Desde mi celda doméstica
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jueves, 4 de junio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Noveno)




Capítulo IX


En y desde Hellín

El año 1971 está completo en mi “diario”. Y, así, todos los demás años, hasta el día de hoy.
Este año lo inicié llevando a los compañeros del convento de Hellín hasta el de Albacete, para felicitarles el año nuevo.
Dividía el día, en el “diario”, anotando lo que hacía a cada hora. La Misa y el confesionario volvieron a ser mi actividad pastoral de más entrega e importancia. Esa dedicación se prolongaba en la atención a la gente en el recibidor conventual. La iglesia no era parroquial, pero su actividad era muy intensa, pues la personas de Hellín tenían mucho afecto a los franciscanos.
En estos primeros días del año 1971 cayó un fuerte nevazo. La imposibilidad de salir de viaje me ayudaba a centrarme en el estudio teológico, en la lectura y en el aprendizaje del inglés. El mismo día de la Epifanía, viajé hasta Murcia y Cartagena, llevando a dos padres franciscanos, y visité las localidades de Santomera, Orihuela y Alquerías. De vuelta a Murcia, mantuve una agradable conversación con dos frailes, en La Merced, donde me hospedé. Al día siguiente, continué visitando Villa Pilar, Puente Tocinos, Alcantarilla, Lo Pagán, San Javier, Espinardo y Santo Angel, viendo colegios y conventos de monjas.
Vuelto a Hellín, repuse fuerzas y me encaminé a Madrid, a cuya llegada se rompió el Citröen. Iba acompañado de dos religiosos: a uno dejé en Casas de Fernando Alonso y al otro lo dejé en la capital de España. La obligada estancia en Madrid la aproveché para hablar con la juventud que había conocido durante mi estancia en San Francisco el Grande, según dijimos. 
Tras una semana madrileña, arreglado el coche, volví a Hellín. Hay muchas cosas que omito, porque mi actividad era agotadora, viajase o no. La atención al correo, el paciente escuchar a la gente y los consejos que daba, la visita a colegios, el dar clase de música, las llamadas telefónicas… Todo eso era trabajo cotidiano mientras estuve en Hellín.
Fuí un día a Caravaca de la Cruz, donde vivía mi hermana Pilar, y quedé impresionado por el entierro de una joven de 19 años, muerta de cáncer, a cuyo cadáver acompañaba la Banda de Música. No se me olvida que fue el 26 de enero de 1971.
Cuando acabó enero, hice balance del mes. Yo, que pensaba moriría joven, me pregunté: “¿Llegaré al final de febrero”. Y me dejaba, sereno, en las manos de Dios.

Desvelo pastoral

Febrero se abría con la llamada de una chica de Madrid, para comunicarme que ingresaba en un convento. Llamadas así compensábanme de todos los desvelos y sacrificios, y me sentía feliz. Y supliqué: “Señor, que sea una religiosa santa”.
En un segundo viaje pastoral, esta vez acompañado de un compañero que, coincidencias de la vida, había nacido el mismo día, mes y año que yo, visité las escuelas de Alguazas, Torre Alta, Ribera de Molina, Alcantarilla, Mula, Bullas, Orihuela y San Miguel de Salinas.
En Hellín, hice frecuentes visitas al colegio de la Compañía de María. 
Por entonces, surgió en España un movimiento seudorreligioso, llamado ID. Dejé apuntado que “ya no hay herejes con originalidad”. Fue una época, la de Hellín, muy dedicada a los libros. La Historia de la Iglesia me llamaba mucho la atención, dedicando a su estudio buena parte de mi quehacer diario. A mi trabajo en Hellín añadía el dar alguna clase de religión en el Instituto de la ciudad. 
En este mes de febrero daría ejercicios espirituales a las chicas de 4º y 5º de bachillerato, y, a primeros de marzo, unas charlas cuaresmales para mujeres en la iglesia conventual. Les hablé sobre “convivir es relacionarse” y sobre “familia y sociedad actual”. Uno de los padres del convento me previno de mi ingenuidad e imprudencia en el campo apostólico. Pero le contesté que “si las ovejas no vienen, hemos de ir adonde ellas”.
Una serie de visitas de Madrid, Albacete y gentes de Hellín centraron mi actividad en marzo de 1971. En este mes cumplía cuatro de sacerdocio. Había celebrado, hasta entonces, unas mil quinientas misas. Así lo dejé anotado. Pero he observado, en mis apuntes, que, generalmente, no pongo el nombre de las personas que me visitan. Es una medida de prudencia, pues no se sabe en qué manos podrían caer mis escritos. Y reconozco que, al poner solamente las siglas, me ayuda a reconocerlos en los primeros momentos, pero, que trascurrido un tiempo, no podría decir a qué nombre o apellidos corresponden.
Pero marzo acaba con la invitación que me hace la Banda Municipal de Cehegín para dirigir sus ensayos de los próximos conciertos.




Viajes singulares

Abril de 1971 lo inicié con un viaje a Teruel, acompañado de mi madre y de mis hermanos mellizos. Estaban invitados a la boda de unos amigos turolenses y a la primera comunión del hermano pequeño de la novia. Pero, cuando nos dirigíamos a Teruel, en pleno Valencia, un camión chafó la parte trasera izquierda del coche en que íbamos. Como pudimos llegamos a Teruel. La reparación me costó, exactamente, 850 pesetas de entonces. El chófer del camión, culpable del accidente, fue comentando cómo un fraile no le recriminó ni le tomó nota de la matrícula.
Con motivo de Jueves Santo, 8 de abril, tuve una comida fraterna con los sacerdotes de Hellín. Estos me regalaron un libro sobre “el mundo interior del hombre”. Esa Semana Santa fue pródiga en visitas que recibí de personas con muy diversa problemática. En especial de una madre, en cuya casa se había fraguado una auténtica tormenta por motivos religiosos.
Acompañado de dos religiosos franciscanos, me pasé una semana de retiro espiritual en Jávea (Alicante), en el monasterio de frailes jerónimos, situado a las afueras. Era un edificio nuevo que albergaba, entonces, a siete monjes. En el dintel de la puerta de la celda que ocupé ponía SAN JULIÁN. La ventana daba al patio central, en el que había un Crucifijo de piedra y un aljibe. La habitación era sencilla y cómoda: cama, mesilla y lavabo. Sobre la cabecera de la cama una simple cruz. Como me resfrié, un monje me llevó el desayuno a la celda. Pero cada día me levantaba a las 6 de la mañana. La comida, buena y sencilla, la tenían a las 2 menos cuarto de la tarde. La cena, a las 20´45.
Con esos monjes compartí igualmente el oficio divino, la santa misa, y las conversaciones espirituales. Y el padre prior, que sabía que cantaba, me enseñó una plegaria a la Virgen, compuesta por Aragüés, titulada “Bajo tu amparo”.
El 25 de abril, ya en Hellín, registro en mi “diario” el fallecimiento del padre Samuel Prats, franciscano y músico, a cuyo entierro en Santa Catalina del Monte fuí con otros compañeros del convento hellinero. 
El 9 de mayo, domingo, fuí a Callosa de Segura para predicar el sermón del día de la Virgen de los Desamparados. En este mes de mayo, pormenorizo mi jornada diaria, que supongo sería igual al resto del año. Me levantaba a las 7, comía a las 13´30 y cenaba a las 20´30. Y el resto del día lo pasaba en confesiones, lectura, oficio divino, eucaristía, correo, clases, visitas y tiempo libre. Durante este mes apenas viajé –Cehegín, Caravaca, Murcia, Orihuela, Callosa, Albacete y Elche de la Sierra-, pues estuve aquejado de frecuentes molestias y toses.
En cambio, medio mes de junio lo pasé viajando: Cehegín, Caravaca, San Miguel de Salinas, Orihuela, Torre Alta, Ribera de Molina, Alguazas, Las Torres de Cotillas, Alcantarilla, Nava de Abajo, Pozohondo, Agra, Murcia, Tobarra, Elche de la Sierra, Elche de Alicante, Alicante, Santomera… Casi siempre, acompañado de otro religioso. Y hay dos apuntes curiosos: uno, la carta que envío a un alcalde, quejándome de la inmoralidad que percibo en su ciudad; otro, la oferta que me hacen para que pueda irme a América y que  decliné.
Al siguiente mes, acompañado de mi antiguo maestro de novicios, viajo para visitar varios monasterios de Clarisas y de Concepcionistas. Conozco la ciudad de Cuenca. Viajes fructíferos de experiencias vocacionales y apostólicas. Pude comprobar que el Señor sigue invitando a la juventud de hoy, y me dediqué especialmente a las jóvenes que deseaban ser monjas.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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