Capítulo XV
Preludio a un tiempo crítico
El 3 de septiembre de 1975 hablo con los frailes de Cehegín sobre vida religiosa, franciscanismo y sacerdocio. El 4, salgo de viaje hacia León, acompañado de mi madre y de un sobrino de 5 años, para casar a unos amigos. Pasamos por Elche, Alicante y Madrid. Cerca de Albacete, pincha el coche que me han dejado y nos atienden agentes de la guardia civil. En el noviciado de La Poveda nos hospedamos esa noche. Aprovecharía por comunicarme con mi futura, a quien confieso y, por cuya conversación, bien lejana de toda referencia al matrimonio, dí gracias a Dios. A la mañana siguiente, día 5, celebré la misa para las misioneras franciscanas, y partí hacia León, pasando por Madrid, Arévalo, Medina del Campo, Tordesillas, Villalpando y Benavente. En León, tras saludar a la familia de la novia, me hospedo en Hotel Asturias. A las 7 de la tarde del día 6, en la iglesia de Jesús Divino Obrero, uní en matrimonio a la joven pareja. El banquete se celebró en el Hostal San Marcos. Aproveché la jornada para acercarme al santuario de la Virgen del Camino, patrona de León.
Al día siguiente, 7, el viaje fue desde la capital leonesa hasta Foz, en la cornisa cantábrica. Al pasar por Covadonga, me detuve. Dos jóvenes me pidieron confesar. En Foz me hospé en casa de las religiosas franciscanas de la Purísima. Yo y mi madre y sobrino pasamos todo el día 8 en Foz, pero tuvimos tiempo de visitar la catedral de san Martín de Mondoñedo cuyo párroco explicó con todo detalle los pormenores de aquella joya del arte arquitectónico. El día 9, haría de un tirón el viaje de regreso, desde Foz hasta Cehegín, más de mil kilómetros. Pasamos por Mondoñedo, Lugo, Astorga, La Bañeza, Benavente, Zamora, Salamanca, Ávila, Toledo y Albacete.
En Cehegín, el resto de las fiestas en honor de la Patrona, participando en las procesiones de los días 10 y 14. El 12, di la primera comunión a la hija pequeña de mi hermana mayor. Y el 13, me acerco con mi madre al monasterio de Clarisas de San Clemente (Cuenca). Hablamos de mi futuro. Vueltos a Cehegín, hablo con el, entonces, rector del colegio seráfico, con quien acuerdo una conveniente estrategia vocacional para futuros “seráficos”.
Breve visita a Elche y a Alicante. Busco la luz. Los amigos me ayudan como saben, principalmente, orando. Y vuelvo a escribir al padre Provincial presentando la renuncia de mi cargo de promotor de vocaciones. Mi madre era sabedora de todas mis preocupaciones. Y yo llevaba en mi corazón el dolor de no encontrarme contento entre los frailes. No me sentía religioso, pero siempre me sentí y me siento sacerdote. A Cehegín llama mi futura esposa cuya conversación es un misterio. Seguramente, sin trascendencia. Y del 19 al 29 de septiembre, voy a realizar un nuevo y largo viaje. Y, una vez más, acompañado de mi madre; y de un Hermano lego franciscano y, hasta Teruel, también de mi hermana pequeña. Vamos hasta Lourdes. La Virgen tendrá que hacer lo que los hombres no saben: comprender y orientar.
A Teruel llego, tras detenerme en Albacete y Cuenca. Aquí, en Cuenca, visito a las monjas concepcionistas. En Teruel, el Hermano lego y yo nos hospedamos en el convento franciscano. Ellas, donde una familia amiga. A Pamplona llego el 20 de septiembre. Antes, había parado en Zaragoza para rezar a los pies del Pilar. Ya en Pamplona, mi madre se hospedó en el convento de las franciscanas misioneras de María. Nosotros en la capellanía de dichas religiosas. En Pamplona pasamos el día siguiente, 21, acompañados de un padre franciscano, que nos llevó por la mañana al parque, a la catedral, al museo diocesano, al museo de Navarra, a la universidad y al monumento de los mártires de la cruzada; y, por la tarde, al monasterio de Leyre, al castillo de Javier y a santa María de Sangüesa. Acabamos el día hechos polvo. El día 22 llegamos a Lourdes, visitando, antes, Roncesvalles –la colegiata y el sepulcro de Sancho el Fuerte-. En Lourdes nos hospedamos en las franciscanas misioneras de María. Casi tres días estuvimos allí. “De Lourdes, no me acuerdo de nada que no sea Lourdes”. La pensión de los tres costó 273 francos.
De vuelta a España, me detengo en Leiza, porque allí vive el matrimonio que casé en Teruel el 3 de enero. En la parroquia de Leiza celebro la santa misa. De Leiza, el 26, fuimos hasta Peñafiel, pasando por Vitoria, Burgos y Aranda de Duero. En Peñafiel nos hospedamos en el monasterio de las Clarisas. Al día siguiente, llego hasta La Poveda-Arganda. Una vez más me entrevisto con quien sería mi mujer.
Mientras este viaje transcurría, parece que unos hombres de Alicante fueron a hablar con el padre Provincial, para que no me llevaran de allí. El Provincial les habló ensalzando mi persona pero no consiguieron nada. El último día de septiembre, recibo la esperada carta del Provincial. Como si de una oración se tratara, dejo escrito en mi “diario”: “Este es el último día de un trienio. Por cuanto en estos tres años ha pasado de agradable o desagradable para mí, ¡gracias, Señor! Sabes perfectamente con qué grado de oscuridad, de búsqueda, de ansia de ser de Ti, comienzo el nuevo trienio. Tú sólo sabes qué me espera en estos próximos mil días. Yo quiero que sean mil actos continuos de amor a Ti y a tu Reino”.
Crisis en España
El 1 de octubre de 1975, regreso a Alicante. Mu madre, al despedirme, empezó a llorar, temiendo que su hijo sacerdote pudiera dar algún paso en falso. Yo la consolé y partí hacia la ciudad en la que tan intensamente había trabajado durante tres años. Tenía que preparar la maleta y despedirse de mis amigos, pues mi nuevo destino, según la carta del Provincial, era el convento de La Merced de Murcia, junto a la universidad. En Alicante estoy hasta el día 13. Van a ser días intensos. Incluso el día 4, festividad de san Francisco de Asís, iré a la toma de hábito, en el Carmelo de Manises, de aquella maestra que un día me visitara para confirmarle su decisión de ser monja carmelita. Cuando, ese mismo día, regrese a Alicante, me encontraré carta de mi futura esposa.
Al día siguiente, 5, fuí a la isla de Tabarca, cerca de Alicante, para ayudar en el confesionario a un padre franciscano. Era la primera vez que subía a un barco, y me impresionó. Y, a otro día, me tuve que presentar en el CEU, para retirar la matrícula de medicina, ya que, de momento, no podría realizar unos estudios que me hubiesen salido gratis. Gran parte del equipaje lo llevé el día 10 a Murcia en un Reanault-16, propiedad de un primo hermano mío. Sudé la gota gorda descargándolo yo solo en el convento de Murcia. Vuelto ese día a Alicante, seguí llevando mi vida normal de parroquia. Incluso bauticé a siete niños en la festividad del Pilar.
El día 13 de octubre, llegué al convento de Murcia. Tras presentarme a la comunidad y al padre Provincial, me instalé en el piso tercero, en la celda n.4, que era sencilla y amplia. Tenía las paredes pintadas de verde claro. Una gran estantería para libros. Un pobrísimo armario para la ropa. Una mesa grande y una cama. Como pasaba en Alicante, desde Murcia me moví a los pueblos más o menos próximos: Cehegín, Caravaca, Mula… Leí el libro de Mons. Pellegrino: “Verus sacerdos”, sobre la experiencia y pensamiento de san Agustín. Desde allí, siguí haciendo de “buen samaritano”, llevando a los demás frailes a otros pueblos. Trabajo en el campo de la promoción vocacional, sirviéndome, incluso, de la revista franciscana “Iglesia Hoy”, y enviando circulares a religiosos, religiosas y fieles.
Aprovecho un viaje a Madrid, llevando a un religioso a la residencia Alvernia, de la calle Federico Rubio, 194-8º, para hablar y entrevistarme con la gente conocida. Con mi futura me acerco al noviciado de las franciscanas misioneras de María para celebrar la Eucaristía. En el camino mantengo una hermosa conversación. Yo escribiría esa noche, 20 de octubre: “Tú solo, Señor, sabes y puedes ayudarla de modo eficaz. Que no sea yo un estorbo. Que camine hacia Ti con la claridad de tu luz. Que no se vea en el ahogo del ambiente en el que se mueve. Que nadie se atreva a hacerle daño”. De vuelta al día siguiente, me detengo en las Clarisas y concepcionistas de Belmonte, San Clemente y Sisante. Y llego a Cehegín. El rector del Colegio Seráfico me pone al corriente de los seminaristas existentes y posibles. Del problema vocacional hice partícipes a los matrimonios de Elche, día 24, para que ellos colaboren en la medida de sus posibilidades. El 25, vuelvo a hablar con L, y escribo en mi “diario”: “Está muy animada, Señor, a que Tú hagas de ella cuanto sea necesario. Fortalécela e ilumínala”.
Como, por aquellos días, la salud del Jefe del Estado había entrado en situación muy crítica, lo reflejo en mis escritos. El 28 de octubre, estoy en Cuenca y me hospeda en las concepcionistas de la calle Puerta de Valencia, 4. Allí escribo diez cartas y paso la tarde atendiendo varias visitas. Todos los viajes organizados en estos días finales de octubre están enmarcados en la campaña vocacional. Uso el Dyane-6, aquel coche que se me compró, precisamente, para estos específicos viajes. Ahora, de color azul. El día 31 estoyen Murcia. Ayudo a bajar agua de Santa Catalina del Monte, hablo por teléfono con mi Flora, pues su hija “está mala de la garganta”, y visito en el sanatorio a Fray Cándido, con quien hablo largamente de las cosas divinas. Ese santo franciscano estaba en el sanatorio aquejado por el ácido úrico. Yo lo visitaría cada día.
Todo el mes de noviembre me dediqué a ir a conventos e iglesias por las provincias de Alicante, Albacete, Murcia, Almería y Granada. Estando en Murcia, la Misa la suelo celebrar en la capilla del sanatorio de San Carlos. En la iglesia de La Merced suelo dedicar gran parte de mi tiempo al confesionario. En Alicante y Elche, atiendo a los matrimonios. Lo tengo que hacer al caer la tarde, y bien de noche regreso a descansar a mi residencia de Murcia.
En el viaje a Granada me sorprende la muerte de Franco. Le dedico en el diario unas palabras que no rubricarían la mayoría de los historiadores. Pero es de comprender la gratitud de la Iglesia española hacia quien tanto hizo por ella durante cuarenta años. El 22, tomo nota del ascenso al trono del rey Juan Carlos I. El 23, del entierro de Franco en su tumba del Valle de los Caídos. Tumba que, acompañado de mi primer rector del Colegio Seráfico, visitaría el día 26 de este mismo mes. El 30 de noviembre, vuelvo a Alicante, invitado por el párroco de San Antonio de Padua, para predicar el novenario a la Inmaculada.
Es muy difícil reflejar lo dicho y hecho en este mes, que concluyo, como en todos los demás. Cualquiera que tenga acceso a mis escritos diarios se dará cuenta inmediatamente de que, una vida así, es difícilmente superable por el más entusiasta de los seguidores de Jesucristo.Voy a estar al menos hasta el 9 de diciembre en Alicante. El tema común de la predicación del novenario giró sobre la Fe y sus implicaciones. El día 8 hablé sobre María en el Nuevo Testamento. Fuí a predicar el novenario, pero el resto del día se parecía totalmente a la actividad que llevaba cuando, hace meses, era cura coadjutor de esa Parroquia alicantina. Incluso el día 7, hice un viaje a Hellín para casar a unos amigos en el Santuario del Rosario.
Ya en Murcia, tengo la suerte de escuchar, en la iglesia de mi convento, a una orquesta de cámara checa, compuesta de mujeres, que interpretaron a Vivaldi, Mozart y Bach. Salgo a distintas poblaciones: Cartagena, Santomera, Cehegín, Huércal Overa… En este último pueblo, y hospedado en casa de un sacerdote, doy una serie de charlas en el colegio de las claretianas. Allí estaré hasta el 18 de diciembre, en que regresé de nuevo a Alicante para atender a los equipos de matrimonios, que me regalaron un libro de “Concordancias Bíblicas”.
Pasando por Murcia, el 22 estuve en Almansa para suplir a un religioso que estaba enfermo. Hasta allí irán a verme desde Elche, y desde allí me desplazaré a Caudete para visitar a la familia de un compañero seráfico. En Almansa celebraré, el 24, la Misa de Gallo. Iré a Cehegín para felicitar a mi madre las Navidades, y regresaré a Almansa, donde, a causa del intenso frío, enfermo. Lo que no me impide ir a Albacete y a Alcalá del Júcar con unos amigos, o acercarme a El Palmar de Murcia, en cuyo sanatorio estaba gravemente enfermo el padre de un religioso. El año 1975 lo termino en Almansa. Esa última noche del año, escribo: “Señor, si no consigues hacerme mejor en 1976, haz, al menos, que confíe mucho más en Ti y que me deje en tus manos. Gracias”.
Para alabanza de Cristo. Amén.