Desde mi celda doméstica
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lunes, 15 de junio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Vigesimoprimo)



Capítulo XXI


El papa de la sonrisa

El primero de estos viajes se produciría el 15 de julio. Regreso acompañado de mi madre, la cual, el tiempo que estuvo en Madrid, pudo comprobar cuanto su hijo hacía en el terreno apostólico, que era lo que la preocupaba. Así, pues, volvería contenta a Cehegín, el día 29 de julio. La llevamos nosotros y así empezamos las vacaciones veraniegas. Vacaciones pasadas en casa de mi madre. Desde allí visitamos al resto de la familia, y vamos a Caravaca, a Bullas, a la huerta… El día 6 de agosto, estando en misa en el castillo de Caravaca, comunico al celebrante la muerte del papa Pablo VI, el que me había concedido la dispensa para que me pudiera casar.
Sería a partir del 10 de agosto, cuando salíamos a visitar a mis amigos de Murcia, de Orihuela y de Elche. Este será, también, el verano de las bajadas a la huerta de mis hermanos Franco y Paquita. Mantengo con mi madre una larga conversación, al término de la cual escribo: “No hay nada como una buena madre”. De visita a Caravaca, compro La Gaceta Ilustrada, en cuya portada se veía a Clemente Domínguez, tarado mental, vestido y coronado como antipapa, con el nombre de Gregorio XVII. Y, dentro, un reportaje sobre su autoelección y coronación, con algunos trozos de su discurso, en el que se ve claramente una mente beoda, reaccionaria y analfabeta.



El día 26 de agosto, la Iglesia ya tenía un nuevo Papa, Juan Pablo I, en la persona del patriarca de Venecia, Albino Luciani.
Acabadas las vacaciones, todo vuelve a su sitio: el trabajo, las reuniones, las visitas, la eucaristía… Septiembre supone la normalidad, pero se suceden algunos acontecimientos no tan normales. Por ejemplo, experimento una prueba interior, al pensar que todo va saliendo demasiado bien. Lo que más me preocupa es ser un buen instrumento en manos de Dios. El día 13, yendo hacia el trabajo, en el cruce de las calles Alcalá y Príncipe de Vergara, un Seat 131 blanco embistió contra el 124 que llevaba, con el susto correspondiente, pues no pasó nada más. Hube de dejar el coche en el taller.
En este septiembre del 78, empiezo a dar clases particulares de latín. Mi alumna, una mujer mayor, sacaría buena nota en su examen de oposición a biblioteconomía. Ella, en compensación, me regaló unos discos de música clásica. Pero el 17, va a ver una visita especial en casa. La abadesa de un monasterio de Clarisas, acompañada de otra monja del mismo convento, se van a hospedar en la casa, mientras pidan ayuda en Madrid para la construcción de un nuevo monasterio. Volverían el 3 y el 24 de noviembre
El día 29 de septiembre, fallecía el papa Juan Pablo I. Lo hallaron muerto en su apartamento. Con el paso del tiempo, se fue especulando sobre las causas de una muerte tan rápida y extraña. Parece que fue envenenado. Moría así un gran papa, que tenía la clarividencia de Juan XXIII, pero que no pudo hacer en la Iglesia la reforma que él mismo había anunciado. Me hice pronto de las noticias que al respecto daban los diferentes periódicos y revistas, y plasmé en un álbum la biografía del papa fallecido, recopilando escritos y fotografías. Era mi pequeño homenaje personal.



Nota destacada de octubre fue la visita que hizo a casa el joven que provocó el accidente del día 13. Quería que retirara la denuncia. Para no perjudicarle, le prometí no asistir al juicio. Pero la gran noticia del día 16 era el nombramiento del nuevo Papa, esta vez polaco, que tomaría el nombre de Juan Pablo II. No seguiría exactamente la línea de su predecesor, pero, con el tiempo, se granjeó el respeto de todo el mundo, siendo artífice de la caída del comunismo en el Europa del Este, y de otros muchos logros, aunque dejó sin resolver el gran problema de la Iglesia: los cien mil curas casados.
Dejo escrito, el día 10, que he empezado a redactar una serie de “cartas a Dios”.
Se me regaló el libro de Juan Pablo II “Amor y responsabilidad”. El 6 de diciembre, votamos en el “referendum” que se hizo a toda España para la aceptación o no al proyecto de la Constitución. El 9, en la boda de unos amigos, hago de fotógrafo, y asisto con mi esposa al banquete que se celebró en el Hotel Victoria de Madrid, terminando la fiesta en el piso que el reciente matrimonio había adquirido en la calle Martínez Izquierdo. El 18, recibimos en casa la visita de un hermano lego, fray Ángel Martínez, franciscano, y le damos hospedaje durante unos días. Nos trajo unos recuerdos de Cehegín y de la Virgen de las Maravillas. Cuando volvió al pueblo, comentó a los demás frailes que no pondría objeción a cuantos quisieran casarse como el padre Alfonso. Y es que comprobó personalmente que, en realidad, nuestra casa era un auténtico convento franciscano.



Al siguiente día, 19 de diciembre, fallecía en la casa que tenía en la Avda. de los Toreros, el que fuera arzobispo de Zaragoza y Consejero del Reino, Pedro Cantero Cuadrado. En su funeral, al que asistieron personalidades de todas España, leí y canté como solista.
Y en Madrid pasaríamos la Nochebuena. Pero, el 29, bajamos a Cehegín, llevando los “reyes” para el resto de la familia.

En alabanza de Cristo. Amén.

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