ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA PRIMITIVA
A partir de los datos del Nuevo testamento podemos descubrir una incipiente organización en la Iglesia primitiva. En primer lugar, aparece el grupo de los APÓSTOLES, con una autoridad especial, y dentro de ellos destaca la figura de Pedro.
Cuando la comunidad crece, y los apóstoles no pueden atender todas las necesidades y problemas nuevos, eligen a un grupo de siete DIÁCONOS con un ministerio específico dentro de la comunidad (Hechos 8, 14-17).
Para la expansión del Evangelio se siguen nombrando y enviando nuevos MISIONEROS: Bernabé, Silas, Apolo… Un rasgo significativo es que los evangelizadores no van a título personal, sino en nombre de la comunidad.
Cuando Pablo crea nuevas comunidades va nombrando PRESBÍTEROS y los responsabiliza de guiar a la comunidad en la fidelidad al Evangelio.
En las Cartas Pastorales aparece también la figura del OBISPO o “vigilante”, que generalmente es nombrado con el consenso de la comunidad, y según el texto de la Primera Carta a Timoteo debe ser una persona de conducta y fama irreprochables.
En resumen, podemos decir que los cuatro principales ministerios o servicios en la Iglesia primitiva son: APÓSTOL, DIÁCONO, PRESBÍTERO y OBISPO.
Además de estos ministerios de carácter oficial existen otras muchas personas con CARISMAS O DONES ESPECIALES que son muy importantes para la vida de la comunidad. San Pablo, en la Carta a los Corintios, insiste en que el carisma más importante es la caridad, y todos los demás deben estar al servicio de éste. Todo el que ejerce un ministerio debe tener el carisma necesario para su tarea, pero no todos los que tienen carismas son designados para un ministerio oficial.
He aquí un texto significativo:
Si alguno desea el episcopado, buena obra desea; pero es preciso que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, morigerado, hospitalario, capaz de enseñar; no dado al vino ni pendenciero, sino ecuánime, pacífico, no codicioso; que sepa gobernar bien su casa, que tenga los hijos en sujeción, con toda honestidad, pues quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo gobernará la Iglesia de Dios? No neófito, no sea que, hinchado, venga a incurrir en el juicio del diablo. Conviene, asimismo, que tenga buena fama ante los de fuera, por que no caiga en infamia y en las redes del diablo (1ª Timoteo 3, 1-7).
Alfonso Gil González