Desde mi celda doméstica
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domingo, 24 de abril de 2016

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 31


LA GUERRA DEL PELOPONESO  

A finales del siglo V a. C., la mitad del mundo civilizado, desde Egipto hasta el Ganges, estaba bajo el dominio persa. El rey Artajerjes I había renunciado a imponerse sobre los griegos e incluso se había resignado a soportar su continuo aguijoneo en las fronteras. Hacia el este, la India continuaba un lento proceso de organización política. Una tribu aria llegó a la isla de Ceilán, cuyo nombre procede del nombre de esta tribu: los Sinhala, (desimha, león). Los invasores expulsaron a los nativos e introdujeron el cultivo del arroz y un excelente sistema de riego. Desde entonces se les conoce como cingaleses. Más al este aún, las relaciones entre los distintos principados chinos se volvían cada vez más tensas.
En el otro extremo, los cartagineses buscaban rutas comerciales por el océano Atlántico, ya que los griegos les habían expulsado del Mediterráneo. Etruria decaía. Los galos la acosaban por el norte y Roma la acosaba por el sur. En especial Roma mantenía casi continuos combates con la ciudad etrusca de Veyes, situada veinte kilómetros al norte. El vacío de poder dejado por los etruscos en Italia fue llenado en parte por los samnitas, pueblos itálicos que poblaban el este del Lacio y que empezaron a expandirse y a ganar poder.
El arte griego estaba abandonando la simplicidad de las formas clásicas y se decantaba por estilos cada vez más recargados. Uno de los primeros pasos en esta dirección lo dio el arquitecto Calímaco, que ideó la columna corintia, más ornamentada que la tradicional columna dórica. Por esta época murió Demócrito. Al parecer siguió unas normas de higiene que él mismo recomendaba, lo que le permitió vivir más de noventa años. Algunos dicen que más de cien.
En 430 a. C. surgió un reino poderoso en Épiro. Tras el declive de los tespotas, la región había sido dominada por los caonios, y ahora eran los molosos los que se organizaron bajo una poderosa dinastía con capital en Fenice.
Pero los acontecimientos más dramáticos de la época tenían lugar más al sur, donde acababa de estallar una guerra mundial en miniatura. Atenas, apoyada por las islas de la confederación, se enfrentaba a Esparta, apoyada por Beocia y todo el Peloponeso excepto Árgos (que se mantuvo neutral). Al mismo tiempo, Atenas tuvo que enfrentarse con una epidemia de peste. Fue llamado a la ciudad un joven médico, de hecho el primero que practicó la medicina como ciencia, sin mezclarla con la religión. Se llamaba Hipócrates y había nacido en la isla de Cos, frente a la costa de Asia Menor, cerca de la ciudad de Halicarnaso. Su padre era curandero, y vivía de los muchos enfermos que acudían a la isla para bañarse en sus aguas termales. Hipócrates los examinaba y elaboró una casuística sobre la que basó sus diagnósticos. Sus escritos fueron organizados en un Corpus Hippocraticum, pero parece ser que la mayor parte del texto fue escrito por sus discípulos tras su muerte. No parece que Hipócrates hiciera muchas aportaciones científicas, pero lo importante es que recuperó la dignidad de la medicina, bastante desprestigiada a la sazón, pues hasta entonces estaba en manos de charlatanes y sacerdotes. Hipócrates se comprometió a sí mismo y a sus discípulos con un juramento que no sólo obligaba a ejercer la medicina como ciencia, sin engaños, sino también a guardar unas normas de higiene y decoro que inspiraran confianza a los pacientes. Organizó un gremio de médicos que se reunían periódicamente para intercambiar experiencias y descubrimientos. No sabemos qué resultados obtuvo en Atenas, pero es posible que ayudara a combatir la peste recomendando normas de higiene. En 429 la peste acabó con el mismo Pericles.
A la muerte de Pericles, la figura más destacada del partido democrático era Cleón, que abogaba por continuar la guerra, mientras que a la cabeza de los conservadores estaba Nicias, partidario de firmar la paz con Esparta. En un primer momento triunfó Cleón, bajo cuyo gobierno Atenas siguió luchando con energía, pero sin la prudencia de Pericles. Por estas fechas destacaba en Atenas un autor cómico: Aristófanes. Era de familia aristocrática y en sus comedias se burlaba descaradamente de Cleón y los demócratas, hasta extremos que hoy en día serían inadmisibles por su mal gusto.
Por esta época había adquirido fama en Atenas un hombre singular. Se llamaba Sócrates. Había estudiado con Anaxágoras (o tal vez con un discípulo de éste, Arquelao de Mileto) y había combatido por Atenas en Potidea. Parece ser que la guerra del Peloponeso le llevó a la conclusión de que el enemigo del hombre no es la naturaleza, sino el hombre, por lo que era más importante estudiar al hombre que al mundo. En otras palabras, de los intereses científicos que podía haberle inculcado Anaxágoras, pasó a interesarse por la ética. En lugar de desarrollar y predicar una teoría como todos los filósofos anteriores y posteriores, Sócrates paseaba por la ciudad preguntando a la gente cosas como qué es el bien, o la justicia, o la virtud, etc. Ante la respuesta fácil de "eso lo sabe todo el mundo", Sócrates alegaba ignorancia. Su frase más característica llegó a ser el famoso "sólo sé que no sé nada". Así, Sócrates forzaba a sus conciudadanos a explicarle lo aparentemente obvio y, con ello, les hacía caer en contradicciones y les obligaba a reconocer que sus preguntas no eran tan simples como a primera vista pudieran parecer. Aunque ya otros pensadores habían denunciado la confianza en "el sentido común" o "la opinión general" en cuestiones científicas, Sócrates fue el primero en cuestionarlos en lo tocante a la ética, y el primero en señalar lo dañino que es para la sociedad el que se acepten irreflexivamente ciertas opiniones comunes sobre lo que es bueno o justo. Debía de tener una gran personalidad, pues no tardó en encontrar numerosos discípulos entre los jóvenes atenienses.
En 428 los samnitas se apoderaron de Capua, la mayor ciudad no griega de la Campania, con lo que pasaron a dominar la región.
En 427 murió el rey espartano Arquidamo II y fue sucedido por su hijo Agis II. Mientras tanto Esparta logró tomar la ciudad de Platea, tras un asedio de dos años. Atenas, por su parte, realizaba fructíferas incursiones navales. Es también el año de la muerte de Anaxágoras. Por otra parte, el rey desterrado Plistoanacte fue admitido de nuevo, y su hijo Pausanias fue cesado.
En 425 el almirante ateniense Demóstenes tomó y fortificó el promontorio de Pilos, sobre la costa occidental de Mesenia. Esparta envió un contingente que tomó posiciones en la isla de Esfacteria, situada frente al puerto de Pilos, y puso sitio a los atenienses, pero la flota ateniense, que se había retirado, volvió y puso sitio a los sitiadores. Allí había un número demasiado grande de espartanos para que Esparta pudiera permitirse el lujo de perderlos (la supremacía frente a las clases dominadas podía verse en peligro). Por ello Esparta pidió la paz. Si hubiera estado Pericles, sin duda Atenas habría sacado el máximo provecho a la situación, pero Cleón decidió imponer condiciones exageradas: la devolución de las regiones perdidas veinte años antes. La guerra continuó y los espartanos resistieron en Esfacteria. Cleón pronunció enérgicos discursos en los que afirmaba que los generales atenienses en Pilos eran unos cobardes y que si él estuviese allí sabría cómo actuar. Entonces Nicias tuvo una idea astuta: pidió rápidamente una votación y se acordó que Cleón fuera enviado a Pilos. Contra todo pronóstico, Cleón tuvo una suerte increíble: hubo un incendio en los bosques de Esfacteria, donde estaban refugiados los espartanos. El humo los obligó a salir y fueron capturados definitivamente por los atenienses. Cleón los llevó como rehenes a Atenas y así la ciudad estuvo varios años a salvo de las incursiones espartanas.
En 424 murió el historiador Heródoto. Aristófanes estrenaba su comedia Las Nubes, donde se burlaba de Sócrates. Probablemente, tras la caricatura se muestra la imagen que del sabio tenían los atenienses incapaces de comprender las sutilezas del método socrático: era un harapiento que paseaba descalzo por las calles de la ciudad importunando a los hombres de bien con preguntas estúpidas y seguido por una comitiva de jóvenes que corrían el riesgo de convertirse en una nueva generación de Sócrates que atormentaría la ciudad en pocos años. Tal vez, más en el fondo estuviera el rencor y la humillación de quienes comprendían que un harapiento descalzo les aventajaba intelectualmente.
También murió ese año el rey persa Artajerjes I. Dos de sus hijos fueron asesinados poco después, pero el tercero logró hacerse con el trono, con el nombre de Darío II. Persia veía con satisfacción la guerra del Peloponeso y confiaba en que tras ella Grecia quedaría suficientemente debilitada como para que dejara de ser una amenaza. Por ello el nuevo rey hizo cuanto pudo para avivar la contienda, financiando a las ciudades griegas sin intervenir directamente. Puesto que había sido Atenas la que tras las guerras médicas continuó arrebatando ciudades a Persia, el apoyo persa fue siempre a favor de Esparta.
Nicias tomó la ciudad espartana de Citera. Luego los atenienses capturaron Nisea, el puerto de Megara. La propia Megara estuvo a punto de caer si no hubiera sido porque ese mismo año Esparta encomendó la dirección de la guerra al que resultó ser un brillante general: Brásidas. En el primer año de la guerra había rechazado una incursión en Mesenia, y luego había combatido en Esfacteria, pero una herida lo apartó de la contienda. Ahora, con el ejército espartano bajo su mando, alejó a los atenienses de Megara y se lanzó hacia el norte, a través de Tesalia y Macedonia, hasta la península calcídica, que era una fortaleza ateniense.
Los atenienses intentaban invadir Beocia, pero fueron derrotados por los tebanos en Delio, sobre la costa que está frente a Eubea. Allí combatió valerosamente Sócrates, donde salvó la vida a uno de sus discípulos, Alcibíades. Entonces llegaron a Atenas las noticias de lo que Brásidas estaba haciendo en el norte. A pesar de ser espartano, Brásidas resultó tener grandes dotes diplomáticas. Había convencido al rey Pérdicas II de Macedonia -hasta entonces aliado de Atenas- para que se cambiara de bando, y lo mismo sucedió con la mayor parte de las ciudades por las que pasó. Finalmente avanzó hasta Anfípolis. La defensa de la ciudad estaba a cargo de Tucídides, pero cuando llegó Brásidas no estaba allí. Llegó tan pronto como pudo, pero fue demasiado tarde. Anfípolis se había rendido ante las buenas condiciones que ofreció Brásidas.
En 423 los atenienses exiliaron a Tucídides, quien aprovechó su exilio para escribir un libro sobre la Guerra del Peloponeso (fue él quien le dio este nombre). La inició donde la había acabado Heródoto, pero la diferencia entre ambos es abismal. La historia de Heródoto está llena de mitos y fantasías, mientras que la de Tucídides es un ejemplo de racionalidad a la vez que de imparcialidad. En su obra se nota la influencia de los sofistas, con quienes se había educado y de quienes había absorbido su escepticismo. No emite juicios, destaca lo bueno y lo malo de todos los sucesos, no se advierten simpatías ni antipatías. Su única debilidad fue poner en boca de sus personajes discursos grandilocuentes inventados por él.
Este mismo año un grupo de atenienses que habitaban en la península calcídica decidieron dejar sus ciudades y se trasladaron a la ciudad de Olinto, con el consentimiento de Perdicas II. La ciudad no tardó en dominar a sus vecinas y se puso al frente de una Liga Calcídica que logró la independencia de Atenas.
Atenas trató de negociar la paz con Esparta, pero ahora fue Brásidas el que se negó a ello. En 422 Cleón marchó hacia el norte con un ejército, pero murió en una batalla en Anfípolis. Ahora bien, en la batalla también murió Brásidas. Una vez desaparecidos los principales defensores de la guerra en ambos bandos, se abría la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz. Esparta quería recuperar a sus rehenes, y Atenas estaba prácticamente arruinada. Había tenido que apropiarse de los tesoros de los templos y duplicar el tributo a las ciudades de la confederación ateniense. En 421 el rey Plistoanacte firmó la Paz de Nicias, llamada así porque Nicias fue el principal negociador ateniense. Esparta recuperó sus rehenes y la situación quedó más o menos como al inicio de la guerra, salvo que Anfípolis se convirtió en una ciudad independiente. Esto disgustó a Atenas, que se negó a devolver a Esparta Pilos y la isla de Citera.
Los plebeyos romanos accedieron a la cuestura. Por aquella época los cuestores no sólo ejercían de jueces, sino que también se encargaban de las finanzas del estado y de la recaudación de impuestos.
Por esta época se terminó en Éfeso la construcción del templo de Artemisa, una construcción monumental que había sido iniciada en tiempos de Creso y que impresionó a quienes lo vieron durante casi un siglo.
Corinto y Tebas no se consideraron obligadas por la Paz de Nicias. Querían la destrucción de Atenas. Al mismo tiempo, Alcibíades se mostró partidario de continuar la guerra. Su madre era prima de Pericles, por lo que pertenecía a la familia de los Alcmeónidas. Era rico, guapo, inteligente, encantador, y sin escrúpulos. Deseaba realizar grandes hazañas, y para ello necesitaba la guerra. Organizó una alianza contra Esparta entre Argos, Élide y la ciudad arcadia de Mantinea. Prometió ayuda ateniense, pero Nicias se opuso a ello y Alcibíades acudió con un ejército escaso.
En 418 el rey Agis II no tuvo dificultades en vencer a la coalición y así Esparta recuperó plenamente el control del Peloponeso, pero ahora estaba nuevamente en guerra contra Atenas.
Desde la muerte de Cleón, los demócratas estaban dirigidos por Hipérbolo, quien mostró su furia hacia Nicias, pues, en su opinión, por su culpa Atenas no había podido intervenir adecuadamente en la coalición contra Esparta. En 417 pidió un voto de ostracismo, confiando en que los seguidores de Alcibíades (demócratas moderados) se unirían a los suyos (demócratas radicales) y se impondrían sobre los conservadores que apoyaban a Nicias. Sin embargo, los partidarios de Nicias y los de Alcibíades se pusieron de acuerdo y el desterrado fue el propio Hipérbolo, con lo que el sistema del ostracismo quedó en ridículo y no volvió a ser empleado.
www.uv.es/ivorra/Historia/Indice.htm
Corrección textual y foto: Alfonso Gil
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