ENTRE LA LIBERTAD Y LA GRACIA
El concilio de Trento, al responder a las doctrinas de los reformadores, definía la necesidad de la gracia de Dios y de la voluntad libre del hombre para alcanzar la salvación, pero en las enseñanzas tridentinas quedaba pendiente el problema de la relación o conciliación mutua entre gracia y libertad. Además, con la difusión creciente de las ideas luteranas y calvinistas, el tema sigue en permanente actualidad y es el centro de las discusiones de los teólogos durante mucho tiempo.
Miguel Bayo (1513-1589), teólogo de la Universidad de Lovaina, intentaba una primera explicación al problema defendiendo que la libertad es la falta de coacción externa, y la gracia es la predestinación interna que lleva al hombre a obrar el bien. Pero sus propuestas fueron condenadas por el Papa.
El problema surge de nuevo, a finales del siglo XVI, en forma de controversia entre dominicos y jesuitas. Los primeros, siguiendo a Domingo Báñez, defienden la eficacia de la gracia de Dios por sí misma, mientras que los jesuitas, con Luis de Molina a la cabeza, mantienen la necesidad del consentimiento libre del hombre. Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, el Papa les ordena que no se descalifiquen los unos a los otros y que cada grupo siga buscando y reflexionando sin entrar en controversia.
La polémica renace de la mano del teólogo Cornelio Jansen, que pretende una renovación de la Iglesia a partir de las enseñanzas de los Santos Padres, sobre todo de San Agustín. Mantiene que el hombre, como consecuencia del pecado, sólo es capaz de usar su libertad para hacer el mal, y únicamente la gracia de Dios puede rescatarlo para que sea capaz de obrar el bien.
El jansenismo fue difundido por el abad de Saint-Cyran y el círculo de personajes que se reunían en el monasterio de Port-Royal, cerca de París; entre ellos destacaba el teólogo y científico Blas Pascal (1623-1662).
Los jansenistas proponían un cristianismo austero, una liturgia más accesible al pueblo y una libertad de conciencia amplia frente al poder del Estado. Luis XV los vio como sus enemigos políticos y mandó destruir el monasterio de Port-Royal, al tiempo que obtuvo del Papa la condena de la mayor parte de las doctrinas jansenistas, por medio de la bula Unigenitus, del año 1713, pero el conflicto jansenista siguió vigente durante todo el siglo XVIII.
Alfonso Gil González