Desde mi celda doméstica
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miércoles, 29 de julio de 2015

CONCIERTOS ALFONSINOS N. 3






El Bolero de Ravel


Estamos en la sala de conciertos de la Filarmónica de Munich. El público la llena completamente. Hay expectación, porque el director es, nada menos, Sergiu Celibidache, que entra al hemiciclo ayudado por los propios componentes de la orquesta, pues apenas se sostiene en pie, a pesar de que no es demasiado mayor. Estrecha la mano del primer violín, como es de protocolo, y se sienta en una silla alta para dirigir el “Bolero” de Maurice Ravel. Se hace un silencio sepulcral y empieza el caja a marcar un ritmo acompasado que va a mantener durante los 22 minutos que dura la obra. 
La Filarmónica de Munich, plena, inicia el bolero con la melodía de la flauta que, van a repetir, uno tras otro, los demás instrumentos: el clarinete, el fagot, el requinto, el oboe, la trompeta con sordina, el saxo, el saxo tenor, el flautín y la trompa, el trombón, los violines etc… Mientras, la orquesta, acompaña al caja con un persistente pizzicatto. Poco a poco, la cuerda total se suma a la melodía, dando paulatina y ordenada entrada al resto de los músicos, hasta llegar a la plenitud sonora, a la apoteosis musical, donde lo simple –la melodía sempiterna- y la complejidad armónica estallan en un final asombroso, despertando uno de los aplausos más sonoros que yo haya escuchado nunca, mezclados de vivas y bravos al director, que se ve obligado a saludar una y otra vez y a levantar a los músicos para que, igualmente, saluden y sean aplaudidos. A Celibidache se le entrega un enorme ramo de flores, mientras la ovación se torna interminable. Ovación excepcional para un genial director, nacido en Rumanía en 1912 y, desgraciadamente, ya fallecido -1996-, que ha dado inmortal vida a este Bolero del compositor hispano-francés. Joseph Maurice Ravel, nacido en 1875 y finado en 1937, se ha hecho más famoso por esta pieza de estudio orquestal que por el resto de su importante obra, casi toda ella pianística, obteniendo el doctorado por la Universidad de Oxford. Pero de sus piezas para piano hablaremos en otra ocasión.



Alfonso Gil González



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