Desde mi celda doméstica
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sábado, 9 de enero de 2016

MIS PRIMEROS APUNTES PATRIOS

MIS PRIMEROS APUNTES PATRIOS 

-I-

Ya en el inicio del Bachillerato, se nos indicaba que, para mejor aprender las lecciones de cualquier asignatura, era muy recomendable hacer una primera lectura de las mismas y, luego, ir subrayando a lápiz aquellas palabras o frases que consideráramos esenciales. De manera que la lección correspondiente quedaba, aparentemente, emborronada con aquellos subrayados, pero éstos la habían reducido, prácticamente, a la mitad del texto.
Luego, algunos eran capaces de pasar a limpio, en libreta aparte, esos subrayados, dándoles sentido y coherencia gramatical, y, sobre todo, quintaesenciando las ideas madres de la lección. Ahora se hacía mucho más fácil asimilar el tema en cuestión y, fundamentalmente, memorizarlo. Se nos decía, incluso, que la cultura era aquello que se quedaba en la cabeza tras olvidar lo estudiado. Y, efectivamente, es así. La cultura es como una memoria selectiva. Guardamos aquello que creemos forma parte de la columna vertebral de nuestros conocimientos adquiridos.
Cuando, en estos tiempos, uno oye tanta torpeza sobre religión, política, música, historia, etc…,  me viene a la mente que los tales palabreros no estudiaron adecuadamente, y se les ha venido abajo su esquema cultural. Olvidan, por ejemplo, cómo surgió el fenómeno religioso en el mundo, en concreto, el cristianismo que nos influye más de cerca; cómo se fue forjando Europa tras la caída del Imperio Romano; cómo surgieron los Estados o naciones; por qué la música occidental pasó a ser figurada, tras la experiencia gregoriana; el por qué surgen los partidos políticos, basados en principios ideológicos y no en realidades vitales, como sustentaban los gremios del medievo, etc…
Así es que me voy a poner a la tarea de dar a luz aquellos apuntes básicos, por ejemplo, de la historia de España. Y que conste que lo hago para que nuestros niños y jóvenes no se dejen comer el coco por visiones más o menos novelescas. E igual me gustaría hacer con la historia de la Iglesia. El desconocimiento de una u otra nos ha traído, y nos trae, muchos devaneos históricos, es decir, del pasado. Y no terminamos de asimilar un presente que debiera ser pura coherencia del pretérito y esperanza de un futuro que se nos echa encima casi precipitadamente. Y es, precisamente, la precipitación, lo que nos puede llevar a la más vergonzosa de las decadencias.

Alfonso Gil González

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