Desde mi celda doméstica
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lunes, 2 de abril de 2018

APUNTES TEOLÓGICOS... 4

La enfermedad de Israel

La enfermedad de nuestro hijo nos ha centrado la atención y el tiempo. Cada minuto está a él dedicado.
Al enterarnos de la gravedad de su situación, una oleada de oraciones se extendió por toda partes implorando su curación.
Después de 25 años de haber superado la leucemia, este cáncer de colon ha supuesto un golpe tan cruel como inesperado.
Es verdad que los designios de Dios no son patentes a nuestra mirada. La fe, por tanto, la suple y se manifiesta en la confianza con que a Él nos dirigimos tanta gente para que ponga su mano sanadora sobre el mal que le aflige.
Me viene a la cabeza el salmo 21, aquel que Jesús recitó en las horas previas a su crucifixión. Hoy, en nuestro hijo, se cumplen proféticamente aquellas palabras del salmista: "Si confía en Dios, que Dios le salve".
La salvación es una cosa muy seria, y va más allá de la simple sanación corporal. El hombre sólo está sano cuando cuerpo y alma están en sintonía con la voluntad de Dios. De modo que se puede soportar una "enfermedad" completamente sano o se puede estar sano sin que el alma termine su proceso de "sanación total".
La solidaridad espiritual con nuestro hijo manifiesta, una vez más, cómo se genera y extiende la comunión de los santos. El cuerpo de Cristo.
El primer síntoma de sentirse arropado por esa "comunión de los santos" es la paz, la seguridad de sentirse en manos de Dios. "Si nosotros, siendo malos, somos capaces de no dar una piedra cuando cuando se nos pide pan, ¡cuánto más nuestro Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pide!".
Es importantísimo que nuestros enfermos -y nuestro hijo lo está- se regocijen con la presencia divina que en ellos habita. Sentirse morada de Dios ya es un anticipo terrenal de la felicidad suma.
El segundo síntoma de esa "comunión" solidaria es la gratitud. Damos gratis lo que recibimos gratis. Y aún con más facilidad cuando se está enfermo, porque la enfermedad, entre otras cosas, nos libera de apegos innecesarios, quedándonos con lo fundamental: el amor de Dios.
El tercer síntoma, por tanto, de esa "comunión" de quienes oran por un enfermo -en este caso, por nuestro hijo-, es la libertad y, con ella, la disponibilidad para que Dios realice su obra sin ninguna traba.
Pero supongo entenderéis,  a pesar de toda esta reflexión teológica y veraz, que nuestro corazón está destrozado por el dolor de verle sufrir. También nosotros hemos de superar la "prueba". Los esquemas mundanos se derrumban. El suelo se hunde bajo los pies que se creían firmes y estables. Y lloramos, y confiamos, y rezamos, y hacemos de tripas corazón... ¡hasta que se produzca el milagro!

Alfonso Gil González

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