Desde mi celda doméstica
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viernes, 7 de agosto de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Sexagesimoprimo)



Capítulo LXI


Contactos ecuménicos

Entre los escritores predilectos del padre Alfonso están, sin duda, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. De ésta, copia el día 4 de noviembre de 1995: “Amor saca amor… Si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo… Gran bien hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad… y, si en ella persevera, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación.”
El día 5, participa en la Eucaristía de consagración del nuevo obispo de la IERE (Iglesia Española Reformada Episcopal), Carlos López Lozano. Ofició el arzobispo de Canterbury, Dr. George L. Carey, acompañado de otros diez obispos. Se saludaron y compartieron el pequeño ágape ofrecido en la catedral del Salvador de Madrid.
El día 7, anota en su diario unas palabras de san Ambrosio: “Es testigo aquel que con la garantía de las obras atestigua los mandatos del Señor… Porque quien escucha y no lo pone en práctica, niega a Cristo. ¿Cómo podrá subsistir el tribunal del diablo en aquel en quien se erige el tribunal de Cristo?”. Y, luego, leyendo a san Juan Leonardi, toma de él esta frase: “Quienes deseen dedicarse a la reforma de las costumbres de los hombres deben buscar la gloria de Dios y mostrarse como espejo de todas las virtudes”.
Mi padre había escrito cartas a los diversos conventos de Clarisas y de Concepcionistas, todas ellas franciscanas, con el deseo de intercambiar experiencias de vida. Recibió contestación de algunos monasterios. Comprobaba con pena cómo las vocaciones disminuían. Algunas monjitas le pedían ayuda, y él hacía todo lo que podía o sabía por ayudarlas. De tres autores, de entre los santos, copió en su libro diario: “La paz del corazón es el mayor de todos los tesoros. Nada se presta más para lograr conservarla que la renuncia a la propia voluntad y la aceptación de la voluntad del Corazón Divino”(Margarita María de Alacoque). “No pronunciéis el nombre de Cristo mientras abrigáis deseos mundanos”(Ignacio de Antioquía). “Las palabras que no esparcen la luz de Cristo, aumentan la oscuridad. Cuando se entra en contacto con el dinero se pierde el contacto con Dios”(Teresa de Calcuta).
El día 11 de noviembre nos llamaban a casa para comunicarnos el fallecimiento del paisano al que papá visitó, adías antes, en el Hospital de la Princesa. Se acercó para dar el pésame a la viuda.
El 18, compuso un soneto a la memoria de su hermana María. Al siguiente día, domingo, en la Parroquia de san Timoteo, de Vallecas, tuvo una charla-coloquio sobre la oración y celebró la Eucaristía. El 21, ayudaba a levantarse a un anciano caído en plena calle de Azcona. Y anotaba en su diario aquellas palabras de san Columbano: “Quienes no puedan aplicarse aquellas palabras: “El Señor me ha dado lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”, que se callen; y, si se deciden a hablar, háganlo con espíritu pacífico”.
En el “puente de la Inmaculada” marchamos a Cehegín. Mi padre tuvo con mi abuela Maravillas una larguísima conversación sobre el movimiento evangélico que lideraba su otro hijo, con miedo de que fuera una vulgar secta de tantas que, por desgracia, pululaban por aquel entonces. Y parecida conversación hubo de mantener con su sobrino Juan Ramón, desconcertado por idéntico asunto. Papá, en su diario, rezaba así: “Sólo Tú, Señor, puedes darle la luz poderosa que necesita, a él y a los demás.”
A Cehegín regresaríamos, como siempre, por Navidad. El resto de días de diciembre los pasó entre el trabajo en la Notaría y la atención al correo navideño. El “Pregón” de Navidad lo leyó en la iglesia del Convento durante la Misa del Gallo. El 28 de diciembre, anotaba en su diario: “Señor, sólo Tú tienes la clave. Úsala.”
El 31, mantuvo una conversación con el seminarista David sobre la formación de los futuros sacerdotes. Hoy ya es sacerdote. 
Y cerró el año con estas palabras:
“¡Gracias, Señor, por este año y nuestro reencuentro!”



El examen de conciencia

El año 1996 lo abría el padre Alfonso con estas palabras: “Siempre Te digo lo mismo: Un nuevo año para tu gloria. Pero cuando pasa el tiempo… Aquí estoy, Señor, para lo que mandes. El pasado año, Señor, fue muy interesante por el reencuentro contigo de quien creía haber “muerto”. También por la “resurrección” de María, que nos pareció mentira su rápida partida a tu Casa. Por todo ello, ¡gracias, Señor!”
Conoció y cuidó a tanta gente en su pasado, que sé la inmensa alegría que se llevaba cuando alguien volvía a dar señales de vida. Le atormentaba la idea de que “sus ovejas” se hubieran dispersado del amor de Dios. Ese tormento lo mantuvo mientras vivía con nosotros en casa. Estaba como deseando buscar a cada una de las personas que se le confiaron un día. 
Por eso, sigue escribiendo: “;Me gustaría, Señor, que este fuera “nuestro” año, y que tu voluntad se realizara plenamente en cada uno de nosotros. Me siento como pez fuera del agua desde hace demasiado tiempo. Tu amor me mantiene vivo, en pie. ¡Me gustaría tanto no defraudarte! No me suelo desanimar, Señor. Sólo que temo Tú esperas algo más de mí. Me aterroriza pensar que tu rostro me mire como al joven rico tras su huída. Cuando me remonto a mi infancia, Señor, y veo mi ilusión de seguirte, por parecerme a Ti, por trabajar para Ti… descubro el abismo que me separa de aquello: el tiempo, la realidad, la apatía, la pereza. ¿Hasta cuándo, Señor?”
El día de la Epifanía, añade: “Tú eres el Gran Regalo, Señor, el gran tesoro que nos enriquece y nos colma de felicidad.”
Llega a subrayar un texto que le proporciona la “agenda” en la que él escribe sus cosas de cada día. Dice así: Ser discípulo no es aprender cosas sobre Jesús, ni oír hablar de mucho sobre Él, sino descubrirlo progresivamente, encontrarle, quedarse con Él.
De manera que, el día 7, apunta: “Tú sí que eres, Señor, la sabiduría. Que ella dirija nuestros pasos en este año.”
Para, días después, continuar: “Tienes razón, Señor. Si Tú no edificas la casa, en vano nos afanamos los peones. Si Tú no la guardas, en vano vigilamos. No es que convivir sea lo más difícil del vivir, no; es que, si no se vive, y Tú eres la Vida, es imposible la convivencia a cualquier nivel: personal, familiar, laboral, social…”
El 16 de enero, escribe en el diario: “¡Qué bello sería el mundo si no existiera el derecho de propiedad que llevamos en el corazón!”
Es una reflexión que continúa al día siguiente: “Estamos en tus manos, Señor. Manéjanos. No nos preguntes qué nos parece. Obra a tu gusto, haz tu santa voluntad, que la nuestra se debilita y no acierta a mantenernos de pie. Alguien me llamó el don Juan de las almas. ¿Qué me diría ahora, Señor? Vuelve tu rostro hacia nosotros y no nos dejes escapar.”
Y, al día siguiente: “Quienes nos aman, Señor, no pueden hacernos daño. Quienes no aman, sí, y no son pocos.”
El día 19, se atreve a poner este programa: “Para ser feliz: Saborear Tu presencia, descubrir el espacio en el que nuestra vida debe moverse, ser fiel a lo que uno se siente llamado, y amar y buscar el bien por encima de toda circunstancia.”
Luego, el 22, en un alarde de íntimo coloquio, añade: “Si no partimos en nuestro obrar de la felicidad, es inútil que la busquemos en la acción, por muy placentera que nos parezca, ¿verdad, Jesús? Nuestra buena voluntad no es garantía de acierto. Pero, para acertar, hay que partir de una voluntad buena, libre, limpia.”
El 23, tras disfrutar de su onomástica, sigue hablando con el amado de su alma: “Señor, a veces, las personas nos adentramos en misterios o profundidades que nos sobrepasan. ¡Qué hermoso, no obstante, si se va vislumbrando la felicidad de tu Reino!”
Llega el día 26, y se atreve a decirle: “En el transcurso de la vida, Señor, ¡cuántos errores, cuántas desviaciones, cuántos fallidos intentos! O, a lo mejor, no. A lo mejor es que la vida humana es así. Sólo Tú tienes la clave. Nosotros deseamos acertar, pero Tú eres el “blanco”.”
Y el mes lo cierra de esta manera: “Tú eres nuestra paz, Señor. Y debes imponerla amorosamente en nuestros enemigos interiores: egoísmo, hedonismo, orgullo… Y así Te serviremos como deseas y como necesitan nuestros hermanos.”

En alabanza de Cristo. Amén.

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