Desde mi celda doméstica
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miércoles, 15 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Cuadragésimo)



Capítulo XL


Cosmología y antropología

El padre Alfonso tenía una visión global y unitaria del Universo y de toda la Creación. Es más, el mundo no era algo creado simplemente, sino en continuo proceso providente de creatividad “ab aeterno”, es decir, desde que Dios es Dios, pues no era posible que el Sumo Bien no fuera difusivo desde toda la eternidad.”
Así que él jamás aceptó el maniqueísmo ni la dualidad como algo real. Mira lo que escribió el 22 de febrero de 1991: “¿Tiempo o eternidad? ¿Espíritu o materia? ¿Mundo o Dios? ¿Alma o cuerpo? Y así podríamos enumerar antónimos que no son tales. El maniqueísmo es pesimista. El optimismo es lo cristiano. Dios, vida, amor, verdad… Deja y olvida los antónimos de lo que es Uno y Omnipresente. Ni la muerte, ni el odio, ni la mentira… tienen entidad propia. No le busques a Dios un imposible contrincante.”
Y, sin embargo, su reflexión no queda en lo aparentemente etéreo. Siempre aterriza. Así, al día siguiente, escribe: “Vale quien sirve –se decía-. No. Vale quien sirve a lo que vale. Ni el dinero, ni el poder, ni la fama valen como para tener sirvientes. ¿Entonces? Sí, a veces, el consigue la cuadratura del círculo con su absurda actitud. Pero siempre será el hombre con minúscula, es decir, un hombre. Porque el HOMBRE… ¡eso es otra cosa!”
Erre que erre, el día 25, sigue desarrollando el pensamiento de lo concreto humano: “¿Uno fracasa por culpa de otro? Sería fácil hallar la solución. Uno fracasa por uno mismo. Donde hay orden de valores, cuando uno se entrega a la Verdad, cuando se vive la Libertad… ni fracasas, ni pueden los otros hacer que fracases. El problema está en ti mismo. Y en ti está la solución. Pero es más fácil decir que los demás impiden el ser tú mismo. ¡Y eso sí que es un fracaso!”
Lo que escribe el 26 de febrero es breve, pero ahí está: “Tu amor falla, o porque no es concreto o porque no es universal, que ambos aspectos se unen. Cuando se acentúa un aspecto, cuando se intenta medir, cuando se exceptúa a alguien, cuando buscamos acaparar…, al amor lo sentenciamos a muerte. Porque amar no es recibir, sino dar y darse, y darse sin medida”.
El día 27, se siente obligado a proseguir el tema del amor bajo otro enfoque, y dice: “El hombre es un ser vertical, como los árboles; mas, si no abre las ramas de sus brazos, más que un árbol parecerá un poste solitario al que nadie se acoge, ni para aprovecharse de su sombra. Si los abre, en cambio, al primero que alegrará será a su Creador, que lo hizo a su imagen.”
El 28 de febrero de 1991 era jueves. Se va a servir de las Bienaventuranzas para examinar su vida. Y deja escrita una de sus, para mí, más hermosas páginas: “Te estás acercando al medio siglo. Pero, ¿qué opción has hecho a favor de los pobres? ¿Cuál ha sido tu grandeza de alma o de ánimo? ¿Cuántas lágrimas has enjugado o evitado? ¿Hasta dónde ejercitaste la misericordia y el perdón? ¿En qué pulcritud mantuviste el corazón? ¿Qué aportaste a la paz? ¿Has sufrido por seguir a Cristo? No importan los años que tengas… si pasas el examen con NOTA.”
Al día siguiente, añade: “Por un poco de dinero faenamos noche y día. Apenas dedicamos tiempo a la búsqueda del “tesoro escondido” y de la “perla preciosa”. Y es que querer ser feliz es la mejor prueba de que no se es. Y no adviene la felicidad por caminos de faena, ni se halla en caja de caudales. Está en ti, está en mí. Escondidamente presente, para que se busque y se goce al mismo tiempo.”
Una vez más, es evidente en sus escritos la clara influencia del Evangelio. Es éste el libro que centró su vida diaria. Antes de seguir adelante, he de volver a resaltar los “sonetos” que va construyendo en estos días de finales del Invierno. Tras los que escribió sobre tema bíblico, inicia una seria de poemas de diversa índole. Así, hace sonetos a la fe, a la Revelación, a la Creación, al amigo, al pueblo que le vio nacer, e incluso a una revista científica, editada en el mismo pueblo con el nombre de “Alquipir”. Y uno, no sé por qué, se dejó inconcluso, escribiendo solamente el primer cuarteto. Lo dedica a ISRAEL:
Doce hijos nacieron del hebreo/Jacob, Israel, al que Dios nombrara./Doce tribus que en Pueblo se trocara/tras vencer del egipcio el forcejeo…
Y hay otra cosa que deseo reflajar. Como, por aquel entonces, dirigía el Centro Bíblico Católico, tiene apuntado en su diario los nombres y las iglesias que colaboraban en la difusión bíblica cada fin de semana, en cuya tarea se recorrió prácticamente toda España. De todas esas personas, sólo dejó escrito el nombre propio, sin apellidos ni apodos identificativos. Si alguna de ellas lee estas páginas, lo sabrá perfectamente, nadie más.



Construyéndose a sí mismo

El 2 de marzo de 1991, reflexiona sobre el amor de Dios, y escribe: “El amor de Dios usa todos los lenguajes: la palabra, el gesto, el signo, el dolor, la caricia, el silencio… Pero nada de eso sirve si no hay quien capte el mensaje. Dios, por tanto, no es un Dios mudo. Es preciso que el hombre use de todos los sentidos y, fundamentalmente, del corazón para ponerse en contacto receptivo con el Centro emisor que oriente su vida y su historia.”
Al hilo de esa reflexión, el padre Alfonso sigue diciendo, el 4 de marzo: “No es necesario creer para estar gordo y sanote. Al menos, los cerdos son una buena prueba. Pero, ¿acaso podrá el hombre a sí mismo encontrarse sin apoyarse en el Otro? La fe hace que el hombre sea hombre, simplemente. No es que el no creyente no sea hombre, claro que no. Es que está incompleto. La terrible cuestión es ésta: ¿Quién es, de verdad, creyente?”
Como ve el lector, al padre Alfonso le preocupaba lo sobrenatural, también, desde lo natural. Muchas veces le oí decir que los seres humanos no pueden menos que seguir a Jesucristo, aunque sólo fuera desde el punto de vista humano, como paradigma de la Humanidad.
En sus apuntes del día 5 de marzo deja entrever alguna situación incómoda experimentada en el trabajo. Seguramente, algún choque con la dirección administrativa.  Él saca de ello lo siguiente: “¡Hay que vender más! ¡Que todos los días comemos! ¡Déjate el apostolado a un lado! ¡No somos hermanitas de la caridad! Y así un día y otro… hasta que se colme el saco. Lo malo es que la avaricia es un saco roto. Jamás se llena. Y los que creen en la bondad, los que comparten, los que sólo tienen los pies en la tierra –pero no más-, se las ven y se las desean para hacerse entender en un mundo egoísta y materialista.”
Con el tiempo, llegué a entender por qué cambiaba de trabajo, dando la impresión de pasar por este mundo como por compromiso, y siempre preocupado de la construcción del reino de Dios. De no ser así, no se entendería nada de cuanto hizo, de cuanto habló y de cuanto dejó escrito. Sobre todo, de esto último, convencido de que “scripta manent”=lo escrito permanece. Si, algún día, se le veía tristón, deducíamos enseguida que ya estaba autoexaminando su vida, sus años que, raudos, pasaban sin haber conseguido lo que tanto anhelaba en lo más profundo de su ser. Rápidamente se sobreponía, convencido de que, a pesar de toda posible equivocación, su verdadero yo lo tenía anclado y seguro en el verdadero Ser…, y seguía luchando. 
Me parece que lo escrito al día siguiente, 6 de marzo, va en ese sentido: “Aprovecha cualquier ocasión para acercarte al hermano. Hazte prójimo suyo con cualquier excusa, por cualquier motivo que sea bueno para él. Si te buscas a ti mismo, aún cuando te “aproximes”, tu hermano sentirá una insalvable distancia. Y es que ha de ser verdad que amar a Dios y al prójimo es una misma actitud de fe.”
Leyendo lo que dejó escrito el 7 de marzo, me viene a la mente lo buen comunicador que era el padre Alfonso. Tenía una prodigiosa facilidad para expresarse verbalmente. Su palabra era atrayente a causa de su voz viril y musical a un tiempo, que llamaba la atención de cuantos le oían. Hombre de una cultura vastísima, su palabra era vehículo e instrumento adecuadísimo para la charla, el diálogo y la convicción. De haber tenido enemigos declarados, su palabra los hubiera vencido fácilmente. Dicen que sus sermones tenían un atractivo especial. Por supuesto, cantaba divinamente, con una voz de barítono de gran tesitura, cuyo timbre le salía aterciopelado y muy agradable. Y, sin embargo, nunca puso su palabra o su canto sino al servicio de Quien puso su vida misma. Era una renuncia a la riqueza y a la fama por lo que él consideraba como “lo único importante”. 
Pero, como digo, el 7 citado, dejó escrito: “No por mucho hablar se comunica mejor. Como no por mucho oír se escucha más. Lo fácil y frecuente es hablar y oír. Lo raro y difícil es comunicarse y escuchar. El mundo está lleno de voces y ruidos, y escaso de entrega y respuesta. ¿Por qué, pues, seguir pensando que Dios calla o que no escucha, cuando es el hombre el que tal hace?”
Ah, lo que acabo de trascribir me recuerda el aspecto moralizante que a todo sacaba. No era, en cambio, un leguleyo. Al contrario. Él nos decía, creo que citando a san Pablo, que “para el cristiano no hay ley”. Y es que sabía exactamente cuál era el sentido del ser humano, del mundo y de la historia. Eso le concedía una seguridad tal a su persona, y a su personalidad, que difícilmente se suele ver.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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