Desde mi celda doméstica
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sábado, 6 de junio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Duodécimo)



Capítulo XII


Experiencias inefables

Al iniciarse 1974, mi padre escribo mi “diario” cual si fuera un diálogo con Dios. Ya no divido el día en las distintas horas. Mi escrito es una efusión del alma. Cuanto hago cada día lo transformo en motivo de oración. Se me nota una preocupación, cada vez mayor, por ser fiel a lo que Dios pueda pedirme.
Enero se mueve en la tónica laboral del pasado diciembre. Los pueblos próximos –Elche, Petrel, Elda- reclamaban mi presencia y mis palabras. El teléfono ocupaba parte de mi ministerio. Por su medio intenté seguir ayudando a quienes ya no podía dirigir personalmente. Aún así, aprovechaba los viajes que se me iban presentando: Cehegín, Hellín, Orihuela, Albacete… Con el padre Fermín tengo mayor contacto durante este mes, pues éste va a marchar a América por un tiempo.
Se me amontonan las llamadas, el correo, las visitas, los cursillos de todo tipo. El día 23, en mi onomástica,  expreso el deseo de que Dios me conceda el regalo de dividir mi vida en dos mitades: la una, para hablar a los hombres de Dios; la otra, para hablar a Dios de los hombres. A un grupo de mujeres, que vienen semanalmente desde Elche, les explico las “Moradas” de Santa Teresa. Estaban interesadas en saber cuál es el camino de la perfección. Casi todos los jueves celebraba la eucaristía en la Residencia Femenina de Magisterio. Al concluir enero, hago una larga lista de temas que llenan mi mente y de los que he hablado. Nada menos que treinta. Esta es la frase con que cierro el mes: “Sin la teología, la filosofía sería un inconsciente balbuceo”.
En febrero del 74 recibo visita de mi familia –día 3-, asisto a la clausura del 132 cursillo de cristiandad –día 4-, recibo a una joven quejosa de que Dios se metiera en su vida –día 6-. Cada viernes lo dedico, por la noche, al estudio del evangelio de Marcos, con un grupo de personas deseosas de conocer mejor el mensaje evangélico. Me someto a un test psicológico, cuyo resultado me es favorable –día 10-, pero, el día 11, alguien me dijo que parecía una máquina con inteligencia: frío, calculador, justiciero, que no usaba mi gran capacidad de afecto. Rápido recorrido, del 13 al 15, por Cehegín, Avila, Salamanca y Madrid. Adquiero un libro de Sor Jeanne d´Arc: “Nuestra actitud bíblica” –día 18-. La joven quejosa de Dios vuelve a la carga –día 22-: “Quiero la santidad, pero formar un hogar; no quiero ser monja”. Y es que yo no parecía tener más empeño con las jóvenes piadosas que el que ingresaran en un convento. Hasta lo intenté con mi futura esposa.
El 25 de febrero voy a Ocaña para visitar un preso, hijo de unos amigos de la parroquia. A la vuelta, estuve a punto de participar en un accidente múltiple, entre Elda y Villena. El 27 era Miércoles de Ceniza. En el resumen que hago de mi vida, dejo escrito que, por naturaleza, tiendo al polifacetismo. Me atraen las artes, pero por este orden: música, poesía, pintura, escultura, arquitectura y las artes escénicas. De las ciencias decía que, por orden, la teología, filosofía, historia, política, medicina y astronomía. Me gustan los paisajes montañosos, el mar, los días grises, la lluvia y la tormenta, pero no me agrada el viento.
En el campo espiritual tengo dos tendencias igualmente fuertes y atrayentes: el apostolado y la contemplación. Cuando te das a los demás, echas de menos el trato con Dios; cuando oras, te das cuenta que debes trabajar por los demás. La preocupación constante, que ya dije antes: la presencia de Dios; creo que vivirla es el “gran secreto”. Pienso que mi gran defecto es creerme inteligente, y mi gran vicio la tendencia a lo placentero. De uno y otro, escribo, nacen mil reacciones, pensamientos, palabras, etc…, que demuestran mi terrible distancia respecto a la perfección. No me creo capaz de hacer un pecado voluntariamente, pues no hay nada que me repugne tanto. Me autodescubro una tendencia muy destacada a espiritualizar. Y desde ese aspecto, todo me atrae o lo rechazo.




Sombras y esperanzas

Entre tanta gente que me visita –estamos ahora en marzo del 74- no faltan los testigos de Jehová, los evangélicos y los jóvenes con toda clase de problemas. El día 11, aniversario de mi ordenación sacerdotal, inicio un cursillo sobre Oración. Me toca dar las lecciones “la oración en el Antiguo Testamento”, “la oración en el hogar”, “la vida de oración” y “oración y vida ascética”, con que se cerró el cursillo –día 21-. Tres días más tarde, en compañía de más de cuarenta sacerdotes y religiosos, efectué la Jura de Bandera en el campamento militar de Rabasa (Alicante). Y, al día siguiente, comienzo una nueva serie de charlas sobre el sacramento de la Reconciliación.
Entre las visitas recibidas, hay dos muy pintorescas. Un hombre de raza gitana acompaña a su hijo, que desea casarse con una joven paya. El padre no estaba dispuesto. Pero, al final, se casaron en la parroquia donde yo ejercía de coadjutor, en san Antonio de Alicante. 
La otra visita, en cambio, era de un viudo alegre y una joven gitana, que aún no estaba bautizada. El hombre pretendía que la bautizara, esa misma tarde, para casarse con ella. Se trataba de un alcohólico, que terminaría en el manicomio o en el cementerio. 
El 2 de abril, en la nota final que solía hacer, cada día, como reflexión, escribo lo siguiente: “Dios mío, ¿qué quieres de mí? Ser franciscano oficialmente no agota mi entrega, mi disponibilidad en tus manos. Haz de mí, Señor, cuanto gustes. Pero házmelo ver claro. Hazlo, Señor. Ilumíname. Concédeme sabiduría”. Creo que, aún sin darme cuenta, ya iba abriendo nuevos y desconcertantes caminos en mi vida. 
Al siguiente día, inicié una tanda de ejercicios espirituales en la Residencia “Stella Maris”, para el 7º curso de EGB del colegio de las franciscanas. Y, el día 9, inicio una serie de charlas para las jóvenes “difíciles” de la Residencia de las Oblatas. Este mes de abril, que fue el de Semana Santa, resulta agotador en mi vida. Es muy difícil imaginar que cualquier otro sacerdote tuviera tanto quehacer, tanta gente a la que escuchar y orientar. Me doy cuenta, leyendo mis propios escritos, que mi vida  estaba llena de sentido y de entrega generosa. Estoy seguro que, el día que decidí casarme, era en pura coherencia con toda mi vida anterior.
Ya en mayo del 74, con motivo de una visita a casa de un matrimonio que tiene problemas con la suegra –la madre de ella-, le preguntan: “Cuál es su suegra?” Y respondí: “la mía es múltiple: mi egoísmo, mi falta de oración, mi poca entrega”. Dos días después, el 7, recibo la visita de una señora cuyo marido hace lo que le da la gana. Me preguntó si pensaba que la culpa era de ella. Y le contesté: “Señora, si usted no lo sabe…”
Dado mi sentido del orden y de la disciplina, y a pesar de las muchas tareas, mis días se parecen como dos gotas de agua. Pero, el día 14 de mayo, dejo constancia de un sueño en el que, abrazado a Jesús crucificado, me parecía que ya no tocaba más la tierra. El 9, voy a la leprosería de Fontilles para asistir a la clausura del cursillo que allí hicieron treinta y cinco leprosos. ¡Esos son, también, el Cristo crucificado! El día 25 recibo una llamada: “Padre, te llamo para despedirme. Me voy a suicidar”. Era una joven de 19 años. Gracias a Dios, todo quedó en un susto. Al día siguiente volvió a llamar para decirme que no deseaba irse al otro mundo. 
Antes de marchar a América, el P. Fermín me dejó un coche SEAT-850, de color rojo, para que lo usara en mis viajes y, luego, hiciera lo que quisiera con él. Efectivamente, como no era un vehículo muy apropiado, entonces, para un franciscano, lo vendí a un joven alicantino por treinta mil pesetas, el 28 de mayo. Ese mismo día, un hombre amigo, que estaba preocupado por dos sueños que había tenido casi seguidos, me visitó: “Mientras andaba –me dijo- por el camino, sentí sed y me acerqué a un riachuelo de aguas cristalinas y frescas, y su murmullo era una voz que decía: Dí al padre Alfonso que corte”. “Que corte ¿qué?”, le contesté. Y el buen hombre no supo qué respuesta darme. Por la noche cenamos juntos en su casa.
El 7 de junio del 74, recibo la visita de una joven maestra, de 25 años, que tiene segura su vocación religiosa. Tiempo después, ingresó en el Carmelo de Manises (Valencia), llegando a ser abadesa. Una terrible enfermedad la llevaría a la extirpación de sus pechos, poniéndose así, al borde de la muerte. Yo, que siempre me interesé por esa comunidad carmelita, supe de su traslado a la de Godelleta (Valencia), donde fallecería santamente.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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