Capítulo XIII
Bajo la luz de Fray Cándido
Acompañado de dos amigos de Alicante, voy a Aspe, y, entre los días 18 al 20 de junio del 74, pronuncio en su Ateneo tres conferencias sobre el matrimonio: “el matrimonio en el pensamiento divino”, “el matrimonio en la enseñanza de la Iglesia” y “el matrimonio como seguimiento a Jesucristo”.
El día 24, muere la madre de una joven, que, antes de morir en el sanatorio, decía que era imposible que su esposo se confesara. Pero se confesó cuando murió su esposa. Fue enterrada, al día siguiente, en Torrevieja, y yo celebré el funeral.
El 3 de julio, una de las chicas madrileñas, a las que di ejercicios espirituales en las Clarisas de Sisante, me visita y me lleva la tesis con la que ha sacado la licenciatura en teología: “Aspectos de la relación vida religiosa-vida del mundo en las Clarisas españolas.
A veces, yo mostraba una dureza inusual, como cuando me visita una joven novia, el día 5 de julio, a quien prometí no casarla en mi iglesia, si no cambiaba su actitud respecto al sacramento que iba a recibir. Por otro lado, y para salvar a un hombre de ir a la cárcel, me presenté en Onil, en casa de un amigo empresario, para pedirle, nada menos, doscientas cincuenta mil pesetas, que ese presunto reo precisaba. Y me las dieron. Desgraciadamente, éste no cumplió la promesa de devolverlas, y tuve que recurrir a mi madre para que no quedara mal ante el bienhechor de Onil.
El día 18, coincidiendo con el inicio del novenario que los jumillanos dedican a la “abuelica” santa Ana, llevé a ese monasterio franciscano a un equipo de matrimonios de Alicante. La suerte fue el prolongado diálogo que aquellas personas mantuvieron, nada menos, con Fray Cándido Albert –para mi, “san Cándido”-. Su plática, que abarcó muchos temas, fue un prodigio de sencillez. Seis días más tarde, y con motivo de volver a Jumilla para hacer mis ejercicios espirituales anuales, escribí: “Sólo el estar aquí, en este lugar habitado en el pasado por tantos santos religiosos, es continua invitación al encuentro con Dios, el olvido total del ajetreo alicantino, a la paz, descanso, silencio y meditación”. Allí me quedé hasta el 30 de julio. En esos días, algunos alicantinos se acercaron a orar y a hablar con Fray Cándido, a quien, esos días, yo ayudaba en la cocina y lavandería. Lo hacía por escucharle. ¡Qué pena no conservar escritas esas conversaciones! De no haber olvidado las palabras de Fray Cándido, ¿habría dado el paso que dio el 26 de noviembre de 1977? ¿O fueron esas palabras las que me iluminaron en esa decisión? ¡Misterio!
Escribo, el 5 de agosto del 74, que, para quien diga que no sabe rezar, bastaríale meditar sobre el tiempo perdido en su vida, pues de esa meditación podría sacar horas de diálogo con el Señor.
En el despacho de la parroquia de San Antonio de Alicante, yo tenía una radio-casette, a través de la cual escuchaba y grababa música clásica. Conservamos una foto en la que estoy sentado, escribiendo, y tengo a mi derecha la antedicha radio. Sobre la mesa, los libros, papeles, una máquina de escribir, un calendario de mesa, el teléfono, la revista “Vida Nueva”, y un cenicero de cristal, por si alguno de los que entraban a verme era fumador. Jamás ha fumado ni me gusta beber.
El mes de septiembre del 74 lo comienzo en Teruel. Me presenté allí con otros religiosos para asistir a la profesión simple o temporal de algunos novicios. Allí atiendí varias visitas y me acerqué al pueblo bellísimo de Albarracín. Este iba a ser mi mes de vacaciones. Lo pasé entre la ciudad aragonesa, Cehegín, Hellín, Peñafiel, Salamanca, Badajoz, Huelva, Sevilla, Córdoba, Jaén y Albacete. Estando en Cehegin varios matrimonios alicantinos me visitaron; con ellos, hice una convivencia en la casa del molino de la huerta, que Franco, mi cuñado, tiene a disposición de quien la necesite.
El día 10, participé en la misa solemne. Y fue, ese mismo día cuando tuve que dirigir la Banda de Música, tanto en la corrida de toros como en la Procesión de la noche. Es más, el día 12, dirigí la misma Banda en el concierto que dio, en los jardines del Convento, interpretando diez piezas selectas. Del 16 al 27, acompañado de mi madre, y para que ésta conociera algo más de España, hice un largo viaje. Es de destacar la visita que, de paso, hicimos a El Pedroso, para estar un rato en el diminuto convento alcantarino de El Palancar. Casi siempre me hospedaba en conventos de monjas, siendo muy peculiar la visita realizada a las Clarisas de Salamanca, a las que hablé en plena comunidad.
Sensibilidad social
El mes de octubre del 74, ya estaba de nuevo en mi residencia parroquial de Alicante. En la primera quincena haría una nueva actividad: dar clases de música en el colegio de san Antonio. El día 12, vuelvo a Cehegín para buscar cocinera del convento y portero del colegio. A Alicante llevé a sus paisanos Cristóbal y Clara, un joven matrimonio, que resultó ser excelente en su doble cometido al servicio de la comunidad franciscana. Veinticinco años más tarde, cuando ya este matrimonio está de regreso, y jubilado, en Cehegín, tuvieron la enorme desgracia de perder a dos de sus hijos en sendos accidentes de carretera, casi en el mismo tramo y con muy poco tiempo de diferencia.
Escribí que, el día 23, conocí un millonario que decía tener sólo tres vicios: la pesca, la caza y las mujeres. Sobre todo, esto último. Y que lo decía como si se apuntara voluntariamente al infierno. Poco después, el 27, yo hice de mí mismo este sencillo examen: “Pensando lo canalla que podría ser, me creo algo bueno; pero, comparándome con cualquier santo de la Iglesia, me veo verdaderamente horrible”. Con el mes de octubre había vuelto la vida normal, es decir, ajetreada: cursillos, visitas, charlas, misas, confesiones, salidas a los pueblos, atención a los matrimonios, lecturas, clases… Todo había recuperado su tiempo y su lugar.
Ya en noviembre hice una visita a Albacete. Era el día 5. Allí vi a un niño de unos siete años, enfermo de cáncer de intestino. Desesperadamente le han de llevar a Madrid. Quedé muy impresionado. Y más lo estaría cuando, al volver ese mismo día a Alicante, me encuentro la carta que un joven me deja en el confesionario. Era un joven de 15 años. En ella devolvía un dinero, importe de unos libros que había robado tres años antes. Y se despedía así de mí para, luego, suicidarse, si Dios no ponía su mano providente en tan grande despropósito. Me hice de piedra. Sólo pudo rezar: “Señor, ten piedad de ese joven”. Al día siguiente, acompañado de mi madre, que fue a verme desde Cehegín, recorrí las librerías indicadas, devolviéndoles el dinero del joven desesperado. Mi madre había ido a verme para dejarme el dinero que había que devolver al hombre de Onil, prestado para impedir la cárcel del hombre del que hablé más arriba. No quería mi madre que el padre Alfonso se viera en el feo de haber dado la cara por quien no podía o no quería devolver el dinero prestado. Y es que mi madre era una mujer de categoría.
El 22 de noviembre di una charla en el colegio “Virgen del Remedio”, para 160 chicas, manteniendo después con ellas un breve diálogo. Es por este tiempo cuando ayudo a las religiosas franciscanas de la Purísima a revisar sus propias Constituciones. El 30 de noviembre inicio la predicación del novenario a la Inmaculada. Ya en diciembre del 74, participé en el 138 cursillo de cristiandad, dado para hombres en Alicante. Se desarrolló del 6 al 8. A mi me tocó dar las meditaciones de las mañanas: “las miradas de Cristo”, “la figura de Cristo” y “el mensaje de Cristo”. La clausura, como siempre, se celebró en el colegio de los Salesianos.
Dos días más tarde, en ese mismo colegio, asisto al entierro del sacerdote Isidro Albert, primo hermano de Fray Cándido –“san Cándido”.
Al acabar 1974, constato que he tenido más trabajo, más atención a la gente, más correos y llamadas telefónicas, más viajes…, que el pasado 1973. Pero dudo de que haya tenido más contacto personal con Dios. Es este el deseo con que aspiro a comenzar 1975.
Para alabanza de Cristo. Amén.