación. Por otra parte, se han inventado las justificaciones más extrañas a las guerras, hasta llegar a calificarlas como "guerras santas" o "guerras justas". En el momento actual, la humanidad también sufre el azote de la violencia armada entre Estados, o bien entre distintos grupos dentro de un mismo Estado.
Los primeros cristianos, intentando plasmar en la vida concreta las exigencias radicales del Evangelio, rechazaron la violencia del Imperio Romano y la participación en los ejércitos.Más tarde, cuando los cristianos crecen en el seno del Imperio, se produce un cambio lento y progresivo respecto a la aceptación en la comunidad cristiana de los miembros del ejército. No se les obliga a abandonar el ejército, aunque se les exige la renuncia a matar. Las invasiones de los bárbaros plantean el problema de la "legítima defensa" y san Agustín elabora la primera doctrina sobre la "guerra justa". Esta doctrina está cada vez más en cuestión por parte del magisterio de la Iglesia, invitando a los cristianos a una mayor responsabilidad en la construcción de un mundo más pacífico, como consecuencia de las enseñanzas de Jesucristo.

Alfonso Gil González

SONETOS PARA LA IMITACIÓN DE CRISTO (Libro Cuarto)


Libro Cuarto



21 Sonetos 
sobre
 el 
tema 
del 
Sacramento 
del 
Altar




Dulce Manjar


¡Dulce Jesús!, cual pan despedazado 
por que coman de Ti las almas todas, 
y beba de tus aguas saciadoras 
el pobre sacerdote que has llamado.

¡Dulce manjar!, cordero inmaculado, 
inefable sacramento que moras, 
do tu amor permanece y rememoras 
el pacto con tu sangre así sellado.

¡Dulce maná! y celestial convite, 
trasunto de aquel otro interminable 
al que todos estamos convocados.

¡Dulce panal!, Tú quieres se nos quite 
este amargo sabor, abominable, 
de otros alimentos bien sobrados.







Sacramento de tu Presencia

Hay muchos que acuden presurosos 
a diversos santuarios, peregrinos, 
o visitan falaces adivinos 
que les digan anuncios venturosos.

Y qué pocos acuden, fervorosos, 
a dejar en tu altar sus desatinos, 
siendo Tú regidor de sus destinos, 
ellos siendo sin Ti más que despojos.

Sacramento real de tu presencia, 
fuego de amor en medio de este mundo 
tiritante de miedo y de tristeza.

Vayamos hacia Ti con la querencia 
de hacer de cada cual hogar fecundo, 
quemando de no amarte la vileza.









Hambriento de Ti



Fiado en tu bondad, Señor, me acerco 
tan pobre como hambriento a recibirte; 
pues tengo para mí que he de servirte 
mientras des con tu Amor al mío cerco.

Sabiendo, como sabes, que merezco 
te den ganas de a mi lado irte, 
por quedarte te inventas el morirte. 
¿Cómo eres, Señor, así de terco?

Es el tuyo designio inescrutable 
ante el cual yo me rindo reverente, 
al tiempo que desprecio mi torpeza.

Mas siendo tu riqueza inagotable, 
me gozo con ser yo tan indigente 
por que colmes con creces mi pobreza.






Alimento divino


Tu pueblo desfallece caminante 
por el árido suelo de la vida, 
y, cierto, morirá sin tu Comida, 
sin tu Agua que busca anhelante.

Es, por ello, que pide suplicante 
que brote de tu pecho, de la herida, 
la fuente de esa sangre renacida 
con que logre llegar a Ti triunfante.

Tú eres el maná que en el desierto 
comieron nuestros padres, y eres guía 
que conduce la historia a tu Morada.

Contigo debe dar el paso cierto, 
haciéndole escoger angosta vía, 
libre ya de esta loca encrucijada.








Encuentro con Zaqueo


No puedo estar sin Ti, es imposible. 
Preciso, cual Zaqueo, que me llames, 
me baje de la higuera y que reclames 
tomar juntos la cena disponible.

Ya ves mi situación: casi horrible. 
No soy digno de Ti, de que me ames, 
y, menos, de que, sucio, Tú me laves.
Digno soy de la muerte tan temible.

Entra, pues, Señor, bajo este techo, 
otrora de malhechores guarida, 
que, antes de que marches, yo confieso

por cuatro hacer el bien de lo mal hecho, 
compartir con los pobres nueva vida, 
y seguirte, de tu Amor todo preso. 








Deseos divinos


Ardo, Señor, en deseos de tenerte, 
pues tantas veces me deslizo y caigo… 
Mas hoy, Jesús, los anhelos que traigo 
no son otros, mi Dios, que los de verte.

¡Qué más quisiera yo que ser tan fuerte 
y poner de mis males desarraigo! 
Siento, a veces, que soy como zambaigo, 
y sé que Tuyo soy, para quererte.

Mi buen Jesús, amigo y compañero, 
regalo para el alma enamorada, 
tengo yo en Ti mi apoyo y mi sustento.

Que, si lejos de Ti me fui primero,
aquí estoy con el alma destrozada. 
Sé para mí mi único Alimento.








Locura de tu amor


Obra tuya, Señor, fuera de alcance 
el sacramento en el altar presente, 
locura de tu amor que, obediente, 
el mío con el tuyo hace balance.

Si antaño me llamaste, haz que avance 
hacia Ti confiado y, reverente, 
en medio del sarcasmo de la gente, 
mi alma toda quede como en trance.

Si recibo tu Cuerpo inmaculado, 
libre, ¡ay!, quedaré de mis pasiones, 
y toda tu virtud brotar podría.

Pero estaba de mí tan fatigado, 
en lucha contra miles tentaciones, 
que, creyendo vivir, más bien moría.








Indigno sacerdote


Visíteme tu Gracia saludable, 
que no hallo dignidad en nada mío. 
En sola tu Palabra yo confío; 
es, por ello, mi ofrenda tan loable.

Sacerdote, Señor, mas ¡qué mudable 
este pobre corazón! ¡Qué impío! 
¡Qué pena este vivir en desafío, 
cual si Tú no me fueras tan amable!

No vivo cual los ángeles del cielo, 
tampoco cual los santos de la tierra. 
Sólo alcanzo el nivel de los mediocres.

Levántame, Señor, de aqueste suelo. 
En tu costado mi vileza encierra, 
y tiñe mi negrura con tus ocres.








Comida de amor


Pensar tu dignidad me sobrecoge. 
Me tienta el apartarme de tu vista. 
Mas ¿cómo me hallaría en esa lista 
si tu mano mi nombre no recoge?

Tú eres el pastor que siempre escoge 
buscar la oveja ruin que se despista, 
aunque rasgues tus pies con cruel arista 
de la tosca maldad que así me encoge.

-Condúceme hasta Ti con dulce vara, 
Amado de mi alma a quien traiciono, 
y dame tu comer, pues desfallezco.

-Ven a mi Corazón -¡eres tan cara!-, 
que no sé si en buscarte me lesiono. 
Tú come del Amor que Yo te ofrezco.








Contrición salvadora


Escudriña a fondo tu conciencia 
y duélete de todos tus pecados. 
No hay labios asaz inmaculados 
para sumir Quien sana tu dolencia.

Nadas, ay, en tal concupiscencia, 
son tantos tus orgullos, tus enfados, 
tus iras y caprichos alocados, 
que hallas en los otros displicencia.

Con entera renuncia de tus cosas, 
con firme voluntad de serme Mío, 
en ara de mi amor tu alma ofrece.

Si guarida ya tienen las raposas, 
este mi corazón YO te confío: 
Vive en él cual palacio que ennoblece.






El don de sí


Plenamente consciente de tu entrega, 
con toda tu energía y tus afectos, 
ofrécete a Mí. Mira al Dilecto 
que por ir al Amor el suyo anega.

¿Qué vale la palabra que Me ruega, 
salida de aquellos tan selectos, 
si sus actos parécenme abyectos? 
¿Qué razón ante Mí tal voz alega?

Si, pues, te haces centro de ti mismo, 
no rindiendo tu ser a mi querencia, 
no cabe unión completa entre nosotros.

Con total oblación salva ese abismo. 
Permite que Yo ejerza la regencia: 
Así Yo domaré esos tus potros.







Total donación



Acéptame, Señor, ofrenda entera 
y total donación de mi ser todo: 
de mis pecados el invernal lodo 
y el gozar de tu amor la primavera.

Esto mío Tú tríllalo en la era 
con tu trigo del Pan y, de ese modo, 
contigo hasta el morir, codo con codo, 
vivas en mí y yo a todo muera.

Darte también pensaba mis valores, 
mas, si tan sólo Tú me los prestaste, 
sean signo a la par de mis amores.

Si los tuyos por los míos trocaste, 
no tengo más, Señor, sino las flores 
que un día me pondrán. Con eso baste.




Gracia e inocencia


Manantial de la gracia salvadora, 
y de bondad y de pureza fuente: 
Preciso ir a Ti frecuentemente 
por llegar a morir en buena hora.

Y por hoy vivir, como hice otrora, 
con gozo de llevar sobre mi frente 
el sello de tu amor incandescente, 
el beso que a mi alma enamora.

Dichoso quien te come con frecuencia, 
que estar sin Ti no puede un solo día 
y vive permanente tu Presencia.

Dichoso, sí, Señor, pues tu Inocencia 
borra cuanto en mí de picardía 
me deja del pecado la dolencia.





Ansia de tenerte


Quién me diera plorar piadoso llanto, 
al verte oculto a mi visión terrena, 
y lavar cual María Magdalena 
la sucia fealdad de que me espanto.

El deseo de tenerte lo es tanto, 
el ansia de abrazarte es tan plena, 
que ya, Señor, no siento ni la pena 
del mundo de gozar falaz encanto.

Por poder soportar esta flaqueza 
me brindas tu manjar de Pan y Vino, 
especies que ocultan tu Persona.

Mi buen Jesús, tú dime con dureza, 
pues no quiero juzgar a adivino, 
por qué mi amor el Tuyo no pregona.




Sinrazón del amor


- La búsqueda de puros corazones, 
do fijar el lugar de mi descanso,
me lleva por doquier, y no me canso
a pesar de desprecios y empujones.

- Pero eso no, Señor, no son razones.
Es tu sola presencia el remanso.
Venir al corazón lo hace manso
y queda su maldad hecha jirones.

- Si Tú me purificas seré puro,
y ambos alegrarnos de por vida.
Mas, si luego de verte sigo impuro,

dime Tú a qué juego me convida
tu escondite lóbrego y oscuro,
si al final no ganara la partida.





Anhelo y unión


Oh Pan, entre millares escogido! 
Que vienes hasta mí con tal premura, 
por que no piense haya otra criatura 
que en ella esté mi Dios tan escondido.

Te me das, Amor, para ser comido, 
y siento, hombre viejo, la frescura 
de tu carne virginal que depura 
el deseo cordial de estarte unido.

Dígnate, Señor, en mí permanecer, 
y quita de esta casa todo enredo 
que pueda distraerme tu Presencia.

Quédate conmigo hasta el amanecer. 
Después de recibirte ya no puedo 
sin Ti ser, ni Tú ser sin ser mi esencia.




Fervor eucarístico


Al ver la devoción con que tus santos 
se acercan a tu Mesa anhelada, 
mi alma se me queda atormentada 
no viéndome cual ellos, como tantos.

Y escucho de los ángeles los cantos, 
el ir leve del alma enamorada 
acudiendo a la Cena inmaculada, 
y, mientras, entre súplicas y llantos,

exhausto de mí y de Ti hambriento, 
a los pies de tu Altar, como mendigo, 
espero de tu Pan solas migajas,

y gotas de tu Vino, que sediento 
estaré; mas con ello ya bendigo 
la espera de tus eternas alhajas.




Espera esperanzada


A Dios deja tu tiempo y tu medida.
A veces Él te da en un momento 
mucho más que tú pediste, sin cuento. 
Es su forma de ser en esta vida.

El espera que pongas en salida
todo gusto carnal, todo contento. 
Que sólo a su bondad estés atento. 
Ten el ansia del ego contenida.

Verás tu corazón tan dilatado, 
tan presto a llenarse de Infinito, 
tan breve el tiempo que ha pasado,

que todo te será como inaudito.
En ir a ti no es Él quien ha tardado, 
eres tú con tu carga de finito.




Sentido deseo


Eleva, Señor, mi duro corazón; 
no me dejes errante por la tierra, 
pues aprendo, de tanto como yerra, 
que mi vida es una torpe sinrazón.

Remueve de él ese caparazón; 
quítamelo o tú mismo desferra. 
Asaz larga, Señor, es esta guerra, 
y la mía demasiada cerrazón.

Quémalo en la fragua de tu costado. 
Aquilata en él, a tu manera, 
el oro de tu amor en él fijado.

Siempre tuyo será y, cuando muera, 
escuche yo, Señor, que has reclamado 
a quien quiso morir en tu Madera.





Para comulgar y morir


Con suma devoción y amor ardiente, 
más que todos tus santos desearon, 
unido a los que tanto Te alabaron, 
ansío recibirte humildemente.

A Ti voy, Señor, tú eres la fuente 
que mis días de sed tanto anhelaron. 
Ahora que ya esos se acabaron, 
pon tu beso de amor sobre mi frente.

He creído vivir como creyente, 
desde el día primero de mi vida, 
en medio del tumulto de la gente.

Mas, ya sabes, mi Dios, lo que se siente 
cuando, solo, he de hacer esta partida 
tras cruzar hasta Ti tan frágil puente. 




Humilde aceptación


No quieras conocer el insondable 
Sacramento del Pan que a Dios contiene; 
a tu corto entender no le conviene 
intentar comprender lo inefable,

y deja que el Amor de amor te hable.
Si todo el Universo Él sostiene, 
en su poderosa mano te tiene; 
recíbelo con fe inquebrantable.

No tienta satanás a los perversos, 
pues suyos considera ya logrados; 
sólo prueba a los fieles fervorosos.

Estímulo a tu fe son estos versos; 
mensaje de los ángeles alados 
por que guíen tus pasos más hermosos.




Fin
del
Libro
Cuarto







De
Sonetos para la
Imitación
de
Cristo
Indice

Portada……………………………………………………………………   1
Prólogo……………………………………………………………………  2
Libro Primero……………………………………………………………  17
Invitación al seguimiento………………………………………………    18
El verdadero saber……………………………………………………..     19
Dichoso aquel………………………………………………………….     20
Hombre prudente………………………………………………………     21
Buscando la Palabra……………………………………………………    22
Inquietud……………………………………………………………….     23
Humilde esperanza……………………………………………………..    24
Trato ejemplar………………………………………………………….    25
Escuela divina………………………………………………………….    26
Arte de hablar…………………………………………………………..   27
Opción de libertad……………………………………………………...   28
De Ti enamorada……………………………………………………….   29
La inevitable tentación…………………………………………………   30
Juez de nadie……………………………………………………………  31
El puente del amor……………………………………………………...   32
Paciencia benevolente………………………………………………….   33
Empeño divino…………………………………………………………   34
Santo deseo…………………………………………………………….   35
Hoy empieza……………………………………………………………  36
A solas con Jesús……………………………………………………….  37
Gozosa penitencia………………………………………………………  38
Torpeza humana………………………………………………………… 39
Hermana muerte………………………………………………………… 40
Juicio Final……………………………………………………………… 41
Enmienda fervorosa……………………………………………………..  42
Libro Segundo…………………………………………………………... 43
Vivir en Mí……………………………………………………………… 44
Diálogo amoroso………………………………………………………… 45
Ser bueno………………………………………………………………… 46
Las alas del alma………………………………………………………… 47
Ciencia divina…………………………………………………………… 48
Perfecta alegría…………………………………………………………..  49
Amor verdadero………………………………………………………….  50
Amistad de Jesús………………………………………………………… 51
Soñar despierto…………………………………………………………..  52
Única grandeza…………………………………………………………..  53
Seguir a Jesús……………………………………………………………. 54
A la Cruz………………………………………………………………… 55
Libro Tercero…………………………………………………………….  56
Oír al Señor……………………………………………………………… 57
Háblame, Señor………………………………………………………….. 58
Escucha, hijo mío…………………………………………………………59
Camina en mi presencia…………………………………………………. 60
Amarte sólo a Ti…………………………………………………………. 61
Prueba de amor…………………………………………………………... 62
Andar en humildad………………………………………………………. 63
Nada sin Ti………………………………………………………………. 64
Fuente de todo bien……………………………………………………… 65
Ofrenda de mí……………………………………………………………  66
Diversos deseos………………………………………………………….  67
Paciencia y lucha………………………………………………………… 68
Someterse a Dios………………………………………………………… 69
Cayeron las estrellas……………………………………………………..  70
Aquí estoy, Señor…………………………………………………………71
El verdadero bien………………………………………………………… 72
Diálogo con Cristo……………………………………………………….  73
El trueque de la gracia…………………………………………………… 74
Aceptar las pruebas……………………………………………………….75
Alma entristecida………………………………………………………… 76
El don supremo…………………………………………………………..  77
El tesoro del corazón…………………………………………………….. 78
La paz del corazón……………………………………………………….  79
Tú solo cabe Mí………………………………………………………….  80
La paz del alma…………………………………………………………..  81
Entre esclavo y libre……………………………………………………..  82
Todo por todo……………………………………………………………. 83
Las miras humanas………………………………………………………. 84
Frente a tu amor………………………………………………………….  85
Saber de ti………………………………………………………………... 86
Tú sobre todo…………………………………………………………….  87
Dejar y hallar…………………………………………………………….  88
Dios como centro………………………………………………………… 89
Luz indefectible………………………………………………………….. 90
Tentaciones por doquier…………………………………………………. 91
Contra los juicios humanos……………………………………………… 92
Paz y libertad…………………………………………………………….  93
Hijo, no esclavo………………………………………………………….  94
Camino recto…………………………………………………………….  95
Deleite en el Señor………………………………………………………. 96
Dispuesto de buen grado………………………………………………… 97
La conveniente paz………………………………………………………  98
Único Maestro…………………………………………………………… 99
Ver divino………………………………………………………………..100
Amor y confianza………………………………………………………..101
Sé Tú mi fortaleza……………………………………………………….102
Por la dificultad a la felicidad……………………………………………103
Mansión futura…………………………………………………………..104
Vida verdadera…………………………………………………………..105
La hora del Señor………………………………………………………..106
Humildad………………………………………………………………...107
Hijo de Dios……………………………………………………………...108
Vida espiritual…………………………………………………………   109
Gracia y naturaleza………………………………………………………110
Fe en Ti…………………………………………………………………. 111
Camino, Verdad y Vida………………………………………………… 112
Paciencia humilde………………………………………………………. 113
Los santos………………………………………………………………. 114
Descanso en Dios………………………………………………………. 115
Libro Cuarto……………………………………………………………..116
Dulce manjar…………………………………………………………….117
Sacramento de tu Presencia…………………………………………….. 118
Hambriento de Ti……………………………………………………….. 119
Alimento divino………………………………………………………… 120
Encuentro con Zaqueo………………………………………………….. 121
Deseos divinos………………………………………………………….. 122
Locura de tu amor………………………………………………………. 123
Indigno sacerdote………………………………………………………. 124
Comida de amor…………………………………………………………125
Contrición salvadora……………………………………………………. 126
El don de sí………………………………………………………………127
Total donación………………………………………………………….. 128
Gracia e inocencia……………………………………………………….129
Ansia de tenerte………………………………………………………….130
Sinrazón de amor………………………………………………………...131
Anhelo y unión…………………………………………………………..132
Fervor eucarístico………………………………………………………..133
Espera esperanzada………………………………………………………134
Sentido deseo…………………………………………………………….135
Para comulgar y morir…………………………………………………   136
Humilde aceptación……………………………………………………...137
Fin………………………………………………………………………..138




























Autor:
Alfonso Gil González
74.464.302-P
Cehegín (Murcia) Año 2013