Desde mi celda doméstica
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jueves, 20 de agosto de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Sexagesimoctavo)

Capítulo LXVIII


Presidente de la Semana Santa

En agosto de 1998, le proponen al padre Alfonso para presidir la Junta Central de Cofradías de Semana Santa. La anterior presidencia y junta había terminado, como suele decirse, como el rosario de la aurora: cada uno por su sitio. Le dejaron a papá los Estatutos de la misma, que leyó detenidamente. Y, el 5 de agosto, se produjo el primer consejo o reunión de la citada Junta. Duró tres horas. Se trataba de ver o no la conveniencia de este nuevo impulso a la Semana Santa ceheginera. Mi padre, siempre precavido, buscó un vicepresidente de toda confianza por su compromiso cristiano, Juan Tudela. Y, el 10, segunda reunión de la Junta para ver el estado de cuentas del Ejercicio 97/98. También esto iba mal. De manera que el nuevo presidente impondría, para seguir en el cargo, que las cuentas se auditaran cada año. Fue aceptado.
Aún no vivíamos en la casa nueva, falta de algún detalle necesario. Al piso de alquiler, que era el del chache Pedro, empezaron a llegarle al nuevo presidente los problemas: el descontento de la Junta con uno de los presidentes de cofradía, que se presentó acompañado de su madre. Se convocó a la cofradía en cuestión para reelegir presidente. Mientras, mi padre hubo de volver a Madrid para atender la administración de Colomer 5, pues a los vecinos les resultaba muy complicado librarse de su ejemplar servicio y le pedían por favor que continuara con ellos, aún en la distancia.
El 19 de agosto, en Cehegín, murió de repente un hombre en la lonja. Mi padre había ido a comprar en el mismo puesto que mi abuelo Juan dejara para su hija y nietos, y que ahora regentaba mi tío Cristóbal. El padre Alfonso rezó un responso por el alma el infortunado hombre que había caído fulminante al suelo, tras oír de un amigo estas palabras “¡qué mal te veo!”. Se quedó sin palabras.
Tras los trabajos de fontanería, se terminó de colocar los muebles y los cuadros. Papá había empezado a dar los informativos religiosos en la televisión local. Así, cada semana, hasta el día de hoy. Para mejor manejo de la Junta Central, empezó a visitar a los distintos presidentes de cofradías. La reunión de todos ellos debía darle luz para resolver el problema planteado contra uno de los miembros, cuya dimisión se hizo irrevocable. El secretario de la Junta tendría que comunicárselo por escrito.
El 26 de agosto, anotaba en su diario que, ahora que mi madre Maravillas estaba tan mayor y enferma, merecía que estuviéramos más pendientes de ella. Ni un solo día dejamos de visitarla y atenderla, especialmente, mi madre. Pero mi padre nos recordaba aquello de que una madre es para cien hijos, pero cien hijos no son para una madre. Ese amor a los mayores nos lo dejó muy inculcado desde nuestra más tierna infancia.
Al empezar septiembre del 98, ya estábamos definitivamente instalados en la nueva casa. Papá la bendijo, cenamos y descansamos en ella por primera vez. Empezaba, al mismo tiempo, el Novenario a la Virgen de las Maravillas, en la iglesia del convento franciscano. Lo predicaba el padre Angel Luis Sanz del Agua, un tanto ñoño. En la nueva casa, mi padre empezó a a atender los papeles atrasados. Entre los cuadros que adornaban su despacho, con una amplia biblioteca y con un inmenso material sobre música, había dos bendiciones: una del papa Pablo VI, con motivo del décimo aniversario de su Ordenación sacerdotal, y otra de Juan Pablo II, con motivo de sus 25 años de sacerdote, y ya casado.
La exigencia impuesta por el nuevo Tesorero de la Junta Central, según el plan marcado por mi padre, molestaba en un principio, pero, poco a poco, las aguas se fueron serenando, y la economía de la Semana Santa era un ejemplo a seguir por cualquier institución, civil o religiosa. La paciencia y constancia de papá iba superando todas las dificultades. Cuando, dieciséis años más tarde, dejara el cargo, la Semana Santa de Cehegín había alcanzado cotas impensables años atrás. 
En una de esas visitas a Madrid, fue a ver a su prima monja. Dada su enfermedad, se había quedado muy triste con la marcha de su primo al pueblo, pensando que ya no le vería más. Pero esta vez, el 7 de septiembre, fue acompañado de otros primos de la religiosa claretiana, que se quedaron con ella unos días en el Colegio Mater Inmaculata. 
El 10, festividad de la Virgen de las Maravillas, patrona de Cehegín, mi padre comentaría para la televisión la Misa Solemne de la mañana, en la iglesia del convento, y la no menos Solemne Procesión de la noche, en que miles de cehegineros –entre tres y cuatro mil- participaban en la misma, hasta llegar a la iglesia de Santa María Magdalena, en que queda la sagrada Imagen hasta el día 14.
El 21 de septiembre, el padre Alfonso asistió a una reunión de visitadores de enfermos, y le pidieron que les ayudara a formarse. El 24, presentaba al señor alcalde su equipo de gobierno de la Semana Santa. El 27, asistía en Murcia al Encuentro Regional de Pastoral Parroquial de la Salud.




Iglesias de Cehegín

Octubre de 1998. El pueblo del padre Alfonso tiene estas iglesias o templos: Santa María Magdalena, a la que pertenecíamos, con dos grandes Ermitas de culto, La Soledad y el Santo Cristo. Y la capilla del hospital, también de culto, dentro de la citada Parroquia magdaleniense. Todo ello, en el casco antiguo de la ciudad, que es el más grande y bello de la región murciana. En el barrio o zona nueva, hay otras dos parroquias: Nuestra Señora de las Maravillas, que es sede de la Patrona e iglesia conventual franciscana, y San Antonio de Padua. Fuera del casco urbano, están las Ermitas correspondientes a las pedanías de la ciudad: Canara, Cañada de Canara, Campillo de los Jiménez, La Caarrasquilla, El Escobar, Burete, San Ginés. Todas de culto dominical.
Papá, además de echar una mano en cualquiera de ellas, cuando se lo solicitaban, seguía dando clases particulares de latín, y atendía los informativos semanales, religiosos, de la televisión local. Tras seis meses, vuelve a ayudar a su sobrino en la administración de su fábrica de tejidos. Tanto allí, como en casa, recibiría con cierta asiduidad a los miembros de las Cofradías, cada uno con su pequeño o gran problema. Los fines de semana solíamos bajar a la huerta del molino para comer y pasar las horas con familiares y amigos.
El 12 de octubre, a las 6 de la mañana, durmiose en el Señor Sor María Gil, prima hermana suya. Mi madre subiría a Madrid para asistir al entierro. Dos días después, fallecería, igualmente en Madrid, su tío Ángel, enterrado en el cementerio de La Almudena al día siguiente, 15. Su hijo segundo aprovecharía para reunirse con su grupo de Confirmación del Caldeiro. Recibiría el sacramento del Espíritu Santo al siguiente día, 16, en nuestra Parroquia madrileña Nuestra Madre del Dolor. Y papá también aprovecharía para atender la administración de la comunidad de nuestros vecinos de Colomer.
De nuevo en Cehegín, el 19, seguía atendiendo a la Junta Central o de presidentes. El 20, se conseguía vender el piso de Madrid. El 25, domingo, asistía por primera vez a la Asamblea Diocesana de Hermandades y Cofradías, celebrada en Murcia. El 30, junto a unas setenta personas, participó por la noche, en la iglesia conventual, en una hora de Oración por la Paz.
El 1 de noviembre visita, como es costumbre el cementerio. Escribe mi padre: “Hablamos con los vivos y rezamos por los muertos.”
El padre Alfonso iniciaba, el 6, una serie de entrevistas para la televisión local. La primera se la hizo al párroco de santa María Magdalena y Capellán de la Junta Central, Julián Vicente. Este sacerdote, de carácter fuerte, no gozaba de muchas simpatías. Mi padre le invitó a comer en casa cuando quisiera. Poco a poco, las relaciones se suavizaron, llegando a ser uno de los sacerdotes que más apoyaron a papá en todas sus gestiones de Semana Santa y parroquiales o de catequesis.
El 9 de noviembre, fallecía en Cehegín la cuñada de nuestro primo Juan Ramón, llamada Fofi. Tenía 38 años y era una mujer excelente. Una de sus hijas gritaba su madre muerta que la perdonara y le prometía portarse siempre bien.
Las idas a Madrid se iban haciendo esporádicas y cada vez menos frecuentes, pues la salud de su hijo mayor se consolidaba definitivamente. En todos los viajes, de ida y vuelta, solíamos parar en Hellín para saludar a las monjas Clarisas, con quienes el padre Alfonso tenía una profunda amistad, sabedoras de que algunas de ellas habían ingresado al convento por su medio. 
Por estos días, además, mi padre        propiciaba reuniones a tres bandas –Párroco, alcaldía y Junta Central-, pues los intentos de un separatismo cofrade eran demasiado evidentes. Sin duda, los esfuerzos diplomáticos del padre Alfonso fueron decisivos para una unidad que se mantuvo durante todo su mandato. Ese mandato le fue ratificado, el 20 de noviembre, en reunión celebrada en el Casino, con asistencia del Delegado Diocesano y del Vicario General, amén de la de los párrocos de Cehegín.
Se produce también, por este tiempo, el encuentro con la dirección del periódico El Noroeste, con quien mi padre colaboraría semanalmente escribiendo columnas magníficas de inspiración cristiana y de sólida cultura. Más de diez años duró esa colaboración. Papá era, así, referencia indispensable en el mundo religioso y cultural de su pueblo.
Desde el inicio del curso, mi padre nos llevaba al Instituto  y nos recogía a la salida del mismo. Como el coche era grande, se apuntaban otros estudiantes vecinos para ahorrarse el ir caminando un kilómetro.
El 4 de diciembre, asistía en la Casa de la Cultura a la charla que, sobre la historia de los franciscanos en Cehegín, diera el padre Pedro Riquelme Oliva, de un curso o dos menor que papá. Al día siguiente, monseñor Azagra, obispo emérito de Murcia, hablaba en el mismo lugar sobre la Iglesia ante el futuro. Mi padre intervino en el coloquio posterior. 
El 7, en la iglesia conventual, asistía a la Vigilia de la Inmaculada. Y participó en una reunión preparatoria sobre el plan a realizarse con motivo del año 2000, en que la Virgen de las Maravillas visitaría las distintas parroquias del pueblo. De lo que ya hablaré.
El 12 de diciembre, papá dejaría toda responsabilidad con los vecinos madrileños, pues la comunidad de la escalera se reunía para nombrar nueva dirección y administración.
El 18, recibía del obispo de Murcia la confirmación de su presidencia al mando de la Semana Santa de Cehegín.
El 19, vuelve a asistir, en la Casa de la Cultura, a la conferencia dada por el Alcalde de Ermua, Carlos Totorica, sobre la situación vasca. Tuvo ocasión de saludarle a él y a su esposa.
La cena de Nochebuena, según costumbre, la tuvimos en casa mis tíos Pedro y Paquita. Y la de Nochevieja se celebraba viniendo ellos y su familia a la nuestra, hasta el día de hoy.
Papá, al cerrase el año 1998, escribió en su diario: “Gracias, Señor, por este año que termina, por la felicidad de nuestro hogar, por la casa nueva y por la aceptación que hemos tenido en Cehegín.”

En alabanza de Cristo. Amén.

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