Curriculums

Teología

martes, 30 de agosto de 2016

PERSONAJES DE LA BIBLIA... 39

San Juan el Bautista

Las fuentes principales relativas a la vida y ministerio de San Juan Bautista son los Evangelios canónicos. De estos, San Lucas es el más completo, recogiendo como hace las maravillosas circunstancias que acompañaron el nacimiento del Precursor y detalles sobre su ministerio y su muerte. El Evangelio de San Mateo se mantiene en estrecha relación con el de San Lucas, en cuanto se refiere al ministerio público de Juan, pero no contiene nada de lo relativo al comienzo de su vida. De San Marcos, cuyo relato de la vida del Precursor es muy escaso, no se puede recoger ningún detalle nuevo. Finalmente el cuarto Evangelio tiene esta especial característica, que da el testimonio de San Juan tras el bautismo del Salvador. Aparte de las indicaciones suministradas por estos escritos, alusiones de pasada se producen en pasajes tales como Hechos, 13, 24; 19, 1-6; pero son pocos y se refieren al asunto sólo indirectamente. A lo anterior debe añadirse lo que Josefo relata en su Antigüedades Judías (XVIII, v, 2); pero debe recordarse que es lamentablemente errático en sus fechas, equivocado en los nombres propios, y parece manipular los hechos según sus propias opiniones políticas; sin embargo, su juicio sobre Juan, también lo que nos dice sobre la popularidad del Precursor, junto con algunos detalles de menor importancia, son dignos de la atención del historiador. No se puede decir lo mismo de los evangelios apócrifos, porque la escasa información que dan del Precursor es o bien copiada de los Evangelios canónicos (y no añade autoridad a estos), o bien es un conjunto de divagaciones infundadas.
Zacarías, el padre de Juan el Bautista, era un sacerdote de la estirpe de Abías, la octava de las veinticuatro clases en que fueron divididos los sacerdotes (I Cro., 24, 7-19); Isabel, la madre del Precursor, era "descendiente de Aarón" según San Lucas (1, 5); el mismo evangelista, unos versículos después (1, 36) la llama "prima" (syggenis) de María. Estas dos afirmaciones parecen contradictorias, pues, se preguntará, ¿ cómo podía ser una prima de la Santísima Virgen "descendiente de Aarón"? El problema se podría resolver adoptando la lectura que se da en una antigua versión persa, donde encontramos "hermana de la madre" (metradelphe) en vez de "prima". Una explicación en cierto modo análoga, probablemente tomada de algún escrito apócrifo, y tal vez correcta, se da por San Hipólito (en Nicefor., II, iii). Según ella, Mathan tuvo tres hijas, María, Soba, y Ana. María, la mayor, se casó con un hombre de Belén y fue la madre de Salomé; Soba se casó también en Belén, pero con "un hijo de Leví", de quien tuvo a Isabel; Ana desposó a un galileo (Joaquín) y dio a luz a María, la Madre de Dios. Así Salomé, Isabel, y la Santísima Virgen fueron primas hermanas, e Isabel, "descendiente de Aarón" por línea paterna, era, por su madre, prima de María. El hogar de Zacarías se designa sólo de una manera vaga por San Lucas: era "una ciudad de Judá", en "la región montañosa" (1, 39). Reland, que aboga por la injustificada suposición de que Judá pueda ser un error de ortografía del nombre, propuso leer en vez de él, Yuttá ( Josué, 15, 55; 21, 16), una ciudad sacerdotal al sur de Hebrón. Pero los sacerdotes no siempre vivían en ciudades sacerdotales (el hogar de Matatías estaba en Modin, el de Simón Macabeo en Gaza). Una tradición que puede remontarse a la época anterior a las Cruzadas, señala a la pequeña ciudad de Ain-Karim, a cinco millas al suroeste de Jerusalén. El nacimiento del Precursor fue anunciado de la manera más chocante. Zacarías e Isabel, como sabemos por San Lucas, "eran los dos justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril" (1, 6-7). Habían rezado mucho para que su unión fuera bendecida con descendencia; pero, ahora que "los dos eran de edad avanzada", el reproche de esterilidad pesaba sobre ellos. "Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Y se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, y le precederá con el espíritu y el poder de Elías para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la sabiduría de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (1, 8-17). Como Zacarías fue lento en creer esta asombrosa predicción, el ángel, al hacérsela conocer, le anunció que, en castigo a su incredulidad, estaría afectado de mudez hasta que la promesa se cumpliera. Y "cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses" (1, 23-24).
Ahora bien durante el sexto mes tuvo lugar la Anunciación, y, como María había oído al ángel que su prima había concebido, fue "con prontitud" a felicitarla. "Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño" - lleno, como la madre, del Espíritu Santo-"saltó de gozo en su seno", como si reconociera la presencia de su Señor. Entonces se cumplió la profética declaración del ángel de que el niño estaría "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre". Ahora bien, como la presencia de cualquier pecado es incompatible con la presencia del Espíritu Santo en el alma, se deduce que en este momento Juan quedó limpio de la mancha del pecado original. Cuando "le llegó a Isabel el tiempo de dar a luz... tuvo un hijo (1, 57); y "al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: No, se ha de llamar Juan. Le decían: No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Y todos quedaron admirados" (1, 59-63). No se dieron cuenta de que ningún nombre le convenía más (Juan, en hebreo: Jehohanan, esto es, "Yahveh tiene misericordia") al que, como profetizó su padre iba a ir "delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios" (1, 76-78). Además, todos esos acontecimientos, a saber, un niño nacido a una pareja de edad avanzada, la repentina mudez de Zacarías, su recuperación, igualmente repentina, del habla, su asombrosa declaración, tenían que infundir admiración a los vecinos congregados; estos apenas podían preguntarse: "Pues, ¿qué será de este niño?" (1,66).
Respecto a la fecha del nacimiento de Juan el Bautista, no se puede decir nada con seguridad. El Evangelio sugiere que el Precursor nació unos seis meses antes de Cristo; pero el año del nacimiento de Cristo no ha sido determinado. Ni hay tampoco certeza sobre la estación del nacimiento de Cristo, pues es bien sabido que la fijación de la fiesta de Navidad al veinticinco de Diciembre no se basa en la evidencia histórica, sino que está sugerida posiblemente por consideraciones meramente astronómicas, también, quizá, deducidas de razonamientos astronómico-teológicos. Aparte de eso, no se pueden hacer cálculos sobre la época del año en que la clase de Abías prestaba servicio en el Templo, puesto que cada una de las veinticuatro clases de sacerdotes hacía dos turnos al año. De los primeros años de la vida de Juan San Lucas sólo nos dice que "el niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel" (1, 80). Si nos preguntáramos cuándo se fue el Precursor al desierto, una vieja tradición a la que hace eco Paul Warnefried (Paulo el Diácono), en el himno"Ut queant laxis", compuesto en honor del santo, da una respuesta apenas más definida que la declaración del Evangelio: "Antra deserti teneris sub annis... petiit.." Otros autores, sin embargo, pensaron que lo sabían mejor. Por ejemplo, San Pedro de Alejandría creía que San Juan fue dejado en el desierto para escapar de la ira de Herodes, quien, si hacemos caso de su relato, fue impulsado por el miedo de perder su reino a buscar la muerte del Precursor, igual que fue, más tarde, a buscar la del Salvador recién nacido. Se añadía también en este relato que Herodes hizo matar a Zacarías entre el templo y el altar, porque profetizó la venida del Mesías (Baronio, "Annal Apparat.", n.53). Estas son leyendas sin valor calificadas hace mucho tiempo por San Jerónimo como "apocryphorum somnia".
Pasando por alto entonces, con San Lucas, un periodo de unos treinta años, llegamos a lo que podemos considerar el inicio del ministerio público de San Juan (ver CRONOLOGÍA BÍBLICA). Hasta éste llevó en el desierto la vida de un anacoreta; ahora va a entregar su mensaje al mundo. "En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César... fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán, predicando" (Lucas 3, 1-3), vestido no con los suaves ropajes de un cortesano (Mateo, 11, 8; Lucas 7, 24), sino de "piel de camello con un cinturón de cuero a sus lomos"; y "su comida" - parecía como si no comiera ni bebiera (Mateo, 11, 18; Lucas, 7, 33)-- "eran langostas y miel silvestre" (Mateo, 3, 4; Marcos, 1, 6); toda su figura, lejos de sugerir la idea de una caña sacudida por el viento (Mateo, 11, 7; Lucas, 7, 24), manifestaba una constancia imperturbable. Algunos incrédulos burlones fingían escandalizarse: "Tiene un demonio" (Mateo, 11, 18) Sin embargo, "Jerusalén, toda Judea, y toda la región del Jordán" (Mateo, 3, 5), atraídos por su fuerte y atractiva personalidad, acudían a él; la austeridad de su vida aumentaba inmensamente el peso de sus palabras; para la gente sencilla, era verdaderamente un profeta (Mateo, 11, 9;cf. Lucas, 1, 76,77). "Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mateo, 3, 2), tal era el estribillo de su enseñanza. Hombres de todas las condiciones se congregaban a su alrededor.
Allí había fariseos y saduceos; estos últimos atraídos quizá por curiosidad y escepticismo, los primeros esperando posiblemente una palabra de alabanza por sus numerosísimas imposiciones y prácticas, y todos, probablemente, más ansiosos de ver de cuál de las sectas rivales ordenaría el nuevo profeta que se siguieran las instrucciones. Pero Juan puso al descubierto su hipocresía. Sacando sus ejemplos del escenario que los rodeaba, e incluso, según el modo oriental, haciendo un juego de palabras (abanimbanium), fustigó su orgullo con esta bien merecida reprimenda: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, dignos frutos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham; pues os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Y ya está el hacha puesta en la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Mateo, 3, 7-10; Lucas, 3, 7-9). Estaba claro que algo había que hacer. Los hombres de buena voluntad entre los que escuchaban preguntaban: "¿Qué debemos hacer?" (Probablemente algunos eran ricos y, según la costumbre del pueblo en tales circunstancias, estaban vestidos con dos túnicas- Josefo, "Antig.", XVIII, v, 7). "Y él les respondía: El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo" (Lucas, 3, 11). Algunos eran publicanos; a ellos les ordenó no exigir más que lo que estaba fijado por la ley (Lucas, 3, 13). A los soldados (probablemente policías judíos) les recomendó que no hicieran violencia a nadie, ni denunciaran falsamente a ninguno, y que se contentaran con su paga. (Lucas, 3, 14). En otras palabras, les advirtió contra la confianza en sus privilegios nacionales, no aprobó los dogmas de ninguna secta, ni abogó por el abandono del forma de vida ordinaria de cada uno, sino que (predicó) la fidelidad y honradez en el cumplimiento de los deberes propios, y la humilde confesión de los propios pecados. Para confirmar las buenas disposiciones de sus oyentes, Juan los bautizaba en el Jordán, "diciendo que el bautismo era bueno, no tanto para liberar a uno de ciertos pecados [cf. Sto. Tomás, "Summ. Theol.·, III, A.xxxviii, a. 2 y 3] como para purificar el cuerpo, estando ya el alma limpia de sus corrupciones por la justicia" (Josefo, "Antig.", XVIII, vii). Este rasgo de su ministerio, más que ningún otro, atrajo la atención pública hasta tal punto que fue apodado "el Bautista" ( esto es, el que bautiza) incluso durante su vida (por Cristo, Mateo, 11,11; por sus propios discípulos, Lucas, 7, 20; por Herodes, Mateo, 14, 2; por Herodías, Mateo, 14, 3). Aun así su derecho a bautizar fue cuestionado por algunos (Juan, 1, 25); los fariseos y letrados rehusaron someterse a esta ceremonia, con el argumento de que el bautismo, como una preparación para el reino de Dios, sólo estaba relacionado con el Mesías (Ezequiel, 36, 25; Zacarías, 13, 1, etc.), Elías, y el profeta del que se habla en el Deuteronomio, 18, 15. La réplica de Juan fue que él había sido divinamente "enviado a bautizar con agua" (Juan, 1, 33); a esto, más tarde, nuestro Salvador aportó su testimonio, cuando, en respuesta a los fariseos que intentaban tenderle una trampa, implícitamente declaró que el bautismo de Juan era del cielo (Marcos, 11, 30). Mientras bautizaba, Juan, para que la gente no pudiera creer "si no sería él el Cristo" (Lucas, 3, 15), no dejó de insistir en que la suya era sólo una misión de precursor: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga" (Lucas, 3, 15,17). Fuera cual fuese lo que Juan quería decir con su bautismo "de fuego", en todo caso, definió claramente en esta declaración su relación con el que había de venir.
Aquí no vendrá mal tratar sobre el escenario del ministerio del Precursor. La localidad debe buscarse en la parte del valle del Jordán (Lucas, 3, 3) que es llamada el desierto (Marcos 1, 4). En relación con esto se mencionan dos lugares en el Cuarto Evangelio: Betania (Juan 1, 28) y Ainón (Juan 3, 23). Respecto a Betania la versión Betabara, primero dada por Orígenes, puede descartarse; pero el erudito alejandrino estaba quizá menos equivocado al sugerir la otra versión, Bethara, posiblemente una forma griega de Betharan; en cualquier caso, el sitio en cuestión debe ser buscado "al otro lado del Jordán" (Juan, 1, 28). El segundo lugar, Ainón, "cerca de Salim" (Juan, 3, 23), el punto más al norte señalado en el mapa del mosaico de Madaba, se describe en el "Onomasticon" de Eusebio como estando a ocho millas de Seythopolis (Beisan), y debe buscarse probablemente en Ed-Deir o El-Ftur, a poca distancia del Jordán (Lagrange, en "Revue Biblique", IV, 1895, pags. 502-5). Además, una tradición establecida de antiguo, que se remonta al año 333, asocia la actividad del Precursor, particularmente el Bautismo del Señor, con los alrededores de Deir Mar-Yuhanna (Qasr el-Yehud).
El Precursor había estado predicando y bautizando durante algún tiempo (cuánto exactamente no se sabe), cuando Jesús vino de Galilea al Jordán a ser bautizado por él. ¿Por qué, puede preguntarse, "el que no cometió pecado" (I Pedro, 2, 22) buscaría "el bautismo de conversión para el perdón de los pecados" de Juan (Lucas, 3, 3)? Los Padres de la Iglesia responden muy apropiadamente que ésta fue la ocasión prevista por el Padre en que Jesús iba a manifestarse ante el mundo como Hijo de Dios; además, al someterse a él, Jesús sancionaba el bautismo de Juan. "Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" (Mateo, 3, 14). Estas palabras, que implican que Juan conocía a Jesús, están en aparente contradicción con una ulterior declaración de Juan registrada en el Cuarto Evangelio: "Yo no le conocía" (Juan, 1, 33). La mayor parte de los intérpretes toman esto como que el Precursor tenía alguna intuición de que Jesús fuera el Mesías: indican ésta como la razón por la que Juan al principio rehusó bautizarlo; pero la manifestación celestial, unos momentos después, cambió esta intuición en conocimiento perfecto: "Respondióle Jesús: Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos...Y una voz que venía de los cielos dijo: Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco" (Mateo, 3, 15-17). Tras su bautismo, mientras Jesús estaba predicando por las ciudades de Galilea, yendo a Judea sólo ocasionalmente para las fiestas, Juan continuó su ministerio en el valle del Jordán. Fue en esta época "cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú? Él confesó, y no negó; confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Él dijo: No lo soy ¿Eres tú el profeta? Respondió: No. Entonces le dijeron: ¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Dijo él: Yo soy la voz que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías" (Juan 1, 19-23). Juan negó ser el profeta Elías, a quien los judíos estaban esperando (Mateo, 17, 10; Marcos, 9, 10). Ni lo admitió Jesús, aunque sus palabras a sus discípulos parecen a primera vista señalar ese camino, "Ciertamente Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo, que Elías ha venido ya" (Mateo, 17, 11; Marcos, 9, 11-12). San Mateo señala que "los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista" (Mateo, 17, 13). Esto era lo mismo que decir, "Elías no va a venir en forma humana." Pero al hablar a la multitud, Jesús explicó que llamaba a Juan Elías en sentido figurado: "Si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga" (Mateo, 11, 14,15). Esto había sido anticipado por el ángel cuando, al anunciar a Zacarías el nacimiento de Juan, predijo que el niño precedería al Señor "con el espíritu y el poder de Elías" (Lucas, 1, 17). "Al siguiente día vio a Jesús venir hacia él y dijo: He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: Viene un hombre detrás de mí, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo...pero he venido a bautizar con agua para que él sea manifestado a Israel...Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios" (Juan 1, 20-34).
Entre los muchos oyentes que rodeaban a San Juan, algunos, más profundamente conmovidos por su doctrina, permanecieron con él, formando así, como alrededor de otros famosos doctores de la ley, un grupo de discípulos. A estos exhortaba a ayunar (Marcos, 2, 18), a estos enseñaba formas especiales de oración (Lucas, 5, 33; 11, 1). Su número, según la literatura pseudo-clementina, llegaba a treinta (Hom. ii, 23). Entre ellos estaba Andrés de Betsaida de Galilea (Juan, 1, 44). Un día, cuando Jesús pasaba a lo lejos, Juan le señaló y repitió su declaración anterior: "He ahí el Cordero de Dios". Entonces Andrés, con otro discípulo de Juan, al oír esto, siguieron a Jesús (Juan, 1, 36-38). El relato de la vocación de Andrés y Simón difiere materialmente del que encontramos en San Mateo, San Marcos y San Lucas; aunque puede percibirse que San Lucas, en particular, narra de tal manera el encuentro de los dos hermanos con el Salvador, que podemos deducir que ya lo conocían. Ahora bien, por otra parte, puesto que el Cuarto Evangelio no dice que Andrés y su compañero dejaran en el acto sus ocupaciones para dedicarse exclusivamente al Evangelio o a su preparación, no hay claramente discordancia absoluta entre la narración de los tres primeros Evangelios y el de San Juan.
El Precursor, tras un lapso de varios meses, aparece de nuevo en escena, y aún está predicando y bautizando a orillas del Jordán (Juan, 3, 23). Jesús, mientras tanto, había reunido a su alrededor un séquito de discípulos, y vino "al país de Judea; y allí se estaba con ellos y bautizaba" (Juan, 3, 22) - "aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos" (Juan, 4, 2) - "Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y los judíos [los mejores textos griegos tienen "un judío"] acerca de la purificación" (Juan, 3, 25), lo que quiere decir, como se sugiere por el contexto, acerca del valor relativo de ambos bautismos. Los discípulos de Juan fueron a él: "Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquel de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van con él" (Juan, 3, 26-27). Indudablemente querían decir que Jesús debería ceder ante Juan que le había recomendado, y que, al bautizar, estaba usurpando los derechos de Juan. "Juan respondió: Nadie puede arrogarse nada si no se le ha dado del cielo. Vosotros mismos sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos: da testimonio de lo que ha visto y oído" (Juan, 3, 27-36).
La narración anterior recuerda el hecho antes mencionado (Juan, 1, 28), de que parte del ministerio del Bautista se ejerció en Perea: Ainón, el otro escenario de sus acciones, estaba junto a las fronteras de Galilea; Perea y Galilea formaban la tetrarquía de Herodes Antipas. Este príncipe, digno hijo de su padre, Herodes el Grande, se había casado, probablemente por razones políticas, con la hija de Aretas, rey de los nabateos. Pero durante una visita a Roma, se enamoró de su sobrina Herodías, esposa de su hermanastro Filipo (hijo de Mariamne la joven), y la indujo a venirse a Galilea. Cuándo y dónde se encontró el Precursor con Herodes, no se nos dice, pero por los Evangelios Sinópticos sabemos que Juan se atrevió a reprochar al tetrarca sus malas acciones, especialmente su adulterio público. Herodes, influido por Herodías, no permitió al importuno recriminador marchar sin castigo: "envió a prender a Juan y le encadenó en prisión". Josefo nos cuenta una historia bastante distinta, que contiene tal vez un elemento de verdad. "Como se apiñaban alrededor de Juan grandes multitudes, Herodes sintió miedo de que abusara de su autoridad moral sobre ellas para incitarlas a la rebelión, lo que harían si se lo mandaba; por tanto pensó como lo más sabio, para evitar posibles sucesos, quitar de en medio al peligroso predicador... y lo encarceló en la fortaleza de Maqueronte" ("Antig.", XVIII, v, 2). Cualquiera que fuera el motivo principal de la política del tetrarca, es seguro que Herodías alimentaba un amargo odio contra Juan. "Herodías le aborrecía y quería quitarle la vida" (Marcos, 6,19). Aunque Herodes al principio compartía su deseo, "temía a la gente porque le tenían por profeta" (Mateo, 14, 5). Después de un tiempo este resentimiento de Herodes parece haberse reducido, pues, según Marcos, 6, 19,20, escuchaba a Juan con gusto e hizo muchas cosas a sugerencia de él.
Juan, en su prisión, era asistido por sus discípulos, que le mantenían en contacto con los acontecimientos del momento. Así se enteró de las maravillas efectuadas por Jesús. En este punto no se puede suponer que la fe de Juan vacilara lo más mínimo. Algunos de sus discípulos, sin embargo, no estaban convencidos por sus palabras de que Jesús era el Mesías. Por consiguiente, los envió a Jesús, mandándoles decir: "Juan el Bautista nos ha enviado para que te digamos: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Y en aquel momento curó a muchos [del pueblo] de sus enfermedades y dolencias y malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos.) Y les respondió: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mí!" (Lucas, 7,20-23; Mateo, 11, 3-6).
Cómo afectó esta entrevista a los discípulos de Juan, no lo sabemos; pero conocemos el elogio de Juan que salió de los labios de Jesús: "Cuando los mensajeros de Juan se alejaron, se puso a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?" Todos sabían muy bien por qué Juan estaba en prisión, y que en su cautividad era más que nunca el campeón impávido de la verdad y la virtud. -"¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre vestido con ropas elegantes? Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os lo aseguro, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, el cual te preparará por delante el camino. Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno más grande que Juan el Bautista" (Lucas, 7, 24-28). Y a continuación, Jesús señaló la inconsistencia del mundo en sus opiniones tanto sobre él como sobre su precursor: "Ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: Tiene un demonio. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Ahí tenéis a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Y la sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos" (Lucas, 7, 33-35).
San Juan languideció probablemente durante algún tiempo en la fortaleza de Maqueronte, pero la ira de Herodías, a diferencia de la de Herodes, nunca disminuyó: aguardaba su oportunidad. Esta llegó en la fiesta de cumpleaños que Herodes, según la moda romana, dio a los "magnates, a los tribunos, y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías [Josefo da su nombre: Salomé], danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la muchacha: Pídeme lo que quieras y te lo daré...Salió la muchacha y preguntó a su madre: ¿Qué voy a pedir? Y ella le contestó: La cabeza de Juan el Bautista. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan... y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre" (Marcos, 6, 21-28). Así ocurrió que la muerte del más grande "entre los nacidos de mujer" fue el premio otorgado a una bailarina, el peaje exigido por un juramento imprudente, criminalmente mantenido (San Agustín). Incluso los judíos se conmovieron por una ejecución tan injustificable, y atribuyeron a la venganza divina la derrota sufrida después por Herodes a manos de Aretas, su legítimo suegro (Josefo, loc. cit). Los discípulos de Juan, al enterarse de su muerte, "vinieron a recoger el cuerpo y le dieron sepultura" (Marcos, 6, 29), "luego fueron a informar a Jesús" (Mateo, 14, 12).
La duradera impresión dejada por el Precursor sobre los que estuvieron bajo su influencia no se puede ilustrar mejor que mencionando el temor que sobrecogió a Herodes cuando oyó las maravillas obradas por Jesús, quien, en su opinión, no era sino Juan el Bautista vuelto a la vida (Mateo, 14, 1,2,etc.). La influencia del Precursor no murió con él. Fue de largo alcance, además, como sabemos por Hechos,18, 25; 19, 3, donde encontramos que prosélitos en Éfeso habían recibido de Apolo y otros el bautismo de Juan. Además los primeros autores cristianos hablan de una secta que tomaba su nombre de Juan y se atenía sólo a su bautismo. La fecha asignada en los calendarios litúrgicos a la muerte de Juan el Bautista, 29 de Agosto, apenas se puede considerar fiable, porque no se basa casi en documentos dignos de confianza. El lugar de su sepultura ha sido fijado por una antigua tradición en Sebaste (Samaria). Pero si hay algo de verdad en la afirmación de Josefo, de que Juan fue ejecutado en Maqueronte, es difícil comprender por qué fue enterrado tan lejos de la fortaleza herodiana. Aun así, es perfectamente posible que, en una fecha posterior que nos es desconocida, sus sagrados restos fueran llevados a Sebaste. En cualquier caso, hacia mediados del Siglo IV, su tumba era venerada allí, como sabemos por el testimonio de Rufino y Teodoreto. Estos autores añaden que el santuario fue profanado en tiempos de Juliano el Apóstata (hacia el año 362), siendo parcialmente quemados los huesos. Una parte de las reliquias rescatadas fueron llevadas a Jerusalén, luego a Alejandría; y allí, el 27 de Mayo de 395, estas reliquias fueron depositadas en la magnífica basílica ahora dedicada al Precursor en el sitio del otrora famoso templo de Serapis. La tumba de Sebaste continuó, no obstante, siendo visitada por piadosos peregrinos, y San Jerónimo aporta testimonio de los milagros allí obrados. Tal vez algunas de las reliquias fueron devueltas a Sebaste. Otras partes en diferentes épocas lograron llegar a muchos santuarios del mundo cristiano, y es larga la lista de iglesias que afirman poseer una parte del preciado tesoro. Lo que sucedió con la cabeza del Precursor es difícil de determinar. Nicéforo (I, ix) y Metarastes dicen que Herodías la enterró en la fortaleza de Maqueronte; otros insisten en que fue enterrada en el palacio de Herodes en Jerusalén; allí fue encontrada durante el reinado de Constantino, y de allí secretamente llevada a Emesa, en Fenicia, dónde se ocultó, permaneciendo desconocido el lugar durante años, hasta que se manifestó por revelación en el año 453. En las muchas y discordantes informaciones relativas a esta reliquia, predomina por desgracia mucha inseguridad; las discrepancias en casi todos los puntos hacen el problema tan intrincado como para impedir una solución. Esta insigne reliquia, en todo o en parte, es reclamada por varias iglesias, entre ellas Amiens, Nemours, St.Jean d'Angeli (Francia), San Silvestro in Capite (Roma). Este hecho lo retrotrae Tillemont a una confusión de un San Juan por otro, una explicación que, en algunos casos, parece estar fundada sobre buenas bases y justifica esta multiplicación, de otra forma problemática, de reliquias.
La veneración tributada desde tan temprano y en tantos lugares a las reliquias de San Juan Bautista, el celo con el que muchas iglesias han sostenido en todas las épocas sus infundadas pretensiones a algunas de sus reliquias, las innumerables iglesias, abadías, ciudades y familias religiosas colocadas bajo su patronato, la frecuencia de su nombre entre la gente cristiana, todo atestigua la antigüedad y extensa difusión de la devoción al Precursor. La conmemoración de su nacimiento es una de las fiestas más antiguas, si no la más antigua, introducida tanto en la liturgia griega como en la latina para venerar a un santo. Pero, ¿por qué es la fiesta propia, como lo fue, de San Juan el día de su nacimiento, mientras que en los demás santos es el día de su muerte? Porque se entiende que el nacimiento de quien, a diferencia del resto, estaba "lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre", debe ser señalado como un día de triunfo. La celebración de la Degollación de San Juan Bautista, el 29 de Agosto, disfruta casi de la misma antigüedad. Encontramos también en los martirologios más antiguos mención de una fiesta de la Concepción del Precursor el 24 de Septiembre. Pero la celebración más solemne en honor de este santo fue siempre la de su Natividad, precedida hasta recientemente por un ayuno. Muchos lugares adoptaron la costumbre introducida por San Sabas de tener un doble oficio este día, como en el día de Navidad. El primer oficio, que pretendía significar el tiempo de la ley y los profetas que duraba hasta San Juan (Lucas, 16, 16), comenzaba a la puesta de sol, y se cantaba sin aleluya; el segundo, que significaba la celebración de la apertura del tiempo de gracia, y se alegraba con el canto del aleluya, se celebraba durante la noche. La similitud de la fiesta de San Juan con la de Navidad se llevaba más lejos, pues otra característica del 24 de Junio era la celebración de tres misas: la primera, a altas horas de la noche, recordaba su misión de Precursor; la segunda, al amanecer, conmemoraba el bautismo que él confería; y la tercera, a la hora de tercia, veneraba su santidad. Toda la liturgia del día, repetidamente enriquecida por las añadiduras de varios Papas, era comparable en evocación y belleza a la liturgia de Navidad. Tan sagrado se juzgaba el día de San Juan que dos ejércitos rivales, habiéndose encontrado frente a frente un 23 de Junio, de común acuerdo aplazaron la batalla hasta el día siguiente de la fiesta (Batalla de Fontenay, 841). "La alegría, que es la característica del día, irradiaba de los recintos sagrados. Las agradables noches de verano, en la octava de San Juan, daban libre campo a un despliegue popular de alegre fe entre las diversas nacionalidades. Apenas los últimos rayos del sol poniente se apagaban cuando, por todo el mundo, inmensas columnas de llamas surgían de todas las cimas de las montañas, y en un instante, toda ciudad, pueblo, y aldea se iluminaba" (Guéranger). La costumbre de las "hogueras de San Juan", sea cual sea su origen, permanece hasta ahora en ciertas regiones.
Aparte de los Evangelios y los consiguientes comentarios, JOSEFO y las muchas Vidas de Cristo, EUSEBIO, Hist Eccl. I,xi; Acta pour servir a l'histoire eccles., I (Bruselas, 1732), 36-47 ; notas pags.210-222 ; HOTTINGER, Historia Orientalis (Zurich, 1660), 144-149 ; PACIANDI, De cultu J.Baptiste en Antiq. Christ., III (Roma, 1755); LEOPOLD, Johannes der Taufer (Lubeck, 1838); CHIARAMONTE, Vita de San Giovanni Battista (Turín, 1892) YESTIVEL, San Juan Bautista (Madrid, 1909).
CHARLES L. SOUVAY Transcrito por Thomas M. Barrett Dedicado a las procesiones de Navidad de Rickreall, Oregon (USA) Traducido por Francisco Vázquez
Enlaces relacionados con San Juan Bautista
Selección de José Gálvez Krüger
[1] Sermon panegyrico, que en las solemnes fiestas a San Juan...
Revisión textual y foto selecta: Alfonso Gil

MÚSICA INFRECUENTE... 31

De Penderecki a Puccini

De Penderecki: "Dies Irae", "Polymorphia", "De natura sonoris", "Hiroshima" y "Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Lucas".
De Pepusch: "La ópera de Begger".
De Perosi: "Misa de Requiem" y "Misa cerviana". 
De Pez: "Concierto pastoral en Fa".
De Pildain: "Tres canciones", "Eseri emen" y "Tríptico abulense".
De Prieto: "Sonata para clave". y...
De Puccini: "Misa de gloria".

Alfonso Gil González
Misa cerviana
Canción de Pildain
Misa de Gloria

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 54


LA CONJURACIÓN DE CATILINA  

El partido popular romano ya no contaba con líderes idealistas que buscaran realmente el beneficio del pueblo, sino que en él se reunían todos aquellos que creían poder satisfacer sus ambiciones o sus deseos de venganza logrando el apoyo de las masas. Sin duda los conservadores tampoco contaban con muchos dechados de virtud, pero hay que reconocer que entre sus filas se encontraban al menos dos hombres de buena fe. Uno era Cicerón, y el otro Marco Porcio Catón, bisnieto del viejo censor del mismo nombre, también conocido como Catón el Joven. Había servido a las órdenes de Lúculo, y admiraba su sentido de la disciplina. Si admiraba a un hombre con fama de antipático e intolerante era sin duda porque él pecaba de lo mismo. Catón ajustó su conducta a los principios morales implícitos en las historias sobre los antiguos romanos. Nunca dejaba de hacer ostentación de su virtud, por lo que no resultaba muy simpático. Además era inflexible con toda debilidad ajena, y sus escrúpulos le impedían toda clase de compromiso donde hubiera indicios de algo turbio, así que en Roma no tenía nada que hacer. Cicerón, en cambio, era más operativo. Ambos coincidían en que el hombre más peligroso en la Roma de la época era Lucio Sergio Catilina. Éste volvió a presentarse como candidato al consulado junto a su colega Marco Antonio. Cicerón decidió presentarse también, y los elegidos fueron Cicerón y Marco Antonio, que tomaron posesión del cargo en 63 a. C..
Ese año falleció el Pontifex Maximus, la máxima autoridad sacerdotal de Roma, y César presentó su candidatura, pese a que se le consideraba muy joven para el cargo. Su rival, Catulo, intentó sobornarle para que renunciara a la candidatura, pero la respuesta de César fue "Pediré prestado para luchar aún más contra ti". Catulo era muy influyente, y César era consciente de que estaba corriendo un grave riesgo al enfrentarse a él, pues la mañana de la elección le dijo a su madre: "Madre, hoy verás a tu hijo convertido en Pontifex Maximus o en un proscrito". Afortunadamente para su madre, fue elegido.
Ese año Catilina volvió a presentar su candidatura para el consulado del año siguiente, y Cicerón también se presentó a la reelección. Incidentalmente, Cicerón descubrió que Catilina estaba planeando asesinarlo el mismo día de las elecciones. Se proveyó de una escolta y frustró así el plan de Catilina. Poco después, Catilina empezó a reclutar un ejército en Etruria con la intención de tomar Roma. Convocó una reunión clandestina de la que Cicerón tuvo noticia, pero apenas tenía unos pocos datos sobre lo tratado, y no tenía pruebas de nada. Al parecer, Catilina había dispuesto que unos sicarios asesinaran a Cicerón en su casa. Al amanecer, Cicerón se aseguró de tener testigos que vieran a los enviados para asesinarlo, los cuales se dieron a la fuga. Logró que el Senado declarara el estado de excepción, protegió la ciudad y acudió al Senado con la escasa información que poseía. También fue Catilina (era senador), y Cicerón pronunció un soberbio discurso en el que aparentó conocer la conjuración hasta el último detalle y que estaba esperando a averiguar los nombres de todos los conjurados para arrestarlos a todos. A medida que acusaba a Catilina, los senadores sentados a su alrededor se iban levantando para sentarse lejos de él, de modo que al final quedó aislado. Cicerón le incitó a abandonar Roma y ciertamente lo atemorizó lo suficiente para que siguiera su consejo. Con ello su culpabilidad quedaba de manifiesto.
Con otro discurso ante el pueblo, puso a toda Roma en contra de los conspiradores. Entre ellos estaban, sin duda, César y Craso, pero Craso supo mantenerse al margen y César fue más allá y aportó datos sobre la conjuración en una carta a Cicerón. Hubo otras delaciones, y al cabo de unas semanas Cicerón tuvo todas las pruebas que necesitaba para emprender acciones legales. Hubo muchas detenciones y el paso siguiente era procesar a los detenidos, pero Cicerón temió que el juicio fuera demasiado lento, o que la corrupción imperante en la ciudad permitiera que los detenidos se escabulleran. En su lugar, reunió al Senado para que tomara una decisión sobre ellos. Básicamente, estaba pidiendo que autorizara un linchamiento.
Tal y como esperaba Cicerón, las primeras intervenciones solicitaron un "castigo ejemplar", que era una forma fina de decir "pena de muerte". Sin embargo, César sorprendió con una pieza maestra de oratoria. Aconsejó no dejarse llevar por los sentimientos. En su opinión, los dirigentes del estado no debían ceder al amor, al odio o a la cólera, máxime cuando ningún castigo sería suficiente para los criminales. César no dudaba de la legalidad de la pena de muerte, aunque la consideraba contraproducente. Creía que la ejecución inapelable de ciudadanos tan distinguidos e ilustres no respondía ni a la costumbre ni al derecho, ni siquiera tratándose de una situación de emergencia:
Todos los malos ejemplos se han originado a partir de buenas acciones [...] En el consulado de Cicerón se ha conjurado el peligro, pero en el futuro puede no suceder lo mismo. Quizá otro cónsul con un ejército a su disposición pueda hacer creer lo falso como cierto. Siguiendo con nuestro ejemplo, si un cónsul desenvaina la espada por orden del Senado, ¿quién limitará su acción o la devolverá a su vaina? [...] ¿Quiere esto decir que soy partidario de liberar a los detenidos para que refuercen el ejército de Catilina? ¡En absoluto! Yo propongo la confiscación de sus bienes y el confinamiento, bien custodiados, en las ciudades más poderosas de Italia.
El argumento de César bien podría suscribirlo hoy en día cualquier detractor de la pena de muerte, pero teniendo en cuenta cuándo fue elaborado, lo único que delataba es que César estaba implicado en la conjuración. Craso ni siquiera se atrevió a acudir al Senado. En su réplica, Cicerón llamó a Cesar, no sin ironía, el más clemente y compasivo de los hombres, pero el discurso de Cicerón no surtió pleno efecto, algunos senadores cambiaron de opinión, y explicaron que se les había malinterpretado. Hasta el hermano de Cicerón se mostró partidario de la propuesta de César. Sin embargo, la intervención del moralista Catón volvió a cambiar el rumbo de la discusión, y finalmente se votó mayoritariamente la pena de muerte más la confiscación de bienes, tal y como había propuesto César. Éste protestó aduciendo que despreciaban el lado humano de su propuesta y aplicaban la resolución más dura, pero lo único que consiguió es que los senadores arremetieran contra él. Los equites que custodiaban la asamblea irrumpieron en ella y amenazaron a César con sus espadas, los senadores se apartaron de él como habían hecho con Catilina, hasta que un grupo de amigos lo rodearon y lo sacaron de allí salvándole la vida.
Los conspiradores fueron ejecutados sin juicio. En 62 un ejército se enfrentó al de Catilina a unos 300 kilómetros al norte de Roma. Catilina fue derrotado y terminó suicidándose. Cicerón fue aclamado como el salvador de Roma. Ese año se produjo un incidente relacionado con César. Publio Clodio Pulcro era famoso en Roma por vividor, juerguista y carente de escrúpulos. Se había encaprichado de Pompeya, la segunda esposa de César, y pensó que la festividad de Cibeles sería una buena ocasión para abordarla. Ese día se celebraba una fiesta sólo para mujeres en la casa del Pontifex Maximus, o sea, César, y Clodio se presentó disfrazado de mujer, pero fue descubierto por la madre de César antes de que pudiera acercarse a Pompeya, y tuvo que huir al galope. César se divorció de Pompeya y Clodio fue procesado por sacrilegio. Cuando César fue llamado a declarar en el juicio afirmó que él no había estado presente en la fiesta y que no sabía nada de los cargos que se imputaban a Clodio.  Se le preguntó entonces por qué había repudiado a Pompeya, y su respuesta fue que la mujer de César ha de estar por encima de toda sospecha. En el juicio, Cicerón intervino como testigo. Sus sarcásticas intervenciones le valieron el odio del acusado, que finalmente fue absuelto gracias a sustanciosos sobornos. César había salvado su imagen al tiempo que mantuvo una buena relación con Clodio, cuya enemistad con Cicerón debió de parecerle interesante.
Por cierto, que Clodio tenía una hermana, llamada Clodia, que fue inmortalizada con el nombre de Lesbia por Cayo Valerio Cátulo, un joven nacido en Verona que acababa de llegar a Roma ese mismo año y compuso poemas de inspiración muy desigual. Hay desde epigramas satíricos y obscenos hasta delicados y conmovedores versos de amor hacia Lesbia. Perteneció a un grupo de "nuevos poetas" influidos por la poesía alejandrina y abrió las puertas al desarrollo posterior de la poesía latina.
César fue elegido propretor para Hispania Ulterior, adonde partió en 61. Ese fue el año en que Pompeyo regresó a Roma. En los últimos años había estado organizando todos los territorios que había anexionado a Roma en Oriente. A su llegada recibió el más magnífico triunfo que Roma había visto hasta entonces. El Senado temía que Pompeyo usara su ejército y su fama para imponer una nueva dictadura como había hecho Sila, pero en cambio, Pompeyo disolvió su ejército confiado en que Roma sería incapaz de negarle nada. Pidió que el Senado ratificase en una única votación todos los tratados que había firmado, las provincias que había instituido y los reyes que había depuesto o instalado. Pidió también que se distribuyesen tierras entre sus soldados, pero, para su sorpresa, Pompeyo se encontró con que había perdido todo su poder. Catón pidió que cada uno de los actos de Pompeyo fuese discutido separadamente, Lúculo fue especialmente enconado y Craso puso al partido popular en contra de Pompeyo. La situación no era nueva. Lo mismo le había sucedido a Escipión después de vencer a Aníbal, y a Mario después de vencer a los cimbrios y los teutones.
Hacía algún tiempo que las distintas tribus galas rivalizaban entre sí. Antes de que Roma ocupara la Galia Narbonense, los arvernos eran la tribu dominante, pero sufrieron derrotas importantes ante los romanos y la hegemonía pasó a los eduos. En 60 los secuanos trataron de imponerse y para ello pidieron ayuda a un caudillo suevo llamado Ariovisto, el cual hizo lo que Roma llevaba haciendo durante siglos: cruzó el Rin, ayudó a los galos y terminó quedándose con la tercera parte de sus campos de cultivo.
En contrapartida, los eduos enviaron a Roma a Diviciaco, uno de sus gobernantes, para solicitar protección. El Senado se limitó a ordenar vagamente que el procónsul de la Galia Narbonense debía proteger a los eduos y a todos los pueblos amigos de Roma. Ese año César regresó de España. Había obtenido algunas victorias militares en la parte occidental de la provincia que, pese a no ser gran cosa, él se encargó de presentarlas como heroicas. Había obtenido el suficiente dinero como para saldar sus deudas con Craso. Esto no significa que esquilmara a la provincia según la costumbre. Aunque algo de eso hubiera, parece que se preocupó por mejorar la administración y los provincianos quedaron contentos con su gestión.
Lo primero que se encontró César en Roma fueron problemas burocráticos, que naturalmente reflejaban problemas de fondo mucho más graves. Se le acababa el plazo para presentar su candidatura al consulado del año próximo, y para presentarla tenía que personarse él mismo en el Senado. Por otra parte, si entraba en la ciudad antes de celebrar el triunfo que le correspondía, se veía obligado a renunciar a él. César envió un representante al Senado pidiendo que se le eximiera de presentar personalmente su candidatura al consulado, lo cual se hacía habitualmente en situaciones similares, pero Catón pronunció un largo discurso oponiéndose a ello que ocupó toda la sesión impidiendo que se produjeran réplicas.
César, irritado, tuvo que renunciar al triunfo y presentó su candidatura. Estaba claro que tenía muchos enemigos políticos y tenía que buscar aliados. Los hombres más útiles que encontró fueron Craso, con su dinero, y Pompeyo, que seguía reclamando tierras para sus soldados, estaba deseando vengarse del Senado y sólo necesitaba que alguien le dijera cómo lograrlo. Los dos no estaban muy bien avenidos, pero César supo reconciliarlos. Se formó así una asociación conocida como el primer triunvirato (que en latín significa, simplemente, grupo de tres hombres). La presencia de Craso puso de su parte al partido popular. César ganó las elecciones y fue elegido cónsul para el 59. Lo máximo que lograron los conservadores fue que el otro cónsul fuera de los suyos y éste trató de sabotear sistemáticamente las iniciativas de César, pero pronto fue neutralizado: Hacía un tiempo que Clodio aspiraba al cargo de tribuno de la plebe. Para ello tenía que ser plebeyo y no lo era, pero bastaba con ser adoptado por una familia plebeya. Encontrar familia era fácil, pero la adopción requería el consentimiento del colegio de sacerdotes, que hasta el momento se lo había denegado, pero ahora César hizo que se lo concedieran. Así Clodio logró el tribunado y se puso al servicio de César. Clodio tenía a su servicio una banda de matones que atemorizaron al otro cónsul hasta el punto de que apenas salía  de casa, y César tuvo las manos libres para que se aprobara una ley de reforma agraria que, entre otras cosas, proporcionaba tierras que distribuir entre los veteranos de Pompeyo (aunque la ley benefició a otras muchas familias romanas, especialmente a las familias numerosas). También logró que el Senado ratificara todas las decisiones de Pompeyo en Oriente, tal y como éste reivindicaba.
Luego Clodio la emprendió con Cicerón. Lo acusó de haber linchado sin juicio a los conspiradores cinco años atrás. Cicerón no pudo hacer que la responsabilidad recayera en el Senado, pues era algo vanidoso y en muchas ocasiones se había atribuido el mérito de haber salvado a la patria con su iniciativa. Como tribuno, Clodio aprobó una ley que castigaba con el destierro y la confiscación de bienes a todos los que hubieran ordenado ejecutar a ciudadanos romanos sin el consentimiento del pueblo (o sea, una ley a la medida de Cicerón), el cual prefirió exiliarse voluntariamente antes de que se le aplicara la nueva ley, y marchó a Épiro. Clodio movió al pueblo para que destruyera su casa, y sus propiedades fueron confiscadas.
Por su parte, César se encargó él mismo de Catón. Negoció con Ptolomeo XII: el Senado le reconocería oficialmente como rey de Egipto a cambio de la isla de Chipre, que debía pasar a ser administrada por Roma porque era un refugio de piratas y Egipto era incapaz de controlarlos. El rey aceptó encantado, y César logró que el encargado de convertir a Chipre en provincia romana fuera precisamente Catón, que así se vio obligado a abandonar la ciudad. Con él fue su sobrino Marco Junio Bruto.
Las cosas iban bien para los triunviros, pero al terminar su consulado César podía encontrarse con un millar de acusaciones y pleitos, así que se las arregló para ser designado procónsul, es decir, gobernador militar. Concretamente, el Senado le otorgó el gobierno de la Galia Cisalpina e Iliria, pero poco después murió accidentalmente el procónsul de la Galia Transalpina y el Senado, a propuesta de Pompeyo, le adjudicó también a César esta provincia por un periodo inusualmente largo de cinco años.
Antes de abandonar Roma, César quiso dejar sus relaciones bien atadas, así que logró que Pompeyo se casara con su hija Julia, y él contrajo terceras nupcias con Calpurnia, hija de Lucio Calpurnio Pisón, amigo de Pompeyo que al año siguiente ocupó el consulado y se encargó de que las leyes aprobadas por César no fueran derogadas.
Ptolomeo XII venía esquilmando a Egipto como no lo había hecho ninguno de sus predecesores, pues nadie había tenido que pagar tanto a Roma como él. La cesión de Chipre lo hizo más impopular todavía, y su ratificación en el trono por parte de Roma debió de ser vista como una condena para los egipcios. El caso es que en 58 hubo una revuelta y fue expulsado del país. El poder quedó en manos de su hija Berenice, que comprendió que a la cabeza de Egipto debía haber un hombre y, como su marido Seleuco no le pareció adecuado, lo estranguló y procedió a casarse con el rey Arquelao de Capadocia. Ptolomeo XII acudió a Roma en busca de apoyo.

www.uv.es/ivorra/Historia/Indice.htm
Revisión textual y foto elegida: Alfonso Gil

lunes, 29 de agosto de 2016

GUÍAS DE AUDICIÓN... 37

HENRY PURCELL

Suites para orquesta:
DIOCLECIANO
ABDELAZAR
LA ESPOSA VIRTUOSA


Nacido en 1659, Purcell no sólo es el principal músico inglés del siglo XVII, sino uno de los más notables de la Europa barroca. A pesar de su breve vida, su producción es muy abundante y comprende música sacra y profana, vocal e instrumental, además de una considerable cantidad de música para la escena. Purcell murió en 1695. La presente grabación incluye parte de la música orquestal escrita expresamente para tres obras teatrales.
Diocleciano, escrita en 1690, es la adaptación de un drama de los poetas isabelinos Francis Beaumont y John Fletcher. La partitura revela una cierta influencia francesa.
Abdelazar, escrita en 1695, es también adaptación de los poetas anteriores. Presenta gran variedad de ritmos. El segundo movimiento es el célebre Rondó que Britten utilizó en su “guía de orquesta para jóvenes”.
La esposa virtuosa, escrita en 1680, es una comedia sentimental del dramaturgo inglés Thomas d´Urfey. La música tiene ese carácter noble que parece resaltar la virtud.

Alfonso Gil González
Diocleciano
Abdelazar
La esposa virtuosa

sábado, 27 de agosto de 2016

SIEMPRE A TU LADO


SIEMPRE A TU LADO
*

Con ansias de seguirte caminante, 
mis años mozos Te ofrendé gustoso. 
Hoy sé, viejo, que nada más hermoso 
que tus huellas seguir, aunque sangrante.

Pues que sangro es cosa a Ti clamante: 
Se me escapa hacia Ti este doloso 
corazón, y todo yo, junto al foso, 
tu voz espero de quemarme amante.

¡Qué dulce caminar siempre a tu lado! 
No hay hombre más feliz en esta tierra, 
ni nada que, a tu vera, me ilusione.

¡Vos sois para mí todo lo amado! 
Ya, pues, me siento en Ti, la puerta cierra, 
y en tu eterno amor yo me fusione.





Alfonso Gil González
Cehegín, 2013



CONCIERTOS ALFONSINOS N. 130

Música hacia adentro

Nos adentramos, así, a obras de más envergadura. Mira lo que tienes delante. El Concierto para piano y orquesta en Re menor, K.466, de MOZART. Hay que ver cómo la música en tono menor te lleva hacia dentro. Es introvertido de por sí. Y romántico. Este concierto lo interpreta y dirige Daniel Baremboin con la Orquesta de Cámara Inglesa.
Seguidamente, va la Leonora II, de BEETHOVEN. Es la segunda de las cuatro oberturas que compuso para su única ópera. Aunque es probable que cronológicamente fuera la primera y que se estrenara cuando la ópera, el 20 de noviembre de 1805. El material utilizado, que pertenece a diversos momentos significativos de la ópera, es sustancialmente el mismo de la Leonora III, aunque insertado en una realización que presenta mayores dificultades y que, evidentemente, el compositor trató de eliminar. La oímos con la Opera del Estado de Viena, dirigida por Sherman Shergent.
Después, tenemos la Serenata n. 1 para violín y piano, en La menor de SCHUMANN, en versión de Victor Martín y Miguel Zanetti, respectivamente.
Por fin, la Oda, de APOSTEL, para voz de mujer y orquesta, en la interpretación de la Orquesta de la Radiodifusión Francesa.

Alfonso Gil González
Mozart
Beethoven

Schumann





ESPIRITUALIDAD... 16

Las ilusiones del Ego

Tercera Parte

(continuación)

- Una de las causas principales del estado de desequilibrio del ego es su falta de discernimiento entre lo que es el cuerpo, es decir, lo aparente, y el pensamiento divino. Por ello, cualquier sistema de pensamiento que confunda a Dios con lo aparente, con el cuerpo, no puede por menos que ser demente. El cuerpo es el hogar que el ego ha elegido para sí. Ésta es la única identificación con la que se siente seguro, ya que la vulnerabilidad del cuerpo es su mejor argumento de que no podemos proceder de Dios. De ahí que el ego crea que es una ventaja no comprometerse con nada que sea eterno, ya que lo eterno sólo puede proceder de Dios.
- Lo único que le confiere al ego poder sobre ti es la lealtad que le guardas. El ego no es más que una parte de lo que crees acerca de ti. Nadie que aprenda por experiencia propia que cierta elección le brinda paz y alegría, mientras que la otra le precipita al caos y al desastre, tiene más necesidad de persuasión.
- Conocer a tu hermano es conocer a Dios. El amor no conquista todas las cosas, pero sí las pone en su debido lugar. De ahí que la salvación sea una empresa de colaboración. No la pueden emprender con éxito aquellos que se desvinculan de la Filiación.
- El ego es aquella parte de tu mente que cree que lo que define tu existencia es la "separación", o lo que él llama el "mal". Su comunicación está controlada por la necesidad que tiene de protegerse, e interrumpirá la comunicación siempre que se sienta amenazado. El espíritu, en cambio, reacciona de la misma manera a todo lo que sabe que es verdadero, y no responde en absoluto a nada más. Él sabe que lo único que es verdad es lo que Dios creó.
- Nada real puede incrementarse excepto compartiéndolo. Por eso es por lo que Dios nos creó. Dios se deleita compartiendo. Eso es la que significa la Creación. Dios es alabado cada vez que una mente aprende a ser completamente servicial. Los que son verdaderamente serviciales son a su vez invulnerables, porque no protegen sus egos y, por lo tanto, nada puede hacerles daño. Su espíritu servicial es la manera en que alaban a Dios, y Él les devolverá las alabanzas que le hagan porque ellos son como Él, y pueden regocijarse juntos.

*

martes, 23 de agosto de 2016

MÚSICA INFRECUENTE... 30

De Ockeghem a Oxinaga

  De Ockehem, su "Missa pro defunctis".

De Orlando di Lasso, "Omnes de Saba venient", "Misa Bella Anfítride altiva" y "O orchi, manza mia".

De Otero, "Silbos", y
De Oxinaga, "Fuga en primer modo".

Alfonso Gil González
Ockehem
Orlando di Lasso


domingo, 21 de agosto de 2016

PERSONAJES DE LA BIBLIA... 38

Baruc

(Hebreo, Barûkh, Bendecido, Bendito; Septuaginta, Barouch).
Discípulo de Jeremías y autor tradicional del libro deutero-canónico que lleva su nombre. Era hijo de Neriyías (Jer. 32,12.16; 36,4.8.32; Bar. 1,1) y probablemente hermano de Saraías, principal chambelán del rey Sedecías (Jer. 32,12; 51,59; Bar. 1,1). Después de que Nabucodonosor (559. a.C.) saqueó el Templo de Jerusalén, Baruc escribió, bajo el dictado de Jeremías, el oráculo de ese gran profeta, prediciendo el regreso de los babilonios, y, a riesgo de su vida, lo leyó a los judíos. También escribió la segunda y más extensa edición de las profecías de Jeremías después de que éste fue quemado por el enfurecido rey Joaquín (Jer. 36). Permaneció fiel a las enseñanzas e ideales del gran profeta durante toda su vida, aunque a veces pareció sucumbir al desaliento y tal vez incluso a la ambición personal (cf. Jer. 45). Estuvo con Jeremías en el último sitio de Jerusalén y estuvo presente cuando Jeremías compró la propiedad heredada de sus antepasados en Anatot (Jer. 32). Después de la caída de la Ciudad Santa y la ruina del Templo (588 a.C.), Baruc probablemente vivió durante un tiempo con Jeremías en Masfat. Sus enemigos le acusaron de haber influenciado al profeta para que aconsejara a los judíos que permanecieran en Judá en lugar de bajar a Egipto (Jer. 43), donde, según una tradición hebrea preservada por San Jerónimo (en Is. 30,6.7), ambos murieron antes de que Nabucodonosor invadiera el país. No obstante, esa tradición se contradice con la información hallada en el capítulo inicial de la profecía de Baruc, donde se dice que Baruc escribió su libro en Babilonia y que lo leyó públicamente cinco años después del incendio de la Ciudad Santa; y que aparentemente, los judíos cautivos lo enviaron a Jerusalén con vasos sagrados y regalos destinados al servicio sacrificial en el Templo de Yahveh. Estos datos confligen con varias tradiciones, tanto judías como cristianas, las cuales quizás contienen alguna parte de verdad pero que no nos permiten determinar, con ninguna probabilidad, la fecha, recorrido o la forma en la que murió Baruc.
En la Biblia católica la “Profecía de Baruc” consta de seis capítulos, el último de los cuales lleva el título tan especial de “Epístola de Jeremías” y no pertenece al libro propiamente dicho. La profecía comienza con una introducción histórica (1,1-14), estableciendo primero (v. 1-2) que el libro fue escrito por Baruc en Babilonia cinco años después de que Jerusalén fue quemada por los caldeos, y lo siguiente que cuenta (v. 3-14) es que fue leída en una asamblea del Rey Jeconías y otros exiliados babilonios, a los que produjo efectos muy beneficiosos. La primera sección en el cuerpo del libro (1,15; 3,8) contiene una doble confesión de los pecados que condujeron al exilio (1,15 - 2,25; 2,6-13) junto con una oración para que Dios al fin perdonase a su pueblo (2,14; 3,8). Mientras que la sección siguiente tiene mucho en común con el Libro de Daniel (Dan 9,4-19), la segunda sección de Baruc (3,9; 4,4) se asemeja cercanamente a los pasajes de Job 28 y 38. Es un bello panegírico sobre la Sabiduría Divina que no se halla en ningún otro lugar excepto en la Ley dada a Israel. Solamente bajo la apariencia de la Ley ha aparecido la Sabiduría en la tierra y se ha hecho accesible al hombre; dejemos, por lo tanto, que Israel demuestre su fe nuevamente a la Ley.
La última sección del Libro de Baruc se extiende desde 4,5 al 5,9. Se compone de cuatro odas, cada una de las cuales comienza con la expresión, “Ánimo, pueblo mío” (4,5.21.27.30) y de un salmo estrechamente relacionado con el undécimo de los salmos apócrifos de Salomón (4,36; 5,9). El capítulo 6 tiene como un apéndice a la totalidad del libro “La Epístola de Jeremías” enviada por ese profeta a “aquellos que iban a ser llevados cautivos a Babilonia” por Nabucodonosor. Por sus pecados serían llevados a Babilonia y permanecerían allí “durante largo tiempo, incluso hasta siete generaciones”. En esa ciudad pagana serían testigos del impresionante culto rendido a “dioses de oro, plata, piedra y madera”, pero que no se debían someterse a ellos. Tales dioses, se argumenta de varias maneras, son impotentes y obras perecederas de la mano del hombre; no pueden hacer bien ni mal; por lo tanto, no son dioses en absoluto.
Es cierto que este sexto capítulo de Baruc es realmente distinto del resto de la obra. No sólo su título especial, “La Epístola de Jeremías”, sino también su estilo y contenido prueban claramente que es un escrito totalmente independiente de la profecía de Baruc. De nuevo, mientras algunos manuscritos griegos que tienen a Baruc no tienen la epístola, otros, entre los mejores, la tienen separada del libro de Baruc e inmediatamente antes de las Lamentaciones de Jeremías. El hecho de que el capítulo 6 de Baruc lleve el titulo de “Epístola de Jeremías” ha sido, y es todavía a los ojos de muchos, una razón decisiva para sostener la opinión tradicional de que el gran profeta es su autor. También se insiste en que la vívida y precisa descripción del espléndido pero infame culto a los dioses babilonios en Baruc 6 aporta a la autoría tradicional, ya que Jer. 13,5.6 probablemente habla de un doble viaje de Jeremías al Éufrates. Finalmente se afirma que un cierto número de hebraísmos se pueden rastrear al punto original hebreo en la misma dirección. En oposición a este punto de vista tradicional, la mayoría de los críticos contemporáneos argumentan que el estilo griego de Baruc 6, prueba que originalmente no fue escrito en hebreo, sino en griego y que, por consiguiente, Jeremías no es el autor de la epístola que se le atribuye. Por ésta y otras razones sugeridas por el estudio del contenido de Baruc 6, piensan que San Jerónimo estuvo decididamente correcto cuando denominó a este escrito pseudoepigrapho, esto es, inscrito bajo un nombre falso. Sea como fuese, un importante estudio del canon de la Sagrada Escritura demuestra que, a pesar de las afirmaciones contrarias de los protestantes, Baruc 6 siempre ha sido reconocido por la Iglesia como una obra inspirada.
Respecto al lenguaje original del libro de Baruc propiamente dicho (caps. 1 - 5), una variedad de opiniones prevalecen entre los estudiosos contemporáneos. Naturalmente suficientes, los que simplemente se adhieren al título que atribuye el libro a Baruc, admiten que toda la obra fue originalmente escrita en hebreo. Por el contrario, muchos de los que cuestionan o rechazan la exactitud del título piensan que esta obra fue total o al menos parcialmente escrita en griego. Es bien cierto que los rasgos literarios griegos de varias secciones no apuntan con igual fuerza a un original hebreo. Aún así, difícilmente podemos dudar que la totalidad del propio libro de Baruc en su forma griega existente parece una traducción. La evidencia lingüística es confirmada también por las siguientes consideraciones:
§ Es muy probable que Teodosión (finales del siglo II d.C.) tradujese el Libro de Baruc de un original hebreo.
§ Existen varias notas marginales del texto Siro-Hexaplar afirmando que algunas palabras en el griego “no se encuentran en el hebreo”.
§ Baruc 1,14 dice que el libro se había redactado para ser leído públicamente en el Templo; por lo tanto, debe haber sido escrito en hebreo para tal propósito.
Aparte de esta unidad respecto a su lenguaje original, Baruc presenta una cierta unidad en el punto asunto-materia, por eso la mayoría de los que sostienen que toda la obra fue primitivamente escrita en hebreo admiten también su unidad de composición. Sin embargo, en el libro de Baruc hay muchos rastros del proceso compilatorio donde las varias partes fueron aparentemente reunidas. Ciertamente es muy grande la diferencia literaria entre 1 - 3,8 por un lado y 3,9 – 5 por el otro, y tomada junto con la manera abrupta con que se introduce el panegírico de la Sabiduría (3,9), sugiere una diferencia respecto al original. Las dos confesiones de los pecados que condujeron al exilio en 1,15; 3,8 son colocadas lado a lado sin ninguna transición natural. Son considerables las diferencias literarias entre 3,9 – 4,4 y 4,5 - 5,9, y al comienzo de la tercera sección en el 4,5 no es menos abrupta que la de la segunda en el 3,9. De nuevo, la introducción histórica parece haber sido escrita como prefacio sólo a 1,15 - 2,5. En vista de éstos y otros hechos, los críticos contemporáneos generalmente creen que la obra es producto de un proceso compilatorio, y que su unidad se debe al editor final que reunió los diferentes documentos, los cuales, obviamente se refieren al exilio. Tal método de composición literaria no entra necesariamente en conflicto con la autoría tradicional del Libro de Baruc. Muchos de los escritores sagrados de la Biblia fueron compiladores y Baruc puede y debe ser nombrado entre ellos, de acuerdo con los estudiosos católicos que admiten el carácter compilatorio de la obra adscrita a él. Los católicos basan su opinión principalmente en tres puntos:
§ El libro es atribuido a Baruc por su título;
§ Siempre se la ha considerado obra de Baruc por tradición;
§ Su contenido no presenta nada que pudiera ser posterior a la época de Baruc o que pudiese ser considerado ajeno al estilo y manera de ese fiel discípulo y secretario de Jeremías.
En contra de esta opinión, los no católicos argumentan:
§ Que su base esencial es simplemente el título del libro;
§ Que el título mismo no está en armonía con el contenido histórico y literario de la obra; y
§ Que ese contenido, cuando es imparcialmente analizado, apuntan a un compilador muy posterior a Baruc; de hecho, algunos de ellos llegan tan lejos como a atribuir la composición del libro a un escritor que vivió 70 años d.C.
Los católicos fácilmente refutan esta última fecha para el Libro de Baruc: pero no se deshacen fácilmente de las dificultades que han aparecido contra su propia atribución de todo la obra a Baruc. Generalmente, los estudiosos católicos consideran sus respuestas como suficientes. Sin embargo, si alguno las juzgara inadecuadas y por lo tanto, considerase el libro de Baruc obra de algún escritor posterior, el inspirado carácter del libro aún permanecería, con tal que este último editor sea considerado como inspirado en su trabajo de compilación. El Concilio de Trento declaró que el libro de Baruc es un escrito “sagrado y canónico”; un estudio cuidadoso del canon de la Biblia demuestra que tiene tanto o más derecho a ser considerado “inspirado por Dios” como cualquier otro libro de la Sagrada Escritura. Su interpretación al latín en nuestra Vulgata se remonta a la antigua versión latina anterior a San Jerónimo y es tolerablemente literal del texto griego.

Fuente: Gigot, Francis. "Baruch." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02319c.htm>.
Traducido por Alicia Fernández Jarrín. L H M
Revisión textual y foto escogida: Alfonso Gil

sábado, 20 de agosto de 2016

GUÍAS DE AUDICIÓN... 36


Concierto para piano y orquesta n. 1, en Mi bemol mayor.
Piezas para piano:
CONSOLACIÓN, n. 3, en Re bemol mayor,
SUEÑO DE AMOR n. 3, en La bemol mayor.


Liszt sólo escribió dos conciertos para piano. Ambos, en 1840. Sin embargo, no los presentó al público sino muchos años después, tras revisarlos profundamente. Este concierto que nos ocupa se estrenó el 17 de febrero de 1855, y lo dirigió Héctor Berlioz. Estos son sus movimientos:
1- Allegro maestoso. La sección de cuerda abre el concierto exponiendo el tema principal.  El piano entra fulgurante.
2- Quasi adagio-allegretto. Aparece una dulce melodía compartida por flauta, clarinete y oboe.
3- Allegro marcial. 
Liszt no sólo creó la técnica moderna del piano, sino que concibió una nueva forma física de enfrentarse al instrumento, aprovechando los recursos musculares del cuerpo, con lo que llegó a alcanzar una extraordinaria potencia sonora del piano.
Las “consolaciones” forman un grupo de pequeñas piezas de fácil ejecución. Fueron escritas entre 1849 y 1850. Esta n. 3 es la más conocida e interpretada.
Liszt escribió tres caprichos poéticos. El de aquí lo tituló “un suspiro”.
“Sueño de amor” es una famosísima composición perteneciente a un álbum de tres nocturnos que Liszt los tituló así. Son trascripciones para piano de lieder inspirados en la literatura poética.
*

Alfonso Gil González
Concierto n. 1
Consolación n. 3
Sueño de amor n. 3

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 53


LA CONQUISTA DE ORIENTE  

Tras su entrada en Roma y con la ayuda de Pompeyo, Sila no había tenido dificultad en someter de nuevo a todas las posesiones romanas, con una excepción: España se había convertido en el centro de resistencia de los seguidores de Mario. Poco antes de que Sila entrara en Roma, había sido nombrado pretor de Hispania Citerior Quinto Sertorio, quien intentó atraerse a los celtíberos y a los lusitanos para enfrentarse a los partidarios de Sila en España. Instaurada la dictadura, Sertorio tuvo que huir a Cartago Nova, a Ebusus (Ibiza) y de ahí a Mauritania, pero en 80 a. C., los lusitanos lo llamaron para dirigir la resistencia frente a Roma. Adoptó la guerra de guerrillas y se enfrentó con éxito a Quinto Cecilio Metelo, que a la sazón era procónsul de la Hispania Ulterior.
El Egipto Ptolemaico pasaba por una situación única en su historia: no había heredero al trono. El último rey, Ptolomeo XI, había legado Egipto a los romanos, pero Roma no estaba, por el momento, en condiciones de ocupar Egipto. Parece ser que Ptolomeo X había tenido un hijo ilegítimo, llamado Dioniso, el cual, ante la falta de otro candidato, decidió aspirar al trono. La corte de Alejandría lo proclamó rey inmediatamente, con lo que pasó a ser Ptolomeo XII. No obstante, el nuevo rey sabía que Roma podría en cualquier momento reclamarle el país tomando como base el testamento de su predecesor, así que se encargó de contentar al Senado con cuantiosos y periódicos sobornos.
En Roma estalló un escándalo político. Un italiano llamado Sextio Roscio fue asesinado por unos parientes que querían apropiarse de su fortuna. Tras el asesinato, los parientes tuvieron problemas legales para hacerse con la herencia, así que negociaron con Crisógeno, un criado de Sila, para que éste obtuviera del dictador una condena contra Roscio que legitimara el asesinato. Esto les permitió adquirir sus bienes en subasta por mucho menos de su valor real. Sin embargo Roscio tenía un hijo, llamado también Roscio, que tenía derechos sobre los bienes, así que en 79 Crisógeno lo acusó del asesinato de su padre para desembarazarse de él. Afortunadamente, el hijo encontró un buen abogado. Se trataba de Marco Tulio Cicerón.
Cicerón tenía a la sazón 27 años. Pertenecía a una familia italiana de la clase ecuestre. Había estudiado en Roma con buenos oradores y juristas. Todos ellos pertenecían a la clase senatorial, así que Cicerón era conservador. Hacía un año que se dedicaba a la abogacía y hasta ahora sólo había defendido un caso rutinario (Pro Quinctio). Por el contrario, la defensa de Roscio lo llevó al primer plano de la actualidad. Sucedía que, aun con la condena de Sila, el asesinato de Roscio había sido ilegal, pues Sila había marcado una prescripción para todas las condenas que decretó, y Roscio fue asesinado fuera de dicho plazo. Cicerón evitó en todo momento atacar a Sila, al contrario, su defensa se basó en que Crisógeno había abusado de la confianza que Sila había depositado en él, y su discurso instó al tribunal a poner fin a la corrupción que estaba perdiendo a Roma. La magnífica oratoria de Cicerón ganó la causa e indirectamente manchó la reputación de Sila. De hecho, Cicerón optó por abandonar la ciudad inmediatamente después. Se dirigió a Atenas, donde continuó sus estudios en la vieja Academia platónica.
Poco después, un amigo de Sila llamado Marco Emilio Lépido se pasó al partido popular y se presentó al consulado en contra de la voluntad de Sila. La campaña electoral fue muy violenta, Lépido salió elegido y el Senado ratificó su elección. A sus sesenta años, Sila no deseaba nuevas luchas, así que prefirió abdicar y se retiró a Cumas, donde murió al año siguiente, en 78. El día de su funeral el cónsul Lépido trató de rebelar al pueblo contra su colega. El Senado lo desterró a la Galia Narbonense.
Mientras tanto los alanos atravesaron el Cáucaso y atacaron el desorganizado Imperio Parto.
Después de su estancia en Atenas, Cicerón había estado en Esmirna y Rodas.  Ese mismo año regresó a Roma al igual que César, y ambos iniciaron el "cursus honorum", la larga carrera política romana que exigía pasar por numerosos cargos intermedios antes de poder aspirar al consulado.
Lépido no tardó en contraatacar, y marchó sobre Roma con un ejército. No obstante, Pompeyo pudo derrotarlo en 77 y Lépido se vio obligado a huir a España, junto con su amigo Marco Vento Perpenna. Lépido no tardó en morir, pero Perpenna se unió a Sertorio, al que le aportó cincuenta y tres cohortes. Por esta época Sertorio dominaba toda la Hispania Citerior. A partir de este momento, Sertorio decidió organizar la provincia a la manera romana: instituyó un Senado de 300 miembros, en los que había representación nativa, y fundó una escuela en Osca para la instrucción de los hijos de los jefes indígenas.
Pompeyo decidió intervenir en España, para lo cual, en lugar de licenciar a sus tropas, las usó para intimidar al Senado y obligarle a que lo nombrara procónsul de Hispania Citerior. Llegó a España en 76 y estableció su campamento en Emporion. Sertorio envió contra él a Perpenna para impedir su avance, pero fracasó. Entonces Sertorio se ocupó personalmente del asunto y derrotó a Pompeyo una y otra vez durante los dos años siguientes.
Ese mismo año murió el rey Alejandro Janneo. Durante su reinado, Judea prosperó en paz. El único incidente que se registra fue una revuelta de los fariseos que, durante una fiesta, arrojaron al rey cidras (unos frutos parecidos a los limones), en protesta por la discriminación que sufrían frente a los saduceos. La respuesta del monarca fue una sangrienta matanza.
El rey había dejado dos hijos, pero su viuda, Salomé Alejandra, decidió nombrar sumo sacerdote al primogénito, Juan Hircano II, pero conservó para sí el poder político. Para ello invirtió la política de su esposo y se alió con los fariseos, que eran el sector mayoritario. Bajo su reinado Judea conservó su prosperidad.
Mientras tanto Julio César había ganado cierta fama, al igual que Cicerón como orador ante los tribunales, pero debió de comprender que los estudios de Cicerón marcaban una diferencia, así que partió hacia Rodas para perfeccionar su retórica. En el camino fue capturado por unos piratas. Cuentan que los piratas exigieron veinte talentos como rescate, pero él les dijo burlonamente: ¡No sabéis a quién tenéis entre las manos!, por lo que la suma se elevó a cincuenta talentos. Durante su cautiverio, la magnética personalidad de César cautivó a sus captores. Una vez les recitó unos poemas que había compuesto y, como no parecieron valorarlos adecuadamente, les dijo: ¡Sois unos brutos sin cultura, ¡haré que os ahorquen! Los piratas le rieron la insolencia. Cuando la familia de César envió el dinero, los piratas lo pusieron en libertad, él marchó apresuradamente a Mileto, reclutó unos hombres, fletó barcos, atajó a los piratas, los derrotó, repartió sus posesiones entre sus mercenarios y mandó a los piratas a la cárcel de Pérgamo. El pretor no pareció preocupado por castigar a los piratas, al parecer porque éstos le habían prometido un buen rescate, pero César fue él mismo a Pérgamo y los hizo crucificar. Luego volvió a Rodas.
El rey Mitrídates VI del Ponto sabía que Roma no le había perdonado la matanza de italianos que había ordenado unos años antes en Asia Menor. Sila había procurado evitar enfrentamientos bélicos con otros pueblos, probablemente porque temía que cualquier inestabilidad pudiera perjudicar su situación, pero tras su muerte era cuestión de tiempo que Roma encontrara una excusa para aplastar al Ponto, tal y como había hecho con Cartago. En 75 Mitrídates VI selló una alianza con Sertorio, para ayudarlo a mantener a Roma ocupada en occidente.
Cirene se había convertido en refugio de Piratas, así que Roma decidió finalmente recordar el testamento de Ptolomeo Apión y convertir el territorio en una de sus provincias.
En 74 murió el emperador chino Zhaodi y se nombró emperador a Liu He, un nieto de Wudi, pero, por algún motivo, el nuevo emperador no quiso cumplir ciertos rituales y fue depuesto al cabo de 27 días por Huo Guang, el mismo que lo había designado. El siguiente emperador fue Xuandi, que en cierta medida logró imponerse sobre las intrigas palaciegas.
En 74 murió el rey Nicomedes IV de Bitinia y en su testamento dejó su reino a Roma. Sin embargo Mitrídates afirmó que el testamento no tenía validez y ocupó Bitinia. Roma envió a Lucio Licinio Lúculo. Era el general al que Sila había dejado en Asia Menor cuando regresó a Roma. Mientras llegaba, César abandonó Rodas y reclutó algunos hombres para enfrentarse a Mitrídates, pero regresó a Roma poco después de que Lúculo tomara el mando. Lúculo derrotó a Mitrídates VI en una serie de batallas en Bitinia hasta conseguir que se retirara al Ponto.
Al mismo tiempo Roma envió refuerzos a Pompeyo para enfrentarse a Sertorio. A partir de este momento la guerra en España fue muy desigual y ambos bandos obtenían victorias alternativamente.
En 73 Lúculo invadió El Ponto y Mitrídates VI tuvo que huir a Armenia, donde fue acogido por Tigranes I, que estaba casado con una hija de Mitrídates VI.
Desde finales del siglo precedente, los juegos circenses se habían hecho cada vez más populares en Roma. De hecho, organizar juegos era uno de los medios de los que se valían los políticos para ganarse el favor del pueblo. Además de las carreras, cada vez cobraban más interés los espectáculos de lucha. Al principio los luchadores eran soldados a los que el juego les servía de entrenamiento, pero pronto se descubrió que era más emocionante hacer luchar a esclavos, ya que entonces podía prescindirse de la deportividad y las luchas podían ser a muerte. Además los esclavos se prestaban a más combinaciones interesantes, como luchas entre hombres y diversas fieras. Los luchadores recibían nombres distintos según el arma principal que manejaban: los gladiadores usaban la espada, los reciarios usaban una red etc., si bien era frecuente llamarlos genéricamente gladiadores. Los gladiadores eran entrenados en escuelas especiales para garantizar que ofrecerían un buen espectáculo. Su acicate era que un gladiador que triunfara espectacularmente podía conseguir la libertad, si bien la mayoría perecía en el intento.
Unos años antes, un pastor tracio había ingresado en las tropas auxiliares del ejército romano, pero luego desertó, fue capturado, convertido en esclavo y vendido en Capua al propietario de una escuela de gladiadores. Se llamaba Espartaco, y persuadió a sus compañeros de escuela para que se escaparan y usaran sus armas contra los romanos en lugar de usarlas entre ellos. Así se inició la Tercera Guerra Servil, con la diferencia respecto a las dos anteriores de que el campo de batalla no era Sicilia, sino la propia Italia. Los gladiadores que escaparon fueron unos setenta, pero Italia estaba llena de latifundios y los latifundios llenos de esclavos, muchos de los cuales no tardaron en engrosar sus filas, que pronto contaron con unos 60.000 hombres.
El grueso de los ejércitos romanos estaba distribuido entre El Ponto e Hispania, así que los esclavos no tuvieron dificultades en derrotar a las pocas fuerzas que Roma envió en su contra. Espartaco condujo hacia el norte unos 30.000 hombres, al parecer con la intención de cruzar los Alpes y establecerse en la Galia, fuera de las fronteras romanas, mientras otra parte prefirió quedarse en el sur dedicándose al saqueo. Éstos últimos fueron desbandados por los romanos en 72, pero Espartaco decidió dar media vuelta y volver hacia el sur, tal vez por ayudar a sus compañeros, tal vez porque tuvo problemas de aprovisionamiento, ya que su ejército había llegado a contar con 100.000 hombres. El retorno de Espartaco llenó de pánico a Roma. Espartaco derrotó a los generales que habían derrotado a los esclavos del sur e hizo luchar a muerte a los primeros prisioneros.
Mientras tanto Sertorio había sufrido una serie de derrotas en España que habían minado su prestigio. Perpenna (probablemente sobornado por Roma) organizó una conjura y lo asesinó durante un banquete en Osca. Poco después el propio Perpenna fue vencido y muerto por Pompeyo, tras lo cual no tuvo dificultad en dominar toda la provincia.
En el norte de Alemania, los suevos iniciaron un proceso de expansión. Por esta época habitaban al este del Elba, pero cruzaron el río y paulatinamente fueron avanzando hacia el Rin.
Finalmente Roma puso a Craso al mando de diez legiones con plenos poderes para acabar con Espartaco. Éste se había retirado al sur de Italia, con la esperanza de pasar a Sicilia en barcos de piratas cilicios, que no llegaron.
En 71 Craso fue derrotado dos veces por los hombres de Espartaco, pero estaba ansioso por vencer antes de que llegara Pompeyo de España y se llevara todos los honores y en un tercer combate obtuvo la victoria definitiva. Espartaco murió en la batalla y Craso hizo ejecutar a 6.000 prisioneros, que fueron crucificados en cruces que se extendieron kilómetros y kilómetros a lo largo de la vía Apia. Poco después llegó Pompeyo y ayudó a Craso a acabar con las últimas resistencias aisladas. Pompeyo era entonces el general más aclamado de Roma. En realidad su fama era mayor que sus méritos, pues sus éxitos en España se debían en gran medida a la conjuración contra Sertorio y sus méritos en la Guerra Servil eran que no había estado cuando Craso y sus predecesores habían sido derrotados y sí en el momento de la victoria, cuando ya todo estaba hecho.
En principio, Pompeyo y Craso eran rivales, pero ambos aspiraban al consulado y, como el Senado consideraba una amenaza la posibilidad de que el mejor general de Roma y el hombre más rico de Roma pudieran ser cónsules, decidieron aliarse, buscaron el apoyo del partido popular y forzaron su elección como cónsules para el año 70. Puesto que ahora sus apoyos estaban en el bando de los populares, los dos cónsules se dedicaron a demoler la obra de Sila. Restituyeron los poderes de los tribunos de la plebe y se arrogaron cada vez más potestades.
Ese mismo año, Cicerón defendió otro de sus casos más famosos. Durante los cuatro últimos años, había sido pretor de Sicilia Cayo Verres. Al principio de su carrera había sido partidario de Mario, pero descubrió sus simpatías hacia Sila a la vez que comprendía que éste iba a ganar. Sila le perdonó los robos que ya entonces había cometido como cuestor y lo envió a Asia Menor como miembro del equipo del gobernador de la provincia, donde extorsionó cuanto quiso a los provincianos. Cuando un pretor cesaba en sus funciones, era habitual que los provincianos lo denunciaran ante los tribunales romanos por sus excesos, pero los tribunales estaban en manos de los senadores, que consideraban más saludable no dar crédito a estas acusaciones tan desagradables. Cuando el pretor de Asia fue llamado a juicio, Verres se las arregló para que todas las culpas recayeran sobre él y salió indemne. Su actuación como pretor de Sicilia superó todos los límites, y llegó incluso a robar a la misma Roma, pues se embolsó un dinero que se le había suministrado para fletar barcos de cereales para la capital.
El año anterior a la llegada de Verres a Sicilia, Cicerón había desempeñado el cargo de cuestor en la isla y, al contrario que con Verres, los sicilianos lo recordaban como un modelo de honradez, así que le pidieron que llevara la acusación contra Verres. Cicerón aceptó el caso, pese a que Verres contaba con el apoyo de prácticamente todo el Senado. Los senadores intentaron todo tipo de argucias: proporcionar a Verres un buen abogado, sustituir a Cicerón por otro peor, demorar el proceso para cambiar al juez por otro más "seguro", etc., pero Cicerón supo esquivar todas las zancadillas y lo único que consiguieron todas las maquinaciones es atraer la atención de la opinión pública, cosa que beneficiaba a la acusación. Después de que Cicerón expusiera las pruebas que demostraban la desenfrenada avaricia y falta de escrúpulos del acusado, ningún tribunal hubiera podido absolver a Verres sin ser linchado inmediatamente después. Sin embargo, Verres logró escapar y fue condenado en ausencia. Lo cierto es que escapó con parte de su botín y pudo vivir plácidamente en Massilia durante más de veinte años.
Los sicilianos, agradecidos, enviaron a Cicerón un importante cargamento de trigo. Cualquier otro se lo habría quedado, pero Cicerón recordó que una ley prohibía que los abogados recibieran remuneraciones excepcionales, así que donó el trigo a los graneros de la plebe. Esto le dio mucha popularidad, a la que había que añadir la fama que adquirió como abogado, que hizo que en los años siguientes se le encomendaran muchos casos y así, poco a poco, Cicerón vio incrementada su hacienda.
Pompeyo y Craso aprovecharon el descrédito que suponía para el Senado el escándalo de Verres para reformar el sistema judicial y debilitar un poco más a los senadores.
La Tercera Guerra Servil había dejado en un punto muerto la guerra contra Mitrídates VI. Lúculo había mantenido las posiciones romanas en Bitinia y en el Ponto, pero se había abstenido de atacar a Armenia, donde se había refugiado Mitrídates VI. Ahora que Italia y España estaban en orden Roma podía concentrarse en Asia Menor, así que envió una embajada a Tigranes I para que entregara al rey del Ponto. Al parecer, la actitud de los embajadores fue excesivamente arrogante, así que el rey armenio optó por declarar la guerra a Roma. Lúculo invadió Armenia y en 69 tomó Tigranocerta (por primera vez un ejército romano entraba en Mesopotamia). Los dos reyes tuvieron que retirarse hacia las partes montañosas de Armenia. Lúculo los persiguió, pero no era un general querido por sus tropas, y las montañas armenias eran inhóspitas, así que sus soldados terminaron amotinándose y Lúculo tuvo que retroceder hacia el oeste y Mitrídates VI pudo volver al Ponto.
Este año Cicerón defendió a Fontenio, exgobernador de la Galia Narbonense, donde se había refugiado Verres, que era acusado de los consabidos abusos. No hay que olvidar que Cicerón era abogado y que los abogados, antes que personas, son abogados.
También fue el año en que subió al trono el rey parto Fraates III. Armenia había perdido el control de Siria, y esto permitió al hijo de Antíoco X recuperar el reino de su padre, con el consentimiento de Lúculo, y adoptó el nombre de Antíoco XIII. En 68, otro seléucida reclamó el territorio de Antíoco XII, con el nombre de Filipo II. Ambos reyes se apoyaron en ejércitos árabes.
En la India murió Devabhuti, el último rey Sunga, y fue sucedido por su primer ministro Vasudeva Kanva, un brahmán que inauguró la dinastía Kanva.
En 68 murieron Cornelia y Julia, la esposa y la tía de César (la viuda de Mario), y César escandalizó al Senado incluyendo un busto de Mario en la procesión fúnebre. Se lo pudo permitir porque se estaba ganando paso a paso las simpatías del pueblo, al tiempo que ascendía en la carrera política. También murió el rey Hiempsal II de Numidia, que fue sucedido por su hijo Juba I.
Los piratas campaban a sus anchas por el Mediterráneo oriental, y Roma decidió combatir enérgicamente la piratería. Metelo fue enviado a tal efecto y su primer paso fue conquistar la isla de Creta, que en 67 se convirtió en provincia romana. Pero todavía quedaba Cilicia, que era el mayor refugio de la piratería. Esta vez el elegido fue Pompeyo. La confianza en él era tan grande que los precios de los alimentos cayeron en cuanto se hizo pública su designación. Le bastaron tres meses para limpiar de piratas el Mediterráneo, y finalmente derrotó a la flota pirata frente a las costas de Cilicia y logró su rendición con promesas de indulgencia. Ese mismo año César se había casado con Pompeya, hermana de Pompeyo.
Ese mismo año murió Salomé Alejandra, la reina de Judea. Era de esperar que su hijo y sumo sacerdote Juan Hircano II se convirtiera en rey, pero, como Salomé había apoyado a los fariseos, los saduceos vieron la ocasión de cambiar el rumbo político apoyando al otro hijo de Alejandro Janneo y Salomé Alejandra, que tras derrotar a su hermano en varias ocasiones se proclamó rey y sumo sacerdote, con el nombre de Aristóbulo II.
En 66 Cicerón ayudó a Pompeyo a elaborar el discurso con el que logró del Senado su nombramiento como procónsul en Asia, con la misión de continuar la guerra contra Mitrídates VI. Era evidente que Lúculo no podía controlar a sus ejércitos, así que fue llamado a Roma, donde era tan impopular como en el campo de batalla, por lo que no trató de meterse en política. Pese a que los populares trataron de impedirlo, se le otorgó el triunfo y el sobrenombre de Póntico, y se retiró a una villa rural a vivir de las rentas de cuanto había rapiñado en Asia. Pronto adquirió fama por las elaboradas cenas que celebraba, en las que se servían costosos y refinados platos. Al parecer fue el primero en llevar a Roma una fruta que había encontrado en la ciudad de Ceraso, en el Ponto. Los romanos las llamaron ceresa, y son, naturalmente, las cerezas. Por otra parte, Lúculo reunió una magnífica biblioteca, protegió a muchos artistas y escribió en griego una historia de la Guerra Social, en la que había combatido a las órdenes de Sila.
Ante la acometida de Pompeyo, Mitrídates se vio obligado a huir del Ponto una vez más, pero esta vez Tigranes I decidió que ya había tenido bastantes disgustos con los romanos y le negó el asilo. El rey huyó al Bósforo Cimerio, que era un protectorado del Ponto desde hacía tiempo, y Pompeyo prefirió no seguirlo. En su lugar, invadió Armenia y capturó a Tigranes I. Pompeyo juzgó que sería difícil para Roma mantener un territorio tan agreste como Armenia, así que optó por exigir a Tigranes I una fuerte indemnización y permitirle conservar su trono, dejando claro que en lo sucesivo estaría a las órdenes de Roma.
En 65 Julio César fue nombrado edil curul, encargado de la policía romana, de los mercados y, sobre todo, de la organización de los juegos públicos. Fue tal su derroche en este último punto que su popularidad creció como la espuma, hasta el punto que pudo permitirse la reposición de la estatua y los trofeos de Mario en el Capitolio. El senado no se atrevió a protestar, ante la euforia del pueblo. El punto culminante fue un combate de 320 gladiadores con armaduras de plata.
César era un personaje pintoresco. Se le consideraba blando, y aborrecía las obligaciones sociales. Incluso le molestaba tener que apretarse el cinturón de la toga y prefería llevarla poco ceñida, lo cual era signo de debilidad y afeminamiento. También apuntaban en esta línea su rostro blanco y delicado, o su costumbre de depilarse todo el cuerpo y de arreglarse el cabello. Por otra parte, practicaba el deporte con regularidad. Era culto y parece ser que hizo algunos pinitos en la tragedia y la poesía. Pero lo que más llamaba la atención era su personalidad carismática. Era amigo de todo el mundo, derrochaba su dinero para contentar a todos y poco a poco se iba endeudando más y más. Era orgulloso, pero sin ofender con ello, era ingenioso, alegre y encantador. También tenía una gran capacidad de persuasión, ya fuera mediante la oratoria, ya mediante su simpatía. Estas virtudes interesaron a Craso, pues él carecía de todas ellas, y comprendió que César necesitaba un dinero que él podía darle a cambio de contar con su popularidad.
En general, Craso era especialmente dado a aliarse con todos aquellos que podían serle útiles. Ya se había aliado en su momento con Pompeyo, ahora se interesaba por César e igualmente se había interesado por un individuo llamado Lucio Sergio Catilina. Había sido pretor en África y se había librado de las habituales acusaciones de corrupción. Había presentado su candidatura al consulado, pero el Senado la vetó porque sobre Catilina pendía un proceso por chantaje, pero los dos cónsules elegidos ese año fueron depuestos acusados de haber comprado votos. Entonces se unieron a Catilina para asesinar a los dos cónsules sustitutos. Cuando hubieran logrado esto, César sería proclamado dictador, y Craso su lugarteniente. Sin embargo, la conjuración fue descubierta, los nuevos cónsules tomaron posesión del cargo protegidos por el ejército y César suspendió la operación.
Mientras tanto Pompeyo se dedicaba a organizar los territorios conquistados en Asia con la habitual eficiencia romana. En 64 El Ponto y Cilicia se convirtieron en provincias romanas. Luego pasó al sur, donde los dos últimos seléucidas continuaban sus reyertas por las migajas de su imperio, y decidió terminar con la patética historia de su dinastía. Los derrocó y convirtió a Siria en una nueva provincia.
El rey parto Fraates III derrotó a Tigranes I de Armenia, pero Pompeyo envió embajadores y salvó a Tigranes. Desde entonces Fraates III se esforzó por mantener relaciones amistosas con Roma.
Mientras Pompeyo se ocupaba de Asia Menor, las disputas entre Juan Hircano II y Aristóbulo II por el trono de Judea habían continuado. Juan Hircano II tenía como aliado a Antípatro, el gobernador de Idumea (que formaba parte del reino de Judea).  Como las cosas no marchaban bien, Antípatro había pedido ayuda a los nabateos, el pueblo árabe que ocupaba lo que antiguamente había sido Edom y que había forzado a los edomitas a emigrar a la actual Idumea, en territorio judío. Los nabateos accedieron gustosos a prestar su ayuda y sitiaron Jerusalén. Entonces, Aristóbulo II decidió pedir también ayuda externa y así se sumó a la lista de los muchos ingenuos que habían solicitado la protección romana a lo largo de la historia. Envió una embajada a Siria, donde estaba Pompeyo, el cual envió a su vez un mensajero a Judea ordenando una tregua. Luego marchó sobre Judea, pero Aristóbulo II debió de entender finalmente que, con tanta ayuda, Judea iba a correr la misma suerte que Siria, así que negó la entrada a Pompeyo en Jerusalén.
Es una lástima que nadie esculpiera a Pompeyo en el momento justo en que le informaran de que los judíos llevaban más de dos siglos negándose a combatir en sábado a menos que fueran atacados. (Al parecer, desde que Ptolomeo I conquistó Jerusalén atacando en sábado sin que Dios hiciera nada por ellos, los judíos habían llegado a la conclusión de que Dios no tendría inconveniente en que se defendieran por sí mismos en caso de ataque.) El caso es que Pompeyo construyó tranquilamente una rampa para acercar a la muralla los aparatos de asalto, dedicó un sábado a instalarla tranquilamente y esperó maravillado al sábado siguiente para lanzar su ataque. Así terminó el reino macabeo y Judea paso a ser una provincia romana más (que incluía a Galilea e Idumea).
Pompeyo no quiso intervenir en cuestiones religiosas, así que dejó a Juan Hircano II como sumo sacerdote y envió a Roma como prisioneros a Aristóbulo II junto a sus dos hijos, Alejandro y Antígono Matatías. Como gobernador de Judea eligió a Antípatro, que en ningún momento había ofrecido resistencia alguna a Pompeyo. Se cuenta que Pompeyo sintió curiosidad por los extraños ritos judíos, y entró en el sancta sanctorum del Templo, donde sólo podía entrar el sumo sacerdote. Inexplicablemente (para los judíos más piadosos), Yahveh no lo fulminó por ello.
Entre tanto Mitrídates VI había planeado desde su exilio reunir una horda de bárbaros para atacar Italia, pero sus pocos seguidores empezaron a rebelarse contra sus inútiles guerras contra Roma. Finalmente uno de sus hijos, Farnaces, organizó en 63 una revuelta contra él con la ayuda de Pompeyo, y el último rey del Ponto terminó suicidándose. Pompeyo dejó a Farnaces como rey del Bósforo Cimerio, que pasó a ser un protectorado romano. Ese mismo año murió el rey Ariobarzanes I de Capadocia y fue sucedido por su hijo Arquelao.
www.uv.es/ivorra/Historis/Indice.htm
Revisión textual y foto seleccionada: Alfonso Gil