La muerte de Israel
En realidad y verdad: "El tránsito de Israel".
17 de julio de 2018.
Era el 70 cumpleaños de su madre.
Tras cuatro largos meses de enfermedad, llevada entre el hospital y su propia casa, Israel pasó de este mundo al Padre, a su seno paternal.
Pocas veces hemos visto a un hombre, con enfermedad tan terrible, que pasara sus días alentando a los demás enfermos, al tiempo que aceptaba su propio final.
Sabedor de las miles de plegarias que por él se hacían en todas partes, fue agradeciendo a todos esa solidaridad espiritual.
Su lema: FE FUERZA POTENCIA MÁXIMA NI UN PASO ATRÁS. Así, sin comas, fue estimulando a todos a seguir adelante.
Pero la grandeza de Israel no está en eso solamente.
Israel, sí, estuvo acompañado de sus padres y hermanos, y del resto de su familia. Y, por supuesto, de sus amigos, de sus muchos y fieles amigos. También del sacerdote que le ungiera en dos ocasiones con el óleo de los enfermos, le celebrara la misa en casa y le administrara varias veces la sagrada Eucaristía. Pan del cielo, que le iba fortaleciendo e iluminando hasta llegar al Banquete Celeste, donde Jesús le sentaría cabe sí, como a san Juan, para celebrar las Bodas eternas en que sólo reina el amor y el gozo indescriptibles.
Israel fue en vida un niño entre los hombres y un hombre entre los niños. Supo conjugar la inocencia y la responsabilidad. Jamás llegó tarde al trabajo -¡y cómo trabajaba!-. Era un orgullo para cualquier patrono. Su prodigiosa memoria y su capacidad de servicio la puso enteramente a disposición de aquellos que debía atender o visitar.
Ahora Israel, en los brazos del Padre, cumple en plenitud su deseo de felicidad, él, que era el más feliz, positivo y generoso de los mortales.
Sí. Llorad su muerte, mas sabed que la "hermana muerte" le ha hecho inmortal.
¡Viva san Israel!
Pero la grandeza de Israel no está en eso solamente.
Israel, sí, estuvo acompañado de sus padres y hermanos, y del resto de su familia. Y, por supuesto, de sus amigos, de sus muchos y fieles amigos. También del sacerdote que le ungiera en dos ocasiones con el óleo de los enfermos, le celebrara la misa en casa y le administrara varias veces la sagrada Eucaristía. Pan del cielo, que le iba fortaleciendo e iluminando hasta llegar al Banquete Celeste, donde Jesús le sentaría cabe sí, como a san Juan, para celebrar las Bodas eternas en que sólo reina el amor y el gozo indescriptibles.
Israel fue en vida un niño entre los hombres y un hombre entre los niños. Supo conjugar la inocencia y la responsabilidad. Jamás llegó tarde al trabajo -¡y cómo trabajaba!-. Era un orgullo para cualquier patrono. Su prodigiosa memoria y su capacidad de servicio la puso enteramente a disposición de aquellos que debía atender o visitar.
Ahora Israel, en los brazos del Padre, cumple en plenitud su deseo de felicidad, él, que era el más feliz, positivo y generoso de los mortales.
Sí. Llorad su muerte, mas sabed que la "hermana muerte" le ha hecho inmortal.
¡Viva san Israel!