Acerca del Renunciamiento
San Doroteo de Gaza fue un abad muy preocupado por la formación espiritual de cristianos y monjes. Una de sus conferencias es ésta de la que que os presento una síntesis que sé os aprovechará grandemente:
1. Caído de su estado natural, el hombre se encontró en el estado contrario a su naturaleza, esto es, en el pecado, en el amor de la gloria y de los placeres de esta vida, y demás pasiones que lo dominaban.
2. El Dios de la bondad tuvo piedad de su criatura y le dio la ley escrita, a través de Moisés. En ella prohibía ciertas cosas y ordenaba otras: haz esto, no hagas aquello. Les dio los mandamientos y agregó: "El Señor Dios es el único Señor".
3. El Dios de bondad dio la ley para socorrer, para convertir y para corregir el mal. Pero el mal no fue corregido. Fue, entonces, cuando, en su bondad y su amor por los hombres, Dios envió a su Hijo único.
4. Vino nuestro Señor, haciéndose hombre por nuestra causa, para sanar, dice san Gregorio, lo semejante por lo semejante, el alma por el alma, la carne por la carne. Porque se hizo hombre en todo, menos en el pecado.
5. Dios, hecho hombre por nosotros, ha librado al hombre de la tiranía del enemigo. Ha destrozado todo su poder, ha roto su fuerza y nos ha sustraído a su dominio y esclavitud, siempre que nosotros no consintamos en pecar. Podemos ser purificados no sólo de nuestros pecados, sino también de nuestras pasiones. Pues las pasiones son diferentes de los pecados. Los pecados son los mismos actos de las pasiones cuando se ponen en práctica, pues ciertamente es posible tener pasiones y no ponerlas en acción.
6. Dios nos da el discernimiento del bien y del mal. Nos hace tomar conciencia y nos muestra las causas de nuestros pecados. El fin de la ley era enseñarnos a no hacer lo que no queríamos que nos hicieran.
7. Con una sola palabra, Cristo nos muestra la raíz y causa de todos los males junto con su remedio, fuente de todos los bienes; nos manifiesta que es nuestra propia exaltación la que nos ha hecho caer, y que es imposible obtener misericordia si no es por la disposición contraria, que es la humildad.
8. Que aquél que quiera encontrar el verdadero reposo para su alma aprenda entonces la humildad. Podrá comprobar que en ella se encuentran la alegría, la gloria y el reposo, así como en el orgullo se encuentra todo lo contrario. El hombre está loco, no sabe ser feliz; si no pasa por días malos, se perderá completamente. Si no aprende lo que es la aflicción, no sabrá lo que es el reposo. La miseria de la desobediencia le enseñaría el reposo de la obediencia.
9. Si desde el principio el hombre hubiera sido humilde y obedecido a los mandamientos, no hubiese caído. Cuando el hombre no acostumbra a echarse la culpa a sí mismo, no teme ni siquiera acusar al mismo Dios.
10. Ahora pueden ver claramente a qué situación hemos llegado y cuántos males nos ha causado la costumbre de autojustificarnos, la confianza en nosotros mismos y el apego a la voluntad propia. Es por la contrición del corazón como acogemos los mandamientos, nos apartamos del mal, adquirimos las virtudes y llegamos al reposo del alma.
11. Los mandamientos de Cristo fueron dados para todos los cristianos, y todo cristiano está obligado a cumplirlos. Son, por así decir, como los impuestos del rey.
12. En ninguna parte está escrito: "No tomarás mujer ni tendrás hijos". Cristo no dio un mandamiento cuando dijo: "Vende todo lo que posees". Fue un consejo, porque decir: "Si quieres", no es obligar, sino aconsejar.
13. El mundo está crucificado para el hombre cuando éste renuncia al mundo para vivir en la soledad, y abandona parientes, riquezas, bienes, ocupaciones y trabajos. Entonces, real aunque no físicamente, el mundo está crucificado para él porque él lo ha abandonado.
14. Es una gran locura el hecho de haber renunciado a cosas considerables, para satisfacer luego nuestros apetitos con cosas que no tienen ningún valor.
15. La muerte perfecta consiste en morir a todo lo que es de este mundo, al afecto de lo que hemos abandonado y a la atracción que siguen ejerciendo sobre nosotros. Ese es el perfecto renunciamiento.
16. Si queremos ser completamente libres, comencemos a negar nuestra voluntad propia. Nada hay tan provechoso para el hombre. Ello se debe a que, negando nuestra voluntad propia, alcanzamos el desapego de las cosas, y por este desapego, con el auxilio de Dios, llegamos a la impasibilidad. De esta manera, no queriendo hacer en nada nuestra voluntad, vemos que somo capaces de hacerlo todo, y que todo cuanto nos sucede, no dependiendo de nosotros, nos resulta provechoso.
Alfonso Gil González