Desde mi celda doméstica
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viernes, 10 de julio de 2015

GRADOS DE PERFECCIÓN


GRADOS DE PERFECCIÓN


Como todo en la vida, la perfección del alma humana también tiene grados. Nadie nace santo. La perfección del hombre es un trabajo entre él y su Creador, que necesita tiempo. Para unos más largo que para otros, como suele suceder en el arte, en las letras o en las ciencias. Pero, desde luego, no se hace uno virtuoso sino a base de ejercicio.
El PRIMER GRADO DE LA PERFECCIÓN consiste en la huida de todo aquello que nos apartaría de conseguirlo.. Hay dos caminos, por decirlo así: el que tiende a recorrer el ego y el que nos marca la voluntad de Dios. Si yo he llegado a que, en ese cruce, siempre escoja el camino de la voluntad divina, y esto de manera pronta y fácil, entonces he conseguido el Primer Grado de la Perfección. Ya en este grado hay verdadera perfección, aunque no absoluta o total, si se unen en mi vida estas tres cosas: el conocimiento, el amor y el servicio de Dios.
El SEGUNDO GRADO DE LA PERFECCIÓN supone que realizo con prontitud y facilidad el esfuerzo necesario para no darle a mi ego la menos satisfacción que pudiera mermar el fiel cumplimiento de la voluntad divina. Los que están en este Segundo Grado llevan ya una sólida vida cristiana. Pero creedme si os digo que, entre el Primer y Segundo Grado hay un largo camino, pues el ego se encarga de disfrazar el propio gusto con capa de bien. Ciertamente, aquí no hay oposición frontal a Dios, pero sí el peligro de no ver con claridad a causa de lo que nos resulta satisfactorio. En este Segundo Grado, tocando ya el Tercero, el alma humana se debate, no entre pecados sino entre imperfecciones; porque, por un lado, todavía hay cierto dominio de lo humano y, por otro, afortunadamente, ya no hay desobediencia formal a la voluntad de Dios.
Pero no se puede adquirir el TERCER GRADO DE PERFECCIÓN si, en alguna medida, Dios ocupara el segundo lugar en nuestro pensamiento, palabra u obra humanos. Todavía existe suficiente apego a la criatura, que produce en nosotros la negligencia de un consejo o la infracción no pecaminosa de un mandato. Es decir, aún domina lo humano en algún aspecto, y ello es incompatible con la Perfección que supone el tercer Grado. Este Tercer Grado da por supuesto que Dios está plenamente colocado en el lugar preferente de mi vida y, por tanto, yo estoy relegado en todo al segundo lugar. Un acto de mi vida es perfecto cuando esta subordinación se realiza por completo, y el estado de mi vida es perfecto cuando mi existencia entera está coordinada así.
La perfección es un estado interior. No depende de institutos, reglas ni prerrogativas externas. La perfección tampoco está en el sacrificio, aunque, a veces, este sea necesario. No es él el que nos hace perfectos, sino el enderezamiento de toda intención, de suerte que mire siempre a Dios y su voluntad. Con otras palabras, la PERFECCIÓN ES EL AMOR VERDADERO, que de Dios procede y a Él se dirige en todo cuanto somos y hacemos.
No está mal la pregunta sobre en qué estado me encuentro. Pero, sea cual sea mi situación hasta el día de hoy, si quiero avanzar como ser humano tendré que hacerme esta otra pregunta: ¿Me sirve esto para la gloria de Dios?
Continuaremos en el siguiente capítulo dedicado a la SANTIDAD.

Alfonso Gil González

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