EL IMPERIO PERSA
En 548 murió Tales de Mileto. Se había ganado el calificativo de "sabio". Cuando le preguntaron cuál era la empresa más difícil para un hombre dijo "conocerse a sí mismo". A la pregunta de qué es la justicia respondió que "es no hacer a los demás lo que no queremos que sea hecho con nosotros". Dejó un discípulo, Anaximandro, que fue el primero en trazar un mapa del mundo conocido, y también realizó descubrimientos notables en matemáticas y astronomía, el cual tuvo como discípulo a Anaxímenes. Fueron los principales representantes de la escuela de Mileto.
Entre tanto, el rápido ascenso del rey persa Ciro II no pareció preocupar mucho a sus vecinos. El rey lidio Creso pensó que tantas agitaciones en el este podían marcar un momento propicio para extender sus dominios, así que decidió rebasar con un ejército el río Halis, que desde hacía tiempo constituía la frontera natural entre Lidia y el Imperio Medo. Se dice que antes de acometer tal empresa consultó al oráculo de Delfos sobre su conveniencia, y la respuesta fue: "Si Creso cruza el Halis, destruirá un gran imperio". Creso no preguntó qué imperio sería destruido, sino que inició el ataque en 547 y no tardó en lograr la completa destrucción de su propio imperio. En efecto, las tropas de Ciro II rechazaron fácilmente a los invasores. Cuentan que los caballos lidios se sintieron desconcertados por el olor de los camellos persas, lo que produjo una confusión en la batalla que Ciro II supo aprovechar muy bien. Los lidios fueron perseguidos más allá del Halis, y en 546 Ciro II se había adueñado de Sardes, la capital lidia.
Mientras sucedía todo esto, el rey caldeo Nabónido permanecía ocupado en una expedición arqueológica en las regiones desérticas del sudoeste. Cuando resultó evidente que el siguiente paso de Ciro II sería anexionarse el Imperio Caldeo, Nabónido entabló una alianza con Egipto, que no le reportó ningún beneficio real y, al contrario, le sirvió de excusa al rey persa para atacar a Caldea.
Las ciudades griegas de la costa de Asia Menor, esto es, las ciudades jónicas que hasta entonces habían estado bajo el dominio lidio, temieron que, en cuanto Ciro II terminara con los caldeos, terminaría de consolidar su victoria sobre Creso y las anexionaría a su imperio. Bías de Priene sugirió que todos los griegos de la zona embarcaran hacia el oeste, pero nadie le hizo caso. Por aquella época el poder griego en el Mediterráneo occidental iba en aumento. Acababan de establecer colonias en Córcega y Cerdeña, además de las que ya tenían en Sicilia. Esto preocupó tanto a los etruscos como a los cartagineses, que temían que los griegos pudieran llegar a monopolizar el comercio marítimo en la zona. No tardó en declararse la guerra. En 540 la flota etrusco-cartaginesa derrotó a la griega frente a la colonia griega de Alalia, en Córcega, que (según los vencedores) se había convertido en una base de piratas. El resultado fue que los etruscos se quedaron con toda Córcega, mientras que los cartagineses tomaron Cerdeña. Los griegos mantuvieron a duras penas algunas colonias en Sicilia, en constante conflicto con las colonias cartaginesas de la isla. Con la batalla de Alalia terminó prácticamente el periodo de colonización griega.
Mientras tanto el rey Bimbisara ocupó el trono de Magadha, que bajo su reinado se convirtió en el imperio más importante de la India. Se anexionó el reino de Anga, en el este, cuya capital, Campa, tenía un puerto en el que se reunían los barcos que navegaban por el Ganges y los que recorrían el sur de la India. El nuevo rey se esforzó por reorganizar el país. Despidió a los funcionarios incapaces, realizó viajes de inspección, controló la construcción de carreteras y otras obras públicas. Construyó la ciudad de Rajagrha y la convirtió en la nueva capital del reino.
En 539 Ciro II llegó a las puertas de Babilonia. Nabónido confió la defensa de la ciudad a su hijo Baltasar, pero no hubo ninguna defensa. Nuevamente, Ciro II usó más de la diplomacia que de la fuerza. Consciente del descontento que el rey caldeo se había ganado entre la nobleza y el clero, consiguió fácilmente una rebelión interna y la rendición de la ciudad.
Entre los partidarios más incondicionales que Ciro II se encontró en Babilonia estaban los judíos exiliados. En los últimos años había surgido entre ellos un nuevo ideólogo. Su nombre nos es desconocido, pues sus escritos fueron posteriormente atribuidos al profeta Isaías, que había vivido dos siglos antes (sin duda para darles mayor autoridad). En efecto, los primeros capítulos del libro bíblico de Isaías se refieren a la época de Senaquerib, mientras que a partir del capítulo XL mencionan a Ciro. Por ello este autor anónimo es conocido como "el segundo Isaías". Desde el punto de vista religioso, el pensamiento del segundo Isaías supuso una revolución sin más precedente en la historia que el del faraón Akenatón. Hasta entonces, Yahveh era el único Dios al que podían adorar los judíos, pues Yahveh se enojaba si adoraban a otros dioses. El segundo Isaías afirmó que Yahveh no era sólo el dios de los judíos, sino que era el único dios verdadero. Todo lo demás eran ídolos, trozos de piedra, de metal o de madera sin ningún poder a los que resultaba estúpido adorar (además de herético, naturalmente). Sin duda, esta postura surgió como una defensa frente a la gran influencia que debía de ejercer sobre los judíos la religión babilónica: la mejor manera de rebatir la evidencia de que Marduk era mucho más poderoso que Yahveh era negar la existencia de Marduk. Si el Templo había sido destruido y los judíos habían sido sometidos a los caldeos, ello no se debía a que Marduk ayudaba más eficientemente a los caldeos que Yahveh a los judíos, sino únicamente a que Yahveh había usado a los caldeos como instrumento para castigar los pecados de los judíos, pero ahora que se habían arrepentido Yahveh les devolvería su reino a través del mesías. Para el segundo Isaías, este ungido o mesías no era sino Ciro II. El que el propio Ciro no estuviera al corriente de este hecho carecía de importancia:
Esto dice el Señor a mi ungido Ciro, a quien he tomado de la mano para sujetar a su persona las naciones y hacer volver las espadas a los reyes, y para abrir delante de él las puertas, sin que ninguna pueda resistirle. Yo iré delante de ti, y humillaré a los grandes de la Tierra, despedazaré las puertas de bronce y romperé las barras de hierro. Yo te daré a ti los tesoros escondidos, y las riquezas recónditas, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre. Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre, te puse el sobrenombre de Mesías, y tú no me conociste. Yo el Señor, y no hay otro más que yo, no hay dios fuera de mí, yo te ceñí la espada, y tú no me has conocido, a fin de que sepan de oriente a poniente que no hay más dios que yo: Yo el Señor, y no hay otro. (Is. XLV, 1-6)
En 538 el Imperio Caldeo era ya una parte del Imperio Persa. Ciro debió de sorprenderse mucho de la devoción que le profesaron los judíos, pero debió de disimular y aprovecharla, pues al contrario que los asirios, el rey persa adoptó desde el primer momento la política de tratar bien a los pueblos que conquistaba, con tacto y diplomacia, tratando de que se sintieran cómodos dentro de lo posible. Así, Ciro autorizó el regreso de los judíos a su tierra (aunque no se habló nunca de fundar un reino independiente, por descontado). Si para los judíos pasó como enviado de Yahveh, en Babilonia asumió las funciones sacerdotales propias de un rey caldeo, y se presentó como un humilde servidor de Marduk. Así se ganó el respeto de los sacerdotes, que mantuvieron a Babilonia leal al Imperio Persa.
Sin embargo, fuera de Caldea estaba ganando terreno la doctrina mazdeísta fundada por Zaratustra a principios de siglo. Sus discípulos la desarrollaron notablemente, de modo que es difícil determinar qué parte de ella proviene del propio Zaratustra. El atractivo principal del mazdeísmo consistía en que explicaba la presencia del mal en el mundo y prometía una recompensa final para los hombres de bien. En efecto, la historia del mundo se dividía en cuatro periodos de tres mil años. El primero correspondía a la creación de los dos espíritus principales: Ahura-Mazda y Ahrimán, y al conflicto entre ambos. El segundo correspondía a la creación del mundo material, y concluía con la aparición del primer hombre, Gayomart. Durante el tercer periodo dioses y hombres luchan unos a favor del bien y otros del mal. Ahura-Mazda tiene bajo su mando a seis divinidades, losAmesha Spentas, que a su vez dirigían a otras muchas (antiguas divinidades indoiranias que se reincorporaron al mazdeísmo, tras un primer intento de erradicarlas). Similarmente, Ahrimán dirigía a un ejército de brujas y demonios. Tras la muerte, las almas de los hombres que han luchado por el bien van al "mejor de los mundos", mientras que los malos acaban en "la morada del dolor". Aquellos cuyas buenas y malas acciones se equilibran van a un lugar llamado Hamesta-Kan. Todos ellos esperan el cuarto periodo, cuando Ahura-Mazda destruirá a Ahrimán, los muertos resucitarán, llegará el Salvador, Sawsyant, que los juzgará y destruirá el infierno y a todos los condenados. El mundo será purificado y los justos vivirán en un Universo donde sólo existirá el Bien.
En cuanto a la lengua, los persas eran un pueblo indoeuropeo, por lo que el acadio les resultaba una lengua extraña y difícil. Ciro II mostró en todo momento una gran admiración (tal vez real) por la cultura caldea, pero fomentó el uso del arameo frente al acadio, pues si bien ambas lenguas eran semíticas, al menos el arameo tenía una base alfabética y resultaba más sencillo. Bajo la dominación persa el uso del acadio se redujo exclusivamente al ámbito religioso.
Si bien Ciro había autorizado a los judíos a volver del exilio, lo cierto es que sólo una minoría estuvo dispuesta a hacerlo. La mayor parte de la población judía estaba bien instalada en Babilonia y su vida era próspera. No obstante, hubo varios grupos de judíos que decidieron partir. El primero fue dirigido por Sebasar, al que cierta tradición consideró hijo del derrocado rey Joaquín, si bien esto no es sostenible. Ciro II había autorizado también la reconstrucción del Templo, y al parecer Sebasar presidió el inicio de las obras. No obstante pronto desaparece de la historia (probablemente murió). Fue sucedido por Zorobabel, al parecer sobrino de Sebasar y presuntamente nieto de Joaquín. Junto a él estaba Josué, hijo del sumo sacerdote que oficiaba en Jerusalén cuando el Templo fue destruido. Así, los judíos se formaron la imagen más ficticia que real de que se había restituido el status anterior al exilio: Zorobabel representaba a la casa de David (aunque sin ningún poder efectivo) y Josué a la familia sacerdotal que se remontaba hasta Sadoc, el sacerdote del rey Salomón.
En realidad, el retorno del exilio no fue tan idílico como los judíos habían supuesto. En la antigua Judá habían quedado muchos hombres humildes que seguían practicando la religión judía en su forma primitiva, completamente ajena a los muchos cambios que ésta había sufrido en Babilonia. Los recién llegados no reconocieron como judíos a los nativos y los llamaron samaritanos, identificándolos con los nuevos pobladores que trajo en su día Sargón II a Israel cuando deportó a los israelitas. Los samaritanos ofrecieron su ayuda para reconstruir el Templo, pero no fue aceptada, con lo que se generaron tensiones y recelos. Terminaron concluyendo que los judíos habían corrompido la religión incorporando elementos caldeos (lo cual era cierto), así que judíos y samaritanos se tacharon mutuamente de herejes. Tal vez sea éste un buen momento para abandonar el nombre de Judá y referirnos a la región en su nueva situación política como Judea, que es el nombre que algo después le darían los griegos y más tarde los romanos.
Además estaban Amón, Moab, los antiguos edomitas, ahora idumeos, y los filisteos, que en la reconstrucción del Templo vieron un resurgir del imperialismo judío. Naturalmente, toda la región estaba bajo el dominio persa, por lo que no podían hacer uso de la fuerza, pero sí empezaron a urdirse intrigas para indisponer a los judíos frente a la autoridad persa. No fue difícil conseguirlo. Por aquel entonces los judíos tenían dos profetas destacados: Ageo y Zacarías. Ambos consideraban a Zorobabel como el Mesías (al parecer, Ciro II no dio la talla, después de todo), así que no debió de ser difícil convencer a los persas de que los judíos pretendían convertir en rey a Zorobabel. No conocemos los detalles, pero lo cierto es que Zorobabel desaparece de la historia y la autorización para construir el Templo fue revocada (tal vez no por el propio Ciro II, sino por alguno de sus funcionarios locales). Probablemente Zorobabel fue ejecutado como rebelde, pero los autores bíblicos no consideraron oportuno mencionarlo.
En 535 la oligarquía dominante en la isla de Samos fue depuesta por un tirano llamado Polícrates. Hizo construir un centenar de barcos piratas con los que se adueñó del Egeo. Por otra parte, como era habitual entre los tiranos, fomentó la cultura y las obras públicas. En especial mandó construir un gran acueducto. Entabló una alianza con el faraón Ahmés II, una de las muchas que éste estableció con diversas ciudades griegas para fomentar el comercio y la defensa de Egipto. Mientras tanto, griegos focenses fundan una nueva colonia en la costa suroeste de Italia: Elea.
En 534 fue asesinado Servio Tulio, el sexto rey de Roma. Al parecer, la conjuración fue organizada por Lucio Tarquino, hijo del antiguo rey Tarquinio Prisco, y esposo de una hija de Servio Tulio. El conspirador se proclamó rey inmediatamente, y pronto fue conocido como Tarquino el Soberbio. Los romanos contaban que el séptimo rey gobernó con un despotismo y una crueldad desconocidos hasta entonces. Decían que nombró una guardia personal que le garantizó la impunidad necesaria para gobernar sin más ley que su voluntad.
El trasfondo de estas historias es sin duda que el reinado de Tarquino el Soberbio fue un periodo en que Roma quedó bajo la dominación etrusca, cosa que los historiadores romanos nunca hubieran estado dispuestos a admitir abiertamente. En efecto, aunque parece ser que Servio Tulio era de origen etrusco, lo cierto es que su política no favoreció en nada los intereses etruscos. Al contrario, había organizado la Liga Latina, con la que el Lacio estaba en condiciones de mantener su independencia frente a los etruscos. Sin embargo, tras la batalla de Alalia, Etruria se había convertido en la mayor potencia de la zona, y debía de estar en condiciones de influir en Roma y lograr que el poder acabara en manos de un rey leal a sus intereses. Éste fue Tarquino el Soberbio. Por ejemplo, los historiadores relataban que el nuevo rey hizo ejecutar a varios senadores, en lo cual podemos ver una "depuración" del Senado, por la que se deshizo de los principales oponentes a la dominación etrusca.
Mientras tanto Ciro II continuaba expandiendo su Imperio. Sus generales tomaron una a una las colonias griegas de Asia Menor que habían estado anteriormente bajo el dominio lidio. Nuevamente Mileto logró conservar su independencia, al menos formalmente, como ya había hecho antes con Lidia. En las crónicas del Imperio Persa aparecen por vez primera pueblos "nuevos" como los armenios o los partos. Eran pueblos indoeuropeos que llegaron tras los medos y fueron ocupando distintos territorios. Los partos, por ejemplo, eran un pueblo ario cuyo nombre es de hecho una variante de "persa". Otro grupo de arios conservaron su nombre primitivo y la región que ocuparon recibió el nombre de Aria, que se conserva aún en el actual "Irán". El propio Ciro II dirigió varias campañas hacia el este, anexionándose Margiana, Bactriana y la lejana Sogdiana. Así el Imperio Persa alcanzó una extensión mayor que la que había tenido el Imperio Asirio. Ciro II murió en una de sus campañas, en 530. Su fama de gobernante justo e ilustrado le valió el sobrenombre de Ciro el Grande.
Durante la ausencia de Ciro II, su hijo mayor estaba en Babilonia como regente. Al conocerse la muerte de su padre le sucedió en el trono sin ningún incidente, con el nombre de Cambises II. Pronto se dirigió al este a completar los proyectos que su padre había dejado inacabados.
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