HIJO PRÓDIGO
¡Qué bueno es el Señor, de quien me aparto!
Retornar a su lar ¡qué confortable!
¡Qué suave su llamar y qué inefable
ese amor tan temprano del que me harto!
¡Qué vano es el placer que yo comparto
tan lejos de su hogar, y qué envidiable
volver a oír su voz, su voz amable,
en medio de esta crápula de infarto!
Volveré de mi padre a la campiña,
contrito volveré a suplicarle
trabajar cual obrero de su viña.
Su abrazo me dará, y no la riña
que mi hermano mayor quiere mostrarle.
¿No es la envidia más fea que la tiña?
Alfonso Gil González
Madrid, julio 1991