Padre José Carrillo
Mi recuerdo del P. Carrillo está en la línea positiva de muchos de mis compañeros del Coristado Franciscano de Hellín, entre los años 60-63 del pasado siglo, cuando él era Guardián del Convento.
Tenía una voz sonora, grave y un tanto desgarrada, como si sufriera de pólipos en la garganta. Bastante grueso. Amante de la música y de la lengua francesa.
Eran los años en que acababa de inventarse la vajilla duralex. Nos reunió a la Comunidad para hacernos una demostración de que esos platos que parecían de cristal no se rompían si caían al suelo. Efectivamente, delante de todos, lanzó algunos y, oh asombro, vimos que no se rompían. Pero al tirar al suelo un tercero, se hizo añicos. En su santa ingenuidad, nos dijo que, efectivamente, o se rompían en miles de diminutos trocitos, o permanecían enteros.
Era un fraile de bondad natural, propenso a la sonrisa, y muy afable. Como yo era director del coro y cantaba medianamente bien, me tenía un aprecio especial. Años más tarde, morando yo en el mismo convento hellinero, nos pasábamos horas en la escucha de la buena música. Creía que mi oído musical era tan extraordinario, que antes desafinaría un piano. Yo se lo agradecía. Años más tarde, cuando él ya era un auténtico anciano, tuve ocasión de saludarle en el monasterio nuevo de nuestras Hermanas Clarisas. Aún se acordaba de lo que decía sobre, para él, mi prodigioso oído.
Lloré su muerte.
Resulta que, repasando la revista Alborada Seráfica, órgano del Colegio Seráfico de Cehegín, veo que el Padre Carrillo era su rector por los años 1945-1947. Solía escribir en la misma como tal Rector, siempre animando a los jóvenes a pedir a Dios el don de la vocación franciscana. Otras veces, agradece la situación de entonces como consoladora realidad presente. Al Colegio Seráfico, escribía, hay que ayudarle con la Oración, con la Propaganda y con la Limosna. Lo describe como foco de luz y mansión de seráfica alegría. Otras, se explaya en hablar de la Virgen Inmaculada. El artículo, publicado bajo el título “Quae est ista?” (¿Quién es ésta?), viene precedido de una bellísima fotografía de la Purísima de Salzillo, desaparecida en la luctuosa noche del 12 de mayo de 1931.
Es impresionante la descripción que hace del incendio que sufrió el Colegio Seráfico de Cehegín en los albores de 1946, en el que nadie sufrió daño por la visible protección de la santísima Virgen de las Maravillas. En el mes de marzo de ese mismo año, los seráficos le hacen un homenaje a su rector, el Padre José Carrillo, con motivo de su onomástica. Hace de cronista de esa efemérides el entonces seráfico Juan García Tortosa. El homenaje se realizaría en el comedor. Se colocaron diversos cuadros pintados por los mismos seráficos. En las paredes, palmas, ramos de olivo y de laurel, formando un formidable letrero que decía FELICIDADES. Todo ello enmarcaba un retrato del P. Carrillo. En nombre de todos, un seráfico pronunció un brillante discurso ensalzando la obra de su querido Rector, consagrado sin reserva al cuidado de todos nosotros, por lo que con razón se ha granjeado la estima y el afecto sincero de cada uno.
El P. Carrillo tenía un afecto especial por San Antonio de Padua, al que, citando apelativos de Papas anteriores, llamaba “doctor universal”, “arca del Testamento” o “martillo de los herejes”. Un día, el Padre Carrillo recibe una carta de Fray Antonio Ruiz, en la que le hace constar que un grupo de niños y niñas de Hellín, durante dos meses, han hecho una serie de limosnas espirituales a favor del Colegio Seráfico que regenta. Los niños hellineros de aquel año de 1946 se llamaban: Francisco Garcia, Manuel Hernández, Indalecio Picazo, José Hernández, Ricardo Sáez, Guillermo Martínez, Luis Martínez, José Rodríguez, Ramón Sáez y Anita Sáez.
Pero ese año pasaría el Padre Carrillo a ser Superior de la Residencia Franciscana de Albacete.
Alfonso Gil González