La Araucana
Descalzo, destrozado, a pie desnudo,
dos pesadas cadenas arrastrando,
con una soga al cuello y grueso nudo,
de la cual el verdugo iba tirando,
cercado en torno de armas y el menudo
pueblo detrás, mirando y remirando
si era posible aquello que pasaba
que visto por los ojos aún dudaba...
Llegóse él mismo al palo donde había
de ser la atroz sentencia ejecutada,
con un semblante tal que parecía
tener aquel horrible trance en nada,
diciendo: -Pues el hado y suerte mía
me tienen esta suerte aparejada,
venga, que yo la pido, yo la quiero,
que ningún mal hay grande si es el postrero-...
Quedó abiertos los ojos, y de suerte
que por vivo llegaban a mirarle;
que la amarilla y afeada muerte
no pudo, aun puesto allí desfigurarle.
Era el miedo en los bárbaros tan fuerte,
que no osaban dejar de respetarle;
ni allí se vio en alguno tal denuedo
que puesto cerca dél no hubiese miedo.
que puesto cerca dél no hubiese miedo.
Alonso de Ercilla y Zúñiga
Nació en Madrid en 1533