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Teología

viernes, 31 de julio de 2015

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 5





Concierto de Fin de Año


Asistir a uno de esos conciertos que organiza la Filarmónica de Berlín para cerrar el año –Silvester Konzert- es una auténtica gozada. Valga como ejemplo el del año 2003. Hombres y mujeres de toda clase y condición se reunían para ver a Simon Rattle dirigir a la más famosa centuria musical del mundo. Mayores y niños quedarían cautivados con la música escuchada. Yo estaba en un lugar privilegiado, viendo al detalle cuanto sucedía. Los espectadores repasaban sus programas de mano mientras hacían tiempo para el inicio orquestal. Algunas personas me resultaban conocidas, casi del pueblo; otras, la mayoría, no. Sabía que habían venido de todas partes.
El concierto empezó con una obra de Gershwin: la obertura de Strike Up the Band. Pieza alegre, juguetona, bailable en tramos. Americana. Un musical de Broadway de 1927. El argumento gira sobre una guerra desencadenada por una tarifa que el Estado había impuesto por importación de quesos. La ovación que se le dio fue de las bien cerradas. El director se hizo esperar para la segunda obra. Iba a pasar a la música de Gershwin, en la que cantaría, nada menos, Dianne Reeves, la mestiza de voz aterciopelada, con largo vestido de raso en color verde y oro. Una boca enorme con dientes blanquísimos. Voz poderosa. Entre los temas cantados, How long has this been going on?, uno de los álbumes del norirlandés Van Morrison, de 1996. O nice work if you can get it, otro tema de George Gershwin. Ovacionadísimos. Se cerraba, así, la primera parte.
La segunda se abría con Ravel y su La Valse, un poema coreográfico escrito entre 1919-1920 para su amiga Misia Sert. Trece minutos de uno de los más famosos valses del neoclasicismo francés. Se aplaudió a rabiar. No era para menos. Vuelve a cantar Dianne Reeves. Esta vez, Embraceable you, canción popular arreglada por Gershwin y bailada, en su época, por Ginger Rogers y Fred Astaire; S wonderful, otra popular canción que fue incluida en la película “Un americano en París”, 1951. (Tras esto, aprovechaba Simon Rattle para dirigir unas palabras de felicitación al auditorio). A foggy day fue otra de las canciones de  este concierto de final de año en Berlín. El solo de viola arrancó espontáneos aplausos, desconocedores del virtuosismo mostrado.
La tercera y última parte estuvo dedicada a la obra Dafnis y Cloe, segunda suite, de Maurice Ravel. El lirismo sobrecogía el ambiente de la sala berlinesa. No cabía mejor colofón para el Silvester Konzert.



Alfonso Gil González

Intervención de Diane Reeves


FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimosexto)




Capítulo LVI


1994: la vida continúa.

Ya más tranquilo por la situación de su hijo, el padre Alfonso inicia el Año Nuevo ofreciéndolo al Señor, con el deseo de que sea pleno de vida para el sanado. Como así sucederá, a pesar de los vaivenes de las frecuentes revisiones, que siempre comportan algo de preocupación.
Estábamos aún en Cehegín. Sería, al día siguiente, cuando regresamos a Madrid por los mismos medios en que hicimos la ida.
El carpintero fue a casa para colocar los muebles encargados meses antes. Estuvo varios días en esa faena. El día 9, mi padre escribe:
“Señor, no podemos evitar que se acuerde de su enfermedad pasada, porque ha de seguir vigilando su restablecimiento. Pero Tú sí puedes hacer que él se recupere YA, para que seas glorificado en TODO. ¡Gracias, Señor!”
El 12, veíamos por televisión el caso de un chico cordobés que, enfermo desde siempre, era un ejemplo de optimismo, fortaleza de ánimo e ilusión. Eso ayudaría a su hijo a superarse a sí mismo.
Es curioso que papá, el 21, se dirija así en su oración:
“No me gusta lo que oigo, Señor. No son los hijos quienes tienen que dar ejemplo, sino nosotros a ellos.”
Al día siguiente, inició unas clases de repaso de latín a Olga, que era hija de María la confitera y amiga de mamá.
El 27 hubo Huelga General en toda España, aunque casi todo el mundo trabajó.
El mes de enero de 1994 se cerraba con el incendio del Liceo de Barcelona.
El 8 de febrero, mi padre escribe:
“Señor, comprendemos que esté raro, pues a cada instante se tropieza con el recuerdo de su pasada enfermedad. ¡Ayúdanos a ayudarle!”
Y añade, el 9:
“Señor que nuestra casa gire alrededor de Ti. Tú, el centro, luz y guía de nosotros y de nuestros hijos.”
La enfermedad de su notario, al que habían operado de un quiste en el cuello, hizo que el padre Alfonso le visitara varias veces. Estaba en deuda con él por muchos motivos. Máxime, cuando él estaba dispuesto a pagar todos los posibles gastos que hubiera generado la enfermedad de nuestro hijo.
El 15, a petición, nuevamente, de Eduardo Malvido, Hermano de la Salle, mi padre prepara un artículo de ocho folios sobre La familia, educadora de la fe.
Como, el 22, habíamos visto la película Francisco, el Juglar de Dios, al acostarnos hicimos una reflexión y oración sobre la misma. Al día siguiente, el padre Alfonso escribe en su diario:
“Señor, Tú me entiendes más que yo a mí mismo! No necesito más que mirarte, que decirte “Señor”. ¡Hágase tu voluntad!” 
Todo un místico, mi padre, que, el 25 por la noche, tuvo una Eucaristía con los vecinos que se reunían en el 4º C, dos pisos más arriba del nuestro. A otro día, asistiría a un encuentro de Moceop, en Moratalaz, y, por la tarde, se acercaría a la Clínica de La Luz para visitar a Pepe el de Julita, operado de próstata, que era muy amigo nuestro.
El 28, a causa de la reacción de su hijo mayor, escribe nuestro padre:
“Señor, ayúdale. Que se sienta feliz de aceptar tu voluntad, para que su curación sea plena.”
Y así acabó el mes.
Ya en marzo, en su cumpleaños, da gracias a Dios y le pide que, aunque se resista, haga de él lo que quiera. Y pide por su sobrino Juan Ramón, bajo en plaquetas, aunque, posteriormente, se comprobó que ello le era congénito.
El 12, sábado, visita al Sr. Ruiz, aquel que le había colocado, hace años, en la empresa de maderas, porque estaba aquejado de un tendón del pie. Rezó con él en su casa.
En este mes, hace gestiones para la adquisición de un coche nuevo para la familia y que ayude a viajar más cómodamente. Y consigue un Nissan Serena. Era de ocho plazas, de color azul, cuya matrícula respondía a M-0545-PG. Con él viajaríamos, el 25 a Cehegín, para pasar allí la Semana Santa. El coche que dejamos se lo regaló a su cuñado Pedro en gratitud por su dedicación en el Hospital. Antes del Triduo Sacro, asiste a dos actos culturales, celebrados en la Casa de la Cultura: el 25, a la obra de teatro La Paz, de Francisco Nieva, que era una celebración grotesca sobre Aristófanes, interpretada por el grupo artístico del Instituto “Vega del Argos”; y, el 26, en el mismo lugar, a un Concierto dado por la Orquesta de Jóvenes de la Región de Murcia, con piezas de Beethoven y Mozart.
Moría, entre tanto, un compañero, aunque más mayor, y papá deja en su diario esta reflexión:
“Señor, vivimos el misterio de la muerte, la esperanza mezclada de temor y miedo. ¡Manifiéstate en tu poder amoroso, especialmente,  para que te sirva y te sirvamos con el gozo y la paz que tu Espíritu nos regala!”
Yo participé en las Procesiones, pero mi padre, el 28, hubo de volver al trabajo, dejando escrito en su diario:
“Me pasa lo que a san Pablo. He de confiar como él y he de mantenerme humilde, para que Tú, Señor, y sólo Tú, seas glorificado.”



Muerte del amigo y luz lejana

El 31 de marzo de 1994 era Jueves Santo. Papá celebró la Eucaristía para las abuelas. Las Procesiones las veíamos desde la ventana de la casa de mi abuela Maravillas. Yo participé en algunas.
Habían venido, desde Tortosa, unos amigos de mi padre que eran de Teruel. Un matrimonio que celebraba, el 2 de abril, su aniversario de boda. En la Eucaristía celebrada en familia, renovaron su compromiso matrimonial. E Israel, como era Sábado de la Vigilia Pascual, renovó igualmente su profesión de fe en su decimoquinto aniversario de Bautismo. Al día siguiente regresaríamos a Madrid.
“Mamá –escribe mi padre- lleva unos días triste y silenciosa, Señor. ¡Algo habrá que hacer! No sé cómo ayudarla, a no ser con comprensión.”
Su amigo Pepe Hijas, padre del notario y magistrado del Supremo, se halla gravemente enfermo. Le aplican cobalto, porque tiene unos quistes en el hígado. Mi padre reza por él. 
Por otra parte, la prima monja –prima de papá- es operada en el Sanatorio de la Milagrosa de un tumor en la matriz.
Hijas falleció el 13 de abril. Dios habrá premiado sus preocupaciones por nuestro hijo que, ese día precisamente, había alcanzado las cien mil plaquetas. Al día siguiente, mi padre enterró a su buen amigo en el cementerio de Parcesa, entre Alcobendas y Colmenar. En su funeral, celebrado en Caldeiro, mi padre cantó.
El 21, el padre Alfonso hace esta confesión en su diario:
“Necesito luz, Señor, para realizar lo que deseas de mí, lo que siempre me hiciste soñar desde niño. La verdad es que sólo he soñado contigo, sólo aspiro a fundirme en Ti.”
En mayo, en la Clínica Rúber, fue operado fray Maximiliano Jaramillo –Maxi-, fraile de los del Caldeiro, que nos tenía especial aprecio. Se le visitaría frecuentemente. Papá, el 9, escribe:
“También el hombre es un misterio: sus pensamientos, sus reacciones, su insaciabilidad… Pero Tú, Señor, quieres de cada uno de nosotros que se manifieste tu gloria. Empieza por esta tu casa.”
Y continúa, el 10:
“A veces pienso, Señor, que este diario es una estupidez. Que, a falta de noticias importantes, debiera usarlo sólo en hablar contigo. Pero Tú sabes que mi corazón siempre está en Ti.”
Ese día, hubo eclipse parcial de sol.
“Sólo Tú, Señor, puedes hacer lo que nos conviene. ¿Nosotros? Entender y aceptar que tu amor es lo único que nos hace personas humanas”, apuntaba el día 12.
El 23 de mayo, añadía:
“Sé que vivir en tu presencia es la mayor felicidad, Señor; pero eso que llamamos ausencia es el drama más incomprensible.”
Apunta en la jornada del 24:
“Me gustaría, Señor, que cada letra, cada palabra fuera para Ti. De hecho, cuando escribo en este diario, me siento más cerca de Ti, y sé que es así.”
Al acabar mayo, que había sido un mes de lluvia permanente, anota:
“¡Cómo pasa el tiempo sin que hagamos cuanto se debe por este necesitado mundo!”
De modo que, al iniciarse junio, dice al Señor:
¡Cuánto bien puede hacerse y de cuántas formas! He de buscar esas ocasiones. No entiendo el odio del mundo. El odio es el infierno y a él conduce.”
El 5 de junio, el torero de Cehegín, Pepín Liria, triunfaba en Madrid. 
El 6, el chache Alfonso, hermano de mi abuelo Juan, al que no conocí, subía al cielo. Mi padre hace una anotación en su diario:
“Dice Dani: ¿Esa letra es tuya? Todo cambia, hasta la letra. No puedo creer se me haya perdido la orientación. Si Tú eres Tú, Señor, harás de mi vida y de la de mi familia lo que mejor nos convenga para tu gloria.”
El 12, se votaba en toda España para la elección de los diputados al parlamento europeo. Ganó el Partido Popular.
El 17, mi padre viaja a Cehegín con su hijo Daniel, para llevar a la Encarna del “Motolite”, que había estado unos días en Parla con su cuñada Isabel, operada del oído. Al regresar ellos a Madrid, el 19, se llevaron consigo al chache Pedro y a nuestra prima Isa. Papá les hará de taxista por la capital de España para que la conocieran bien, y por los alrededores, como El Escorial. Luego, el 24, los llevaría de nuevo a Cehegín, donde mis hermanos iniciarían sus vacaciones estivales. Ese día, hay un deseo intenso en su diario:
“Señor, debo encontrar mi camino en este mundo y en esta Iglesia.”
Lo que vuelve a repetir en el día 26. Y termina el mes con estas palabras:
“¡Con qué facilidad, Señor, manejamos tu Nombre! ¡Tu voluntad! ¡Cómo te hacemos a nuestra imagen y semejanza!”
Quienes conocen al padre Alfonso saben de qué va. Siempre ha vivido y vive con el deseo de una entrega mejor, que no mayor, pues más no puede, a la voluntad de Aquél a quien tanto ama.

Para alabanza de Cristo. Amén.

LÁMINA Y MENSAJE (89)



Jesús ayudando a su padre en casa


Sabemos por el Evangelio que san José era artesano, y que Jesús también lo era. Siempre nos hemos hecho la pregunta sobre la vida oculta de Jesús. ¿Qué es lo que en verdad hacía antes de iniciar su predicación?
Pues bien, con los datos evangélicos en la mano, puede deducirse que no hizo otra cosa que vivir en su casa de Nazaret, ayudando en las labores de artesanía: herrería, carpintería, albañilería, etc… con que se mantenía él y sus padres. Hasta que, a los treinta años de edad, salió por toda la Palestina a anunciar el reino de Dios.
Dios llamó a su Hijo al ministerio profético ya mayorcito. Podríamos considerarlo de “vocación tardía”. Hasta entonces, el trabajo y la oración en familia ocuparon su existencia. Nunca es tarde para engancharse a la construcción del reino de Dios de manera pública. Pero lo importante es que cada día, dentro o fuera de casa, la vida quede pendiente de los labios de Dios.

Alfonso Gil González

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 4




La Pasión según san Juan


Con agradecidos aplausos se recibe la entrada de los componentes de la Filarmónica de Berlín al centro de su flamante y coqueto Auditorio. En esta ocasión, van a estar conducidos por Sir Simon Rattle,  que va a interpretar, nada menos, la “Pasión según san Juan” de Johannes Sebastian Bach. Ésta y la dedicada a la del evangelio de San Mateo son obras cumbres de la historia de la música, donde Bach, prolífico en todo –tuvo 20 hijos- se gana con justo mérito la paternidad musical en la historia humana. Escogidos solistas aporta Rattle para esta obra: Juliane Banse –soprano-, Michael Chance –contratenor-, Ian Bostridge –tenor-, Rainer Trost –tenor- y Thomas Quasthoff –barítono-. Imposible hablar de ellos en tan poco espacio de papel. Se les une el Coro de Cámara de la RIAS. La orquesta afina con el La del órgano. Rattle tiene una hermosa cabellera rizada, natural, de color grisáceo. La de Bach era postiza.
El esquema de las “pasiones” de Bach sigue este orden: Introducción orquestal y coral, intervención del narrador-evangelista, que va dando paso, bien a solistas, bien al coro. Se narra y canta, se recita y medita la pasión y muerte de Jesucristo según está escrita, en este caso, por el evangelista san Juan. Concluyen con gran coro final a toda orquesta. La voz de tenor sirve para la narración y para algún otro personaje. La soprano suele representar los lamentos del alma o de personaje femenino. El barítono, la voz de Jesucristo. El Continuo soporta la voz del narrador. Los violines, la de Jesús. Las cuerdas, en general, a las corales. Toda obra “pasional” tiene un halo de misterio, de recogimiento devoto. Pero esta de san Juan no tiene la magnificencia, ni el mismo grado de espiritualidad que la Pasión según san Mateo. Es más, digamos, de cámara ésta que nos ocupa.
Simon Denis Rattle es un director inglés, nacido en 1955. Pianista, violinista y percusionista, saltó a la fama cuando se atrevió a dirigir la segunda sinfonía de Mahler, de la que, un día, hablaremos. Hoy está entre las batutas más requeridas del sinfonismo. 
De Bach no hay que decir nada. Él no es un riachuelo=bach, sino un inmenso océano, que contiene todo lo que la música ha podido dar hasta hoy. Queda por nacer quien le iguale, y, posiblemente, nunca nacerá quien lo supere.

Alfonso Gil González

He aquí un fragmento de esta obra:



VIDA DE ORACIÓN (Cap. 3)


ORACIÓN AFECTIVA Y DE SIMPLICIDAD


Ya estamos en los Grados Tercero y Cuarto de la Oración.
La "oración afectiva" es aquella en la que predominan los afectos de la voluntad sobre el discurso del entendimiento, sin dejar, por ello, de ser racional. Afectos que no deben forzarse, sino que deben brotar espontáneos del alma enamorada.
Ventajas de esta oración son: una unión más íntima y profunda con Dios, un desarrollo proporcionado de todas las virtudes, pues las estimula, y una excelente preparación para la "oración de simplicidad" o primeras manifestaciones de la contemplación interior.
Por tanto, nada de un esfuerzo violento para producir los afectos. El alma debe convencerse de que el verdadero fervor reside en la voluntad, no en la sensibilidad. Nada, tampoco, de creerse más adelantado en la vida espiritual de lo que en realidad se está. Ni gula espiritual ni dejadez y pereza del alma.
La prueba de que uno está en esta verdad de la oración afectiva es que tiene una práctica cada vez más intensa de las virtudes cristianas, a las que se añaden la pureza de intención, la abnegación y desprecio de sí mismo, junto con un mayor espíritu de caridad y entrega en el cumplimiento del deber.

Por otra parte, la "oración de simplicidad" quedó definida por Bossuet como una simple visión, mirada o atención amorosa hacia algún objeto divino. Es el tránsito exacto de la ascética a la mística.
El alma no debe adelantarse ni atrasarse a la hora de Dios, pero debe tener preparada de antemano una materia determinada como si se tratara de una simple meditación, dispuesta a abandonar ante el atractivo de la atención amorosa a Dios, suave y sin violencia, evitando distracciones y embobamientos ociosos.
Fruto indiscutible de haber adquirido este Cuarto Grado de Oración es la mejora general de la vida cristiana.

Alfonso Gil González

jueves, 30 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimoquinto)



Capítulo LV


Por fin, la liberación

Agosto de 1993 lo compartiría entre el hospital y la casa. El padre Alfonso estaría con él todo el tiempo posible, y sus palabras nos reflejan la evolución tras el autotrasplante. 
“Señor, si sigue tan bajo de defensas, corre un grave peligro. ¡Ayúdale, pues confía en Ti! ¿Por qué te haces tanto de rogar? Repara la naturaleza que has creado con perfección. Acuérdate de cuantos con él están en el sanatorio, y de todos los enfermos.”
Eso escribía el día 2, para continuar el 3:
“Señor, ten piedad. No vaya a decir la gente que confié en un dios sordo. Todo me resulta vacío. Pero tengo mi esperanza en ti, Jesús, y sé que no me veré engañado.”
Empezaron a ponerle inyecciones para estimular su médula. La doctora dice que está bien y que lo enviarán a casa próximamente, no sin antes aumentar sus defensas.
El 5, papá escribe en su diario:
“Señor, si viene a casa, que lo haga bien fortalecido. Tú debes fortalecerle, pues no sé si los médicos saben todo sobre él. Tú, sí.”
Papá se traía de la notaría trabajo a casa, para suplir, de algún modo, las horas y días en que la bondad del notario le permitía pasar con su hijo. Y es que pasa estos días en el hospital sin señales evidentes de crecimiento de sus defensas, aunque su estado general es muy bueno.
Escribe, el día 7:
“Señor, veo a nuestro hijo como estancado en su recuperación, Su rostro refleja la lentitud de la médula trasplantada. Señor, remata tu obra de salvación, y que su vida te dé la gloria que yo no sé darte.”
“Nunca pensé, Señor, que la barca de mi casa iba a estar tan en apuros como ahora. ¡Ten compasión de nosotros!”
Así escribía el 8, domingo, tras la Comunión que mi madre les llevó a los dos. El 9, siguieron por televisión la proclamación como rey de Alberto II de Bélgica, hermano del difunto Balduino I, que había fallecido santamente.
Como nosotros estábamos en Cehegín, con nuestros chaches Franco y Paquita, mi madre les envió quince mil pesetas para ayuda de nuestros cuidados.
El 12, escribe el padre Alfonso:
“Señor, presiento que debemos descubrir más tu presencia salvadora en cuanto nos acontece. De no descubrirte, nuestra vida sería un caminar a ciegas. ¡Qué ciega la filosofía cuando habla de Ti! ¡Qué hermosa tu realidad, según tu Hijo, si conseguimos experimentarla como Él!”
Y añade al día siguiente:
“Con motivo de lo del muchacho, Señor, este año, he hablado más contigo. Alguien diría que he hablado conmigo mismo. Pero, Señor, ¿qué hay de oculto en tus criaturas, que no conozcas? Porque, si algo se Te ocultara, ¿qué sabrías Tú de él y de tantas súplicas por él a Ti elevadas? Mantén su fortaleza y aumenta sus defensas en la sangre, que miedo da su estancia prolongada en el hospital.”
“¡Qué conversación tan dramática, Señor –escribe el 14- con un niño como él! Sé que todo lo entiende, pues le tienes bien asido de la mano. ¿Gracias, Señor!”
No sabía mi padre que este fin de semana sería el último de su hijo en el hospital. El 15, que era domingo y festividad de la Asunción de la Virgen, le dice en una plegaria:
“No puedes estar en el cielo, Madre de Jesús y nuestra, con olvido de los que aquí aún estamos. Por eso, hoy, te pido que ejerzas sobre él tu especial protección materna, y caminemos todos en casa hacia la del Padre de todos.”
Y, el 17, por fin, salió del hospital, a las 4 de la tarde, y llamó a su abuela Maravillas, la de Cehegín. Sí que tendría que volver, de vez en cuando, al hospital para sus revisiones; pero papá las garantizaba poniéndole las inyecciones de estímulo de la médula, según le habían indicados los propios doctores. El fuerte calor del verano le impedía descansar bien y, cada tarde, al caer el sol, mi padre lo sacaba de paseo. En la primera revisión, hecha el 20 de agosto, ya habían aumentado todas sus defensas. Mi padre guarda en su diario todos los justificantes de cada una de las revisiones. 
El 22, se celebró la Eucaristía en familia. Se clausuraba, ese día, en Alcobendas, el III Congreso Internacional de Curas Casados. Y también pidieron por él. Al siguiente día, visitaba a mi padre un tal William Manseau, que era el presidente de CORPUS, en Estados Unidos. Cenó en casa y rezó por su hijo. 
No obstante el mejoramiento evidente, el 25, le pusieron dos bolsas de sangre en el hospital. Había que ayudarle. De hecho, se le retiró la ayuda de las inyecciones para la médula.
El 27, baja a Cehegín para recoger a mi hermano y a mí y regresar a Madrid. Al hacerlo, dejamos en su casa de Parla a un amigo.
Acabó agosto con todos en casa, y él mejorando con seguridad.



Locura monjil

Ya en casa, los meses de septiembre a diciembre de 1993 trascurren con normalidad. El padre Alfonso recupera el trabajo normal en la notaría. Ya no escribirá tanto sus súplicas al Altísimo, pero no pasará día en que no Le dé gracias. Sin embargo, la recuperación será larga e, intermitentemente, tendrá que hacerse revisiones. El día 3 de septiembre, recibe la noticia de que tiene aprobado el 8º de EGB y puede matricularse en BUP.
El 7 de septiembre, nos enteramos de que una de las monjitas, Hija de la Caridad, de las que atienden en el Hospital de la Princesa, y allí vivían, y que visitaba casi a diario a nuestro enfermo, se arrojó desde la terraza del sanatorio, falleciendo en el acto. No pudo superar su estado de depresión en que se hallaba hacía tiempo. Se llamaba Sor Presen. Estamos seguros que Nuestro Señor, a quien se entregó de por vida en el servicio a los enfermos, la cogería en sus brazos paternales. Nunca se lo dijimos a él.
El 10, en la iglesia parroquial del Caldeiro, asistíamos a la Misa funeral por el poeta Andrés Molina Moles, letrista de Marifé de Triana, que había fallecido el 1 de agosto pasado. Mi padre leyó su última poesía. Nos unía a él una gran amistad.
El 16, papá, que se había resfriado, se retiró a casa de su suegra para no crear problemas de salud, aún bajo en sus defensas. Allí estaría el resto de la semana. De hecho, el 22, como estaba previsto, le trasfundieron sangre y le hicieron una aspiración de médula. Todo bien.
El 25, papá inicia la lectura de la última encíclica, hasta entonces, de Juan Pablo II, El esplendor de la verdad. Por cierto que, el 2 de octubre, le dirigió una carta al Papa, de la que aún espera respuesta. Seguía preocupado por resolver la situación de los sacerdotes casados, privados de su ministerio.
El 5 de octubre, volvería al Hospital para que le aplicaran un antibiótico que frenara la infección producida por el catéter que tenía fijo para cualquier emergencia. Le pondrían cuatro dosis y, por fin, el 8, le extraerían el catéter. Ha empezado el nuevo curso escolar y ya se halla normalizada prácticamente su situación. 
El 21, moría nuestro amigo de casa, Arturo, esposo de Pepa, la prima de nuestro chache Franco. Era un hombre entrañable que, en su día, ayudaría a mi padre a comprar y colocar las rejas de palmera que teníamos en las ventanas.
Ese mismo día, el padre Alfonso iniciaba con el grupo de vecinos la catequesis semanal, dedicada, este curso, al Evangelio de san Juan. Naturalmente, también continuó con la lectura que, cada noche, nos hacía al acostarnos. Suele terminar el día muy cansado, aunque su salud se ha fortalecido poderosamente, si bien no toma ni fruta ni leche, a pesar de la recomendación paterna. No obstante, en la revisión del 4 de noviembre, ya había alcanzado los cuatro mil leucocitos y treinta y tres mil plaquetas.
El 7 de noviembre, domingo, asistimos todos a la Eucaristía de las 12, en Caldeiro. La gente aplaudió la presencia del trasplantado, tras tantos meses de enfermedad. Nuestro padre cantó maravillosamente, como cada domingo. Igualmente, su hijo volvería, el 10, al colegio, tras diez meses largos.
El 22, volvería al hospital para que le hicieran un encefalograma, cuyo resultado fue bueno. Pero deberá seguir algún tiempo con la medicación. Poco a poco, todos sus compañeros de hospital se iban yendo al cielo. Nuestro padre escribe: “¡Gracias, Señor, por su vida! ¡Que sea para Ti!”.
El 29, deja en su diario:
“Se puede pasar sin escribir, pero un Diario es muy útil para uno mismo y para los demás, aunque apenas digamos cosas importantes, o lo importante apenas lo expresemos”.
Como en el mismo diario refleja papá la música que escuchábamos  cada día, le pregunta mi hermano que por qué lo anota. Y le contestó:
“La música es de lo más divino que hay en el hombre. ¡Qué triste el día en que ya no se oyera a Bach, Mozart, Vivaldi, etc…!”
El 4 de diciembre, reunión de mi padre en el “San Pío X” con el grupo Paz y Comunidad. Ellos y nosotros comimos juntos en el restaurante Soria de la calle Bocángel. Esa reunión se prolongaría al día siguiente, con celebración de la Santa Misa.
No sé por qué, papá escribe, día 7:
“Parece que un simple detalle pueda dar gozo, pero, a veces, ese detalle, mal interpretado, se rebela contra el detallista.”
El 14, el padre Alfonso resalta un texto impreso en su diario agenda:
A media noche, el hombre dijo: “Ha llegado la hora de dejar mi casa y de buscar a Dios. ¿Quién me ha tenido engañado tanto tiempo?”
Dios le respondió, sereno: “He sido Yo”.
Pero el hombre nada oía. La madre dormía dulcemente, con el niño en su pecho, a un lado de la cama del hombre. El hombre, mirándoles, dijo: “¿Quiénes sois vosotros que me habéis engañado durante tanto tiempo?”
La voz de Dios volvió a hablar: “Ellos son Dios”.
Pero el hombre nada oía. Y el niño y la madre seguían durmiendo.
Dios le dijo: “Detente, necio, y no dejes tu hogar.”
Pero el hombre nada oía.
Y Dios suspiraba tristemente: “¿Por qué querrá venir a Mi, abandonándome?” 
Era un texto del poeta hindú Tagore, que comentamos en familia.
Con la proximidad de la Navidad iban viniendo los Christmas y otras felicitaciones. Con ellos se ha adornado siempre el árbol navideño. Este año, con más razón.
El 18, se celebró en la Parroquia el Festival de ancianos, en el que papá solía colaborar cantando.
El 20, hubo una charla de mi padre en el “San Pío X”. El hermano Eduardo Malvido le había invitado a hablar sobre su experiencia humana y cristiana de la enfermedad de su hijo.
El 24, viajamos todos con papá, menos mamá y él que lo haría en el Talgo. A 150 km. se nos despegó el tubo de escape y, remolcados, nos llevó la grúa hasta La Almarcha, donde lo arreglaron. De manera que llegamos a Cehegín bien tarde.
El 26, acompañado de los hijos de su amigo Agustín Hidalgo, papá hubo de regresar a Madrid para trabajar al día siguiente. A los chicos los dejó en su casa de Parla.
Como se acatarró un poco en la huerta de su chache Pedro, el padre Alfonso escribe:
“¿Por qué el dolor nos acerca más al trato con Dios? ¿Por qué no podemos hablar con Él sin hacerlo con nosotros mismos? ¿Por qué su voz sólo viene a través de los demás?”
Para continuar, el 29:
“No me conozco, Señor. Pero te agradezco que siga siendo un niño. Está resfriado, Señor. Que no se le complique, que salga pronto de su enfriamiento.”
Y el 30:
“Señor, me parece mentira este año que se acaba. Para nosotros ha sido la gran prueba del desierto. Para… Que el próximo redunde en mayor gloria tuya y bien de tus hijos.”
Y, el 31, volvería a Cehegín para pasar la Nochevieja con nosotros.
Así cierra su Diario de 1993:
“Nadie como Tú sabe, Señor, lo que ha sido este año para nosotros. Pero ¡gracias por tu amor vivificante!”

En alabanza de Cristo. Amén.

LÁMINA Y MENSAJE (88)



Jesús ante Caifás


Los cuatro evangelistas narran la escena.
Mateo dice que llevaron a Jesús ante Caifás, sumo sacerdote, en cuya casa se habían reunido escribas y ancianos. Pedro le seguía de lejos hasta el atrio de esa casa. Entró y se sentó con los criados hasta ver en qué quedaba todo. Mientras, los mandamases buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte, pero no lo hallaban a pesar de acudir muchos falsos testigos… Pero Jesús callaba. Mas, cuando en nombre de Dios se le hizo la pregunta de si él era el Cristo, el Hijo de Dios, Jesús dijo a Caifás que, efectivamente, así era. Y añadió, citando al profeta Daniel: Veréis al Hijo del Hombre, sentado a la diestra del poder de Dios, venir sobre las nubes del cielo. Y aquello fue su perdición: era reo de muerte.
Lo demás lo podéis ver en su capítulo 26.

miércoles, 29 de julio de 2015

LÁMINA Y MENSAJE (87)

Jesús, fuente de agua viva


Así como, muchas veces, movidos por el gusto o por la necesidad, tratamos de calmar la sed física con bebidas refrescantes y edulcorantes, que a la larga dan más sed; así también, la sed profunda del ser humano, que lo es de amor y de felicidad, tratamos de calmarla con aguas procedentes de otros manantiales distintos a Cristo. Con lo que nuestra sed, aparentemente calmada, se recrudece por no haber bebido de la Fuente de Agua Viva. Y eso, a pesar de que el mismo Jesús nos dice: “El que tenga sed que venga a Mí y beba, que Yo le daré de un agua que mana hasta la vida eterna”. Pues ¡ni por esas!
Y así van los hombres por ahí, con la lengua fuera.

Alfonso Gil González

VIDA DE ORACIÓN (Cap. 2)


ORACIÓN VOCAL Y MEDITACIÓN

Avancemos en este tema de los "Grados de la Oración", fijándonos, en primer lugar en la ORACIÓN VOCAL, pues es con ella con la que solemos iniciar nuestro vivir religioso, ya desde niños. Y entendamos, lo primero, su conveniencia y necesidad.
Sea pública o privada, la "oración vocal" es el Primer Grado de la Oración si, bien hecha, con ello se excita o anima nuestra devoción interior. Con ella damos a Dios el homenaje de nuestro cuerpo, usando los labios, los oídos, las manos y el corazón. Es decir, desahogamos por su medio externo el afecto interior.
En este sentido, la "oración vocal" es de una necesidad manifiesta en la celebración litúrgica, siendo ésta de más provecho, según aquellas palabras del evangelio de san Mateo (18,19-20) por las que Cristo empeña la voluntad del Padre cuando dos o más se pusieran de acuerdo en pedirle cualquier cosa, garantizando que, si se hace en nombre de Jesús, él estará entre los que así recen.
Lógicamente la "oración vocal", como dije en el capítulo anterior, no es el simple rezo, sino éste efectuado con atención y piedad, lo que supone amor, confianza, humildad y devoción, con un límite de tiempo suficiente para, como apunto arriba, excitar el fervor interior o del corazón.
El Segundo Grado de la Oración es la "meditación", entendiendo por ésta la aplicación razonada de la mente a una verdad sobrenatural que nos ayude a amar y vivir más cristianamente. No es, por tanto, ejercicio externo de nuestros sentidos o miembros, sino atención de la mente, que es la parte más sublime del ser humano.
No hay un método propiamente dicho para la meditación, sino que cada cual, apoyándose o no en la lectura, audición, espectáculo de la naturaleza, etc..., debe elegir el que mejor le empuje, y con mayor eficacia, al amor de Dios y desprecio de su torpe ego. Por tanto, la materia a meditar debe ser corta, simple y clara. En realidad, le basta con un pequeño número de pensamientos que le puedan conducir a lo importante: su perfección personal.
Los maestros de la vida espiritual, cristianos o no, recomiendan que la meditación se efectúe, a ser posible, por la mañana temprano, por la tarde antes de la cena y/o a medianoche, buscando un lugar que ayude al recogimiento y a la no distracción del espíritu. En realidad, la soledad suele ser la mejor compañera de la oración o meditación bien hecha, evitando una postura excesivamente cómoda o excesivamente mortificante, para, ni dormirse ni estar pendiente de las molestias corporales.
El tiempo dedicado a la meditación depende de las fuerzas, estímulo y ocupaciones de cada cual. Esto conseguido, estamos todavía, como digo, en el Segundo Grado de la Oración.
Continuaremos...
Alfonso Gil González

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimocuarto)



Capítulo LIV


El autotrasplante

Junio de 1993 se iniciaba con la visita al Hospital. Se le dice que pronto le extraerán la médula. El padre Alfonso escribe:
“Debo aprender a confiar en Ti, Señor, y a fiarme más de tu Palabra. Necesito tu paz y, por otro lado, tu impulso constante para el cumplimiento de tu voluntad.”
Esa extracción de la médula se va a retrasar unos días a causa de haberse estropeado el refrigerador de médulas. 
El 4, nuestra hija se cayó en el patio de Caldeiro y su madre la llevó a que le escayolaran la mano derecha.
El 6, Eucaristía en casa. En España se celebraron Elecciones Generales. 
Nuestro hijo mayor, que sigue su restablecimiento en casa, se va preparando para los exámenes de septiembre. Papá escribe, el 9:
“Es un milagro, Señor, que esté como está. Es un signo de tu amor. ¿Por qué el trasplante?”
Y es que no tenía más signo de su enfermedad que la caída del pelo, y jugaba con sus compañeros del colegio como si tal cosa. 
Mas, como, el día 11, le llamaran para señalarle la fecha de su extracción de médula, su padre, siempre temeroso, escribe:
“Sólo Tú, Señor, puedes estar a su lado, para sacarle victorioso de cualquier trance.”
El 12, papá nos acompañó a Caldeiro para la entrega de trofeos. Era, también, un día especial, pues el Papa Juan Pablo II había llegado a Sevilla para clausurar el Congreso Eucarístico.
El 13, domingo, tuvimos la Eucaristía en casa. En cambio, la Parroquia, como cada año, estuvo de excursión en Colmenar Viejo. De modo que papá anotó:
“La reanudaremos cuando nuestro hijo esté nuevamente en casa, que Tú harás que sea pronto, Señor. Si es tu voluntad, no permitas que los médicos vayan más allá de lo que le conviene. ¡Gracias!”
El 14, tras despedirse, nuevamente, de sus compañeros del Colegio, ingresó por la tarde en el Hospital de la Princesa. Esta vez, en la habitación 901. Le hicieron un análisis de sangre, y cenó. A las 8 de mañana del día siguiente, 15, entró en el quirófano. Le extrajeron su médula ósea. A las 12, estaba en su habitación. El confía en la oración de su padre. Con él pasó el día. Su madre, por la noche.
“Mañana, si es tu voluntad, volverá a casa a reponerse nuevamente. ¡Bendito seas, Señor, por este hijo que tanto ha sufrido en tan corto tiempo! ¡Hazlo tuyo totalmente y será feliz!”
El 16, en la Plaza de Colón de Madrid, el Papa dio por terminada su estancia en España. Había inaugurado la Catedral de la Almudena, en la que canonizó a Enrique de Ossó.
El 17, el padre Alfonso escribe:
“Se entristeció al saber que, mañana, tiene que ingresar de nuevo en el Hospital para prepararse al trasplante. Yo también me disgusté, Señor, y fui a preguntar por qué tan pronto. Pero me dijeron que ahora tendría cama. El único consuelo es que Tú no lo dejarás ni de día ni de noche. ¡Que pase pronto y felizmente esta pesadilla, Señor!”
Sí, fue a ingresar en el Hospital, pero tuvo que volverse a casa, al no funcionar el aire acondicionado de la habitación que debía ocupar. Todo es providencial. Dos días más para que juegue a la pelota y monte en bicicleta, eso sí, sin médula. ¿Hay explicación?
El 21 quedó ingresado. Aislado. Pero, hoy, todos estábamos tristes por el atentado perpetrado en Madrid, en el que, como siempre, han caído víctimas inocentes. Mi padre escribe en su diario:
“Sé que vengarás toda sangre derramada, pero ¿cuándo?”
A causa de la medicación, se encuentra nuevamente atacado. Además, se le efectuó un punzamiento en la espina dorsal y un electrocardiograma. A consecuencias del tratamiento, al segundo día de estar allí se quedó como amodorrado. Así es que el padre Alfonso, el 24, al cumplirse el 43 aniversario de su Primera Comunión, escribe en el diario:
“¡Qué buenos amigos éramos! Jamás se rompió esta amistad. Tu amor, infinito; el mío, limitado. Pero nunca ha dejado de ser mutuo. ¡Gracias, Señor!”
Y volvió a recuperarse, sin vómitos, sin fiebre. Tras el ciclo de pastillas que hubo de tomar. Prácticamente, se lo pasa durmiendo. 
“Sí, Señor, él está cargando con su cruz, ya tan joven. Pero nada podrá si Tú no le ayudas. Aumenta su fe, la mía y la de toda la familia.
¡Con qué pena te pide y suplica no sufrir más! He hecho por aliviarle, pero Tú eres la salud. Que vea tu mano poderosa para que de por vida Te alabe. No defraudes la petición de un niño.”
Y añade en el día 28:
“¿Verdad, Señor, que no permitirás su destrucción? Por el amor de Abraham, tu siervo; por el amor de Jesús, tu Hijo, confirma desde ya su salud, y haz que te glorifique incesantemente de palabra y obra.”
El 29, festividad de San Pedro y San Pablo, se le hizo el autotrasplante. Al día siguiente, nos parecía increíble la situación tan positiva de nuestro hijo. Parecía un espejismo. Y, una vez más, su chache Pedro se presentaría desde Cehegín para estar con él los días que sean necesarios.



El mes interminable

Julio de 1993 lo empezaba con la bajada de plaquetas. Cuando estuvieran a cero, o casi, su nueva médula tendría que reaccionar positivamente. Se halla muy bien de fuerzas y de ánimo. Pero el padre Alfonso escribe: 
“Sé, Señor, que puede entrar en una situación delicada. ¿Es mucho suplicarte que lo libres de toda complicación y que lo mandes pronto a casa? Sí, ¡hágase tu voluntad, pues no es posible que tu voluntad sea el dolor, la enfermedad y la muerte!”
Y pide también por su otro hijo, que lleva unos días preocupado en demasía por su salud.
Para estar con el mayor, que sigue estando bien, se turnan mi madre, la abuela Flora, el chache Pedro y mi padre. Papá aprovecharía, el día 3, para dar un paseo con nosotros y nuestro tío Franco. Aunque increíble, llovía y hacía un frío propio del otoño.
Se le ayuda con plaquetas tras su autotrasplante. Aunque sigue entero, se halla bajo de defensas y, el día 6, se le ayuda con dos bolsas de sangre. El padre Alfonso escribe:
“Nos resulta todo un misterio, Señor. Estamos deseando tenerlo en casa, y no volver jamás por tal motivo al Sanatorio. Yo sé que Tú lo puedes hacer y quieres hacerlo.”
Efectivamente, al medio año justo de su ingreso en el Hospital, nota sensiblemente el paso de una médula anterior a la suya misma renovada. Aún así, el 8, papá escribe:
“Esta noche, Señor, estoy desconcertado. Acuérdate de quienes han sido sus compañeros de hospital. Y sigue fortaleciéndole como hasta hoy, para que te glorifique en su vida. Ayuda a su madre, que la veo muy nerviosa. Que se centre en Ti y en tu amor. Que sea feliz.”
Pero, al día siguiente, anota en su diario:
“¿Qué quieres que te escriba hoy, Señor? Se me hace insoportable verle preso de un tratamiento médico y con el terrible peligro de una equivocación, de un fallo, de un no llegar o no poder por falta de energía. De modo que Tú, que eres la máxima energía, sácalo victorioso y pronto de esa prisión. Eres Tú, no yo, quien puede hacerlo. Si yo pudiera… lo haría.
No es necesario que Te recuerde, Señor, lo que dijo esta tarde –día 10-. Ni el más cruel de los padres dejaría de conmoverse. Sé que nada se te escapa. Pero, si tus caminos no son nuestros caminos, danos luz para entender, y fe para aceptar con alegría. Yo creo, Señor, pero necesito que sostengas mi fe y la suya, y la de su madre, y la de los niños. Y, juntos, te alabaremos día tras día.”
Y añade, el 11:
¡Qué largo es el tiempo en un hospital, Señor! Es tan grande el dolor de ver a un hijo allí encerrado, que apenas salen las palabras, al menos, para hablar con los hombres. Hablo contigo, Señor, porque es lo único a lo que podemos asirnos en momentos así. Ten misericordia, Señor,  y sácalo pronto y bien del sanatorio.” Avanzaba, pero muy flojo. Así tendrá que estar unos días más.
El 14, dijo el médico que ya le iban subiendo las plaquetas. Mientras, sus compañeros de planta marchaban al cielo poco a poco. Mi padre, perplejo, apunta el 16:
“Yo sé que la salvación está en un Sí sin reservas a tu amor, Señor. Y que quiere darte ese Sí. ¡Gracias por lo bien que se encuentra! Que vuelva pronto a casa, ya repuesto con fuerzas para reponerse entre nosotros.
Este hijo tuyo ya está saliendo de su “Egipto”. Haz que llegue a la “tierra prometida” de su plena salud, para alabanza tuya y gozo de todos. Que nada, fuera de Ti, tenga poder sobre él, que no sea engañado, que no se vea defraudado, que no cometan con él ningún error los del equipo sanitario. Y, ahora, ayuda especialmente a  su hermano, que pasa unos días de convivencia en Godella.”
El 18, domingo, el padre Alfonso le llevó la Comunión a su hijo. Al siguiente día, yo cumplía 9 años. Dos días después, marché a Cehegín. Sigue su restablecimiento, deja de ser alimentado parenteralmente, y come con normalidad. De tal modo, que papá escribe en su diario:
“¡Qué bien está, Señor! Necesita, eso sí, que le suban las plaquetas y los leucocitos.”
El 25, mi padre se acercó a El Corte Inglés para comprarle un compás. Eso le da pie a decir:
“¿Cómo puede comprarse la salud, si no es confiando en ti, Señor? Que su fe y tu gran misericordia le devuelvan la salud perdida.”
Sigue lentamente su recuperación. El Dr. Cámara, que le atiende, dice que se encuentra bien, pero necesita producir las defensas necesarias para salir a casa. Y mamá y su hermano, que ya regresó de Godella, fueron, el 28, a venerar la reliquia de San Pantaleón, cuya sangre se licua una vez al año. Su hermano comenta que el Señor ya ha probado demasiado nuestra fe. Y, curiosamente, cuando siente tener fiebre, le suben sus defensas al cerrarse el mes de julio. Aún le quedará medio agosto de hospital.

Para alabanza de Cristo. Amén.

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 3






El Bolero de Ravel


Estamos en la sala de conciertos de la Filarmónica de Munich. El público la llena completamente. Hay expectación, porque el director es, nada menos, Sergiu Celibidache, que entra al hemiciclo ayudado por los propios componentes de la orquesta, pues apenas se sostiene en pie, a pesar de que no es demasiado mayor. Estrecha la mano del primer violín, como es de protocolo, y se sienta en una silla alta para dirigir el “Bolero” de Maurice Ravel. Se hace un silencio sepulcral y empieza el caja a marcar un ritmo acompasado que va a mantener durante los 22 minutos que dura la obra. 
La Filarmónica de Munich, plena, inicia el bolero con la melodía de la flauta que, van a repetir, uno tras otro, los demás instrumentos: el clarinete, el fagot, el requinto, el oboe, la trompeta con sordina, el saxo, el saxo tenor, el flautín y la trompa, el trombón, los violines etc… Mientras, la orquesta, acompaña al caja con un persistente pizzicatto. Poco a poco, la cuerda total se suma a la melodía, dando paulatina y ordenada entrada al resto de los músicos, hasta llegar a la plenitud sonora, a la apoteosis musical, donde lo simple –la melodía sempiterna- y la complejidad armónica estallan en un final asombroso, despertando uno de los aplausos más sonoros que yo haya escuchado nunca, mezclados de vivas y bravos al director, que se ve obligado a saludar una y otra vez y a levantar a los músicos para que, igualmente, saluden y sean aplaudidos. A Celibidache se le entrega un enorme ramo de flores, mientras la ovación se torna interminable. Ovación excepcional para un genial director, nacido en Rumanía en 1912 y, desgraciadamente, ya fallecido -1996-, que ha dado inmortal vida a este Bolero del compositor hispano-francés. Joseph Maurice Ravel, nacido en 1875 y finado en 1937, se ha hecho más famoso por esta pieza de estudio orquestal que por el resto de su importante obra, casi toda ella pianística, obteniendo el doctorado por la Universidad de Oxford. Pero de sus piezas para piano hablaremos en otra ocasión.



Alfonso Gil González



martes, 28 de julio de 2015

VIDA DE ORACIÓN (Cap. 1)


LOS GRADOS DE ORACIÓN

Amigos, soy consciente de que este es un tema como, mínimo, raro o extraño, en un mundo que apenas da valor a la trascendencia, y que se mueve, cada día, por disfrutar de la vida en la medida de lo posible, casi sin más preocupaciones que las de comer, trabajar, dormir y retozar. Estos cuatro verbos se podrían resumir en dos; los otros dos están a su servicio.
No obstante, pienso que el ser humano es algo más, mucho más, infinitamente más. Y para conseguir en plenitud ese "infinitamente más" tiene un medio poderosísimo al alcance de su mano, cual es la Oración, que no es el simple rezar, que no es el instinto de agarrarse a un clavo ardiendo cuando no se

sabe cómo salir de una situación o para acceder a una situación más favorable. No. 
Ya san Gregorio Niceno -os recuerdo que en Internet hay bastante información sobre este personaje cristiano- dejaba escrito que LA ORACIÓN ES UNA CONVERSACIÓN O COLOQUIO CON DIOS. Por otra parte, el franciscano san Buenaventura la definía como EL PIADOSO AFECTO DE LA MENTE DIRIGIDO A DIOS. Estas dos definiciones las dejaba fusionadas nuestra santa Teresa de Jesús al decirnos que la oración es un HABLAR a solas DE AMOR CON AQUÉL QUE SABEMOS QUE NOS AMA.
Cuando nos atrevemos a coger y abrir el Evangelio, podemos tropezarnos con este versículo lucano (18,1): ES PRECISO ORAR EN TODO TIEMPO Y NO DESFALLECER. Los grandes maestros del espíritu escribieron páginas y páginas sobre cómo conseguir ese consejo evangélico de, por una parte, "orar siempre, en todo tiempo", y, por otra, el "no desfallecer". Pero el hecho es que algunos lo consiguen, y yo he conocido a alguno de esos algunos.
Cuando los discípulos de Cristo entendieron que, sin Él, no podían hacer nada, pidieron al maestro les enseñara a orar, y él nos dejó un maravilloso método de oración: el PADRENUESTRO. Oración que los que la rezan corren el riesgo de trivializarla con la rutina, con la no fijeza en los pasos que en ella se expresan como escalones hacia lo perfecto. En cambio, quienes paran mientes en su sentido, y no la comen sino con pausada degustación, saben de su extraordinario provecho. Sin embargo, no quiero ahora hablaros sobre la oración dominical.
Quiero hablaros sobre la ORACIÓN, sin la cual es imposible llegar a la santidad. Quiero hablaros de la Oración simplemente, de la que san Pedro de Alcántara decía que a ella están abiertos los cielos, a ella se descubren los secretos, y a ella están siempre atentos los oídos de Dios. De ahí que afirmara su amiga Teresa de Ávila que quien no hace Oración está perdido.
Continuaremos...
Alfonso Gil González

LÁMINA Y MENSAJE (86)

Jacob viendo la túnica de su hijo José


En Génesis leemos la historia del patriarca José y sus hermanos envidiosos. Una de cuyas fechorías fue la de manchar con sangre animal la túnica de su hermano y remitirle a su padre Jacob para que éste creyera que había sido despedazado y muerto por una fiera del campo. Podemos imaginar la terrible sorpresa dada a su común padre por aquellos desalmados.
La historia de José está narrada con sentido didáctico y sapiencial, sin pérdida de su historicidad, encajada en época de los hiksos, en una narración colorista y de pequeños detalles que le dan un valor excepcional dentro del conjunto del mensaje salvífico de la Biblia veterotestamentaria

Alfonso Gil González

LÁMINA Y MENSAJE (85)



 

Jacob luchando con el ángel


Leemos en Génesis 32 que Jacob estuvo luchando con alguien toda la noche, hasta rayar el alba. Pero viendo este personaje que no vencía a Jacob, le tocó en la articulación femoral y le dislocó el fémur. Pero, aún así, Jacob no le soltó hasta no ser bendecido por su contrincante. Éste le dijo que, en adelante, ya no se llamaría Jacob sino Israel, pues había sido fuerte frente a Dios y frente a los hombres. 
Y a ese lugar le llamó Penuel, porque había visto a Dios cara a cara. Como Jacob quedó cojeando, los judíos no comen el nervio ciático que está sobre la articulación del muslo.

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimotercero)



Capítulo LIII


Luces y sombras

Como mamá sigue en el Hospital, está inquieta, sufre y, sin querer, hace sufrir. Papá pide igualmente por ella, para que el Señor le ayude en la prueba que ha de pasar.
Nuestro hijo va muy despacio en su recuperación del tercer ciclo de quimioterapia. Si el dolor es un enigma, para él lo está siendo mucho más, pues no entiende que el Señor sea capaz de probarle tanto. El padre Alfonso añade: “Y esto tengo claro: si Tú puedes remediarlo, ¡hazlo!”
21 de abril de 1993.
“Te doy gracias, Señor, por la conversación mantenida, esta tarde-noche, con él. Dale siempre tu luz para que viva luminosamente. También lo he encontrado algo mejor que ayer.”
Por otra parte, mamá, que está en vísperas de operarse, tuvo muchas visitas, al igual que su hijo.
Día 22.
Después de 16 años de la primera intervención quirúrgica de su tiroides, mi esposa ha sido intervenida hoy para extirpárselo por completo. Diagnóstico: carcinoma papilar. Salió bien. Para ella, era nuevamente el inicio de un largo calvario, cuyas consecuencias le durarían de por vida.
Nuestro hijo, que parece estar mejor respecto al ciclo que ha soportado, sigue aquejado de un flemón endurecido, al que tendrán que hacerle un escáner. Papá dará gracias por la mejoría de los dos.
Día 23.
Pasa el día en el Sanatorio con mamá y con su hijo. Escribe:
“Gracias a ti, Señor, siguen recuperándose perfectamente.”
Su hermano marcharía a Pamplona con el grupo de “Zagales” del Caldeiro, para unas jornadas de convivencia. Ese mismo día, papá agradecerá al Señor la llamada telefónica de su amigo Pepe Mora, desde Huelva, con quien dialogará sobre la lección de la realidad y el camino del cielo.
Día 24.
Como ayer y anteayer, el padre Alfonso pasó el día en el Hospital de la Princesa con mamá y con su hijo, que continúan favorablemente su evolución clínica. Eduardo Malvido, hermano de la Salle, le llevó dos ejemplares del n.102 de la revista SINITE, y un paquete de separatas de la intervención que en ella hacía papá sobre el uso de la Biblia en una familia cristiana. Comentará después:
“Todo va mejor, Señor. Gracias porque, en medio de la soledad del lago, he sentido que me decías que no temiera, que Tú estás cerca (Juan 6,16-21)”.
Día 25.
Era domingo. Mi segundo hijo  volvía, resfriado, de las convivencias en Pamplona. Mamá y nuestro hijo mayor seguían bien y mejorando. Escribe papá:
“Esa es nuestra confianza, Señor: que la muerte, que Tú venciste, no tenga poder con nosotros. Por eso, quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída (Lucas 24,13-35). Y que te reconozcamos siempre en la misericordia con los demás.”
Al día siguiente, a mamá le dieron el alta y volvió a casa, ya quitados los 19 puntos-grapas de su cicatriz, que tanto habían impresionado a mi hermano enfermo, cuando subió a verlo. Seguía mejor de su impresionante flemón y de todo lo demás. Y recibimos el informe del equipo de oncología, confirmando la excelente respuesta que dio al tratamiento de radioterapia.
Día 27.
“Gracias, Señor, por la evidente mejoría de mamá y el restablecimiento de nuestro hijo! Ambos, Señor, tienen hambre de salud, pues, sin ella, poco pueden hacer en pro de tu Reino. Sin Ti, el dolor es un abismo fatal. Contigo, el dolor no debiera tener más importancia que ser instrumento para nuestra mejor entrega al Evangelio.”
Día 28.
60 cumpleaños del  chache Pedro que, por primera vez en su vida, celebra en Madrid, junto a su sobrino enfermo, al cual han punzado en el pecho para un nuevo análisis de su médula. Pronto volverá otra vez a casa.
Día 29 de abril de 1993.
Está bien. Debe recuperarse en casa lo mejor posible y pronto. El chache Pedro recibió una tarta del Motolite y un saco de habas que le envió la chacha Paquita desde Cehegín. Como a nosotros no deja de ayudarnos la gente, con todo tipo de atenciones, escribe mi padre:
“Gracias por todo, Señor. Todo viene de tu mano. Todo lo bueno, porque Tú eres la Bondad. Si Tú quisieras, ya no tendría que volver al Hospital.”
Y es que, al día siguiente, mi hermano salía nuevamente del Hospital. A mamá, que había ido a revisión, le dieron un tratamiento de por vida para suplir su tiroides.
Volvía la lectura de papá en familia, cuando nos acostábamos, y el correspondiente diálogo con nosotros. Y la felicidad de estar todos juntos en casa. Y la música volvió a sonar. Y se iniciaba un hermosísimo mes de mayo, mes de María, mes de las flores, mes de alegría.



Las visitas de Jesús

Mayo de 1993 lo pasaríamos todos juntos en casa, con salidas esporádicas para su revisión – tratamiento en el Hospital. El padre Alfonso, más conforme, tiene una serie de apuntes en su diario que reflejan esta situación privilegiada:
“Señor, sé Tú el buen pastor de esta casa y de cada uno en particular.”
El chache Pedro regresaría a su casa de Cehegín.
La enfermedad, por sentirla tan de cerca, aguijonea nuestra pereza espiritual, planteándonos otros esquemas y modos de configurar la fe. Y papá escribe:
“Con ser la Resurrección el tema central y fontal del mensaje cristiano, no resulta nada evidente  a este mundo de la tierra. Se vive y se muere con miedo. Es fácil llamarse cristiano. Lo difícil es ser llamado así. Señor, que tomemos conciencia del conocimiento que tienes de cada uno de nosotros, y del que debemos tenerte.”
El 4, va a consulta de máxilofacial y, al día siguiente, a una prueba de anatomía patológica. También para mamá. Le punzaron tres veces la mandíbula. De resultas, tuvo fiebre. Mi padre exclama: “Señor, confío en Ti, pero el dolor sigue al acecho del muchacho. ¿Hasta cuándo?”
El 7 le hicieron un punzamiento lumbar, y se pasó el día con vómitos y fiebre. Ello obligó a papá a escribir: 
“No sé si me faltará fe. Pero no pretendo hacer las obras que te son propias, Señor. ¡Hazlas Tú, para que no haya la menor posibilidad de vanagloria!”
Las visitas y llamadas se suceden casi ininterrumpidamente. Pero la visita que no falta, cada día, es la de Jesús Eucaristía. El 10, escribe en su diario:
“Es curioso que seamos templos de Dios y, a veces, estemos tan deteriorados corporalmente. Si hemos de morir, Señor, que lleguemos a esa meta con la satisfacción de haber vivido realmente, eficazmente, provechosamente, amorosamente, verdaderamente. Y sé Tú nuestra eterna plenitud.”
“Todo sigue mejor, anota el día 13. El milagro de la vida continúa. Porque la vida misma es el milagro. A veces, buscando otros muchos signos y prodigios, nos olvidamos de lo principal, que va dentro de nosotros”. 
El día 15 era sábado. Mira cómo reflexiona:
“A veces, Señor, me siento muy extraño. Sobre todo, cuando no hago nada especial. Es una tragedia que el tiempo pase… y todo siga igual o casi. Me agradaría que esta casa fuera algo más que casa. No sé si por todo lo pasado este tiempo atrás, pero me encuentro sin energía interior, sin la ilusión de mis años jóvenes. Aunque, en el fondo, sé que me requeman las entrañas, y que todo es posible mientras eso suceda. ¡Gracias, Señor!”
Los días, con nuestro hijo en casa, se nos pasan volando. Quizá por el temor humano a cuando tenga que reingresar en el Sanatorio. Acordándose de ello, mi padre dice:
“Todo este tiempo, Señor, me parece una larguísima pesadilla. Necesitamos despertar y sentirnos de nuevo felices, siendo Tú el motivo y centro de nuestro vivir.”
El 19, mamá recibe el informe médico de su operación: neoplasia papilar. Papá escribe en su diario:
“Puesto que la enfermedad no es tuya, Señor, y sí la salud, ¡haz que no parezca que ella puede sobre tu don!”
Al día siguiente, punzan de nuevo a su hijo en el Hospital, y le señalan día para extraerle la médula: el 8 de junio. Mi padre, que ha ido a la consulta de la Dra. Pardo, pues le tienen que poner nuevos cristales en las gafas de cerca, exclama: “Con tu ayuda, Señor, pronto estaremos fuera de todo peligro. ¡Gracias!”
El 24, se somete a una radiografía y a un electrocardiograma, mientras nuestro tío Gonzalo, hermano de mamá, ingresa en La Paz con úlcera de duodeno sangrante, de la que será intervenido al siguiente día.
Pero entre las visitas de Jesús Sacramentado, habrá una muy especial: la de la Primera Comunión de su hermana, el día 29. Dos días antes, mamá visitó al Dr. Pozuelo, que le manda hacerse unas pruebas radioactivas.
Como digo, el 29, en la Parroquia de Nuestra Madre del Dolor, en la Capilla del Colegio Caldeiro, recibía por vez primera a Jesús Eucaristía. Vino toda mi familia ceheginera, y nuestros amigos del pueblo. Y, naturalmente, asistió, con mis padres y hermano segundo, mi hermano mayor. Papá anotaría:
“A nuestra hija el Señor la colmó de su Espíritu, y la gente de regalos de todo tipo. ¡Gracias, Señor, por este hermoso día! ¡Que ella y sus hermanos sean enteramente tuyos!”
El mes de la Virgen se cerraba en paz y con la noticia de que se le adelantaba la fecha de su extracción de médula. Escribe papá:
“Gracias, Señor, si todo es según tu voluntad y, por tanto, para su bien!”

En alabanza de Cristo. Amén.

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 2


Concierto para piano, de Robert Schumann


Oía desde la calle unas melodías de puro romanticismo. No pude entrar en el Auditorio. Al acabarse la obra interpretada, tuve la suerte de ser informado por un amigo, que sí pudo entrar a tiempo y gozar de semejante espectáculo. Se trataba del Concierto en La menor para piano y orquesta. Me dijo que ésta era judía, pues algunos componentes varones llevaban su cabeza tocada con esa especie de solideo que usan nuestros obispos, y que la sala estaba adornada con banderines del estado israelí, seguramente conmemorando alguna efemérides nacional. Natural.
Del director no me supo decir más que que llevaba una chaqueta blanca, que usaba gafas y que era de mediana edad, ni joven ni mayor. Al decirme lo de la chaqueta blanca, me vino a la memoria el abucheo que recibió una orquesta en Madrid por haberse quitado los músicos la chaqueta a causa del excesivo calor. Y es que el público es exigente y, a veces, inmisericorde. –Pero, hombre, ¿no llevas ni siquiera un programa de mano?
En cambio, del solista de piano si me informó con cierto detalle, pues ya lo había visto en alguna otra ocasión. Se llamaba Amir Katz, jovencísimo, vestido de riguroso negro. Este joven intérprete, me dijo, era judío también, que, en opinión de los que salían del Concierto, era un pianista de técnica depurada, sacando sonoridades relevantes a una música de por sí bellísima, haciendo una actuación guiada por la más neta sensibilidad artística. El caso es que yo notaba en el rostro de los que salían de aquella sala de conciertos una clara expresión de agradable satisfacción. Y me alegré por ellos tanto cuanto deploré no ser yo uno de esos afortunados.
-¿Tú sabes quién era Schumann?, le pregunté a mi amigo. Pues no te viene mal que conozcas su origen alemán. Se llamaba Robert Fernando Albert Schumann y había nacido en 1810, falleciendo 46 años más tarde. Si el siglo XIX dio románticos al mundo, Schumann es de los principales. Aunque no he tenido la suerte de escuchar, como tú, su Concierto para Piano, sé que lo compuso para su esposa Clara, que era eminente pianista, y que lo estrenó en Leipzig en 1846. Precisamente, gran parte de la fama que adquirió Robert Schumann la debe a su querida esposa, que le fue fiel en vida y en muerte, a pesar de los galanteos de su común amigo Johannes Brahms. Tendremos ocasión de hablar de él.

Alfonso Gil González


He aquí un ejemplo de este Concierto, aunque con otros intérpretes



lunes, 27 de julio de 2015

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 1



Concierto para piano n.1 de F. Mendelssohn


He aquí uno de los conciertos de los que se ha dicho que tiene más notas que música. ¡Pobre oyente! Posiblemente, lo único que conozca de Mendelssohn sea su archifamosa “marcha nupcial”. Lo cierto es que este concierto para piano está lleno de virtuosismo. Es un ejemplo de belleza clásica, si tenemos en cuenta el rigor de su construcción. Encantador diálogo entre piano y orquesta en sus tres consabidos movimientos. Además, es de esas obras que, por buenas, si breves, dos veces buenas. Dura escasamente 22 minutos.
Mendelssohn, cuyo nombre completo es Jacob Ludwig Felix Mendelssohn Bartholdy, era un judío converso al protestantismo, que había nacido en Hamburgo (Alemania) el 3 de febrero de 1809. Por cierto, tiene una sinfonía titulada “Reforma” que hace honor a su nueva fe cristiana. Contemporáneo de Liszt, Wagner y Berlioz, no se deja ganar por ninguno en su popular romanticismo. Su obra, de la que este concierto el la op.25, es importantísima en cantidad y calidad. Es uno de los compositores que se permitían el lujo de escribir por amor al arte, y nunca mejor dicho, pues, procedente de familia rica, no precisaba de la música para sobrevivir. Quizá, por ello, su música sea tan deliciosa.
En esta ocasión, la orquesta que contemplaban mis ojos y escuchaban mis oídos era la de Gewandhaus de Leipzig, al frente de la cual estaba Kurt  Masur, hombre con poco cabello, y éste y la barba casi  níveos. Director alemán, nacido en 1927, que, en un principio, estaba de parte de la Alemania del Este, pero, tras ver cómo se perseguía a un músico callejero, precisamente en Leipzig, abandonó sus principios socialistas. Tiene la costumbre de dirigir sin batuta, cual si se tratara de una masa coral, y lo hace muy bien.
Por otra parte, el solista del concierto, Peter Rosel, es otro músico alemán, nacido en Dresde en 1945. Pianista desde los 6 años de edad, realiza sus intervenciones en casi todos los grandes festivales del mundo, y con las más insignes orquestas, utilizando un flamante instrumento de la prestigiosa casa Steinway & Sons. Por tanto, en realidad, este es un concierto netamente germánico. La sala del concierto, nada especial, si se tiene en cuenta que, a medida de su grandiosa música, Alemania cuenta con Auditorios parejos al arte espiritual por excelencia. Estamos todavía, en este sentido también, lejos de Europa.

Alfonso Gil González

He aquí un ejemplo de este bello Concierto, aunque con distintos intérpretes


domingo, 26 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimosecundo)




Capítulo LII


Semana Santa en Madrid

Ya todos en casa, se reanudan las lecturas espirituales de la noche. Es curiosa la nota que pone el padre Alfonso, el 24 de marzo de 1993, tras pedir al Señor por un amigo fallecido:
“¡Gracias!, porque nuestro hijo sigue muy bien, y, si no debe volver al sanatorio, a no ser para tu gloria, debes manifestarlo claramente. ¡Que sería una pena curar a un sano!
Se le van pasando los días de casa. Se encuentra bien. La ignorancia del porqué de su tratamiento hace que no entendamos el que tenga que volver al Hospital. Pero, ¡gracias, Señor!
Parece mentira, Señor, lo bien que se encuentra. ¡Gracias! Todo esto que nos está pasando debe hacernos más buscadores de Ti, de lo que realmente Tú eres para los hombres, para nosotros.”
El 27, hace un pequeño balance de la situación, y siempre reacio al regreso de su hijo al Hospital:
“Hace dos meses, ya no daba señales de su enfermedad. Aún así, ha tenido que continuar el tratamiento en el Hospital, con breves estancias de descanso en casa. De hecho, hoy se acercó por primera vez a Caldeiro. Pero, pasado mañana, Señor, tendrá que volver al Sanatorio, y, si Tú no lo dices claro, le tendrán que reingresar, porque los médicos se lo han propuesto.”
Es de imaginar lo corto que se le haría a nuestro padre el tiempo de estar mi hermano en casa. De hecho, al día siguiente, 28, que era domingo, y celebró la Eucaristía en casa, tras hacernos ver lo significativo de las lecturas litúrgicas de ese día (Ezequiel 37,12-14; Romanos 8,8-11 y Juan 11,1-45), añade en su diario:
“Mañana vuelve al Hospital, Señor, no entendiendo que sea así, a pesar de haberle Tú sanado. ¿O es que no le has sanado? Así tengo que hablarte, pues necesitamos una señal evidente que convenza a los médicos.”
Día 29.
“De nuevo en el Hospital, para someterse al tercer ciclo de quimioterapia. Señor, no sólo a él. Tú conoces y amas a todos los enfermos que con él están. Manifiéstate en sus vidas. Tú eres un Dios de vivos, no de muertos, y sólo los vivos pueden glorificarte en la Tierra. Tú que puedes, haz lo que está de tu parte.”
Día 30.
“Esta vez, el catéter se lo han puesto en el lado izquierdo del pecho. Mucho mejor. Señor, cuando lo contemplo, lo veo como en un laberinto. Si Tú lo llevas de la mano, saldrá felizmente. Hasta ahora, así es, y te doy gracias por ello. Cuando salga, podrá ayudar a otros a que Te cojan de la mano confiadamente.”
Sé que estos escritos del padre Alfonso también llevan esa intención: ayudar a otros, a enfermos y familiares, a que confíen como él confía, y no quedarán defraudados.
Día 31.
“Parece como si los médicos tuvieran prisa por el tratamiento, que hoy lo reinició con regular talante. Ha vomitado mucho. ¿Qué quieres que te diga, Señor? Sí, Jesús. El dolor es muy frecuente en la vida. Tú, que eres el vencedor de todo mal, ¡ten piedad de nosotros!”
Día 1 de abril.
“¿Tú crees, Señor, que lo que hacen es lo correcto? Hoy, como ayer, lo encuentro algo raro. ¡Sería una pena que te pusiera a prueba un error médico! Tú sabes lo que quiero decir, aunque sé que nada debe temer estando en tus manos. ¡Ayúdale decisivamente! A él y a todos, pero es que es él a quien me has confiado en este mundo…”
Y termina apoyándose en el evangelio del día: “¡Que tu Palabra nos mantenga vivos por siempre! (Juan 8, 51-59)”.
El 2 de abril de 1993 era Viernes de Dolores. Papá, que había ido al trabajo, como cada día, al volver al Hospital, escribe: “En pleno tercer ciclo, que acabará el Domingo de Ramos. Después, la bajada de sus defensas y plaquetas, y su posterior subida.”
Era el parte médico, que seguía minuciosamente. Luego, pasa a una reflexión cristiana:
“Este año, una Semana Santa de verdad, configurándose con Cristo sufriente y triunfador a un tiempo. Días para las reflexiones más profundas del ser humano. ¡Gracias, Señor, por tu amor!”
Al día siguiente, 3 de abril, lo pasó en el Hospital. Anota: “La quimioterapia le está influyendo en la parte de la cabeza que recibió la radioterapia. Él se encuentra con buen ánimo. Comulgamos.”
Día 4, Domingo de Ramos:
“Es muy confortante que Tú te hayas acercado tanto al hombre. Y muy interpelante. Y, no obstante, sigues misterioso, arcano, y nos obligas a replantear continuamente los conceptos que, a nuestra medida, de Ti tenemos los hombres. No tiene más apoyo que tu hijo Jesús, que no filosofó sobre Ti, sino que Te dio a conocer a través de su misericordia para con todos. ¡Esa misericordia es la esperanza suya y la nuestra!”
Esta Semana Santa no iríamos a Cehegín. En cambio, el chache Pedro estaría con él todo el tiempo posible. Juntos la viviríamos en Madrid. 
“Tu cruz, Señor, se prolonga en la él y en la de todos los enfermos. Principalmente, de los que sufren sin saber por qué, sin entender cómo, de la noche a la mañana, puede perderse la salud. Pero también experimentan tu amor, el gozo de volver a la vida, el gozo de tu paso salvador.”
El Martes Santo, hace una oración que considero sublime:
“No hay nada en el ser humano, no hay nada en mí que pueda obligarte, Señor, a que te vuelques misericordiosamente sobre él y sobre cuantos sufren. Nos amas porque eres amor. No me atrae de Ti quién eres, sino el cómo eres, que lo uno y lo otro se funden en Ti, y en tu hijo Jesús, por quien me atrevo a acercarme a Ti, a llamarte Padre y a pedirte que tu voluntad se manifiesta en él y en cada uno de nosotros.”
Al día siguiente, mi hace media jornada laboral, pasando toda la tarde con su hijo en el Sanatorio. Y escribe:
“Aunque rodeado de gente, Señor, el enfermo soporta, solo, la enfermedad. Y las mil y una preguntas sobre su futuro. Y presiente que sus proyectos se le derrumban. Y no logra entender casi nada de cuanto sucede y de cuanto se le dice para consolarle. De modo que eres Tú, Señor, quien debe hablarle, y darle luz, y manifestarle la verdad de su vida.”
El 8 de abril de  1993 era Jueves Santo. A las 7 de la tarde, el vicario episcopal, José Varas, celebró la Eucaristía en el Capilla del Hospital. Y, luego, subió a la planta sexta para verle. Al salir de la habitación, dijo a papá que contara con sus oraciones. Pero el padre Alfonso escribió en su diario: 
“Eres Tú, Señor, quien debe contar con ellas. A Ti se te dirigen las súplicas, no a mí. Porque Tú puedes hacer lo que ni yo ni nadie de este mundo puede. Decía nuestro hijo que hubiese querido llevar un paso en las procesiones. Pero ¡menudo “paso” está llevando desde hace meses!”
Día 9, Viernes Santo.
“Ha soñado con las procesiones de Cehegín, todo el día. Bajo de plaquetas, le están subiendo ya los leucocitos. Se halla bien, Señor, y te lo agradezco. Ha comulgado.”
Como ayer y anteayer, pasa todo el día con su hijo. Al salir al pasillo, mi padre cogió frío. Como el enfermo cumplía cuatro años de su Bautismo, papá escribe:
“Que sea tuyo, Señor, en este mundo, para tu gloria y bien de los demás hombres.” 
Día 11, Domingo de Pascua.
Por encontrarse resfriado, hoy ha sido el único día que no pudo estar con él que, desde anoche, está en plena bajada de plaquetas. No volverá a casa hasta que recupere un mínimo. Y papá deja escrito en su diario:
“Sí, sé que a Ti se te debe pedir la vida, pues nadie puede darla sino Tú. Y esa es tu voluntad: que confiemos en Ti, que nos fiemos de Ti… Si no, ¿cómo creer que has resucitado?”



Tentación política y doble cruz

El 12 de abril de 1993, el padre Alfonso vuelve al trabajo, y su hijo sigue con fiebre y muy decaído. Cuando, al regresar del trabajo, visita a su hijo y le acompaña a que le realicen una radiografía del tórax, deja escrito:
“Ya no te digo nada, Señor, porque bien sabes Tú lo que pasa antes que nadie. Sé que eres el Fiel.”
Por aquel entonces, papá recibía comunicaciones de una tal Alicia, que era una señora muy buena cristiana e inquieta, para que se inmiscuyera en política. Creía esta buena alicantina que, si mi padre se metía en política con la “rasera del Evangelio”, según sus palabras, todo iría mucho mejor en España. Pero el padre Alfonso no estaba para esos trotes. No veía claro lo que la tal Alicia quería para él. Ella, como nosotros, sabía que seguía siendo el gran dialogador de Dios. El lector también lo ha percibido sobradamente, y no sólo a causa de la enfermedad de su hijo. Nosotros le decíamos que él siempre estaba conectado con el más allá. Y era verdad. Dios, Jesucristo, era su gran obsesión. Y éramos conscientes que todo lo demás lo tenía en muy poca estima. Por eso, fue feliz, aun en situaciones en las que un hombre normal habría tirado la toalla. En realidad, el padre Alfonso era incombustible.
Día 13.
“¡Qué suerte la de Juan (20,11-18): te vio y te oyó! Cuando lo veo, como hoy, a pesar de saber que está en tus manos, no puedo evitar los pensamientos sin sentido que Tú tan sólo conoces, porque te afecta a Ti solamente, Señor. Me pide que rece. Lo hago. Pero su calvario, y el de su compañero, y el de tantos otros, sigue ahí, machacándole, torturándole… ¿A qué esperas para una intervención propia de Ti?”
Día 14.
“Señor, si Tú eres Tú, también debes darle, y a cada enfermo, lo que tienes, que no es otra cosa que lo que eres. Que ni él ni nadie se sienta defraudado al dirigirse a Ti, con unas u otras palabras, con unas u otras actitudes. Que, después de todo, Tú eres Tú, y nosotros somos nosotros, para que tu Ser, que es Amor, más grande y eficazmente resplandezca.”
A partir de ahora, nuestra situación familiar iba a quedar atípica: mamá, hospitalizada; papá, en el trabajo; su hijo, luchando contra lo que buscaba su muerte; mi hermano y yo, entre el colegio y la casa; la abuela Flora, atendiéndonos como puede; el chache Pedro, cada dos noches quedándose con él; la prima Isa, pasando con nosotros unos pocos días de descanso.
El día 15 de abril de 1993, mamá quedó ingresada en el Hospital de la Princesa, dos plantas más debajo de su hijo. Él, en la habitación 611, ella en la 413: números que sumaban la misma cifra, el 8, que acostado, es el signo del infinito. Papá escribe en su diario:
“Sé que hay familias que aún sufren más, Señor, pero para nosotros esto es suficiente. ¿Acaso las oraciones que lo sostienen no pueden sacarlo indemne de la cama? Pero parece que el caminar por la fe ha de ser a ciegas.”
Y, el día 16, añade:
“Acabo de leer que ningún otro puede salvar, excepto Tú, Jesús (Hechos 4,1-12). ¿Dejarás de hacerlo, siendo el único que puede?”
Día 17.
“No, Señor.  No quiero caer en la tentación de pensar que eres insensible al dolor humano, al dolor suyo. Pero reconoce conmigo que, cuando te hablo, reaccionas como si no oyeras, ni vieras, ni sintieras… Y eso sería terrible para la humanidad esperanzada. ¡Padre, ayúdame! –me pide. Y yo a Ti lo mismo suplico para él, pues casi nada puedo hacerle. ¡No serás Tú tan impotente como yo! Perdona, Dios mío, mi atrevimiento.”
Día 18, domingo.
Mamá sigue ingresada en el Hospital. La preparan para una decisiva intervención en el tiroides. Nosotros, como siempre, vamos a Misa a Caldeiro. Papá, que está con nuestro hermano, escribe en su diario:
“Sí, debo ser creyente y fiarme de Ti, y reposar gozoso y tranquilo en tus brazos. No obstante, Señor, voy a procurar hacer realidad tu consejo de que pidamos, y llamemos, y busquemos. Y todo, con perseverancia. Porque está en juego su vida y la de miles de niños inocentes en el mundo, que sufren y mueren sin saber porqué, que es la forma más estúpida de sufrir y morir.”
Día 19.
“No sé si pretendes, Señor, llevarme a un silencio total, a un dejarme quieto, casi inánime, ante la triste realidad del sufrimiento de nuestro hijo, y de tantos otros… Pero Tú no remitías los enfermos a los médicos. Tú los curabas personalmente, o por tu voluntad. Al menos, eso dice el Evangelio. Y te compadecías de los que a Ti acudían, como yo ahora, temeroso casi, casi sin fuerzas. ¡No quede defraudada mi confianza en Ti!

Para alabanza de Cristo. Amén.