Desde mi celda doméstica
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lunes, 9 de octubre de 2017

CANCIONERO MUDO... 23

Evitar la profanación

Hay un versículo (el 6) en el capítulo 7 de san Mateo que se presta a diversas interpretaciones y que, desde luego, es perfectamente aplicable a otros campos de la vida humana: no deis las cosas santas a los perros, ni les arrojéis margaritas a los puercos; no vaya a ser que las pisen con sus patas y se revuelvan contra vosotros.
Una cosa es clara: tenemos la experiencia de que, cuando hemos contestado a lo que no se nos preguntaba, la reacción del interlocutor, cuando menos, ha sido indiferente o de extrañeza.
Generalmente, nadie se alegra con tener lo que no desea o apetece. Y en el saber pasa idem de lo mismo. "A mí no me gustaban las matemáticas porque no las entendía", dicen algunos. Y lo podían haber dicho al revés: "Porque no las entendía, no me gustaban".
De todos modos, el versículo del evangelio no tiene desperdicio. 
Háblale a un borracho de las excelencias de la templanza. Dile a un lujurioso sobre la belleza de la castidad. Intenta convencer a un "mal oído" de la grandeza de la música bachiana...
Preguntémonos tranquilamente por qué el mensaje cristiano, si tan perfecto y humano es, no ha calado ya, tras dos mil y pico años, en el corazón de todos los mortales. Y volvamos a leer el versículo de Mateo. Veréis que a casi nadie interesa un mensaje que nos saca de nuestros posicionamientos, de nuestras comodidades.
Cristo es muy atractivo, pero ¡cuánto más lo sería si no dijera una sola palabra! Porque lo que nos hace, precisamente, pisar las margaritas y rebelarnos contra quienes nos las dan, son esas palabritas que dejamos caer o que nos dejan caer los santos, y no digamos nada los santurrones y beaterio de sacristía.

Alfonso Gil

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