LA IGLESIA ORIENTAL y el problema de Occidente
El Imperio Romano Oriental no sucumbe ante las dos grandes invasiones, la de los pueblos germánicos y la del Islam, sino que permanece hasta 1453. Desde el siglo V se inicia un proceso de distanciamiento entre la Iglesia latina occidental y la Iglesia griega oriental.
Entre los momentos de esplendor y de crisis que tiene el cristianismo oriental podemos destacar los siguientes:
· La controversia sobre la Imágenes o lucha iconoclasta.
· El auge de la espiritualidad monástica en el monte Athos.
· El cisma de oriente: 1054.
Las causas que provocan la separación de las dos Iglesias son muy variadas: políticas, culturales, litúrgicas o disciplinares y doctrinales. Todas estas diferencias habían generado rupturas y reconciliaciones desde el siglo V hasta el siglo IX. Pero, a mediados del siglo XI, accede al patriarcado de Constantinopla Miguel Cerulario, personaje más propenso a las actitudes dominadoras que a la reconciliación. Ante el temor de que, si crecía la autoridad del Papa, se iba a producir el control de la Iglesia romana sobre la bizantina, Miguel Cerulario persigue a las comunidades y monasterios de tradición latina que existen en territorio bizantino. Para buscar una solución al problema, el papa León IX envía una delegación a Constantinopla presidida por el cardenal Umberto de Silva Cándida, que es un personaje tan poco pacificador como su oponente Cerulario. La reconciliación no fue posible y cada uno excomulga a su adversario, proclamando sendas bulas de excomunión en la catedral se Santa Sofía de Constantinopla.
La situación de la Iglesia de occidente no era mejor. Desde el siglo X el papado pasaba por un período de crisis, e incluso de corrupción. Ante la gravedad de la situación, surge el intento de reforma de algunos papas, en especial de Nicolás II y de Alejandro II; pero es, sobre todo, el papa Gregorio VII quien inicia lo que se ha venido en llamar la reforma gregoriana, para conseguir la independencia de la Iglesia respecto a los poderes civiles.
Las intervenciones directas del Papa en las iglesias de los distintos reinos provocaron algunos rechazos por parte de los reyes y príncipes, hasta el punto de que Francia consigue el “cisma de occidente” (1378), es decir, que en Avignon estuviera la sede papal de sus partidarios, al tiempo que el resto de la cristiandad daba obediencia al Papa elegido en Roma. Para buscar una solución al cisma, los cardenales de ambas partes se ponen de acuerdo para convocar un Concilio en Pisa (1409). La elección de un nuevo papa suponía la renuncia de los otros dos. Mas, al no producirse tal renuncia, se volvió a reunir un nuevo Concilio en Constanza (1414-1418). El Papa salido de ahí, Martín V, depuso a los tres anteriores, si bien el aragonés Benedicto XIII, el papa Luna, siguió considerándose legítimo y se refugió en el castillo de Peñíscola, donde murió.
El Concilio de Constanza, aunque termina con el cisma de occidente, pone en evidencia la necesidad de una reforma en la Iglesia.
Alfonso Gil González