¡Ay de esta generación!
San Mateo (11, 16-24) y San Lucas (7, 31-35; 10, 12-15) comentan este pasaje en que Cristo se pregunta con qué podría compararse esta generación incrédula. Y pone el caso de los niños que, sentados en la plaza, echan en cara a sus compañeros que, cuando estos tocan, ellos no bailan, y, cuando canta lúgubremente, ellos no lloran ni se lamentan. Citando así el libro de los Proverbios 17, 29, 9.
Y añadió que vino Juan, que ni comía ni bebía, y esta generación dijo que tenía un demonio. Y vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dice que es un hombre tragón y bebedor, amigo de pecadores y publicanos.
Entonces comenzó a repasar aquellas ciudades en las que había hecho milagros y no se habían convertido, empezando por Corozaín y Betsaida, de las que se lamentó, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho esos milagros, ha tiempo que, vestidas de cilicios y cenizas, hubieran hecho penitencia. De manera que estas ciudades serán testigos contra aquellas en el Día del Juicio. Y lo mismo le pasará a Cafarnaún, que se erige orgullosa hasta el cielo y se hundirá hasta el infierno, porque si en Sodoma se hubieran hecho los prodigios que en Cafarnaún, habría permanecido hasta el tiempo presente, de modo que será juzgada con menos rigor en el Día del Juicio.
Y esto no sólo por la presencia misma de Cristo, sino porque a sus discípulos tampoco hicieron caso, ya que el que a ellos escucha, a El escucha, y el que a ellos recibe, a Cristo recibe, y, por consiguiente, también recibe al que lo envió, es decir, a Dios Padre.
Alfonso Gil