Desde mi celda doméstica
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martes, 11 de abril de 2017

ESPIRITUALIDAD... 32

Es el Señor

En la carta a los Romanos, Pablo completa así la descripción de aquel a quien se convirtió en el camino de Damasco: constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro (1, 4). La asociación de estos cuatro nombres -Hijo de Dios, Jesús, Cristo, Señor- va a conservar una notable estabilidad. La Iglesia tendrá predilección por ellos en su liturgia secular, por ejemplo en los himnos como el "Gloria a Dios en las alturas", o en la plegaria eucarística; y siempre concluye así sus oraciones solemnes: por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Sí se pueden dar a Cristo nuestro Señor otros nombres y títulos, éstos, sin embargo, son los que mejor expresan los diferentes aspectos de su misterio...
El título de "Señor", propiamente hablando, no se añade a los otros tres como un elemento nuevo; más bien los exalta a todos y les da un matiz vivo y glorioso. Es, efectivamente, el título que conviene a Cristo por su resurrección y exaltación a la derecha del Padre: Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de muertos y vivos (14, 9). En la mañana de Pascua y en la Ascensión, de una vez para siempre, Cristo, de Servidor y Servidor sufriente que se había manifestado hasta entonces, se convierte en Señor y Señor de la gloria (1 Corintios 2, 8). Pero la manifestación de este señorío a los ojos de los creyentes no hace más que confirmar su afecto a Jesús de Nazaret, y su fe en su mesianidad y en su filiación divina. La invocación del "Señor" es pues una especie de invocación polifónica en que los otros tres nombres de Jesús, Cristo, Hijo de Dios, realizan su armonía simultánea y coinciden con esplendor sobre el rostro del Resucitado.

Albert-Marie Besnard
(1926)
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