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viernes, 15 de mayo de 2015

¡Y DALE CON LA CONFESIÓN!


¡Y dale con la Confesión!


   Sé que algunos amables lectores han echado de menos esta columna que, bajo el epígrafe TERTIO MILLENNIO, estaba dedicada a resaltar los valores religiosos y culturales que, por serlos, son precisamente los más humanos. Me había tomado unas quincenas de asueto, para que nuestros asiduos lectores también descansaran un poco. Pero, tras leer, con cierta estupefacción, la columnita del último número, titulada `La superstición de la confesión ´, reabro ésta la mía, aunque sólo sea para deshacer los entuertos ocasionados por escritores sin formación.
   Hay que reconocer que el sacramento de la Penitencia está sometido a una serie de circunstancias y problemas que lo convierten en uno de los ritos más difíciles de comprender y celebrar. Los principales hechos que, en el mundo actual, influyen sobre él son: su compleja y variada historia, una predicación abusiva sobre el pecado y sobre el Dios “Juez”, la tendencia moderna a negar el sentido de culpa y de pecado, y la insatisfacción de algunas formas intimistas y poco eclesiales de celebrar la Penitencia.
   Vayamos por pasos:
1º) El perdón de los pecados es un tema central en la vida y predicación de Jesús. Este perdón va unido a la conversión y al cambio radical de vida que supone el bautismo. Por otra parte, el triunfo sobre el pecado y el nacimiento a una vida nueva es presentado como algo definitivo, pudiéndose afirmar que los primeros cristianos consideraron tan profundo el cambio producido en el bautismo, que confiaron en no rebrotar de nuevo el pecado. Consideración que muy pronto chocó con la dura realidad, pues es un triste hecho que el pecado sigue apareciendo incluso en los bautizados.
2º) El documento más antiguo, en el que se menciona la práctica cristiana de un rito para el perdón de los pecados cometidos después del bautismo, es el Pastor de Hermas (s.II), en el que se ve la tendencia a no aceptar una penitencia post-bautismal y se advierte que sólo se aceptará una vez en la vida. De esto último hay testimonios de Tertuliano, San Cipriano, San Agustín, y los Concilios de Ancira y Nicea, todos ellos en los cinco primeros siglos. Será con la invasión de los bárbaros cuando la penitencia canónica entre en un proceso de decadencia.
3º) En el siglo VII se desarrolla una nueva forma de Penitencia que consiste en establecer una serie de “tablas” con la lista de pecados y con las obras penitenciales correspondientes a cada pecado. Forma que se perpetúa hasta el Concilio de Trento, cayendo en abusos de tarifación y privacidad a causa de las conmutaciones de penas.
4º) El Concilio de Trento estableció como única forma de Confesión la privada, que consta de tres acciones por parte del penitente (contrición, manifestación de los pecados y satisfacción)  y de la absolución del ministro de la comunidad cristiana. El hecho de que la absolución vaya antes del cumplimiento de la pena o conversión, hizo que, durante los siglos XVIII y XIX, se produjeran abusos y desviaciones de este sacramento, que fueron objeto de crítica en la literatura de la época y, por lo visto, también en esta.
5º) El Concilio Vaticano II, a mediados del siglo XX, propuso la reforma de este sacramento, y se elaboró un nuevo ritual en el que se recuperan algunos aspectos olvidados: el sentido comunitario de la celebración del acto reconciliador, las repercusiones sociales y comunitarias del pecado y la variedad de formas que tradicionalmente han existido para celebrar el perdón.
   Pero sea cual sea la historia de la Confesión, que he intentado resumir, hay aspectos fundamentales que siempre han estado presentes: Conciencia de haber pecado, es decir, de haber roto con uno mismo, con el prójimo y con Dios; compromiso real de volver a la vida normal de bautizado; manifestación ante la comunidad o su representante de arrepentimiento y conversión, y absolución por parte de la Iglesia, es decir, de Cristo a través de la historia.
   Dicho esto, el artículo a que nos referimos carece de la más elemental formación teológica. Ni son tan renombrados los teólogos citados, ni responde a la verdad histórica el concepto que se vierte sobre el sacerdocio cristiano, ni es verdad la cita sobre la frase dicha por Jesucristo de que “Dios está en vuestro interior”, aunque reconozco que también lo llevamos dentro, ni miles y miles de sermones, catequesis y homilías pueden reducirse a que “si no obedecéis, os iréis al Infierno”, ni tiene la escritora idea alguna sobre la Tradición en la Iglesia. Es precisamente ésta la institución que conserva ininterrumpidamente el mensaje escrito desde hace ya veintiún siglos.
   En resumen, y esto va dirigido al lector más simple, puede que el presidente Zapatero no se confiese nunca, y que el papa Benedicto XVI se confiese todas las semanas. Pero, creencias aparte, me fío más de un hombre tan culto y sabio como el Papa, que no de aquellos que, por no saber, no conocen siquiera el catecismo que estudiaron de pequeños.

Alfonso Gil González    

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