Desde mi celda doméstica
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sábado, 8 de agosto de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Sexagesimosegundo)



Capítulo LXII


Preocupaciones de pastor

El mes de febrero del 96 fue para el padre Alfonso de especial preocupación. Había subrayado un texto que le ofrecía la jornada del 1 del mes: Es la conciencia viva del envío lo que da fuerza al mensaje. Perderá su credibilidad quien confíe más en su propio equipamiento que en la fuerza del mensaje. Y su mensaje era conocido por personas que antaño trató, y que ahora lograban nuevamente ponerse en contacto con él. Como es el caso de Martínez Gil, de quien se entera tiene un tumor en el pecho. Papá, enseguida exclama: “¡Ayúdale, Señor!”
De La Mancha le vienen otros problemas. Y el padre Alfonso comenta: “Toda luz es poca, Señor, para iluminar la situación.” Incluso en la Notaría se da cuenta de que hay un ambiente enrarecido a causa del nuevo jefe, que es un tanto taciturno. Incluso ha de imprimir un nuevo empuje a las reuniones de la Fraternidad Ecuménica Franciscana. Hasta que, el día 12, escribe lo siguiente:
“En Ti, Señor, confío; no quede nunca defraudado. Sé la luz de nuestra vida. Que tu amor nos enseñe a amar. Que tu disponibilidad nos enseñe a servir. El diálogo con el joven rico y el capítulo 25 del evangelio de Mateo acentúan su interpelación conforme pasa el tiempo de mi vida. Quiero ayudar a los demás, pero debo serles ejemplo en lo que les aconsejo. ¡Gracias, Señor!”
Al día siguiente, habla con Barcelona. Sabe que el problema físico de PAM puede ser grave, y así se lo hacer ver al Señor en la oración. Y anota en el diario: “Si la verdad eres Tú, Señor, debes imponerte a nuestra inteligencia, a nuestros cálculos a nuestro parecer. Y que tu paz inunde cada hueco vacío de nuestro corazón.” Y añade, el 14: “Señor, dicen que hoy es el “día de los enamorados”. Bueno, pues será el día de todos cuantos Te amamos, porque Tú sí que eres digno del amor total del hombre.”
El 15, se lleva la alegría de contactar con las Carmelitas de Manises, ahora residentes en Godelleta. Había pasado 20 años desde la última vez. Y pide al Señor que las bendiga.
El 19, hay una inmensa manifestación en Madrid contra el terrorismo de ETA.
El 20, se le comunica que los análisis de Martínez Gil parece que son buenos. Papá escribirá en el diario: “Señor, en cuyo corazón depositamos nuestras ansias, sé Tú la luz cotidiana en nuestra vida. Hay un gozo especial en estos días. Tu presencia se hace sentir espoleando el alma.”
Y el 23 vuelve a anotar: “Señor, tu Madre te arrancó el primer signo de tu salvación para con los hombres en unas bodas. Une Tú los corazones de los que aspiran a ser esposos y de los que ya lo son. Que entendamos que lo que Tú unes nadie lo puede separar, pero que aprendamos a separar lo que Tú no unes.”
El 24: “Todos nuestros pasos, Señor, condúcelos hacia Ti, y no habremos caminado en vano.”
Dos días más tarde, tras ser advertido de las dificultades por las que están pasando algunas almas, escribe: “No permitas, Señor, que los hombres compliquemos tus planes. Que la claridad y seguridad de tu luz guíe nuestros pasos.”
Y algo debió pasar muy seriamente, para que, al día siguiente, se desahogara así en la oración: “Hoy, Señor, ha sucedido lo inaudito. ¿Para qué escribirlo aquí, Dios mío? Pero, no defraudes a los que en Ti confían. Que la maldad se retire del corazón de quien bien sabes. Que la paz vuelva al corazón de todos. Que Tú consigas lo que quieres de cada uno de nosotros. Gracias, Señor. Virgen María, sigue intercediendo por nosotros, pobres pecadores.”
Con motivo de su 53 cumpleaños, dice: “Gracias, Señor, por estos años. ¡Cómo me gustaría que estuvieras orgulloso de mí!”
El 3 de marzo, domingo, hubo Elecciones Generales en España. Algo le pasaba al padre Alfonso, que lo llegamos a notar en casa. Pero él suplicaba así: “Ayúdame, Señor, a irradiar por fuera el gozo de tu amor. Hoy, Señor, me haces ver la proximidad de las cosas contrarias: día y noche, luz y sombra, mar y tierra. Cuerpo y alma, cielo e infierno… ¡Gracias, Señor!”
Parece como que intentan engañarle, cuando él sólo desea acercar a Dios a los demás. De hecho, apunta en su diario, el 7 de marzo: “Confiar en Ti, Señor, es sin duda, lo mejor, pero resulta a veces tan duro…”



Renovando el sentido existencial

En marzo de 1996, el padre Alfonso continuaba sus reuniones con la Fraternidad Ecuménica Franciscana, con Eucaristía y comida fraterna incluidas. En la del día 10, tras lectura del Evangelio y su comentario, escribía en el diario: “Señor, el texto del evangelio de hoy –Juan 4- ha marcado mi vida. Que siga viviéndolo y proyectándote a los demás.”
Es curiosa la anotación del día 13: “Es verdad, Señor. Parece que me pongo de mal humor. Pero yo sé que no es así exactamente, y Tú lo sabes mucho mejor que yo. Por eso, confío en que pongas el remedio conveniente, pues yo soy torpe para hallarlo. Sé lo que no quieres, pero no acierto a lo que esperas concretamente de nosotros.”
Pero, el 15, tenía subrayada esta frase de su agenda: El que más ama, más vive porque “quien no vive para amar, no vale para vivir.” Y, más abajo, subraya esta otra: En el brocal de la pila bautismal tuvimos nuestro encuentro con Dios. ¿Qué salió de ese encuentro? Y esta otra en la página siguiente: El gran defecto de Dios es que le gusta salvar al mundo.
El 17 asistía a la Eucaristía en la catedral anglicana, pues quería entrevistarse con el obispo Carlos López. La conversación fue interesante, como la frase que subraya: El mundo se asombraría si los cristianos viviéramos en comunión.
El 21, le visita María José Febrero, una monjita franciscana de la misericordia. Hablaron sobre la vida religiosa. Cuando papá vivía en San Francisco el Grande, allá por 1967, la ayudó a ingresar en el convento. Papá escribiría esta frase: “Gracias, Señor, por las oportunidades que me das para despertar lo que de Ti hay en las personas. Ahí es donde me encuentro realmente:”
Subraya en su agenda que la realización de los planes de Dios desconcierta al ser humano. Pero, a renglón seguido, escribe de su puño y letra: “Señor, ¡qué fácil es pasar de Ti a mí! ¡Qué difícil de mí a Ti! Pero ayúdame a conseguirlo.”
El 27 de marzo, añade: “¡Qué bien me ha venido la humillación de hoy, Señor! Tú puedes dar la luz, que eres Tú, sin necesidad de que me uses.” Palabras que, a estas alturas, no llego a entender, pues no me consta de qué humillación se trataba. Aunque eso es lo de menos.
Entre las llamadas del 2 de abril, que en este tiempo se hicieron relativamente frecuentes, estaba la de alguna religiosa, pues papá se había dedicado a enviar mensualmente escritos a monasterios y conventos, y, naturalmente, alguna contestaba por teléfono. 
El 10, escribía en su diario: “Yo sé, Señor, que si ponemos toda nuestra confianza en Ti, serás solamente Tú quien triunfe en nuestras vidas. Nadie puede levantar su cabeza ante Ti, Señor. Pero yo mucho menos, hasta que te compadezcas de mí y mi vida sea una ofrenda feliz a tu gran misericordia.”
Dice que el Señor le invitó, el día 12, a reflexionar sobre la Verdad. Y escribe: “Sí, Tú eres la verdad que nos hace libres.”
El 15, a través de unas diapositivas, nuestro padre se vio viejísimo, serio y feo, y comentó que se había dado cuenta de la importancia de acostumbrarse a sonreír. Y escribe al día siguiente: “Si Tú no las dignificas, Señor, la mayoría de nuestras preocupaciones son ridículas. ¡Cómo me gustaría que Tú lo fueras todo, todo, todo… en mí y en quienes puedo influir!”
Es muy significativo su escrito del día 24: “No puedo creer cómo se me pasa la vida en un trabajo que nada tiene que ver con aquello para lo que me preparé y que es la vocación de mi vida. Hasta que Tú quieras, Señor.”
Y cierra el mes de abril del 96 de la siguiente manera: “Se acabó abril, Señor. El tiempo vuela. Se me hace penoso el vivir en la mediocridad. Dame fuerza, Señor, para seguir trabajando, pero en tu mies. Que los otros campos del mundo son puro desierto y aridez para el alma. Hazme más de Ti cada día, y de tus cosas y deseos. Que no llegue al final en la perplejidad estúpida de tan sólo haberme quejado de mí mismo.”

Para alabanza de Cristo. Amén.

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