Curriculums

Teología

sábado, 30 de enero de 2016

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 13

LOS ISRAELITAS


Durante el siglo XI China experimentó cambios importantes en su estructura política y social. Tras un reinado de unos 500 años, la dinastía de los Chang fue derrocada, y se instauró la dinastía Cheu. Su primer rey fue Wu, y provenía de los confines occidentales del país. Estableció la capital en Hao, en el valle del Wei. Distribuyó el territorio entre los miembros de su familia y los aliados. Se originó así un sistema feudal en el que unos grandes señores ejercían a la vez la autoridad política y religiosa, regulando el culto tradicional a los antepasados. Estos señores gozaban de gran independencia, y la sumisión al rey era meramente formal. Sólo los parientes más próximos (que ocuparon los estados de Qi, Lu y Jin) estuvieron realmente sometidos al monarca. En los siglos siguientes se llamó Wu a una clase de sacerdotes hechiceros que gozaron del respeto (o a veces del temor) de los chinos de todas las clases sociales. En esta época la diversidad cultural china se había subsumido en una identidad nacional por la que los chinos se distinguían a sí mismos de los bárbaros no civilizados del entorno. El mundo se concebía como un cuadrilátero, a cada uno de cuyos lados correspondía un color y una divinidad. Por encima de los dioses de los puntos cardinales, del Sol, de la Luna, de la Tierra, de las montañas, nubes, ríos y demás fenómenos naturales, estaba Shangdi, la divinidad suprema omnipotente, que residía en un palacio junto con cinco ministros. No obstante, Shangdi no contaba con santuarios, ni se le ofrecían sacrificios. Los antepasados del rey estaban en contacto con Shangdi. Los vivos podían ponerse en contacto con sus antepasados mediante un oráculo basado en la observación de huesecillos.

El rey Wu fue sucedido por su hijo Ch'eng, cuyo reinado legitimó definitivamente el cambio dinástico. Se conservan muchos documentos sobre ceremonias y actos de investidura encaminados sin duda a que la antigua nobleza aceptara a los nuevos amos.

En México aparecen las primeras manifestaciones arquitectónicas olmecas: los poblados se concentran alrededor de los centros ceremoniales, se construyen casas sobre plataformas de piedra, templos, basamentos escalonados y montículos funerarios. Aparece una mitología más estructurada. Los principales dioses eran Huehueteotl, dios del fuego y Tlaloc, dios de la lluvia. Se han encontrado cabezas colosales de más de dos metros de altura, lápidas, sarcófagos y muchas obras de gran maestría técnica.

Hacia 1100 los dorios ocuparon el Peloponeso, con lo que completaron la conquista de Grecia y terminó definitivamente la Edad Micénica. Grecia cayó en la paz de los cementerios. Durante los desórdenes de los años precedentes, los campesinos tendieron a atrincherarse en ciudades amuralladas, que ahora se convirtieron en unidades autosuficientes bajo el dominio dorio, conocidas como Polis. La palabra Polis significa "ciudad" en griego, pero la polis no era una ciudad en el sentido usual. Era una ciudad-estado sin ninguna relación con las polis vecinas, con una economía de subsistencia y, en esta época, en los umbrales de la miseria. Mientras los griegos micénicos se habían mezclado con los pelásgicos, los dorios adoptaron una actitud clasista, o incluso racista, frente a los micénicos, reducidos a la esclavitud. Esparta se convirtió en una de las principales polis dorias, mientras que Micenas, Tirinto y otras ciudades importantes del periodo anterior fueron incendiadas y reducidas a tristes aldeas. Hubo, no obstante, unas pocas regiones que se libraron del dominio dorio. Una de ellas fue el Ática, con Atenas a la cabeza, y otra era Arcadia, situada en los montes más altos del Peloponeso. En estas zonas surgió una identidad jonia que reivindicaba su legítima ocupación de Grecia, frente a los dorios invasores. Así, mientras los dorios tenían a los jonios como iguales a sus esclavos, los jonios tenían a los dorios como salvajes. Una parte de la población jonia emigró a las islas del Egeo. La primera en recibirlos fue Eubea, la isla mayor del Egeo y más próxima al continente. Allí se fundó la ciudad de Calcis, cuyo nombre deriva de la palabra griega para "bronce". Probablemente fue un centro de trabajo del bronce. Al este de Calcis estaba la ciudad de Eretria, que también alcanzó cierta importancia.

Mientras tanto, Egipto seguía bajo el reinado oficial de los ramésidas y bajo el dominio real de los sacerdotes. En 1093 fue asesinado el rey asirio Teglatfalasar I y sus sucesores no supieron mantener el imperio. Las invasiones arameas se hicieron más efectivas y toda Mesopotamia permaneció en la anarquía durante más de un siglo, a lo largo del cual se libraron continuos y estériles combates entre Asiria, Babilonia y Urartu. En 1075 murió Ramsés XI y fue sucedido por el sacerdote de Amón, pese a no guardar ningún parentesco con el antiguo rey. Por otro lado, en la región del delta se proclamó rey simultáneamente otro sacerdote que inauguró la XXI dinastía. Egipto volvía a estar dividido.

En Canaán, los fenicios y los filisteos ocupaban la costa con cierta prosperidad, mientras los israelitas iban afianzando sus conquistas. Aunque originalmente eran un conglomerado de tribus muy distintas en todos los aspectos, la necesidad de hacer causa común frente a los cananeos fue unificándolos y paulatinamente fueron creando una mítica historia común basada en tradiciones diversas.

El relato afirma que los israelitas eran originariamente esclavos en Egipto, a los que un patriarca llamado Moisés liberó con la ayuda de un dios poderoso. Éste hizo un pacto con los israelitas: a cambio de ser adorado les concedería una tierra prometida, habitada hasta entonces por pecadores a los que debían destruir en su nombre y con su ayuda. La forma en que debían adorar a este dios quedaba completamente estipulada en la alianza a través de un código escrito de diez mandamientos. Los israelitas (incluido el propio Moisés) incumplieron en muchas ocasiones estas leyes, así que fueron castigados a vagar por el desierto del Sinaí durante cuarenta años, de modo que sólo sus hijos verían la tierra prometida. Moisés fue sucedido por Josué, que conquistó fácilmente Canaán con la ayuda divina.

Se ha puesto en cuestión que algo de esto tenga una base histórica, pero indudablemente la ley mosaica existe y, aunque probablemente tiene muchos añadidos posteriores, su núcleo es un complejo sistema de leyes diseñado para regular la vida de un pueblo de ganaderos nómadas. Además de los diez mandamientos primitivos, había todo un sistema de leyes transmitidas oralmente que regulaban por completo la vida itinerante de los israelitas en sus aspectos penales, sociales (regulación de la propiedad, incluida la esclavitud), religiosos y hasta cuestiones de higiene y alimentación. La base del sistema de justicia era el ojo por ojo y diente por diente: los delitos de sangre se pagaban con la muerte y los daños a la propiedad con multas.  No es razonable suponer que dichas leyes fueron creadas después, cuando los israelitas ya no eran un pueblo nómada (al contrario, muchas de ellas quedaron desfasadas) y, a la vez, la ley mosaica era demasiado refinada para haber sido ideada por unos toscos pastores. Por otra parte, la leyenda de Moisés y sus antecedentes están adornados con varias fábulas de indudable origen egipcio.

Una conjetura razonable es que Moisés dirigió la retirada de un grupo (relativamente pequeño) de cananeos cuando los hicsos fueron expulsados de Egipto y los condujo hacia el Sinaí. Tal vez planeó reclutar un ejército entre la población nómada de la península con el que reconquistar Egipto o al menos una parte de Canaán. Tal vez alertó a los nativos de que un Egipto resurgido amenazaba con dominar de nuevo sus tierras y los llevó consigo hacia el sur (librándolos, en cierto sentido, de la esclavitud egipcia). Tal vez así se convirtió en caudillo de una tribu (la que después se desdoblaría en las tribus de Efraím y Manasés). En cualquier caso, podemos aceptar que alguien llamado Moisés guió por el desierto a un pueblo de pastores nómadas y que, según la Biblia, les dio unas leyes. El relato bíblico encaja aquí muy bien: como todos los legisladores de la época, Moisés no podía esperar que sus leyes fueran respetadas si no tenían un origen divino, así que debió de escoger el dios más temido por sus hombres, un dios de las tormentas al que los pastores suplicaran clemencia en los peores temporales, se retiró a un monte y volvió con unas tablas de piedra en las que estaban esculpidos los diez mandamientos básicos de su ley.

Moisés fue más meticuloso que Abraham al describir a su dios. Probablemente no lo inventó, sino que lo tomó de entre los numerosos dioses que a la sazón debían de tener sus hombres. Probablemente, este dios se llamaba Eloím. Se conocen dos textos de la época en la que los israelitas ya estaban asentados en Canaán, uno correspondiente a la tribu de Efraím y otro a la de Judá, los cuales relatan tradiciones similares, pero el dios de Efraím se llama Eloím,mientras que el dios de Judá se llama Yahveh. La tribu de Judá fue una de las últimas que se unió a la confederación de Israel, y es probable que identificara un dios propio con el dios de Efraím (igual que los egipcios identificaron en su día los dioses Ra y Amón). La versión final de la Biblia fue escrita por los judíos, por lo que el nombre definitivo del dios de Moisés fue Yahveh. De hecho, los israelitas desarrollaron más adelante la idea de que pronunciar el nombre de dios era un sacrilegio. Es posible que ello fuera un medio con el que los sacerdotes trataron de evitar polémicas sobre si el dios común de los israelitas era Eloím, Yahveh, u otro. Esto casi hace que los judíos olvidaran el nombre de su dios. En efecto, el hebreo sólo escribe las consonantes, si bien más tarde se ideó un sistema de signos ortográficos para indicar las vocales. En las ediciones de la Biblia, sobre las consonantes YHVH los judíos anotaban las vocales de Adonay, el Señor, que es lo que leían en la práctica para no pronunciar el inefable nombre de Dios. La combinación de las consonantes de Yahveh con las vocales de Adonay produce una palabra extraña al oído hebreo que evoluciona de forma natural a Jehovah. Aún hoy hay creyentes que llaman así a su dios, sin darse cuenta de que este nombre es simplemente un híbrido absurdo de vocales y consonantes de dos palabras distintas.

Volviendo a Moisés, sus leyes muestran claramente su esfuerzo por asegurar el temor de dios en su pueblo, así como un intento de excluir la competencia de otros cultos. Basta leer los dos primeros mandamientos:

1) Yo soy el Señor, dios tuyo, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí.
2) No harás para ti imagen de escultura ni figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni de las que hay en las aguas, debajo de la tierra. No las adorarás ni rendirás culto. Yo soy el Señor, dios tuyo, el fuerte, el celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, de aquellos que me aborrecen; y que uso de misericordia hasta millares de generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos. (Ex XX, 2-6)

Es de notar que Moisés no tenía las pretensiones de Akenatón, y en ningún momento insinuó que su dios fuera el único verdadero. Sólo decía que su dios no toleraba que quienes le adoraban rindieran culto también a otros ídolos. Moisés instituyó una clase sacerdotal que cuidaba de las cuestiones del culto y le sustituían como juez en los casos menores. Según la Biblia, el sacerdocio estaba encomendado a la tribu de Leví, a la cual pertenecía el propio Moisés. Tal vez los levitas fueran los cananeos que escaparon de Egipto con Moisés cuando los hicsos fueron expulsados.
Las Tablas de la Ley fueron guardadas en un arca sagrada, el Arca de la Alianza, pues Dios prometió a los israelitas una "tierra de la que mana leche y miel", como a menudo es descrita en la Biblia, si seguían sus leyes. Éstas son las palabras de la Alianza:

Respondió el Señor: Yo estableceré Alianza con este pueblo en presencia de todos; haré prodigios nunca vistos sobre la tierra, ni en nación alguna: para que vea ese pueblo que tú conduces la obra terrible que Yo, el Señor, he de hacer. Tú observa todas las cosas que Yo te encomiendo en este día y Yo mismo arrojaré de delante de ti al amorreo, y al cananeo, y al heteo, al ferezeo también, y al heveo, y al jebuseo. Guárdate de contraer jamás amistad con los habitantes de aquella tierra, lo que ocasionaría tu ruina. Antes bien destruye sus altares, rompe sus estatuas y arrasa los bosquetes [consagrados a sus ídolos]. No adores a ningún dios extranjero. El Señor tiene por nombre Celoso. Dios quiere ser amado Él solo. No hagas liga con los habitantes de aquellos países, no sea que después de haberse corrompido con sus dioses y adorado sus estatuas, alguno te convide a comer de las cosas sacrificadas. No desposarás a tus hijos con sus hijas, no suceda que, después de haber idolatrado ellas, induzcan también a tus hijos a corromperse con la idolatría. (Ex XXXIV, 10-16).
Evidentemente este texto contiene anacronismos, pero tal vez refleja una prevención original de Moisés, que no estaba dispuesto a que sus hombres cometieran el mismo error que los hicsos y así, para evitar que convivieran con los pueblos invadidos con riesgo de que éstos terminaran alzándose contra ellos, inventó e inculcó en sus hombres la intolerancia religiosa. En efecto, cada vez que los israelitas tienen ocasión de conquistar una ciudad, el mandato divino es siempre pasar a cuchillo a todos sus habitantes, incluso a las mujeres y a los niños. Los israelitas aplicaron esta política siempre que la ocasión lo permitió.
Si en efecto Moisés salió de Egipto cuando la expulsión de los hicsos, entonces su peregrinaje no fue de cuarenta años, sino de unos trescientos. Tal vez el plan original de Moisés fue reconquistar Egipto o, al menos Canaán, lo antes posible, pero en un momento dado debió de darse cuenta de que el Nuevo Imperio Egipcio era intocable, por lo que debió de comunicar a su pueblo que, a causa de sus muchos pecados, Dios había decidido que ninguno de ellos vería la tierra prometida, sino que se la daría a sus hijos, después de que ellos murieran en el desierto. Los israelitas usaban la palabra "hijo" en un sentido muy laxo, que igual podía significar "nieto", o "bisnieto", o lo que fuera. De este modo, los israelitas (o una parte de los que después serían llamados israelitas) debieron de permanecer en la península del Sinaí, o tal vez en Arabia, mientras Egipto fue invencible, conservando siempre la ilusión de la tierra prometida, y salieron de nuevo a escena tan pronto como detectaron signos de debilidad.

Hay una parte del relato bíblico que no encaja con esta interpretación, lo que indica una procedencia distinta. Según esta parte, los israelitas descendían de José (en realidad de José y sus once hermanos, pero este añadido es sin duda muy posterior), que era un cananeo que, de esclavo, había pasado a virrey de Egipto. La leyenda de José parece provenir de los tiempos de Amenofis III y Akenatón (cuando Moisés ya llevaría muerto mucho tiempo). La familia de José proliferó, pero "Entre tanto, se alzó en Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José" (Ex. I, 8) y los israelitas fueron reducidos a la esclavitud. Después, el dios de Moisés lanza sobre Egipto una serie de plagas hasta que el rey decide liberar a los israelitas, luego se arrepiente de su decisión y sale a perseguirlos, pero el dios de Moisés abre un pasillo en las aguas del mar Rojo y lo vuelve a cerrar cuando los israelitas ya habían pasado al otro lado, mientras el rey egipcio moría ahogado. ¿De qué faraón escaparon los israelitas? La Biblia dice también que los esclavos israelitas "... edificaron al faraón las fuertes ciudades almacenes de Fitom y Ramsés" (Ex. I, 11), Así que el faraón debía de ser Ramsés II o, a lo sumo, su hijo Meneptah. Ahora bien, por supuesto, ninguno de ellos murió en el mar Rojo.

Es muy probable que alguna de las tribus israelitas escapara de la parte oriental del delta del Nilo en tiempos de Meneptah (los que edificaron las ciudades de Fitom y Ramsés). Las siete plagas pueden ser un recuerdo de las calamidades que sufrió Egipto con la invasión de los pueblos del mar y, ciertamente, éstas pudieron darles la oportunidad de escapar. El nombre de la tribu de Isacar parece provenir de Sokar, que era un dios egipcio. Las historias de los recién llegados acabarían fundiéndose anacrónicamente con las leyendas sobre Moisés, aportando más colorido a la salida de Egipto. El intervalo tradicional de cuarenta años puede ser un compromiso entre los tres siglos de una fuente y los pocos años de otra.

Al llegar a Canaán, los israelitas entraron en contacto con la leyenda de Abraham. Probablemente fue a través de los hebreos. Al parecer, los Idumeos se consideraban descendientes de Esaú, el primogénito de Isaac, hijo a su vez de Abraham, y, por consiguiente, legítimos herederos de la tierra que le había sido concedida a éste por su dios. Por su parte, los moabitas y amonitas se consideraban descendientes de Lot, sobrino de Abraham. Esto obligó a modificar las leyendas no sin cierto descaro. Por ejemplo, la relación de Esaú con Edom es explicada así en el Génesis:

Había un día guisado Jacob cierta menestra cuando Esaú, que volvía fatigado del campo, se llegó a él y le dijo: Dame esa menestra roja que has cocido, pues estoy sumamente cansado. Por cuya causa se le dio después el sobrenombre de Edom [que, por una falsa etimología, se interpreta como "rojo"]. (Gn XXV, 29-30).
Esta teoría legitimaba las posesiones hebreas, pues el dios de Abraham había otorgado Canaán a sus descendientes. En Gen. XIV, 13, Abraham es llamado Abram el hebreo. Ahora bien, Josué llegaba también con un dios que le había prometido una tierra que, sin duda, tenía que ser Canaán. No debió de ser difícil identificar el dios de Moisés con el dios de Abraham. Para consolidar la recién creada confederación israelita, Josué debió de convencer a sus socios de que todos ellos descendían de Abraham a través de su nieto Jacob. Con el tiempo se limarían los detalles: al igual que Esaú había tenido doce hijos (que se correspondían con otras tantas tribus idumeas), también Jacob tuvo doce descendientes, uno de ellos era José, que a su vez tuvo dos hijos: Efraím y Manasés, y once hermanos, en correspondencia con las once tribus restantes. Sin embargo la leyenda necesitaba algunas modificaciones que, de nuevo, la Biblia recoge sin complejos. Por ejemplo, intercalado en la historia de Jacob, sin que guarde relación alguna con lo anterior y lo posterior, encontramos este sorprendente pasaje:
Quedóse solo y he aquí que se le apareció un personaje que comenzó a luchar con él hasta la mañana. Viendo este varón que no podía sobrepujar a Jacob, le tocó el tendón del muslo, que al instante se secó. Y le dijo: déjame ir, que ya raya el alba. Jacob respondió: No te dejaré ir si no me das la bendición. ¿Cómo te llamas?, le preguntó. Él respondió: Jacob. No ha de ser ya tu nombre Jacob, sino Israel [que, por una etimología no del todo correcta, significa "hombre que lucha con Dios"], porque si con el mismo Dios te has mostrado grande, ¿cuánto más prevalecerás contra los hombres? Preguntóle Jacob: ¿cuál es tu nombre? Respondió: ¿por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo le dio su bendición. (Gn XXXII, 24-29)
En lo que sigue, Jacob sigue llamándose Jacob. Sólo en el libro del Éxodo pasa a ser llamado Israel. De este modo, los israelitas pasaron a considerarse hijos de Jacob. Según estas cuentas, las tribus de Israel pasaron a ser doce: Efraím y Manases eran dos medias tribus, que componían la tribu de José. La diosa Raquel pasó a ser la madre de José y Benjamín, mientras que Lía se convirtió en la madre de Rubén, Isacar y Zabulón. Gad y Aser pasaron a ser hijos de una esclava de Lía, mientras que la madre de Dan y Neftalí fue una esclava de Raquel. El supuesto antecesor de la tribu sacerdotal de Leví, así como los de los últimos miembros de la coalición, Judá y Simeón, debieron de incorporarse tardíamente entre los hijos de Lía. La tierra concedida por el dios de Abraham a sus descendientes se convirtió en una mera promesa que no se realizó hasta que sus auténticos herederos, esto es, los israelitas, ocuparon Canaán. De nuevo, algunos puntos débiles del argumento se fueron retocando más adelante. Por ejemplo, Jacob no era realmente el heredero de Abraham (por línea directa), sino que lo era Esaú, pero Esaú decidió cederle amablemente los derechos a cambio de la famosa menestra roja (que, más concretamente, era un plato de lentejas). Además, Jacob se las arregló con la ayuda de su madre para que Isaac lo declarara su heredero en su lecho de muerte, confundiéndolo con Esaú. En fin, añadiendo a esto una serie de profecías que garantizaban que era voluntad divina que Jacob heredara los derechos de Abraham, los israelitas se encontraron con que su invasión era, se mirara como se mirara, la voluntad de Dios.
La Biblia da indicios de que Josué debió de aprovechar la historia de Abraham para infundir ánimo a sus hombres. Al parecer, Dios ordenó a Josué que los circuncidara a todos. Probablemente fue Josué quien "descubrió" que el dios de Abraham (o el de Moisés) había ratificado su alianza con el rito de la circuncisión (rito de origen egipcio que practicaban los cananeos, pero no los israelitas). Josué debió de explicar a sus hombres que durante los años de peregrinaje por el desierto habían abandonado la circuncisión, y sin duda ése era el motivo por el que Dios no les ayudaba a conquistar la tierra prometida, pero la orden que Dios le daba ahora hacía presagiar que, una vez circuncidados, los reconocería como su pueblo elegido y los conduciría triunfantes a la victoria. Filosofías aparte, es razonable pensar que unos hombres toscos amedrentados por la opulencia de las tierras civilizadas (algo revueltas, pero civilizadas al fin) redoblarían su ánimo tras un ritual tan molesto como el que se les proponía (un hombre dispuesto a eso merecía sin duda los favores del "dios de los ejércitos", como se le empezaba a llamar).

Según el libro de Josué, el efecto de la circuncisión fue inmediato: los israelitas ganaron todas las batallas. Dios separó las aguas del Jordán para facilitar el paso de su pueblo. Para tomar Jericó, sólo tuvieron que hacer sonar unas trompetas (siguiendo la indicación divina) y las murallas cayeron, luego fueron tomando una ciudad tras otra matando a cada rey junto con todos sus habitantes, el Sol detuvo su curso para que Josué pudiera terminar una batalla, etc. En cambio, en el libro de los Jueces la invasión se describe como un proceso mucho más penoso, lleno de avances y retrocesos, un proceso que se llevó a cabo a lo largo de unos cien años.

La religión israelita era muy diversa. Todas las tribus debieron de adoptar como dios principal al dios de Efraím, identificado con el de Abraham, llamado Eloím o Yahveh. Le erigieron un santuario en Silo, en territorio de Efraím, donde se guardaba el Arca de la Alianza, que contenía las tablas con los diez mandamientos y era el centro de numerosas peregrinaciones y rituales. Los levitas consiguieron que las pocas ciudades que quedaron a su cargo se convirtieran en una especie de santuarios respetados por todos, donde podían refugiarse los perseguidos en busca de justicia. Tal vez ellos conservaron más o menos íntegras las tradiciones del culto a Yahveh, en particular su recelo y desprecio hacia otros dioses, pero lo cierto es que esta pretendida exclusividad fue siempre minoritaria entre los israelitas: cada tribu había traído sus propias creencias a las que no estaba dispuesta a renunciar. Los israelitas adoraban a una multitud de dioses de origen cananeo o incluso egipcio: Baal, Astarté, Anat, etc. Estaba muy difundida la creencia de que los muertos viajaban a un lugar llamado Seol, sobre el que, al parecer, Dios no tenía jurisdicción, donde permanecían para siempre, si bien se les podía invocar con ayuda de unas estatuillas sagradas llamadas Terafim con las que se les podía consultar y predecir el futuro. Otra manifestación religiosa israelita la constituían los profetas. Aunque el concepto de profeta evolucionó considerablemente a lo largo de la historia, en esta época eran una especie de místicos que entraban en trance y supuestamente tenían visiones adivinatorias. Los profetas en éxtasis debían de intimidar bastante a las gentes sencillas, así que gozaban de cierta autoridad.

Los principales enemigos de los israelitas eran, sin duda, los filisteos. La Biblia contiene muchas leyendas sobre las luchas entre israelitas y filisteos, la más famosa de las cuales es la de Sansón y Dalila. Hacia el 1050 los filisteos infligieron una grave derrota a los efraimitas cerca de Silo. Efraím trató de reponerse recurriendo a sus aliados, pero la disciplina filistea superó con creces a la desorganización israelita y los filisteos vencieron de nuevo. Una derrota completa de Efraím podía suponer la creación de un imperio filisteo y el desastre para todos los israelitas. Efraím trató de dar un golpe de efecto: transportó el Arca de la Alianza desde Silo hasta las inmediaciones de los ejércitos filisteos. Esto infundió ánimos a sus hombres, pues pensaban que ahora su dios estaba con ellos (la idea de que Dios está en todas partes no se le había ocurrido todavía a nadie, la cuestión entonces para los israelitas era más bien si Yahveh sería capaz de derrotar a los dioses filisteos). Sin embargo, los filisteos confiaron en sus propios dioses, atacaron inmediatamente y las armas de hierro prevalecieron una vez más sobre las armas de bronce y el dios israelita juntos. Silo fue destruida para siempre y el Arca de la Alianza fue capturada. Los filisteos dominaron los territorios de Efraím y Benjamín, poniendo en jaque al resto del territorio israelita.

Sin embargo, parece ser que resistió una especie de guerrilla en las montañas encabezada por un líder religioso llamado Samuel, que pronto ganó una gran reputación entre todos los israelitas. Más tarde, cuando Samuel ya era mayor, destacó un joven benjaminita llamado Saúl. Hacía tiempo que los israelitas se planteaban la conveniencia de elegir un rey, pero ahora Samuel retomó la cuestión con más insistencia y propuso elegir a Saúl. Si Israel quería sobrevivir necesitaba unirse bajo un mando único. La idea no acababa de convencer a los profetas y, aunque la mayoría de los israelitas debía de verla con buenos ojos, el problema era que ninguna tribu parecía dispuesta a aceptar un rey de otra tribu por el mero hecho de que conviniera aceptar uno.

Sin embargo, Saúl logró la reputación necesaria gracias a unos incidentes ocurridos en Gad, al este del Jordán. Los amonitas habían cercado la ciudad de Jabes-Galaad y sólo aceptaban la rendición si sus habitantes consentían que se les sacara el ojo derecho (o al menos, así lo contaron luego los israelitas). Por ello, los sitiados decidieron resistir y pidieron ayuda a las tribus del otro lado del Jordán. Saúl aceptó la petición, reunió todos los hombres que pudo, eludió a los filisteos, llegó a la ciudad antes de lo previsto, sorprendió a los amonitas y liberó la ciudad. Fue la primera hazaña de la que los israelitas podían enorgullecerse desde los tiempos de Jefté. El éxito de Saúl hizo triunfar a la corriente partidaria de elegirlo rey y Samuel, haciendo valer su propia reputación, se apresuró a investirlo con un ritual religioso apropiado. Esto sucedió hacia el 1020. El nuevo rey estableció su capital en Guibá, en el territorio de Benjamín, a unos cinco kilómetros al norte de Jerusalén.

Por esta época llegó al trono de Tiro el rey Abibaal. La ciudad tenía ya varios siglos de historia, pero hasta este momento había estado supeditada a Sidón, la principal ciudad fenicia. Sin embargo, ahora la situación iba a cambiar. La ciudad entera fue trasladada a una isla rocosa, donde era prácticamente inexpugnable y podía ser bien defendida con la ayuda de una flota. Los fenicios contaban con una larga tradición naval que se había venido abajo con la llegada de los pueblos del mar. Bajo Abibaal, la ciudad de Tiro fue recuperando esa tradición y ello le dio la supremacía frente a la antigua Sidón.

Volviendo a los israelitas, los filisteos se propusieron abortar la creación del reino de Saúl, pero no les resultó fácil. Jonatán, el hijo de Saúl, derrotó a una pequeña guarnición filistea cercana a Guibá, mientras su padre se atrincheraba en Michmash, un poco más al norte. Los filisteos avanzaron contra Michmash, pero fueron sorprendidos por una rápida incursión de Jonatán. Los filisteos calcularon mal el número de tropas que les atacaba y decidieron retirarse. Ante esta situación, Judá, sometida desde un principio a los filisteos, decidió rebelarse y se declaró fiel a Saúl. Un ejército unido judeo-israelita derrotó a los filisteos en Shocoh, al sur de Jerusalén, y toda Judá quedó anexionada a Israel. Saúl llevó sus tropas a Judá y derrotó a los amalecitas, un pueblo nómada que vivía al sur y que causaba los típicos estragos periódicos. Así el rey mostró su poder a Judá al tiempo que se ganaba su gratitud.

Sin embargo, Saúl no fue tan buen diplomático como general. Por una parte recelaba de su hijo Jonatán, que había conseguido gran popularidad ante el ejército y temía que pudiera derrocarle. Llegó a ordenar la ejecución de Jonatán por cierta violación de un ritual, pero el ejército se opuso y tuvo que revocar la orden. La situación se volvió más tensa. Por otro lado, Saúl disputó a Samuel la autoridad religiosa, lo que le valió la enemistad del propio Samuel. Tras otros roces menores, la situación más tensa se produjo a raíz de la campaña contra los amalecitas. Al parecer, Samuel había indicado a Saúl cuál era la voluntad de Yahveh:

Ve, pues, ahora y destroza a Amalec, y arrasa cuanto tiene: no le perdones ni codicies nada de sus bienes, sino mátalo todo, hombres, mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos. (Samuel XV, 3)
Sin embargo, Saúl sólo mató a los amalecitas, pero perdonó la vida a su rey Agag, (tal vez para usarlo como rehén) y distribuyó el botín entre sus soldados como recompensa (en lugar de sacrificarlo a Dios). El caso es que Samuel humilló públicamente a Saúl, tras lo cual consideró prudente retirarse a un segundo plano, pero Saúl sabía que en lo sucesivo contaba con la oposición de Samuel y, con él, la de los profetas. Saúl se volvió receloso hasta la paranoia. Entre las víctimas de sus sospechas estaba, además de su hijo, un joven judío que se había trasladado a Guibá tras la anexión. Se llamaba David, y pertenecía a una importante familia de Belén, al sur de Jerusalén. David era un político inteligente (más que Saúl) y también un buen general. Al principio gozó del favor de Saúl, que le concedió la mano de su hija Mical, pero era íntimo amigo de Jonatán, lo que suscitó los recelos del rey. Como David no era hijo suyo, lo tenía más fácil para urdir su muerte, pero Jonatán le previno y David abandonó sigilosamente Guibá y llegó a Judá, donde tuvo que mantener una guerra de guerrillas contra Saúl. David contaba con el apoyo de Samuel y los profetas, tal vez por el mero hecho de que se oponía a Saúl.
El rey persiguió implacablemente a David. Llegó a matar a un grupo de sacerdotes al enterarse de que uno de ellos había ayudado a David cuando huyó de Guibá. Con el tiempo, logró que a David le costara más obtener ayuda, hasta el punto que en un momento dado decidió pasarse al bando de los filisteos. Éstos vieron ahora su oportunidad. Israel estaba convulsionado por revueltas internas entre los partidarios de Saúl, los de Jonatán, los profetas, y ahora uno de los oponentes de Saúl se aliaba con ellos. Sin duda, un vigoroso ataque filisteo en estas condiciones iba a tener éxito.

Hacia 1000 un ejército filisteo se enfrentó nuevamente a Israel. Jonatán optó por ayudar a su padre ante la gravedad de los hechos, pero el ejército israelita fue arrollado por el pesado armamento filisteo. Jonatán murió en la batalla y Saúl, cuando lo vio todo perdido, se suicidó. Los filisteos obtuvieron de nuevo la hegemonía sobre Israel, como si Saúl nunca hubiera existido.

(www.uv.es/ivorra/Historia/Indice.htm)

HISTORIA DE LA IGLESIA... Cap. 4

VIDA DE LAS PRIMERAS COMUNIDADES


La principal fuente que tenemos para estudiar la vida de las primeras comunidades cristianas es el libro de los Hechos de los Apóstoles. Algunos historiadores de la época, tanto judíos (Flavio Josefo) como romanos (Tácito) hacen referencia a la vida de los cristianos.
En los primeros capítulos del libro de los Hechos se ofrece una visión idealizada de la comunidad de Jerusalén. Esta descripción de la vida cristiana que Lucas hace constituye el modelo de toda auténtica comunidad cristiana:
· Vivían en comunidad y compartían los bienes.
· Escuchaban la enseñanza de los Apóstoles.
· Rezaban en el Templo y en las casas.
· Celebraban la Fracción del Pan o Eucaristía.
· Enviaban misioneros que anunciaban la Buena Noticia.
Estas características respondían al estilo coherente de la vida evangélica. La Iglesia nace y vive de la Palabra de Dios transmitida a través de los apóstoles. La fe brota y se enriquece en contacto con esa Palabra.
Como los primeros cristianos eran judíos, mantenían algunas costumbres del judaísmo, pero, al tiempo, la celebración eucarística en las casas muestra que, desde el principio, la Eucaristía tiene especial importancia en la Iglesia.
El mensaje de la vida y enseñanza de Cristo fue experimentado por los primeros cristianos como una “buena noticia” que había que comunicar al mundo. Se inicia la expansión del cristianismo comenzando en el ámbito judío, para terminar extendiéndose al mundo griego y romano. El libro de los Hechos resume esta primera expansión del cristianismo en tres etapas:
· El martirio del diácono Esteban da ocasión a salir de Jerusalén y predicar en el resto de Judea y en Samaria.
· Entrada de los paganos en la Iglesia. El propio Pedro aparece predicando y bautizando a la familia del centurión romano Cornelio en Cesarea.
· Los viajes de Pablo favorecen la expansión del cristianismo hasta Roma.
Estamos cerca del año 50 de la era cristiana. Nacen comunidades cristianas en Filipos, Tesalónica, Corinto… Es en Antioquía donde surge una ferviente comunidad de seguidores de Jesús, y es en esa ciudad donde por primera vez se les llama “cristianos”.
Reunidos los apóstoles en Jerusalén, primer Concilio de la historia, se determina que no se circuncide a los paganos, sino que es suficiente el bautismo, prevaleciendo la caridad por encima de todo. Se resolvía así el problema que planteaban los cristianos provenientes del judaísmo frente a los cristianos provenientes directamente del paganismo.

Alfonso Gil González

viernes, 29 de enero de 2016

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 76



Música y músicas


F. M. BACH fue nombrado maestro de cámara de Federico el Grande. Fue excelente intèrprete. Aquí tenemos su Concierto en Sol mayor para órgano y orquesta,  en versión del organista Jean Guilou y la Orquesta de Conciertos Brandenburgueses, dirigida por René Coflenstein. 
MAURICE RAVEL tiene aquí registrada su obra para piano Gaspard de la nuit. 
De SCARLATTI, varias Sonatas para clavecín  interpretadas por Fernando Valenti.
De MENDELSSOHN, dos Sonatas para órgano. 
Y música española. El intermedio de la Leyenda del beso. Coros de zarzuela.

Alfonso Gil González
Ravel

Scarlatti

Mendelssohn

MIS APUNTES PATRIOS (VIII)



LA ESPAÑA MEDIEVAL


Eran elementos constitutivos de la nacionalidad española en la Edad Media: la Monarquía, la Iglesia, la Nobleza y el Pueblo.
La monarquía dictaba leyes, declaraba la guerra, administraba justicia y acuñaba la moneda.
La nobleza, el clero y el pueblo tenían su representación por medio de las Cortes.
También se originaron en la Edad Media los Municipios, entendidos como agrupaciones de vecinos que nombraban a su Alcalde y demás regidores, encargados de la administración de los bienes comunales.
La Iglesia asumió el papel, entre otros, de recoger y salvar la Cultura. Se fundaron monasterios, escuelas monásticas, escuelas catedralicias y las primeras universidades, como la de Palencia, Salamanca, Sevilla, Valladolid, etc…
La Nobleza, no siempre obediente al rey, edificó y vivía en numerosos castillos, con tropas a sus órdenes.
El Pueblo estaba formado por hombres, bien libres, bien siervos, que tributaban y estaban obligados a ir a la guerra.
Los Caballeros eran altamente estimados por sus virtudes y se dedicaban al oficio de las armas y solían tener castillos y soldados. En un principio eran investidos en el campo de batalla y, posteriormente, en la iglesia.
Es propia de la Edad Media la creación de Órdenes Militares, unas de carácter internacional como los Templarios y Hospitalarios, otras nacionales como Calatrava, Alcántara, Santiago y Montesa. Las internacionales participaron en las Cruzadas, las nacionales en la Reconquista. Todas ellas, además, difundieron la cultura y protegieron las artes.
A medida que avanzaba la Reconquista, surgían nuevos monasterios y diócesis. Entre los monasterios cabe citarse los De Sahagún, Silos, San Pedro de Arlanza, Cardeña, Oña, Ripoll, San Miguel de la Cogolla, Leyre y San Juan de la Peña. En ellos se oraba, se estudiaba y se traducían libros constantemente.
Otra faceta de la España Medieval fue la creación o implantación de Órdenes Religiosas cuyo fin era cristianizar, conservar la cultura y redimir cautivos. Algunas de origen extranjero, Cluny o el Císter o los Franciscanos, otras de origen netamente español, como los Dominicos o los Mercedarios.
Pero, además, la Iglesia trabajó sin descanso en la protección de los humildes. Hizo cuanto pudo por evitar las guerras y creó hospitales y asilos. Gracias a ella, se acrecentó el tesoro de la cultura y se fomentaron todas las virtudes humanas entre el pueblo español.
Por último, debe destacarse en el medievo español la creación de los Fueros y Cartas pueblas, que privilegiaban ciudades o territorios, y los Gremios en que, a partir del siglo XII, los obreros se fueron organizando por secciones del mismo oficio para mejor defender sus intereses comunes. Fruto de todo ello, las actuales Cofradías y los Sindicatos

Alfonso Gil González

AMADEUS - 47

Genio atormentado


1996 se cerraba con el adiós a Sergiu Celibidache.
El CD de diciembre nos ofrecía las VARIACIONES GOLDBERG de Bach, nada menos, en los prodigiosos dedos de Glenn Gould. Decía Víctor Estapé que, a medio camino entre lo cotidiano y la abstracción erudita de sus últimas obras, esta obra ocupaba un puesto singular en la producción de Bach. Aunque una tradición le haya asignado la función de distraer la vela de un insomne, hoy se impone ante nosotros como un microcosmos donde cabe toda la música de su tiempo en una visión múltiple surgida de un único principio, el "Aria en Sol mayor".
Bayan Northcott escribía que Glenn Gould es una de las leyendas musicales más extraordinarias de nuestro tiempo. Este pianista, criticado en los inicios de sus carrera, sorprendió y desconcertó a muchos oyentes, aunque más tarde logró la admiración de todos. La auténtica verdad de su vida es casi ficción.
Roberto Alagna y Abgela Gheorghiu, tenor y soprano, eran una extraña pareja en todos los sentidos.
El director Bruno Walter era el último romántico, en palabras de Vicente Casas. Nacido en 1876 en el seno de una familia judía de clase media berlinesa, su pasión por la dirección nacía con solo trece años tras asistir a un concierto.
La música medieval parecía estar de moda. Por todas partes surgían formaciones dedicadas a interpretar polifonía. Y había un grupo integrado sólo por mujeres: ANONYMOUS 4. Eran norteamericanas.
Silvia Pérez escribía sobre el Rey Loco y su pasión por Wagner. Incomprendido mecenas de las artes, monarca romántico, sensible a la belleza y al arte, Luis II de Baviera era uno de los personajes más fascinantes que había dado el siglo XIX.
En este año de 1996 se celebraba el centenario de Robert Gerhard, compositor catalán, y Benjamín Britten era recordado, tras veinte años de su fallecimiento, como "un operista del siglo XX".

Alfonso Gil González
Una joya: GLENN GOULD interpretando a BACH


miércoles, 27 de enero de 2016

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 12


UN SIGLO DE CRISIS

Durante el siglo XII aparece en México la cultura Olmeca. Los olmecas construyeron centros ceremoniales y desarrollaron el arte sacro: altares monolíticos, estelas con bajorrelieves, esculturas. Idearon una escritura jeroglífica y tenían un calendario. Las aldeas aumentaron de tamaño y se construyeron casas sobre plataformas de tierra. Adoraban a deidades jaguares, relacionadas con la lluvia. El control social estaba en manos qude chamanes y hechiceros.
Las estepas euroasiáticas, desde el Danubio hasta Siberia, fueron ocupadas por los Escitas, un pueblo indoeuropeo cuya lengua estaba emparentada con la de los arios. Eran ganaderos itinerantes, y sometieron a la población campesina.
Mientras tanto, la mayor parte del mundo civilizado sufría conmociones en mayor o menor medida. Egipto había rechazado a los pueblos del mar, pero tras la muerte de Meneptah cayó casi en la anarquía. Los pueblos del mar pasaron a Chipre, y desde allí atacaron Fenicia. En 1200 arrasaron las ciudades de Tiro y Sidón. En 1191 muere el rey Shubbiluliuma II y, con él, el imperio hitita desaparece de la historia, desmembrado por los pueblos del mar y las sublevaciones internas. No obstante, la cultura hitita no se perdió, sino que se conservó en una serie de minúsculos reinos neohititas que sobrevivieron dominados por una u otra potencia según los tiempos. Al noroeste de Anatolia empezaron a destacar los Frigios. En la Ilíada son mencionados como aliados de Troya, luego ya estaban allí antes de la llegada de los pueblos del mar, pero su auge llegó tras ellos. Tal vez se aprovecharon de los desórdenes o tal vez los invasores ocuparon Frigia y se convirtieron así en "nuevos frigios".
Asiria inició un largo periodo de luchas frustrantes en las que trataba de dominar sin éxito a los territorios circundantes, pero no pudo controlar a Babilonia y, sobre todo, al poderoso reino de Urartu. En realidad Asiria ganaba la mayoría de las batallas, pero sus enemigos se recuperaban más fácilmente mientras estaba ocupada en otros lugares. De todos modos, la situación fue sin duda caótica e incierta para toda la zona.
Por su parte, Egipto logró reponerse temporalmente. En 1186, un gobernante tebano llamado Setnajt, que afirma ser descendiente de Ramsés II, logra unificar todo Egipto y se convierte en el primer faraón de la XX dinastía. En 1184 le sucede su hijo con el nombre de Ramsés III. Mientras tanto la Grecia Micénica iba de mal en peor. Equipados con armas de hierro, los dorios fueron abriéndose paso lentamente sin que los orgullosos aqueos pudieran hacer nada por evitarlo.
Desde Chipre, los pueblos del mar atacaron Canaán y avanzaron de nuevo hacia Egipto. En 1177 Ramsés III logró rechazarlos en la que se considera la primera batalla naval de la historia, pero ésta sería su última campaña. Egipto perdió sus posesiones imperiales. A partir de entonces sus fronteras se redujeron al valle del Nilo. El Nuevo Imperio había terminado. Palestina fue ocupada por los pueblos del mar. Éstos se llamaban a sí mismos Peleset, aunque actualmente se les conoce como Filisteos. El nombre de "Palestina" deriva de Peleset. Los filisteos eran principalmente griegos, una oleada que precedió a la de los dorios y que fue empujada al mar por éstos, pero al llegar a Palestina se encontraron con una cultura superior a la suya y no dudaron en asimilarla. En poco tiempo habían abandonado su propia lengua y adoptado la de los cananeos (una forma arcaica de hebreo). Esencialmente, los filisteos ocuparon cinco ciudades gobernadas cada una por su propio rey, pero que mantenían una débil coalición. Tres de ellas estaban junto a la costa: Asdod, Ascalón y Gaza, mientras que otras dos estaban en el interior: Ecrón y Gat.
Sin la intervención egipcia, los israelitas pudieron penetrar más fácilmente en Canaán. Poco a poco fueron enfrentándose a las ciudades locales, esclavizando a las más débiles y pasando a cuchillo a las más beligerantes. En cambio, no pudieron imponerse a los filisteos que, pese a ser pocos, tenían armas de hierro. Más aún, los filisteos consiguieron someter a tributo a la tribu israelita de Dan y a otras dos tribus invasoras que sólo más tarde fueron incluidas en la federación de Israel: las tribus de Judá y Simeón. La primera parece estar muy relacionada con los edomitas, mientras que la segunda fue una tribu menor que no tardó en ser absorbida por Judá.
Babilonia había quedado libre de la dominación asiria, pero sus gobernantes casitas no fueron capaces de aprovechar la situación y quedó en la anarquía. Quien sí supo reaccionar fue el antiguo Elam, que envió expediciones para saquear Babilonia. En 1174 los elamitas se llevaron dos grandes reliquias: la estela con el código de Hammurabi y la estela de Naram-Sin.
En 1158 murió Ramsés III, que fue sucedido por una larga serie de reyes llamados todos Ramsés, conocidos como ramésidas. Se abría así un periodo en el que el poder del faraón fue decayendo en favor del poder sacerdotal. Todas las tumbas de Tebas (excepto la de Tutankamón) fueron saqueadas.
Mientras tanto los dorios ocupaban posiciones cada vez más al sur de Grecia y con sus movimientos desplazaban a las tribus eolias. Hacia 1150 una de ellas, la formada por los tesalios ocupó la región en la que se establecerían definitivamente, y que tomó el nombre de Tesalia.


Por esta época la ciudad fenicia de Sidón se había recuperado del ataque de los pueblos del mar y había logrado hacerse con armas de hierro. Las tribus israelitas estaban distribuidas más o menos como indica el mapa. La de Leví era la menor de todas y no ocupó más que unas pocas ciudades dispersas. La tribu de Dan estaba junto a los territorios filisteos, pero un grupo de danitas que no estaba dispuesto a soportar la dominación filistea decidió emigrar hacia el norte, tomó la ciudad de Lais, la saqueó y se estableció en ella, rebautizándola con el nombre de Dan. Judá y Simeón estaban sometidas a los filisteos, mientras Gad y Rubén, al otro lado del Jordán, litigaban con los reinos hebreos de Amón y Moab. Aser, por su parte, quedó bajo la dominación de Sidón. Las tribus del norte (aparte de Aser) tenían menos problemas, y parece que la de Efraím disfrutaba de un cierto liderazgo entre ellas.
Los cananeos del norte aprovecharon el resurgimiento de Sidón para planear una gran ofensiva contra los israelitas. La liga cananea fue encabezada por Jabín, rey de la ciudad deHazor. La tribu más cercana sobre la que se cernía la amenaza era Neftalí, que a la sazón tenía como caudillo a Barac. Éste debió de comprender que sus hombres no podrían resistir por sí solos a un ejército bien dotado, así que se apresuró a pactar con Efraím. Según la Biblia, por aquel entonces Efraím estaba dirigido por una mujer llamada Débora, la cual (bajo la condición de capitanear el ejército) aportó no sólo sus propios hombres sino también los de las tribus de Manasés y Benjamín (las otras dos tribus de Raquel, al parecer bajo el dominio de Efraím). Puesto que también les afectaba de cerca la amenaza cananea, las tribus de Zabulón e Isacar se unieron a la coalición, con lo que en total fueron seis las tribus a las que se enfrentó Jabín. Los israelitas aplastaron a sus oponentes junto al monte Tabor, destruyeron Hazor y, a partir de entonces los cananeos ya no supusieron ningún peligro serio para Israel.
Hacia 1120 otra tribu eolia, los beocios, se vio obligada a asentarse al sur de Tesalia ante el avance dorio. La región se conoció desde entonces con el nombre de Beocia.
Hacia 1124 un babilonio nativo consiguió hacerse con el poder y puso fin a la dominación casita. Se llamaba Nabucodonosor I. También derrotó completamente a los elamitas. Por un momento parecía que Babilonia iba a dominar de nuevo Mesopotamia, pero no fue así. Por aquel entonces, Asiria también estaba recuperándose. En 1115 llegó al trono Teglatfalasar I, el cual dispuso de un ejército con armas de hierro con el que derrotó a Nabucodonosor I en 1103 y reconstruyó lo que había sido el imperio de Tukulti-Ninurta. Por el oeste llegó hasta Fenicia, donde hizo tributarias a Biblos y a Sidón. La frontera más conflictiva era Arabia. Durante los años de anarquía precedentes, las tribus árabes habían hostigado como de costumbre a Mesopotamia. Ahora Teglatfalasar I intentaba detenerlas. Esta vez se trataba de los Arameos, contra los que Asiria inició una serie de campañas. En general, las campañas contra los nómadas nunca son definitivas, pues los guerreros nómadas se retiran fácilmente y aparecen por otras zonas indefensas, o sencillamente desaparecen hasta que pasa el peligro.
También los israelitas sufrían ahora los ataques de los nómadas de Arabia. Los llamados Madianitas azotaban principalmente a la tribu de Manasés. El caudillo de esta tribu era entonces Gedeón. La Biblia describe una trama con la que Gedeón cuestionó la supremacía de Efraím. Al parecer, Gedeón formó una coalición con las tribus del norte que habían luchado contra los cananeos en el monte Tabor, pero sin dar a Efraím ningún trato preferente. Al contrario, le informó tarde y parcialmente de sus planes, de modo que cuando atacó por sorpresa a los madianitas los guerreros de Efraím no estaban presentes, sino que Gedeón los condujo a los vados del Jordán, por donde esperaba que huyeran los madianitas. Así, Efraím destruyó a los madianitas en fuga, pero todo el mérito recayó sobre Gedeón. Sin embargo, Efraím no acepto la situación e Israel estuvo al borde de la guerra civil. Gedeón tuvo que reconocer la supremacía de Efraím.
Las tribus de Israel tuvieron que enfrentarse cada vez con más frecuencia a luchas internas por el poder. Hasta entonces, cada tribu estaba dirigida por un caudillo o juez elegido por aclamación popular. Esto funcionaba bien cuando los israelitas eran sencillas tribus nómadas, pero ahora el poder significaba riqueza, con lo que cada vez fue más codiciado. Así, con la fama que había adquirido Gedeón era natural esperar que fuera sucedido por uno de sus hijos, así que uno de ellos, Abimelec, decidió matar a sus numerosos hermanos para ser el único pretendiente legítimo a la judicatura. Sucesos como estos movieron a algunos israelitas a proponer una monarquía hereditaria que evitara los conflictos en la sucesión. El problema era que elegir un rey podía ocasionar conflictos mucho más violentos que la sucesión de cualquier juez. Entre tanto, las aspiraciones al liderazgo continuaban. En la tribu de Gad surgió un caudillo capaz, llamado Jefté, que consiguió una victoria completa contra el reino de Amón. Por lo visto, Efraím consideró que Jefté no le había consultado debidamente sus planes, por lo que le exigió cuentas igual que lo había hecho con Gedeón. Sin embargo, Jefté no se amilanó, sino que dejó que Efraím enviara un ejército a pedirle cuentas, lo derrotó, e incluso pudo cortarle la retirada por los vados del Jordán hasta aniquilarlo completamente. Esto sucedió hacia el 1100 y así terminó la supremacía de Efraím.
(www.uv.es/ivorra/Historia/Indice.htm)

lunes, 25 de enero de 2016

HISTORIA DE LA IGLESIA... Cap. 3


REINO DE DIOS E IGLESIA


Para descubrir la verdadera vinculación entre Jesús y la Iglesia, hemos de buscar las relaciones que existen entre el reino de Dios y la Iglesia.
Los apóstoles reciben el encargo de seguir la obra de Jesús, por lo que cabría esperar que el reino de Dios fuese el centro de su predicación. Sin embargo, al leer los discursos apostólicos que aparecen en los primeros capítulos del libro de los Hechos, nos encontramos con que lo que anuncian los apóstoles es a Cristo muerto y resucitado. Estos discursos o anuncios de los primeros discípulos reciben el nombre de “Kerygma”, y constan de los siguientes puntos fundamentales:
· Jesús ha sido llevado a la muerte de forma impía.
· Dios le ha resucitado y no le ha dejado en la muerte.
· El Cristo resucitado ha sido constituido Señor de la historia.
· Los apóstoles son testigos de estos acontecimientos.
La primera comunidad, alentada por el encuentro con Cristo resucitado y por la fuerza del Espíritu Santo, intenta vivir y construir el reino de Dios. La Iglesia, que nace de esas experiencias de Pascua y Pentecostés, tiene como misión establecer el reino de Dios en el mundo, es decir, mostrar que el amor de Dios se ha manifestado definitivamente a los hombres en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Aunque son todos los apóstoles quienes reciben el espíritu y anuncian el Evangelio, en los doce primeros capítulos del libro de los Hechos el protagonista de la predicación es Pedro. A partir del capítulo 12, todo el relato gira en torno a la figura de Pablo de Tarso. Esta predicación de los apóstoles produce tres efectos fundamentales:
· Genera paz, alegría y confianza ante la realidad del amor que Dios ha manifestado a los hombres.
· Lleva a un cambio de vida, es decir, a la conversión y aceptación de los valores del reino.
· Hace surgir, en quienes entienden la buena noticia, el deseo de vivir la nueva vida en comunidad. 
Estamos en el nacimiento mismo de la Iglesia y ésta sólo debe entenderse desde los parámetros expuestos, si no queremos transformarla en una especie de ONG a asociación puramente humana. El resto de su historia tendrá que recurrir a estas experiencias fontales para no dejarse confundir con las demás sociedades humanas. Por eso, en el siguiente artículo vamos a ver en qué consistía la vida de las primeras comunidades cristianas.

Alfonso Gil González

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 75



Conctrucción musical


Haydn hizo un importante avance en la construcción musical, en virtud del conocimiento de la técnica del cello y que, en gran medida, incrementó. Aquí tenemos su Concierto para violoncello y orquesta, en Do mayor, interpretado, nada menos, por ROSTROPOVICH y la Orquesta de Cámara Inglesa dirigida, ¡pásmate!, por Benjamín Britten.
El compositor checoeslovaco, MARTINU, es la figura más representativa de la música contemporánea de aquel país y una de las más importantes de la Europa del siglo XX. Nacido 1890 y fallecido en 1959, Martinu, que empezó sus estudios musicales siendo muy niño, se trasladó muy joven a París, fascinado por la música francesa e influenciado particularmente por la impresión que le causó la música de su mentor en la capital de Francia. En su música observamos la unión de lo francés con el sabor racial de su país natal. Todo ello, a través de su fuerte personalidad de artista. Su obra es extensa, y de ella es buena muestra este Concierto para violín y orquesta, del que es solista, en esta grabación, Bruno Belkik, con la Sinfónica de Praga dirigida por Baclav Neuman.
Interpretaciones a la guitarra de la música de PAGANINI, BACH Y TOMÁS MARCO. Y música para violín y piano. De Paganini, la Sonata para guitarra en Do mayor, en la versión de Sigfrid Verin. También toca la Chacona en Re menor, de Bach. De Tomás Marco, Albayalde, por el mismo intérprete. ARTHUR RUBINSTEIN, nada menos, es el pianista.

Alfonso Gil González
Martinu y su Concierto para oboe
Haydn por Rostropovich



sábado, 23 de enero de 2016

MIS APUNTES PATRIOS (VII)


FIGURAS DE LA ESPAÑA CATÓLICA


Ya en la España visigoda, allá por el siglo VII, hay que destacar la figura de san Braulio, hermano del obispo Juan de Zaragoza. De joven se había preparado en Sevilla, destacando en sus estudios y en su vida piadosa. Vuelto a Zaragoza, sustituye a su hermano Juan en el episcopado aragonés. Él es el escribano de los cánones del V Concilio de Toledo y, propia petición de san Isidoro, ordenó y corrigió las famosas Etimologías de éste. Escribió las biografías de san Emiliano y de san Millán. Y murió en Zaragoza en el 651.
Antes, en el siglo VI, había nacido san Julián, en la ciudad de Toledo. San Eugenio, obispo toledano, lo tomó a su cargo proporcionándole una esmerada educación y formación religiosa. A la muerte del arzobispo Quirico, ocupó la sede toledana, interviniendo en los Concilios XII, XIII y XIV de la Iglesia. Escribió varios libros de teología y, tras diez años de arzobispado, fallecía santamente.
San Leandro, hermano de san Isidoro, nació en Cartagena. Se le considera el apóstol de los visigodos. Ingresó en la orden benedictina, destacando por su inteligencia y virtud, llegando a ser Abad y Obispo de Sevilla. De aquí lo desterró el rey Leovigildo, pero, arrepentido, luego le encargó la educación de su hijo Recaredo, lo que fue decisivo para el triunfo sobre el arrianismo del que ya hablamos. Murió tras cuarenta años de presidir el obispado sevillano.
Naturalmente, hay que hablar de san Isidoro, hermano del anterior. Ambos vivieron en Sevilla a causa del traslado de su padre Severiano, que era gobernador de Cartagena. De niño, Isidoro estuvo bajo la custodia de su hermano Leandro, más mayor y ambos huérfanos de padre y madre. Destacó por una sabiduría nada común. Nadie en su tiempo leyó ni escribió tanto como él, llegando a ser obispo sevillano de arrebatadora elocuencia.  De todos sus libros, el más famoso es el de las Etimologías, que constaba de 20 volúmenes conteniendo todo el saber de la época. San Braulio dijo de él que era gloria purísima de España, sostén de la Iglesia y luz que nunca se habría de apagar. Cuando Fernando III el Santo conquistó Sevilla, se llevó sus restos a la catedral de León.
Otros muchos santos jalonaron las páginas de una historia hispana que va, prácticamente, desde el primer siglo cristiano hasta el final de la Reconquista. Ello demuestra la catolicidad de una España que, sin dejar de serlo, pudo soportar, y sigue soportando, los vaivenes de la historia, configurándose como núcleo esencial de la suya propia. Cuando esto se ha olvidado, las crisis se han proliferado en nuestro suelo, pues sin tensión metafísica no es posible un verdadero avance de paz y de progreso creciente.

Alfonso Gil González

viernes, 22 de enero de 2016

AMADEUS - 46

Diva antidiva


En noviembre de 1996, Mozart y Schumann eran dirigidos por Leopold Hager en Barcelona.
El CD del mes contenía la música para piano de Schumann, concretamente, la Sonata n. 1 de la op. 11 y los Estudios sinfónicos de la op. 13. No faltaron los críticos musicales que glosaron la edición, pues en la escritura pianística "es donde se plasman las ideas musicales, poéticas legendarias y cotidianas del gran compositor romántico" (Giorgio Pestelli).
La reapertura de la Ópera Garnier de París y una exposición en el museo Marc Chagall actualizaban la contribución a la música del pintor bielorruso. La fusión que lograba entre música y color era uno de los hitos de la dramaturgia del siglo XX, en palabras de Cristina Carrillo de Albornoz. 
Xavier Nicolás entrevistaba a Monserrat Caballé, la reina del bel canto, donde, una vez más, quedaba resaltada su inmensa calidad humana, su sencillez y su ilusión intacta. Después de más de 30 años cantando por todo el mundo y de recibir honores de jefe de estado,la antidiva confesaba que todavía le quedaban muchos papeles por cantar.
Juan Carlos Moreno escribía sobre la personalidad de Anton Bruckner, compositor al que califica de trovador de Dios. Se cumplían cien años de su muerte. Tenía una profunda fe en Dios. Sin tener presente este sentimiento es imposible, dice, entender su música; sus sinfonías son como preces que se alzan al Altísimo.
Por su parte, Jacobo de Regoyos enrevistaba al director Dzansug Khahidze, que era la otra cara de la Unión Soviética y confiaba en el talento de los georgianos a pesar del caos en que se hallaba la pequeña república soviética.

Alfonso Gil González
Sonata para piano n. 1 de Schumann


Estudios sinfónicos de Schumann


jueves, 21 de enero de 2016

HISTORIA DE LA IGLESIA ... Cap. 2

JESÚS Y LA IGLESIA


Al buscar los orígenes de la Iglesia nos encontramos, en primer lugar, con Jesús de Nazaret. En Jesucristo está el fundamento y el sentido de la Iglesia, aunque la organización de las comunidades cristianas surja con posterioridad a su muerte y resurrección.
Uno de los datos más significativos recogidos en los evangelios es que la predicación de Jesús se centra en el anuncio del “reino de Dios”. Jesús no se limita a hablar de Dios, o de sí mismo, sino que el tema principal de sus enseñanzas es el “reino de Dios”.
La concepción de Dios como rey aparece ya en el Antiguo Testamento. Con ella se pretende expresar la relación entre Dios e Israel, una vez que el pueblo se ha establecido en la tierra prometida. Así podemos leerlo en el libro de los Jueces 8, 22-23. Esta misma concepción aparece también en los Salmos y en los Profetas (Salmos 11; 24; 47; 93; 95; e Isaías 6, 1-5 y Jeremías 10,10).
Las múltiples formas de esperanza que surgen entre los judíos, en el período anterior a la venida de Cristo, giran en torno a tres ejes fundamentales: “el mesianismo nacionalista”, “la visión cósmica y apocalíptica de la salvación” y “el restablecimiento del verdadero reino por el fiel cumplimiento de la ley”.
Ante la sorpresa de sus contemporáneos, Jesús anuncia la cercanía del reino esperado, pero la presenta con unas características tan radicales que no coincide con las esperanzas del pueblo. Estas características del reino que Jesús anuncia son fundamentalmente las siguientes:
· Frente a los “nacionalistas” que anhelaban un Mesías que los liberase del poder romano, Jesús anuncia la irrupción de un orden nuevo. Este nuevo estilo de vida supone la liberación de los pobres y marginados y una forma nueva de relación entre los hombres donde es posible amar incluso a los enemigos.
· Frente a la visión “apocalíptica” de Dios como Juez, Jesús presenta a Dios como padre misericordioso que ofrece siempre su perdón. En las enseñanzas de Jesús se nos revela constantemente el rostro compasivo de Dios, que quiere liberar a los hombres de sus pecados y esclavitudes.
· Frente a la pretensión de los “fariseos” de conseguir el reino por la estricta observancia de la ley, presenta un reino que es, sobre todo, don y gracia de Dios. El reino no lo podemos conquistar por nuestros méritos ni construirlo con nuestras propias fuerzas, sino que es preciso acogerlo y dejarlo crecer. Sólo podrá surgir el orden nuevo si los hombres aceptamos los valores del reino de Dios, cuyo eje consiste en la implantación de la soberanía del amor de Dios tanto en la vida de cada persona como en las formas de relacionarnos.

Alfonso Gil González

miércoles, 20 de enero de 2016

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 74



Gracia, luminosidad y paz


CORELLI: Concierto de Navidad n. 8 en sol menor. Gracia. Inocencia. Luminosidad. Paz. Todo está aquí bellamente reflejado. El Colegium Aureum, un conjunto muy prestigiado entre los amantes de la música barroca, lo interpreta.
De FERNANDO SOR, estas Variaciones sobre “la flauta mágica”. Las toca, a la guitarra, NARCISO YEPES.
GONZALO DE OLAVIDE es el autor de estos Índices, que interpreta el Conjunto Instrumental dirigido por Antonio Ros Marbá.
Como la mayoría de los grandes músicos DVORAK utilizó el género, si es que puede llamarse así, de la Obertura. Aquí hallamos la intitulada Mi Hogar, que pertenece a su opus 62, en versión de la Orquesta Sinfónica de Baviera, dirigida por Rafael Kubelick.
Igual sucede con las Variaciones. Qué compositor no se ha visto tentado a utilizarlas? En esta tenemos, a piano, las Variaciones en fa menor, de HAYDN. 
Y de FERRUCIO BUSONI, este Concierto para violín y orquesta, opus 35, en versión de la Orquesta Filarmónica Holandesa, dirigida por Christian Badea, con Christian Hediger al violín.

Alfonso Gil González

Corelli

Fernando Sor


Dvorak

Haydn

Busoni

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 11


LA EDAD DEL HIERRO

A principios del siglo XIII los hombres aprendieron a fundir el hierro y combinarlo con carbón para producir acero. El hierro mineral es blando e inútil, pero el acero es un metal duro que permitía fabricar armas mucho más poderosas que las de bronce, por lo que tenía un valor estratégico incalculable. El descubrimiento tuvo lugar al sur del Cáucaso, en una zona controlada a la sazón por el poderoso reino hitita. Las técnicas de fundición del hierro eran mucho más complicadas que las del bronce, pues requieren temperaturas mucho más elevadas. Además no se conocían muchos yacimientos. Los hititas mantuvieron la nueva técnica en secreto, a la espera de poder utilizarla a gran escala. Así, durante algún tiempo las regiones civilizadas ignoraron su existencia. Sin embargo, para las tribus nómadas indoeuropeas unas pocas armas de hierro podían ser decisivas en pequeñas luchas con tribus vecinas, así que las nuevas técnicas se difundieron hacia el norte entre los pueblos indoeuropeos. Se iniciaba así la Edad del Hierro.
El hierro llegó hasta Grecia. Hay constancia de que las tribus eolias que habitaban la Grecia interior, menos civilizadas que las tribus jónicas de la Grecia micénica, importaban del norte hierro fundido en pequeñas cantidades, si bien no lo fabricaban. Los historiadores griegos se refieren a estas tribus con el nombre de Aqueos. No hay muchos datos sobre quiénes eran los aqueos. Tal vez fueran simplemente los griegos eolios o tal vez éstos absorbieron, pacíficamente o no, a nuevas tribus del norte que les trajeron el conocimiento del hierro junto con nuevos rasgos culturales. Por ejemplo, una costumbre diferenciada de los aqueos que permite seguirles el rastro frente a los micénicos es que en lugar de enterrar a sus muertos los incineraban. La incineración parece haber surgido con las nuevas técnicas de fundición que requería el hierro. Los aqueos debieron de ser un pueblo más rudo que los micénicos, pero éstos debieron de ver en ellos un refuerzo conveniente para sus campañas militares.
Combinando la arqueología con la tradición griega posterior, la Grecia micénica ofrece esta imagen: había una oligarquía dominante (probablemente indoeuropea, frente a un pueblo de origen pelásgico). Los nobles son carnívoros y prefieren los lechones, mientras que el pueblo es vegetariano y se alimenta principalmente de trigo tostado y pescado. Los nobles beben vino y usan la miel como edulcorante, mientras que el pueblo bebe agua. La propiedad de la tierra está vinculada a la familia, en cuyo seno rige una especie de régimen comunista. No hay una división del trabajo en oficios, sino que cada familia se fabrica lo que necesita. Hasta el rey siega, cose y clava tachuelas. No labraban metales, sino que importaban el bronce del norte y, en escasas cantidades, el hierro. Usaban carros tirados por mulos, aunque eran caros y pocos podían permitírselos. Había esclavos, pero poco numerosos y, por lo general, bien tratados. Principalmente eran mujeres que se ocupaban de las labores domésticas. Usaban el oro como dinero (a peso, sin acuñar monedas), pero sólo para transacciones importantes, lo habitual era pagar con pollos, medidas de trigo, cerdos, etc. La riqueza de una familia no se medía por su dinero sino por sus posesiones. Daban gran importancia a la elegancia  y la belleza física. Sus trajes eran de lino, a modo de saco con un agujero para la cabeza, si bien trataban de adornarlos con bordados y otros detalles. Un buen vestido era considerado como algo muy valioso. Las casas de los pobres eran de adobe y paja, las de los ricos de piedra y ladrillo. Constaban de una estancia única con un agujero en el techo a modo de chimenea. No tenían templos, sino que las estatuas de los dioses quedaban al aire libre.
Por esta época debió de empezar a cobrar importancia la ciudad de Troya. Estaba situada en la costa de Anatolia, en un lugar estratégico para controlar el paso por el Helesponto, un estrecho que comunica el Mediterráneo con un pequeño mar, la Propóntide, que a través del estrecho del Bósforo comunica a su vez con el Mar Negro. El Mar Negro, ofrecía grandes posibilidades para el comercio, alejado del disputado Mediterráneo y con una extensa costa llena de pueblos no muy civilizados a los que se podía ofrecer artículos de lujo a cambio de minerales y otras materias primas. Algunos comerciantes llegaron incluso a China por esta vía, de donde importaban artículos exóticos, como el Jade. Así pues, Troya estaba en condiciones de aprovecharse directa e indirectamente de este comercio, sin más que exigir un tributo a todo el que quisiera cruzar el Helesponto.
No se sabe a ciencia cierta quiénes eran los troyanos. La ciudad estuvo habitada desde mucho tiempo atrás, pero ahora había caído bajo el control de una nobleza grecohablante. Tal vez fueran griegos micénicos que la habían ocupado a modo de colonia, pero es más plausible que los "nuevos" troyanos fueran un grupo de cretenses que, ante la decadencia de su nación, decidieron trasladarse a un lugar más propicio para "volver a empezar". Su buen conocimiento del Mediterráneo les habría llevado a Troya, donde habrían sometido a la población asiática y se habrían convertido en un molesto rival para los griegos micénicos.
Mientras tanto, las grandes potencias cambiaban de reyes. Hacia 1300 el rey Ashur-Uballit ya había muerto, pero su hijo continuó reforzando a Asiria y llegó a saquear el agonizante reino de Mitanni. En 1295 muere el rey Mursil II y es sucedido por Muwatalli, bajo cuyo gobierno el reino hitita siguió siendo la potencia dominante en Siria y, por consiguiente, la mayor preocupación para Egipto. En 1290 murió el faraón Seti I, y fue sustituido por su joven hijo Ramsés II, que reinó durante sesenta y siete años, marca sólo superada en la historia de Egipto por el antiguo rey Pepi II. Ramsés II resulto ser el ególatra más poderoso del mundo. Cubrió Egipto de monumentos en su honor, con inscripciones que relataban jactanciosamente sus victorias y su grandeza. Incluso puso su nombre en monumentos más antiguos para atribuirse méritos ajenos. Amplió el ya enorme templo de Tebas, de modo que se convirtió en el templo más grande y fastuoso construido jamás en la historia. La mayor sala del templo, la sala hipóstila, medía unos 5.000 metros cuadrados y su techo se sustentaba mediante 134 columnas de 21 metros de altura. En 1288 subió al trono hitita Hattusil III, que en 1286 tuvo que enfrentarse a una expedición egipcia encabezada por el propio Ramsés II. La batalla tuvo lugar cerca de la ciudad de Kadesh. La única información que tenemos sobre ella es la versión oficial del faraón, según la cual el ejército egipcio fue pillado por sorpresa y se tuvo que retirar precipitadamente, pero Ramsés decidió vencer o morir, se lanzó él solo contra todo el ejército enemigo y lo mantuvo a raya hasta que sus hombres se reorganizaron y recibieron refuerzos. Finalmente los hititas fueron estrepitosamente aniquilados. No hay motivos para creer nada de todo esto. Pasara lo que pasara en la batalla, la realidad es que el poder hitita no disminuyó lo más mínimo, sino que la guerra se mantuvo durante tres años, hasta que ambos reyes firmaron una paz de compromiso en1283.
Se inició así el periodo de mayor esplendor de la cultura hitita. En los archivos de Hattusa, su capital, se han encontrado miles de tablillas escritas en hitita y algunas en acadio con anales, tratados, leyes, actas de distribución de tierras y textos religiosos, algunos en lenguas muertas (en la época). Egipto, pese al acuerdo de paz, inició una serie de intrigas, estimulando a Asiria contra el reino hurrita. El rey Adad-Ninari I ocupó el reino de Mitanni, vasallo de los hititas, tras lo cual se otorgó a sí mismo el título de Gran Rey, y envió una carta al rey Muwatali tratando de rebajar la tensión ocasionada por la invasión. En ella trataba a Muwatalli de hermano, algo frecuente en la época entre los reyes de potencias del mismo rango, pero la respuesta de Muwatalli fue bastante brusca: ¿Acaso somos hijos del mismo padre o de la misma madre? Pese a todo, no estalló la guerra entre ambos reinos, ya que Muwatalli estaba más preocupado por Egipto que por Asiria. Adad-Ninari I murió en 1275, y fue sucedido por su hijo Salmanasar I. Luego murió Muwatalli, en 1272, y fue sucedido por su hijo Mursil III. 
En 1270 Salmanasar I arrebató definitivamente a los hititas lo que había sido el reino de Mitanni, fecha en la que podemos considerar que éste desaparece definitivamente de la historia, pasando a formar parte del que se conoce como Primer Imperio Asirio. Asiria recuperó todo el territorio que había poseído en tiempos de Shamshi-Adad I, el fundador de la dinastía que había gobernado ininterrumpidamente en Assur tanto en los buenos como en los malos tiempos. Salmanasar usó las riquezas y los esclavos obtenidos con sus conquistas para embellecer Assur, la capital, y Nínive, la segunda ciudad más emblemática del reino. Sin embargo, consideró que su nuevo imperio requería una nueva capital, y así fundó a mitad de camino entre ambas la ciudad de Calach. Mursil III murió en 1265, y fue sucedido por su tío Hattusil III.
Hacia 1250 Canaán empezó a recibir el embate de nuevas tribus nómadas emparentadas con los hebreos que cien años antes habían ocupado el este de Canaán. Sin embargo, este parentesco no influyó en los hebreos, que rechazaron a los recién llegados. Las primeras en hacer su aparición debieron de ser las tribus de Rubén, Isacar y Zabulón, formaron la coalición de Lía (el nombre de una diosa de los pastores cananeos, vinculada con la Luna), a la que luego se sumaron como tributarios Gad y Aser. La primera de estas dos tribus deriva su nombre de un dios de la buena fortuna, cuyo culto se extendía desde Fenicia hasta Arabia. Aser proviene de Ashir, que era una diosa cananea también de culto muy difundido. La ciudad de Hesbón, situada en el límite septentrional de Moab, aprovechó que el ejército moabita estaba concentrado al este contra los recién llegados y se rebeló con éxito, deshaciéndose de las pocas tropas moabitas de la zona. Las tribus de Lía reaccionaron rápidamente y aprovecharon el caos creado por Hesbón. Atacaron la ciudad y la arrollaron, con lo que se abrieron paso hasta el Jordán. Ocuparon un territorio entre Amón y Moab que más adelante se quedaría en exclusiva la tribu de Rubén.
En 1245 murió Salmanasar I, y fue sucedido por su hijo Tukulti-Ninurta I, bajo el cual el imperio asirio llegó a su máxima extensión. Condujo campañas a los montes Zagros y llegó hasta el Cáucaso, donde un grupo de hurritas se acababa de asentar formando el reino de Urartu. Luego derrotó a los casitas en el sur y los sometió a tributo, y más tarde ocupó Elam. De este modo, Asiria dominaba ahora toda Mesopotamia. Además, Asiria conoció así las nuevas técnicas hititas para tratar el hierro, si bien todavía no se disponía de él en cantidades necesarias para que fuera relevante. En 1237 el rey hitita Hattusil III fue sucedido por su hijo Tudhaliyas IV.Durante su reinado la cultura hitita recibió muchas influencias hurritas y mesopotámicas (probablemente el reino hitita recibió muchos refugiados de lo que había sido Mitanni y de otras regiones ocupadas por Asiria). El nuevo rey supo sofocar las revueltas que periódicamente se producían en distintos puntos de los dominios hititas, e incluso extendió sus fronteras hacia el oeste, alcanzando el Egeo.
Mientras tanto, el Imperio Egipcio disfrutaba de un periodo de paz y prosperidad. La corte era ostentosa y magnificente como nunca lo había sido, Ramsés II tenía muchas esposas que le dieron una multitud de hijos, pero a medida que se iba haciendo mayor fue dejando de lado los asuntos del gobierno, y como consecuencia la nobleza fue ganando poder. La mejora del nivel de vida hizo difícil encontrar hombres con vocación militar, por lo que el ejército se nutría cada vez más de mercenarios extranjeros, de los que no se podía esperar el arrojo de los soldados movidos por un fervor patriótico, e incluso podían volverse peligrosos en épocas difíciles. Así, aunque aparentemente todo estaba en orden, lo cierto es que las bases del poder egipcio estaban siendo minadas poco a poco.
Durante los últimos años del reinado de Ramsés II la presión sobre los reinos hebreos de Edom, Amón y Moab seguía aumentando. Llegó una nueva tribu dirigida por un caudillo poderoso: Josué. Esta tribu debió de ser especialmente belicosa y parecía tener muy claro el objetivo de cruzar el Jordán e invadir Canaán. Tal vez por ello acogió gustosa en su seno a los hombres más fieros que encontró en la zona: por una parte a una tribu de honderos ambidiestros de gran puntería y por otra a un pueblo de pastores oriundo del norte de Palestina llamado Bene-jamina, cuyo caudillo tenía el título de Dawidum, (posible origen del nombre David). Éstos formaron la tribu de Benjamín, y formaron con los hombres de Josué una coalición identificada con el nombre de Raquel, una diosa de características similares a las de Lía (tal vez las diferencias de culto Lía/Raquel se usaron como signos distintivos de los dos grandes grupos tribales que acechaban Canaán). La coalición de Raquel se engrosó pronto con las tribus de Dan y Neftalí.
Josué debió de pactar una alianza con las tribus de Lía para facilitar su plan de invasión. La confederación se llamó Israel, que significa algo así como "Dios lucha con nosotros". Hacia 1226, Josué cruzó el Jordán con sus hombres y ocupó una rica franja de tierra a la que llamaron Efraím (región fértil), mientras que Benjamín ocupó la zona inmediatamente más al sur. Probablemente, la tribu original de Josué estaba formada por dos clanes poderosos, uno de los cuales ocupó Efraím y el otro fue extendiéndose hacia el norte hasta tener su territorio propio, al que dio el nombre de Manasés. Así, las tribus de Raquel pasaron a ser tres: Efraím, Manasés y Benjamín. De la federación de Raquel original surgió también una tribu diminuta: la tribu de Leví, que en realidad era una clase sacerdotal que no ocupó más que unas pocas ciudades dispersas. Posteriormente la tribu de Leví fue considerada como una tribu de Lía, en lugar de una tribu de Raquel.
En 1223 murió Ramsés II y fue sucedido por Meneptah, su decimotercer hijo, que ya tenía entonces sesenta años. Meneptah condujo el ejército egipcio a Canaán para rechazar a los israelitas invasores. Como testimonio de la campaña dejó una inscripción según la cual "Israel está arrasado y no tiene semillas". Evidentemente esto era una exageración propia de los "partes oficiales", pues los israelitas seguían allí. Sin duda el faraón no pudo terminar con los israelitas porque se vio obligado a volver a Egipto a marchas forzadas, ya que su reino se encontró con un peligro proveniente de un lugar insospechado: el mar. Hasta entonces el tránsito marítimo por el Mediterráneo había tenido un carácter esencialmente comercial. Es verdad que Creta había desarrollado una armada con la que había impuesto su hegemonía en el Egeo, pero debieron de encontrarse con una resistencia mínima. Los mismos egipcios usaban barcos para transportar sus tropas a Canaán, pero siempre bordeando la costa. Nadie hasta entonces había enviado tropas en barcos para librar una batalla importante lejos de sus costas. La idea de llevar tropas al otro lado del mar debía de ser considerada una locura para los egipcios.
Sin embargo, los griegos micénicos empezaron a aventurarse por el mar con fines militares. Sin duda les llegaron productos exóticos provenientes de tierras lejanas a través del mar Negro, pero esta vía comercial estaba enteramente bajo el control de Troya. Oriente debió de adquirir fama de ser una tierra rica y paradisiaca. En efecto, los griegos tenían una leyenda al respecto, según la cual mucho tiempo atrás un grupo de cincuenta héroes mitológicos capitaneados por Jasón emprendieron una arriesgada aventura hacia oriente en busca del vellocino de oro, la piel de un carnero divino cuya lana era de oro, símbolo de la prosperidad de las tierras lejanas. Embarcaron en la nave Argos, por lo que eran conocidos como los Argonautas, entre los cuales estaba el mismo Teseo, el que venció al Minotauro y liberó a Atenas del dominio cretense, y con él Hércules, y su padrePeleas, y Orfeo, y muchos otros. Respecto a Troya, resultó ser un pequeño obstáculo en el camino, pues, cuando trató de impedir el paso a la expedición, Hércules desembarcó, saqueó la ciudad y mató al reyLaomedonte junto con todos sus hijos excepto Príamo, que era el rey a la sazón. Nada de esto tiene visos de realidad. Más bien debemos suponer que estas historias fueron inventadas por los griegos micénicos para animar al pueblo, o tal vez a los aqueos, pueblo tan poco interesado por el mar como Egipto, a lanzarse sobre Troya y acabar con su hegemonía. Las leyendas griegas al respecto hablan de una coalición de Argivos y Aqueos en una expedición contra Troya. En principio "argivo" hace referencia a la ciudad de Argos, que era una de las ciudades micénicas más importantes, pero es probable que el término se usara para referirse indistintamente a todos los griegos micénicos. Naturalmente, el casus belli según los griegos no fue tan prosaico como el de borrar del mapa una ciudad molesta. Según la tradición, la guerra se debió a que Paris, el hijo de Príamo, se llevó (no está muy claro si por la fuerza o de mutuo acuerdo) a Helena, la mujer de Menelao, rey de Esparta, quien solicitó la ayuda de su hermano Agamenón, rey de Micenas, para recuperarla. A su vez, éstos reclamaron la ayuda de otros reyes, como Ulises de Ítaca o el aqueo Aquiles. Al margen de los detalles poéticos, las tradiciones griegas parecen describir dos facciones en pie de igualdad: los argivos, capitaneados por Agamenón y los aqueos, capitaneados por Aquiles. La ciudad de Troya fue destruida y los griegos convirtieron el acontecimiento en una de sus gestas más memorables.
Las leyendas griegas continúan explicando que, al volver a su patria, los héroes se encontraron con una situación turbulenta. Las fábulas se inclinan hacia sucesos más románticos en torno a adulterios, envenenamientos y disputas por el poder, pero la realidad histórica subyacente era de otra naturaleza. Los pueblos indoeuropeos se habían ido extendiendo por la Europa oriental, eran belicosos y en estos momentos debían de pasar por un periodo de escasez o superpoblación, por lo que se expandían en todas direcciones y desplazaban a su vez a otros pueblos. La Grecia micénica empezó a sufrir el acoso de otro pueblo indoeuropeo, emparentado con los griegos pero mucho menos civilizado: los Dorios. Los dorios tenían armas de hierro, lo que les concedía una superioridad contra la que los griegos micénicos no tenían nada que hacer. Como fruto de estas convulsiones el Mediterráneo se llenó de hordas de piratas que sobrevivían atacando y saqueando las ciudades costeras. Estaban formados por mezclas heterogéneas de dorios, griegos micénicos y habitantes de poblaciones variadas que no encontraron mejor salida que lanzarse al mar. Un grupo numeroso de estos piratas desembarcó en las costas de Libia y se unió a los nativos en un ataque contra Egipto.
Los sorprendidos egipcios, que nunca habían sufrido un ataque por mar, llamaron "Pueblos del Mar" a los invasores, y así se les conoce en la historia. Meneptah consiguió expulsarlos a duras penas, pero el poder egipcio se vio seriamente dañado. De Egipto, los pueblos del mar pasaron a Chipre, desde donde amenazaron las costas de Canaán y de Anatolia.
En 1211 un nuevo faraón, Seti II, se hizo con el trono de Egipto, destronando para ello a Meneptah y casándose con su viuda. Se inicia así una rápida sucesión de faraones débiles que reinan durante breves periodos de tiempo (Seti II reinó cinco años).
En 1209 murió el rey hitita Tudhaliyas IV, que fue sucedido por su hijo Arnuanda III. La presión de los pueblos del mar se hacía cada vez más insoportable para todos los pueblos del Mediterráneo, a la vez que los pueblos indoeuropeos presionaban a la ya descoyuntada Grecia micénica por un lado y a los hititas y otros pueblos de la Europa oriental por otro. Mesopotamia seguía bajo el Imperio Asirio, pero tras la muerte de Tukulti-Ninurta en 1208 se sumió también en la crisis que afectaba a sus vecinos. Canaán sufría mientras tanto los embates de los israelitas. En 1207 murió Arnuanda III y le sustituye el que iba a ser el último rey hitita:Shubbiluliuma II. 
(www.uv.es/ivorra/Historia/Indice.htm)