Desde mi celda doméstica
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miércoles, 2 de diciembre de 2015

LÁMINA Y MENSAJE (135)


Misa en Emaús


En el capítulo 24 del Evangelio de Lucas leemos que, muerto Jesús, dos de sus discípulos marchaban a una aldea llamada Emaús, y hablaban de los últimos acontecimientos que habían presenciado. En esto que se les unió Jesús por el camino, sin que ellos lo conocieran, y les preguntó de qué hablaban y por qué estaban tristes. Cleofás le dijo: “Pero, hombre: ¿no sabes lo que ha sucedido?” Y tuvo que explicarle de Jesús Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante la gente, y cómo lo entregaron a los sacerdotes y principales, que lo condenaron a muerte y lo crucificaron.
Como ya habían pasado tres días de la muerte de Cristo, sólo tenían el testimonio de unas mujeres que se habían llegado al sepulcro y lo vieron vacío, y a unos ángeles que les dijeron que Jesús estaba vivo. E igualmente lo pudieron comprobar algunos discípulos suyos, pero a Él no le habían visto.
Entonces Jesús les recriminó su torpeza y falta de fe en lo dicho por los profetas: que tenía que morir para entrar así en su gloria. Y les fue explicando las Escrituras hasta llegar a Emaús. Invitado por Cleofás y su compañero, Jesús se quedó con ellos y, ya en la mesa, tomo el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio. Y a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron, porque, antes, su corazón se emocionó mientras les hablaba por el camino.
Y regresaron a Jerusalén para comunicarlo a los demás.

Alfonso Gil González
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