Desde mi celda doméstica
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martes, 28 de abril de 2015

Vocaciones desperdiciadas

Vocaciones desperdiciadas



Con mis compañeros de Ordenación 

Desde el Concilio Vaticano II, la Santa Iglesia Católica no ha hecho pequeño esfuerzo por recuperar ese talante fontal de sus inicios y ese configurarse al estilo y vida del único y buen pastor de la humanidad, Nuestro Señor Jesucristo.
Atrás quedó ya una historia que, por estar protagonizada por seres humanos, aunque más o menos creyentes, había ido dejando en las páginas del pasado algún borrón que otro, alguna mancha o pecado que, por su repercusión social, fueron reconocidamente aceptados por la Iglesia como tales, y de los que ella misma pide perdón por medio de su cabeza visible, el Obispo de Roma y sucesor del Apóstol Pedro.
Pero, he aquí que, incomprensiblemente, ella retiene un mal interno del que, no solamente no parece ser consciente, sino que, quizá por la misma inconsciencia, se hace incapaz de arrepentimiento y, menos, de conversión y remedio. Me refiero al dato de que miles y miles de sacerdotes casados, cerca de cien mil en todo el mundo, por el mero hecho de haber recibido un nuevo sacramento, no sólo han sido apartados del ministerio al que el Buen Pastor les llamó, sino que su condición actual es inferior a la de cualquier fiel cristiano, si es que no se ha llegado a la degradación laboral, social y moral que tanta compasión  despierta cuando se trata de simples personas.
Sin duda es laudable el esfuerzo por conseguir la unión entre las iglesias separadas, sin duda. Incluso es plausible que se hagan esfuerzos por recuperar a quienes tan equivocadamente se apartaron de las directrices conciliares, como los lefebvrianos. Mas, considerad en qué situación han quedado los presbíteros que, fieles al Magisterio y a la Sede Romana, sólo cometieron el “delito” de querer llevar, también, la vida de los cristianos normales y corrientes, es decir, de los casados, que son la inmensa mayoría de la Iglesia de Cristo. ¿Os la imagináis?
No soy yo el más adecuado, seguramente, para escribir estas letras, pero me duelen mis hermanos sacerdotes casados. Me duele la indiferencia, cuando no el desprecio, que hacia ellos recae por culpa de no aceptar que solamente el pecado nos aparta de Jesucristo y no las distintas opciones o estados de vida. Me duele que haya dos varas de medir: una, para los sacerdotes casados que vienen de “fuera”, a los que se les recibe como debe ser, y otra para los sacerdotes casados de “dentro”, a los que de alguna forma se les echa de la sinagoga. Me duele que algunos echen  de menos las vocaciones sacerdotales, y no acepten a los que las tienen. Me duele que se lamenten de que hay Parroquias no atendidas convenientemente por falta de sacerdotes, y desprecien la oferta de aquellos sacerdotes casados que están dispuestos a atenderlas y de forma totalmente evangélica, es decir, gratuitamente. Me duele que los sacerdotes casados se tengan que reunir por su cuenta, en diversos foros, y que no se tenga claro que hay un solo y único sacerdocio ministerial, al que ellos también pertenecen. ¿Cuándo se les ha invitado a los Ejercicios Espirituales de los presbíteros célibes? ¿Cuándo se les ha convocado al presbiterio diocesano? ¿Cuándo se ha organizado algún sínodo en el que ellos puedan dialogar con los demás hermanos en el sacerdocio o episcopado, y exponer sus preocupaciones y sus problemas? 
Resulta curioso que, espoleados por su futuro personal y familiar, ellos hayan resuelto, también para los célibes, el problema de una jubilación digna. Es curioso que, por no ser célibes o por no querer serlo, porque el Espíritu Santo sopla a quien quiere y como quiere, se les impida “echar demonios” o “evangelizar” como los demás presbíteros, cuando el propio Jesús nos dice que no se lo impidamos, aunque “no sean de los nuestros”, “pues si no están contra nosotros, están de nuestra parte”. Es curioso que nos saltemos a la torera lo que el apóstol Pablo dice sobre el derecho que él tenía de llevar consigo una esposa, derecho que, por cierto asistía a Pedro y a los demás Apóstoles. ¿Acaso no hemos leído ese texto paulino, o al menos neotestamentario, en que se dice que proceden del diablo cuantos prohíben el matrimonio? ¿O eso no es aplicable a todos? ¿No resulta curioso que, cuando más necesita el mundo y la Iglesia de matrimonios y familias verdaderamente cristianos, no favorezcamos el que los presbíteros casados sean ejemplo y estímulo para los demás?
En España, fue preciso surgiera el MOCEOP, el Movimiento por el Celibato Opcional, para que hallaran un vehículo de solidaridad, no siempre bien aceptado por los célibes. Surgió, igualmente, ASCE, Asociación de Sacerdotes Casados de España, y, como el Señor no abandona nunca a los que ama, surgen de acá y de allá, intentos de compartir vida y Evangelio, para que sus almas, al menos, no sigan atrofiadas por la indiferencia de todos, también de nosotros. Parecía que un Ordinariato Internacional  resolvería el problema, pero no sé qué mordaza ha paralizado a quienes lo iniciaran.

Alfonso Gil González

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