IGLESIA Y REVOLUCIÓN FRANCESA
La Revolución Francesa, iniciada en 1789, supuso una profunda transformación en la organización política, social y religiosa de las monarquías absolutas que habían configurado el llamado antiguo régimen. Cuando analizamos la Revolución Francesa desde una perspectiva histórica, y desde los criterios y valores evangélicos, descubrimos que se trataba de un momento histórico decisivo y complejo, con aspectos positivos y negativos.
Aspectos positivos:
· Declaraba el principio de igualdad en dignidad y derechos de todos los hombres y acababa con los injustos privilegios de algunos estamentos del sistema feudal.
· Proclamaba la libertad de todos los hombres para hacer y decir todo cuanto no perjudique a los demás, si bien es verdad que este principio no se cumplió en las fases violentas de la revolución.
· Proclamaba el principio de que la soberanía reside en el pueblo y de él emanan los distintos poderes. Esto ponía las bases de todo un sistema democrático.
· Terminaba con la unión entre el trono y el altar, lo que permitía a la Iglesia separarse del poder civil y recuperar su misión profética de servicio. Aunque a la Iglesia le costó ver los aspectos positivos de esta separación.
Aspectos negativos:
· El empleo de la violencia y la represión contra quienes se oponen al nuevo orden social.
· El auge del individualismo y la insolidaridad como consecuencia de algunas formas egoístas de entender la libertad.
· La pérdida de algunos patrimonios culturales de la Iglesia y la destrucción de tradiciones y creaciones religiosas.
· La actitud antieclesiástica de personas o grupos que sólo ven en la Iglesia una institución trasnochada y opuesta a los avances de la razón.
En resumen, podemos decir que con la revolución Francesa se abría paso a un nuevo tipo de sociedad laica y de Estado democrático, en los que la Iglesia debe encontrar el puesto y la misión que le corresponde.
Alfonso Gil González