Desde mi celda doméstica
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martes, 21 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Cuadragesimoséptimo)

Capítulo XLVII


Administrador notarial

Septiembre de 1992 puede estar dividido en dos partes iguales. La primera quincena estuvo dedicada al arreglo de casa. Tiempo que aprovechó el padre Alfonso para llevar a su suegra a las fiestas de Cehegín. Se fue tranquilo, pues el ELFO le había vuelto a contratar para dar las clases de Ética, Religión y Latín. En la noche del 9, al ir a acostarnos, mantuve con él una conversación sobre la muerte y el cielo. Mis palabras y mis lágrimas reflejaron elocuentemente el absurdo de una vida que no fuera eterna. Y así lo anotó él en ese día.
La muerte de la madre de una amiga de la familia, Cesi, hizo que se trasladase a Sancti Spiritus (Badajoz), para asistir a su entierro y funeral. Al día siguiente, 25 de septiembre, el notario Hijas Fernández, hijo del magistrado del que hablé en capítulos anteriores, le ofreció la oportunidad de trabajar para él en Alcobendas, en el Pasaje de la Radio n.3. Trabajo notarial que empezó en octubre, teniéndose que dejar las clases del Elfo. En este ínterin, vino a visitarle un tal Pepe Galindo, que venía de la Fraternidad Ecuménica Franciscana de Sevilla. Venía a dar en Madrid un Curso a los controladores de vuelo de Iberia. Y dejó al padre Alfonso un libro de un místico árabe, murciano del siglo XII, Al´Arabí, “La joya del viaje a la presencia de los santos”. Juntos visitaríamos la mezquita árabe de Madrid, recién construida: en realidad, un Centro Cultural Islámico con sala para la Oración.
Comienza el nuevo trabajo en la Notaría el 5 de octubre de 1992, lunes, visitando bancos y poniendo orden en la contabilidad atrasada, con un horario de 9 a 14´30, y de 16´30 a 19 horas. El 8m ya tendrá asignado y preparado el despacho que ocupará. Por fin, dará gracias a Dios por hallar un trabajo fijo e indefinido que, de momento, tendrá que compaginar con su colaboración en la Sociedad Bíblica. El trabajo se intensifica. Parece que va a controlar todo lo referente a la economía. Como apenas está en casa durante el día, intensifica la lectura que nos hace por la noche. De hecho, el 17, sábado, aprovechó para acompañar a Andavert, de la Sociedad Bíblica, a Albacete, Elche y Murcia. Escribe el 21: “He vuelto a construir sonetos. Sé que la poesía es un don que Dios da cuando el ánimo está en situación “humana”.”
En noviembre del 92, las jornadas en la notaría son intensas. La madre del notario se interesaba por si el padre Alfonso estaba contento con el nuevo trabajo. Él agradeció esa preocupación regalando a su esposo, verdadero intermediario, una Biblia Familiar.
Como miembro del Consejo Escolar de Caldeiro, es invitado a la cena que el Director, padre Cilla, ha organizado en el restaurante “Gerardo”, en la calle Ramón de la Cruz , 86, de Madrid. El 29 de noviembre, escribe: “Conversación con nuestros hijos sobre el aprovechamiento del tiempo, y lectura espiritual como cada noche.”
A partir de diciembre, se quedará a comer en la Notaría. Mamá le prepara la comida la noche anterior para que él se la lleve por la mañana.
El 4, sin que nadie de casa pudiéramos sospecharlo, empieza el “calvario” de su hijo mayor que, tras visitar al médico, éste le indica que debe estar varios días sin salir de casa. Como tiene el billete para ir a Córdoba, irá en el tren rápido AVE y en él regresará, tras hospedarse en el hotel residencia “Marisa”. Allí se reunió con el grupo de Paz y Comunidad. En Córdoba, comen en el hotel “Triunfo” y visitan la casa de unos amigos, donde celebran la Eucaristía. Fue un encuentro de matrimonios procedentes, además, de Huelva, Sevilla, Madrid, Córdoba y Valencia.
Por estas fechas, ya vienen las felicitaciones navideñas, cuyas postales van a adornar no sólo el árbol de Navidad, sino también la entrada de casa, donde se prepara el “belén”. Pero, del 24 al 27, estuvimos en Cehegín para celebrar la Nochebuena, cuya Misa del Gallo se vivió en el Convento, cantando el padre Alfonso el Gloria de la “Misa Pastorela”, como hiciera de seráfico 35 años atrás.
Ya en Madrid, el padre Alfonso concluye el año 1992 con esta anotación en su diario: “Si algún año fue veloz, éste fue, Señor. No permitas que llegue a la meta sin haber realizado tu propósito sobre mí. ¡Gracias por 1992!”
Ese propósito al que hace referencia, siempre se refiere a su respuesta como sacerdote. Por otra parte, si veloz le pareció 1992, 1993 será el más largo y pesado de su vida.



La gran prueba

Al empezar 1993, el padre Alfonso deja escrito su deseo, su esperanza: “Un nuevo año para completar la personalidad de hijo de Dios, para madurar, para llegar a ser en plenitud humana. Para mí, este es el ecuador de un siglo. Pero no, no existe el tiempo. Hoy vivo, hoy soy. Este instante es la eternidad concentrada. Cada instante.”
Ya al día siguiente, leemos en su diario: “Nuestro hijo mayor lleva unos días pachucho.”
Como cada día, escucha la buena música, y añade: “Que sólo puede ser tuya, Dios mío.”
Al acabarse el día 3 de enero, escribe: “Sé que he de concretizar el pensamiento teológico para bien de muchos en la Iglesia.”
El día 6, Día de Reyes, que acabó como todos con la lectura espiritual que nos hacía, se dormía con el diagnóstico profético y tremendo sobre su hijo mayor: “Tienes leucemia”. Y, esa noche, empeoró hasta lo indecible. Escribe: “Día terrible para la casa: nuestro hijo mayor quedó internado en el Hospital de la Princesa, aquejado de leucemia. ¡Dios mío, qué tremendo misterio el de tu silencio y el de tu quietud! Supongo que todo te lo sabes y que de todo cuidas, pero ¡qué trágico abismo nos deja en el corazón tu insondable trascendencia! Señor, tu hijo está enfermo. Pues que Tú eres Amor, ¡haz lo que el amor desea!”
No escribe más ese día. Ha oído decirle: “Papá, acuérdate de Abraham”. Y papá tendrá la certeza de su curación.
Al día siguiente, 8, vuelve a escribir: “Señor, tu hijo está en tus manos. Dale lo que Tú eres: vida. Haz, una vez más, que el mundo crea por tu poder misericordioso. Tú sabes que, este día, se me ha hecho una eternidad. Ayuda a nuestro hijo, para que te glorifique. Si una vez más eres bondadoso conmigo, tan indigno hijo, aún resaltarás más tu Gloria.”
El padre Alfonso tuvo que abandonar temporalmente el trabajo. El Colegio Caldeiro, en pleno, se acercó al Hospital para entregar su sangre por su hijo. Y, a partir de ahora, una oración ininterrumpida por él llenará las aulas y la Capilla Parroquial.
El día 9, siguiendo paso a paso el proceso de la enfermedad, anota: “Ha empezado su tratamiento quimioterapéutico. Han aumentado las plaquetas, aunque sigue bajo su nivel de coagulación. Lo hemos encontrado más animado que ayer, pero tenemos conciencia, Señor, de que está en tus manos. Tú puedes salvarlo.”
Las llamadas y las oraciones se hicieron incontables. El día 10, segundo de su tratamiento “está de buen ánimo. Han ido a verle muchísimas personas, aunque no podían pasar a la habitación”. Añade: “Sé, Señor, que tu amor se manifiesta a través de los hombres. Pero sé, también, que a Israel le amas, aunque no hubiera nadie más sobre la tierra. Vuelca tu vida sobre la suya, y que ello nos una más a Ti en conversión sincera.”
Y concretiza su oración: “Señor, Tú que dijiste que al que pide se le da, él es mi petición.”
Aunque lo intuyera, y se fiara plenamente de papá, jamás supo cómo era el modo de orar de nuestro padre, cuál su estrategia para conseguir lo que pedía. Estos apuntes nos dan una idea nada más.
El día 11, tras anotar que “su madre y yo nos pasamos con él el día y la noche”, pasa a la oración de forma natural. “Esa es nuestra prueba de amor, Señor, porque no sabemos curarle. Pero Tú sí sabes. Sé que no serás sordo a las plegarias de tanta gente, en especial de los niños. Y Tú eres fiel. Y perdona que no sepa hacer otra oración hasta no verle  en casa.” Así, día tras día, noche tras noche, el padre Alfonso machacará los oídos de Dios.
El día 12, escribe: “Continúa su plan de tratamiento contra la enfermedad que le mina la sangre. Pienso, Señor, que no es verdad lo que dicen los médicos. Y si lo es, lo veo como a un condenado a muerte que espera el indulto salvador, tu indulto, Señor. Y todo me parece una pesadilla. Y me dicen que confíe, que acepte… Pero yo, al pedirte el indulto, sé que estoy más en consonancia con tu paternal corazón.”
Ese mismo día, mi hermano le pide que escriba la carta que él mismo le va a dictar, dirigida a los que quedábamos en casa. Dice así: “Querida yaya y queridos hermanos: ¿Qué tal estáis? Yo me voy recuperando lentamente, gracias a vuestros rezos y a la ayuda de Dios. Espero llegar pronto a casa, ya que aquí estoy rodeado de múltiples aparatos, todos gota a gota, que son un tostón. Me han hecho una apertura en la vena yugular, para quitarme molestias y meterme medicamentos y alimento. Me tuvieron que dar puntos en el quirófano y, aunque estaba muy asustado, no chillé ni nada.
La vida en un hospital, desde el punto de vista de un enfermo como yo, es bastante aburrida y pesada, ya que hay que someterse al tratamiento de los expertos, como, por ejemplo, el de punzarme la espalda.
Un cordial saludo a la abuela y a vosotros, deseando veros pronto.” Y firma de su puño y letra.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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