ACERCA DE LA MUERTE
La muerte es, sin lugar a dudas, el drama supremo de la vida. Su ineludible presencia, el sentido de la misma y su liberación son los tres grandes aspectos en que, al fin de cuentas, se resume toda otra consideración. Respecto a su presencia, algunos puntos de mira nos son imprescindibles: la experiencia de la muerte, el más allá de la muerte, el culto a los muertos, la muerte como destino del hombre y la preocupación por la muerte. En cuanto a su sentido, los hombres siempre se han preguntado por el origen de la muerte, por el camino de la muerte y por el enigma de algunas muertes, como la de los inocentes. Por último, La liberación de la muerte nos remite a la esperanza de ser salvados de ella, bien aquí, bien tras haber cruzado la línea que la separa de la vida terrena. Es, con este motivo, donde interviene el pensamiento religioso que, en el caso de nuestra civilización cristiana, pasa por un hecho ultrahistórico excepcional, la resurrección de Jesucristo. Pero vayamos por partes.
Desde que el mundo es mundo, todo ser viviente, incluido el hombre, ha experimentado el paso de la muerte. Ni siquiera las religiones esquivan esta realidad. Al contrario, la Biblia, por ejemplo, la mira de frente y nos recomienda que cada cual vea a la muerte como cosa que le es propia, como paso que tendrá que dar. Sin embargo, desde la más remota antigüedad, y por los vestigios que tenemos hoy de civilizaciones pretéritas, algunas ya inexistentes, la muerte no se presenta como aniquilación total, sino que parece como si la humanidad hubiera ido avanzando hacia el esclarecimiento del más allá de la muerte. Entra, así, en juego el culto dado a los muertos, si bien cada cultura lo entiende a su manera. Y ello nos lleva a preguntarnos sobre el destino del hombre. ¿Cómo es que la vida, esta vida tan bella y tan deseada, sea un bien frágil y fugitivo? Y si es frágil y huidizo, ¿cómo puede ser bello y deseado, y no, a lo peor, una angustiosa lucha del hombre que ha de vérselas con la muerte, aunque Francisco de Asís la llame hermana?
Y entramos de lleno en el sentido de la muerte. Que lo tiene, es evidente por el valor mismo que la humanidad le ha dado, considerándola, unas veces, castigo de la injusticia; otras, como pedagoga de nuestra existencia, pues que mal y muerte van de la mano. Otras, final feliz de los que sufren y principio fatal de los que gozan, injustamente en ambos casos. Otras, natural conclusión de todo lo creado, que lleva en sí mismo el sello de su anonadamiento y transformación. Mas, sea lo que fuere, cuando el hombre se pregunta por el sentido de la muerte está ya iniciando de alguna manera su propia liberación. Liberación que, ciertamente, no le vendrá por si mismo, como es evidente.
Ese es, precisamente, el primer aspecto a ver en este asunto: que no está en manos humanas el liberarse el hombre de la muerte. Es tal su impotencia, que no le queda más remedio que llamar a Dios en su auxilio. Si Dios es Dios, no sólo podrá liberarlo de sus males presentes, sino que, al fin, no permitirá que su obra quede nihilizada para siempre. Y este es el primer paso de la esperanza humana en la inmortalidad. Paso que conduce, por la lógica de lo revelado, a lo que podríamos denominar como conversión, pues como diría Agustín de Hipona: Dios que te ha creado sin ti, no te salvará si ti.
El cristianismo aportará la clave de la vida y de la historia. Como escribe León Dufour, toda la historia humana aparece como un gigantesco drama de vida y de muerte. Hasta Cristo, y sin Él, reinaba la muerte. Viene Cristo y, por su muerte, triunfa de la misma muerte. Desde ese instante, la muerte cambia de sentido para la nueva humanidad que muere con Cristo para vivir con Él eternamente. Se cierra, así, el ciclo de la Creación. Se responde, así, a las últimas cuestiones del ser humano. Todo queda plenificado en quien es Alfa y Omega, Principio y Fin del Universo.
Alfonso Gil González