Desde mi celda doméstica
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miércoles, 3 de junio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Octavo)



Capítulo VIII


Un año manchego

Entre 1969 y 1970 se desarrollaría, como morador en el convento y parroquia de San Francisco de Albacete, mi actividad sacerdotal. Fueron pocos meses, pero muy intensos. De párroco estaba el Padre Tovar, el mismo que había en Cehegín cuando canté mi primera misa. También estaba el Padre Ricardo Peña, un fraile grueso y diabético que, en otro tiempo, fue confesor de mi abuela Maravillas, para la que sólo tenía palabras de alabanza. Había, igualmente, otros religiosos franciscanos. El estilo de trabajo era muy parecido al de Almería, pero sus gentes y su clima eran bien distintos.
Allí me propuse escribir, en una libreta, una especie de diario espiritual, con el propósito de ir avanzando, cada día, en mi camino hacia Dios. Es un interesante escrito que abarca desde octubre de 1969 al 26 de febrero de 1970. En él reflejo mi aspecto más humano: los orgullos, enfados, discusiones…, y también un mayor control de mis ejercicios espirituales. Mis dos grandes obligaciones eran vivir la vida interior y ofrecerme sacerdotalmente sin pereza alguna.
En Albecete me entregué más a los jóvenes y a los que se preparaban para el matrimonio. Con ellos y con algunos niños formé un coro parroquial para el servicio litúrgico. Al igual que hiciera en Almería, aquí intenté levantar la cofradía de los jueves eucarísticos.
Recuerdo que me costaba mucho saltar rápido de la cama, lo que yo llamaba el “minuto heroico”. Pero debí superarlo de tal modo que, ahora, lo que me cuesta es acostarme. No tengo la menor pereza y cualquier pérdida de tiempo me abruma.
Entre otras cosas, recuerdo el entierro que hice de un niño de tan sólo ocho días, fallecido inesperadamente. También tengo impresa en la memoria la charla que di, una noche, a cuarenta hombres, sobre la necesidad de ser consecuente con la fe. Y la visita que efectué al colegio de deficientes mentales. Examinándome a mí mismo, escribía el 15 de diciembre de 1969 que  me veía como un poco de tierra que tiene ansias de cielo, preocupado por la digna celebración de la eucaristía y por las oraciones propias de mi estado clerical. De vez en cuando, escribo frases latinas que utilizo como jaculatorias:  “Fac cor meum secundum cor tuum”; “Sed tu, Domine, meserere mei”; “requiescat semper in te, Domine, anima mea”. Y otras muchas por el estilo.
En Albacete se celebró el 132 cursillo de cristiandad, en cuya clausura se me invitó a hablar. Les comuniqué lo que yo vivía: la oración, la confesión frecuente y la presencia de Dios. Hay un dato del que se doy perfecta cuenta. Cuando hablo demasiado, es mi amor propio quien dirige la conversación. Trascribí exactamente: “Soy realmente un hipócrita. Llevo un hábito de santidad, de penitencia, de pobreza…, y resulta que nada de eso es mi fuerte. Mi corazón está muy apegado a lo fácil, a lo cómodo, a la vida no complicada. Luego no soy un santo. Soy un hipócrita”.
En este año de Albacete,  muestro una especial devoción a la Virgen María, y considero protectores oficiales a mi Ángel de la Guarda, a San Francisco de Asís y al Santo Cura de Ars.
En Almería sólo había recibido, por parte de mi familia, la visita de mi hermano Juan Pepe. En cambio, me visitaron en Albacete mi madre Maravillas y mis hermanas María y María del Carmen. Me visitó también el Padre Provincial para expresarme el deseo de que me encargara de la dirección espiritual del Colegio Seráfico de Cehegín.
Durante el mes de noviembre de 1969, me estuve preparando para obtener el carnet de conducir, cosa que consiguí a la primera, tanto de moto como de coche. Esta circunstancia daría un giro radical a mi apostolado. 
Tras varias tandas de Ejercicios espirituales, que di en la Escuela Taller de Albacete, se inició, a primeros de diciembre, la Semana de la Juventud en la parroquia de san Francisco. El 15 de diciembre marcho a Cehegín para casar a unos amigos en la iglesia del convento franciscano. Al día siguiente, ya en Albacete, escribo una interesante reflexión sobre la sociedad y la vida religiosa.
El día 21 de diciembre, estando en oración en la iglesia parroquial, se me acercó un joven para decirme que era un ladrón por haberle quitado lo que más quería en el mundo. Y es que había aconsejado a su novia que no continuara una relación en la que no había respeto.
En los días finales del mes, dejo de escribir, no sin, antes, dejar un breve balance de lo que me había supuesto el año 1969.




Un año atípico

Al iniciarse enero de 1970, plasmo mis buenos propósitos. De hecho, parto hacia Santa Catalina del Monte (Murcia) para hacer Ejercicios Espirituales, junto a gran número de frailes de la provincia seráfica de Cartagena. Del 7 al 15 de enero, fuí tomando nota de las distintas pláticas y meditaciones dadas por el director de dichos ejercicios, que grabé en un magnetofón “Geloso” regalado por mi hermana María a tal efecto. 
Vuelvo a Albacete y, el 22, voy a Barrax para confesar a las Terciarias Franciscanas.
El 5 de febrero realizo una excursión a Cehegín con los niños de la Parroquia. Uno de ellos se accidentó cerca de Hellín. Rápidamente llevé al niño a la casa de socorro hellinera.
El 11 de febrero era miércoles de ceniza, y  dí una charla-retiro a las mujeres en la capilla lateral de la iglesia parroquial de san Francisco, en Albacete. Posteriormente, hablaría a los muchachos del colegio de Santiago Apóstol. Mi diario espiritual registra, a partir de ese mes, breves apuntes y… silencio.
Desde marzo, y para mejor dedicarme a la promoción de vocaciones, el Provincial puso a mi disposición un coche DYANE 6, de la casa Citröen, del mismo color del hábito franciscano. Con él recorrí España, visité monasterios de clausura e hice de buen samaritano para los frailes que precisaban viajar, yendo hasta Francia.
En este tiempo, hice amistad con una familia oriolana, que me invitaría a predicar cada año por las fiestas de agosto. Tenían muchos hijos. A algunos de ellos los casaría más tarde. Muy buena gente, educada y hospitalaria. Me consideraban uno más de la familia,  aún hoy.
En este tiempo, fuí destinado al convento franciscano de Hellín (Albacete). Desde allí me moví con el coche por todos los alrededores geográficos: Murcia, Albacete, Granada, Almería, Alicante y Cuenca. Debido a tanto viajar, apenas escribí en este final de 1970. Pero en 1971 me desquitaría prolijamente.

En alabanza de Cristo. Amén.

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