Desde mi celda doméstica
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jueves, 23 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Cuadragesimoctavo)




Capítulo XLVIII


Oración confiada y chantajista

El 13 de enero de 1993, el padre Alfonso apunta en su diario: “Gracias, Señor, por la primera fase que ha superado. Dale más fuerzas a partir de mañana. Él confía en Ti. Como tantos otros que te lo suplican como hijos. ¿Podrá una madre –dijiste- olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues Tú no lo harás tampoco. Y todos sentiremos que superas infinitamente toda bondad y misericordia. Gracias, Señor.”
El día 14, escribe que “parece que la fiebre de provenía de la infección en el catéter. Esta noche le han puesto otro en el lado izquierdo del cuello. Señor, le queda, si Tú no lo curas plenamente, una dura prueba. Dale las fuerzas como hasta hoy. Y ¡gracias por el milagro de estos ocho días! Es aquel leproso, aquel paralítico, aquel ciego, aquel muerto a quien Tú diste la vida. Que él cante en este mundo el poder de tu amor.”
El día 15, “sigue con fiebre, Señor. Dicen que es lo normal. Pero nos ha escrito para recordarnos que Tú has pagado por nuestra salud y salvación. Y que es la fe en Ti, y en tu rescate, quien debe levantarlo de la cama. ¡Ay, Dios mío! Pero ¡qué faltos de fe! Aumenta nuestra fe. Si no es suficiente, ten en cuenta la de tantos que sí la tienen firme en Ti. Por esa fe, Señor, salva  y sánalo.”
“Poco a poco –escribe el 16-, Señor, camina hacia el punto crítico de superar la fase en la que se halla. Tengo que reconocer que me desconcierta todo esto. Y lo más triste: la gente ya no cree en tus milagros. No defraudes a tanta gente sencilla, que creen que Tú solo eres capaz de vencer la enfermedad y la muerte. Como Marta y María, te digo: Señor, quien amas está enfermo. Y sé que no te limitarás a llorar.”
Y, al día siguiente: “¡Ay, mi buen Jesús! Nunca quedé defraudado por Ti, porque Tú sí eres fiel. Hubiera hecho y dado lo que fuera por no haber visto sufrir, esta tarde, a nuestro hijo. Dicen que tiene que ser así, pero yo sé, Señor, que con sola tu palabra quedaría sano, con que le mirases tan siquiera. Y confío en que lo harás. Si no, muchos dirán que no eres la salvación de los hombres, sino el reflejo de sus miedos. Y yo sé que no es así. Tú eres el amor pleno.”
Dejo al lector que saque sus conclusiones. No obstante, que se fije en la familiaridad con que su presbítero habla al Seños, y cómo maneja amorosamente el chantaje para presionarlo. Tal era la confianza que el padre Alfonso depositó siempre en el Señor.
El 18, escribe: “¡Gracias, Señor, por esta jornada! El duro tratamiento lo ha llevado en paz, sin convulsión alguna”. Y es que la “fungizona” que se le aplicaba hubiera matado a un caballo, en palabras de los propios doctores. Y añade: “Pero le duele el tragar. Dice que tiene apetito, pero el dolor le acobarda. Ayúdale, por favor. Haz lo que tantos te piden, aunque no sea más que por no oír más lamentos. Aunque, ya sé que Tú no eres un juez inicuo, sino el Padre de las misericordias.”
Día 19. “Señor, le están tratando la fiebre con gran dureza. Dicen que no saben de qué viene, pero Tú sí lo sabes, ¿verdad? Ayuda a los médicos y enfermeras. Ellos hacen lo que saben. Ayúdales para que sepan lo que hacen. Él entiende, Señor, que seguirte es llevar amorosamente la cruz. Como Tú. Pero haz que saboree tu victoria, ya en este mundo, y, como él desea, te proclame a todos los hombres. 
“Léeme la Biblia, padre –me decía esta mañana del 20 de enero de 1993”.
Nuestro hijo, desde que entró en el Hospital, dejó de decirme “papá”, para llamarme “padre”. ¿Por qué? Nunca no los dijo. Lo cierto es que, cuando salga del Sanatorio, volverá a decirme “papá”. Pero sigamos los apuntes de su Diario.
Él pone su confianza en ti, Señor, porque en vano trabajan los demás, si no eres Tú quien realmente construyes. Hoy pasó mejor día. Somos conscientes, no obstante, de que la medicación le lleva a una crisis de la que sólo Tú puedes sacarle victorioso. ¿Por qué tardas en hacerlo? ¿Por qué te haces tanto de rogar? Si no es justa mi petición, transforma mi voluntad en la Tuya.”
Y al día siguiente, 21: “Tú has sido, Señor, testigo único de la conversación mía con nuestro hijo. Te agradezco de corazón esa oportunidad. Precisamente, me dolía a mí lo que a él. Pero él ha visto tu Bondad por mi medio. ¿Qué decirte hoy que no te hayan dicho tantos creyentes que te oran con lágrimas en los ojos? Él dice que Tú eres la Verdad, la Vida, el Camino, y, confiando en Ti, se ha dormido para el tratamiento. ¿Qué quieres que añada, Señor, a lo que Tú bien sabes?”



Complicaciones y mensaje a la Parroquia

A causa del tratamiento, le salió un herpes de esófago, terrible, indescriptible… El padre Alfonso lo deja entrever en su diario: “¡Menudo día el de hoy -22 de enero de 1993-! La ecografía, la endoscopia, los análisis, el tratamiento… Y la gente rezando en todas partes. Y Tú, Señor, haciéndote aparentemente el sordo. Cuando a mí me piden un favor, procuro hacerlo lo antes posible. Te estamos pidiendo, Señor, no un simple favor, sino la vida sin la que no se puede ser ninguna otra cosa, ni siquiera tu apóstol. Tú, el Padre de todos, ¿te dejarás ganar por mí, hijo tuyo indigno?”
Día 23, onomástica de su padre: “Nada más verme esta mañana, me felicitó. Y, en nombre de su madre, me regaló una bata de estar en casa. Pasó el día regular, pero mejor que ayer. Mientras él esté enfermo, Señor, mi voz se te alzará suplicante. Te agradezco, sin embargo, el bien que, por su medio, nos viene a cada uno. No creo entenderte demasiado y confío mi impotencia en que Tú eres amor para con todos, en especial para con él.”
El día anterior, se había levantado un momento de la cama, para grabar en cinta de cassette un mensaje dirigido a la comunidad cristiana de la Parroquia de Caldeiro, que se iba a reunir, en la noche de ese viernes, a rezar expresamente por él. La cinta la conservamos en casa. Lo en ella grabado, apenas audible por la debilidad de su voz agónica, produjo tal sensación y efecto sobre la comunidad parroquial, que se hace casi inefable. Pero la fiebre, causa de tantos males en él, le desapareció instantáneamente. Así lo hace constar el padre Alfonso, cuando, el día 24, escribe: “Gracias, Señor, por este día, un día más sin fiebre. Que pronto pase el día D y la hora H. Ese dolor que le da al tragar alíviaselo, Señor. Cuando coma sin dolor, poco a poco cogerá las energías precisas para seguir adelante. Tú verás si necesitas un “pescador de hombres” sano. Que ya sabe que, sin Ti, no hay felicidad posible para el ser humano. Intensifica tu poder mañana y pasado.”
Día 25: “¿No son palabras tuyas, Señor, aquellas de que si el afligido invoca al Señor –supongo que a Ti- Él lo escucha y lo libra de sus angustias? Pues, ¿quién está angustiado sino él? ¿Quién te invoca tan confiadamente sino él? Y más hoy, con esa complicación de sus heces de sangre. Dios mío, Jesús mío, ilumina a los médicos para que acierten. Pero ¡cúralo, aún sin necesidad de ellos!”
Día 26: “Eso dice: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad (Hebreos 10). ¿Es que no te has enterado, Señor? Sigue enfermo, muy enfermo. Ya no tiene fuerzas para levantarse, echa sangre por las heces, han empezado a alimentarlo por sonda… ¿No te das cuenta, Señor? Si vive, hará tu voluntad, quiere hacer tu voluntad. Me da vergüenza recordarte estas cosas, Señor, como si Tú no le quisieras más que yo. Pero, es que parece que yo le quiero más. ¿No te das cuenta, Señor?”
Y se va a producir el milagro. A los veinte días justos de haber ingresado en el Hospital, el día 27 de enero de 1993, escribe: “¡Gracias, Señor! Hoy, no tenía señal alguna de su leucemia. Su médula está limpia. También te has hecho presente en la carta de su tío Juan Pepe. Bendícele a él y a su familia. Ahora te queda la pequeña tarea de la infección del esófago y de ese herpes que dicen los médicos que ha cogido. ¡Que eternamente Te alabemos!”
Día 28: “Gracias de nuevo, Señor. Nuestro hijo sigue adelante. Tú sabes como nadie cuál es su verdadero y profundo sufrimiento. Quítale esa nube, Señor. Llénale de tu luz, de tu amor, de tu confianza…, y que su curación sea plena y completa. Sobre esta casa, Señor, se cierne un dolor inefable: su dolor. Ya nada será igual. Su vuelta nos llenará de un gozo también inefable. Y ese dolor y ese gozo ya serán un sendero bien marcado hasta que vayamos a Ti definitivamente.”
Puesto que no hay más escritos, amén del historial clínico del Hospital, por ellos debe deducirse el largo calvario de nuestro hijo, con 13 años. Sigamos estos escritos paternos, tan llenos de luminosidad, tan aleccionadores.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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