Desde mi celda doméstica
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domingo, 7 de junio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Decimocuarto)



Capítulo XIV


Nuevos horizontes

Empiezo 1975 en Cehegín. Desde allí saldré con mi madre Maravillas y una hermana mía hacia Teruel, donde, el día 3, casaré a unos amigos. De Teruel pasamos a Madrid, a la calle López de Hoyos 120, donde recibiría a la juventud conocida y a otras jóvenes por conocer. Entre estas, a la que, años más tarde, sería mi esposa. Antes, sólo la conocía por teléfono y por carta, cuando ella trabajaba en una empresa muy importante de maquinaria de obras públicas, junto a una amiga de ambos que, luego, se haría médico. Escribí por primera vez a mi futura esposa con motivo de la muerte de su padre Manuel, el 4 de noviembre de 1974. Pero no nos conociemos personalmente hasta el 4 de enero de 1975. El día 6, ya estaba de nuevo en Alicante.
Por este tiempo, y debido a mis amistades en Telefónica, pude ponerse en contacto con gente muy dispar y de sitios muy distintos y alejados: América, Japón, Inglaterra… El teléfono fue un vehículo apostólico y humanizante. Si alguna vez me canonizaran, bien podrían hacerme patrono de la telefónica. No siempre comprendido por mis compañeros de comunidad, el teléfono fue para mí un medio extraordinario para hacer el bien. Desde mi visita última a Madrid, se intensificarían las llamadas. Por lo demás, enero del 75 estuvo pleno de vida parroquial.
 Aunque yo  hablaba frecuentemente con mi ella, mi preocupación era exclusivamente religiosa. Yo pensaba que ella debería ingresar en un convento, pues la veía con serias tendencias a la vida religiosa. Pero no parece que ella lo viera de ese modo. Y es yo, que me pasaba horas enteras hablando con las monjas de clausura, como el día 12 de febrero con las Clarisas de Orihuela, no me pasaba por la cabeza ningún tema digno de hablarse, más que el tema del seguimiento a Jesucristo. Hoy, ya casado y con tres hijos mayores, no me apetece hablar más que de las cosas de Dios, o de música. Este es un dato muy importante para entender el proceso de mi vida. Pocos hombres habrá que sean capaces de mantener los combates que yo tuve que realizar a partir, principalmente, de 1977. Pero no debo adelantar acontecimientos. Ahora estamos en febrero de 1975.
El día 14 me sucede algo muy curioso. Una anciana enferma me vio -¿en sueños?- y mandó llamarme, porque decía que le había prometido ir sin dilación y a pesar de las muchas escaleras. Efectivamente, fuí, me reconoció y se confesó. La ungí con el óleo de los enfermos y le di la comunión. El día 21, atiendí a una enferma del barrio de La Florida, que padecía depresión nerviosa desde años atrás. La tranquilicé. El permanente contacto con los enfermos despertó en mí una especie de vocación hacia la medicina. Siempre creí que, siendo sacerdote y médico, mi labor con la gente sería doblemente eficaz. Más adelante hablaré de este asunto.
El 23 de febrero marcho a Carcagente, en cuyo convento de claretianas como y recibo a las veintiséis jóvenes de 6º de bachillerato, con quienes me trasladé al teologado de los dominicos de Torrente, donde les daría ejercicios espirituales entre los días 24 y 26 del mes. Igualmente, entre los días 3 y 5 de marzo, daría ejercicios espirituales, en Alicante, a las niñas de 8º de EGB, del colegio “Virgen del Remedio”. 
El 8 de marzo estoy en Madrid, haciendo una boda en la Parroquia de la calle Delicias. Estuve, también, en el Equipo Quirúrgico de la calle Montesa y en el Hotel Sideral. Por cierto, en el Equipo Quirúrgico había una pareja de la Policía Armada –hoy llamada Policía Nacional- que custodiaba a una joven que, al dar a luz a su hijo, lo descuartizó. Era una pobre enferma.
El día 13 di un retiro espiritual en el Stella Maris de Alicante, a la escuela de dirigentes de cursillos de cristiandad. Al día siguiente, en el casino de Onil, una charla sobre “la familia nueva del mañana”. Entre los días 20 y 22 de marzo, di ejercicios espirituales para matrimonios, en la Parroquia de Benalúa. Y, será a partir del 26, cuando di ejercicios espirituales a las religiosas franciscanas de la Purísima de Alicante. Al día siguiente, que era Jueves Santo, doy un retiro en Alicante a unas carmelitas de Orihuela, como preparación al triduo Sacro. Frente al Monumento eucarístico, escribí una sentida reflexión.
El 5 de abril, unos amigos me llevan a la base aérea de San Javier, para asistir a la jura de bandera de unos tenientes médicos, entre los que se encuentra un hijo de esos amigos. El día 8 hablo con Madrid -¡lo hacía tantas veces!-. Luego, escribo: “Dios mío, esa chica necesita tu fortaleza. Si no consigues que personas así se te entreguen de por vida, ¿qué harás con las rebeldes? Pero Tú, Señor, sabes lo que has de hacer”. Me refería a mi futura esposa. El 12 de abril, en su propio cuartel, confieso a los agentes de la Policía Armada. Y unas enfermeras me aconsejan que estudie medicina. El día 20 y 21 estoy de nuevo en Madrid, en Arganda-La Poveda. Aquí se celebra el ingreso al Noviciado de una joven alicantina para ser franciscana misionera de María. Está presente mi futura esposa, con quien paso la tarde “en alegre y santa compañía”. Me preguntaba hacia dónde ella se encaminaba y cómo podría ayudarla. De vuelta a Alicante, visito a las carmelitas de Manises y a las claretianas de Carcagente.
El 8 de mayo del 75 se celebraba la festividad de la Ascensión del Señor. Di la primera comunión, en mi Parroquia de San Antonio, a veintiocho niños y niñas. El día 10, debí encontrarme algo delicado. Me visitó el médico y me midió la tensión. Tenía 10´5 de máxima y 6 de mínima. Esa es la tensión que ahora quisiera tener, pero los años y los kilos no me lo permiten. Hablando de “comuniones”, el día 14 de mayo di la primera eucaristía a una joven de 22 años, cuyo padre sólo la había enseñado y educado para trabajar. El 16, moría en mi comunidad alicantina un religioso de 91 años. Había sido un confesor infatigable. Inmediatamente, avisé al obispado y a los familiares, y a los conventos de la provincia seráfica de Cartagena. Se personaron en el entierro, al día siguiente, el señor obispo de Alicante, Pablo Barrachina, y quince sacerdotes. Dirigí los responsos y la despedida del cadáver.
Los días 3 y 4 de junio, se celebra la visita provincial. El padre Provincial habla conmigo sobre la vida de comunidad. Aquél insiste en el valor principal de ésta; yo, en el del sacerdocio y entrega a los demás. No me oponía a la vida religiosa, yo, que tanto trabajaba por que la tomen las almas predilectas, pero mi vocación personal está marcada más por el sacerdocio. Y me doy cuenta, una vez más, de que fue un error ingresar en el convento. Podía haber sido simplemente sacerdote, un cura de pueblo,, un sencillo cura rural. Y le pido al provincial me permita estudiar medicina y teología espiritual. 
El 9 de junio, en la clausura del cursillo de cristiandad para hombres, habló Fray Cándido Albert. Yo asistí. El 13, festividad de san Antonio de Padua, termino la predicación de su novenario explicando la parábola del sembrador. Cuatro días después, el 17, salgo hacia el Noviciado que las misioneras franciscanas de María tienen en La Poveda-Arganda, a 23 km. de Madrid por la carretera de Valencia. En el “diario” que escribo ese año, tengo un esquema muy desarrollado de los ejercicios espirituales que allí dirigí. Estando soltera mi esposa, asistió a alguna de aquellas charlas. Eso hacía que mi yo creyese en que ella, por fin, ingresaría en un convento. Pero me equivoqué. Aproveché mi estancia en Arganda para asistir, el 19, a la reunión convocada por el polémico obispo auxiliar de Madrid, Alberto Iniesta, en Morata de Tajuña. Allí se celebró la famosa “asamblea de Vallecas”, suspendida el 15 de marzo por orden del Gobierno.
El día 24 de junio, XXV aniversario de mi Primera Comunión, las franciscanas me despertaron con cantos populares y me regalaron un pequeño e infantil detalle. Aquél día, de 1950, había pedido al Señor ser un día sacerdote. Hoy le pedí me ayudara a ser un santo sacerdote o morir. El 27, concluidos los ejercicios espirituales, marcho a Cehegín, deteniéndome en Albacete y Hellín. En Cehegín, el 29, doy la primera comunión a unos niños, entre los que se halla un sobrino mío. El 30 de junio ya estaba de nuevo en Alicante.




Un nuevo destino

Julio del 75 lo empecé mi  administrando los sacramentos a una anciana moribunda. Pero, el día 2, partí en tren hacia Lourdes. Pasamos por Valencia, Teruel, Zaragoza e Irún. En el tren atiendo a los enfermos y hablo con los enfermeros y enfermeras. El día 3 ya estaba en ese bello rincón de Francia. Me hospedo en el Hotel Esplanade. Concelebro la santa misa, por la tarde, en la basílica del Rosario, con cuarenta sacerdotes españoles. Tres actos importantes se desarrollan al día siguiente: la Eucaristía, presidida por el obispo, el ejercicio del Via Crucis por el monte y, por la noche, la Hora Santa en la basílica del Rosario. El día 5 fue la Misa de los Enfermos y la solemne Procesión del Santísimo. Por la noche, la procesión de las antorchas. El día 6 sería el regreso a España; pero, por la mañana, en la basílica de San Pío X, concelebramos la santa misa trescientos sacerdotes de todo el mundo y ocho obispos. Había más de veinticinco mil fieles dentro de la misma. El regreso a Alicante se hizo bajando por Irún, San Sebastián, Pamplona, Zaragoza, Teruel y Valencia.
El día 15 de julio, con el apoyo económico de un amigo, me matriculé en el CEU del primer curso de medicina. Pero el padre Provincial me expresó, el día 21, que los estudios de medicina me los permitiría en América, no en España. El tema, pues, no estaba nada claro y, por fin, desistí de estudiar medicina.
Es el 7 de agosto cuando, hablando con el Señor, escribo: “Anoche estuve pensando sobre lo que Tú querrías de mí en un próximo futuro”. Algo se vislumbra en el horizonte de mi vida, aunque yo continué todo el mes de agosto del 75 como si nada pasara, entregado de corazón a mi labor pastoral, supliendo las vacaciones del párroco de san Antonio de Alicante. Entre la muchísima gente que se acerca al despacho, un joven alcohólico me visita el día 19: “Quiero hablar con usted, pero no trate de convencerme”. Si bien es verdad que tengo una reconocida capacidad de convicción, en mí lo más atrayente para los demás era mi capacidad de escuchar y mi paciencia, mi adaptación con el interlocutor. Esto, en aquella época, me hacía casi irresistible.
El 21 volví a hablar con el Provincial, y el 23 expliqué a los matrimonios alicantinos mi posible decisión para el próximo año. Lo cierto y verdad es que el Provincial y yo hablábamos lenguajes muy diferentes. Así las cosas, iba a iniciar las merecidas vacaciones. Efectivamente, el día 1 de septiembre dejo de pertenecer jurídicamente a la Parroquia de san Antonio. Voy a comer a casa de una familia alicantina, y a cenar en casa de una familia de Elche. En Elche me van a dejar el vehículo para mu traslado en vacaciones. También voy a reanudar una de mis aficiones: escribir sonetos.
Voy, primeramente, a Cehegín. Tengo que hablar con mi gran confidente, mi madre. Siempre me entendió. Le habla de mis proyectos futuros, aún no viendo claro qué voy a hacer. He sido nombrado nuevamente “promotor de vocaciones”, mas no creo que pueda ejercer como tal. En realidad, voy a empezar la subida de un “calvario”, que nunca hubiera ni soñado. Me sostiene mi arraigada vocación sacerdotal y mi confianza en los brazos amorosos de mi Padre-Dios. 

Para alabanza de Cristo. Amén.

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