Desde mi celda doméstica
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miércoles, 29 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimocuarto)



Capítulo LIV


El autotrasplante

Junio de 1993 se iniciaba con la visita al Hospital. Se le dice que pronto le extraerán la médula. El padre Alfonso escribe:
“Debo aprender a confiar en Ti, Señor, y a fiarme más de tu Palabra. Necesito tu paz y, por otro lado, tu impulso constante para el cumplimiento de tu voluntad.”
Esa extracción de la médula se va a retrasar unos días a causa de haberse estropeado el refrigerador de médulas. 
El 4, nuestra hija se cayó en el patio de Caldeiro y su madre la llevó a que le escayolaran la mano derecha.
El 6, Eucaristía en casa. En España se celebraron Elecciones Generales. 
Nuestro hijo mayor, que sigue su restablecimiento en casa, se va preparando para los exámenes de septiembre. Papá escribe, el 9:
“Es un milagro, Señor, que esté como está. Es un signo de tu amor. ¿Por qué el trasplante?”
Y es que no tenía más signo de su enfermedad que la caída del pelo, y jugaba con sus compañeros del colegio como si tal cosa. 
Mas, como, el día 11, le llamaran para señalarle la fecha de su extracción de médula, su padre, siempre temeroso, escribe:
“Sólo Tú, Señor, puedes estar a su lado, para sacarle victorioso de cualquier trance.”
El 12, papá nos acompañó a Caldeiro para la entrega de trofeos. Era, también, un día especial, pues el Papa Juan Pablo II había llegado a Sevilla para clausurar el Congreso Eucarístico.
El 13, domingo, tuvimos la Eucaristía en casa. En cambio, la Parroquia, como cada año, estuvo de excursión en Colmenar Viejo. De modo que papá anotó:
“La reanudaremos cuando nuestro hijo esté nuevamente en casa, que Tú harás que sea pronto, Señor. Si es tu voluntad, no permitas que los médicos vayan más allá de lo que le conviene. ¡Gracias!”
El 14, tras despedirse, nuevamente, de sus compañeros del Colegio, ingresó por la tarde en el Hospital de la Princesa. Esta vez, en la habitación 901. Le hicieron un análisis de sangre, y cenó. A las 8 de mañana del día siguiente, 15, entró en el quirófano. Le extrajeron su médula ósea. A las 12, estaba en su habitación. El confía en la oración de su padre. Con él pasó el día. Su madre, por la noche.
“Mañana, si es tu voluntad, volverá a casa a reponerse nuevamente. ¡Bendito seas, Señor, por este hijo que tanto ha sufrido en tan corto tiempo! ¡Hazlo tuyo totalmente y será feliz!”
El 16, en la Plaza de Colón de Madrid, el Papa dio por terminada su estancia en España. Había inaugurado la Catedral de la Almudena, en la que canonizó a Enrique de Ossó.
El 17, el padre Alfonso escribe:
“Se entristeció al saber que, mañana, tiene que ingresar de nuevo en el Hospital para prepararse al trasplante. Yo también me disgusté, Señor, y fui a preguntar por qué tan pronto. Pero me dijeron que ahora tendría cama. El único consuelo es que Tú no lo dejarás ni de día ni de noche. ¡Que pase pronto y felizmente esta pesadilla, Señor!”
Sí, fue a ingresar en el Hospital, pero tuvo que volverse a casa, al no funcionar el aire acondicionado de la habitación que debía ocupar. Todo es providencial. Dos días más para que juegue a la pelota y monte en bicicleta, eso sí, sin médula. ¿Hay explicación?
El 21 quedó ingresado. Aislado. Pero, hoy, todos estábamos tristes por el atentado perpetrado en Madrid, en el que, como siempre, han caído víctimas inocentes. Mi padre escribe en su diario:
“Sé que vengarás toda sangre derramada, pero ¿cuándo?”
A causa de la medicación, se encuentra nuevamente atacado. Además, se le efectuó un punzamiento en la espina dorsal y un electrocardiograma. A consecuencias del tratamiento, al segundo día de estar allí se quedó como amodorrado. Así es que el padre Alfonso, el 24, al cumplirse el 43 aniversario de su Primera Comunión, escribe en el diario:
“¡Qué buenos amigos éramos! Jamás se rompió esta amistad. Tu amor, infinito; el mío, limitado. Pero nunca ha dejado de ser mutuo. ¡Gracias, Señor!”
Y volvió a recuperarse, sin vómitos, sin fiebre. Tras el ciclo de pastillas que hubo de tomar. Prácticamente, se lo pasa durmiendo. 
“Sí, Señor, él está cargando con su cruz, ya tan joven. Pero nada podrá si Tú no le ayudas. Aumenta su fe, la mía y la de toda la familia.
¡Con qué pena te pide y suplica no sufrir más! He hecho por aliviarle, pero Tú eres la salud. Que vea tu mano poderosa para que de por vida Te alabe. No defraudes la petición de un niño.”
Y añade en el día 28:
“¿Verdad, Señor, que no permitirás su destrucción? Por el amor de Abraham, tu siervo; por el amor de Jesús, tu Hijo, confirma desde ya su salud, y haz que te glorifique incesantemente de palabra y obra.”
El 29, festividad de San Pedro y San Pablo, se le hizo el autotrasplante. Al día siguiente, nos parecía increíble la situación tan positiva de nuestro hijo. Parecía un espejismo. Y, una vez más, su chache Pedro se presentaría desde Cehegín para estar con él los días que sean necesarios.



El mes interminable

Julio de 1993 lo empezaba con la bajada de plaquetas. Cuando estuvieran a cero, o casi, su nueva médula tendría que reaccionar positivamente. Se halla muy bien de fuerzas y de ánimo. Pero el padre Alfonso escribe: 
“Sé, Señor, que puede entrar en una situación delicada. ¿Es mucho suplicarte que lo libres de toda complicación y que lo mandes pronto a casa? Sí, ¡hágase tu voluntad, pues no es posible que tu voluntad sea el dolor, la enfermedad y la muerte!”
Y pide también por su otro hijo, que lleva unos días preocupado en demasía por su salud.
Para estar con el mayor, que sigue estando bien, se turnan mi madre, la abuela Flora, el chache Pedro y mi padre. Papá aprovecharía, el día 3, para dar un paseo con nosotros y nuestro tío Franco. Aunque increíble, llovía y hacía un frío propio del otoño.
Se le ayuda con plaquetas tras su autotrasplante. Aunque sigue entero, se halla bajo de defensas y, el día 6, se le ayuda con dos bolsas de sangre. El padre Alfonso escribe:
“Nos resulta todo un misterio, Señor. Estamos deseando tenerlo en casa, y no volver jamás por tal motivo al Sanatorio. Yo sé que Tú lo puedes hacer y quieres hacerlo.”
Efectivamente, al medio año justo de su ingreso en el Hospital, nota sensiblemente el paso de una médula anterior a la suya misma renovada. Aún así, el 8, papá escribe:
“Esta noche, Señor, estoy desconcertado. Acuérdate de quienes han sido sus compañeros de hospital. Y sigue fortaleciéndole como hasta hoy, para que te glorifique en su vida. Ayuda a su madre, que la veo muy nerviosa. Que se centre en Ti y en tu amor. Que sea feliz.”
Pero, al día siguiente, anota en su diario:
“¿Qué quieres que te escriba hoy, Señor? Se me hace insoportable verle preso de un tratamiento médico y con el terrible peligro de una equivocación, de un fallo, de un no llegar o no poder por falta de energía. De modo que Tú, que eres la máxima energía, sácalo victorioso y pronto de esa prisión. Eres Tú, no yo, quien puede hacerlo. Si yo pudiera… lo haría.
No es necesario que Te recuerde, Señor, lo que dijo esta tarde –día 10-. Ni el más cruel de los padres dejaría de conmoverse. Sé que nada se te escapa. Pero, si tus caminos no son nuestros caminos, danos luz para entender, y fe para aceptar con alegría. Yo creo, Señor, pero necesito que sostengas mi fe y la suya, y la de su madre, y la de los niños. Y, juntos, te alabaremos día tras día.”
Y añade, el 11:
¡Qué largo es el tiempo en un hospital, Señor! Es tan grande el dolor de ver a un hijo allí encerrado, que apenas salen las palabras, al menos, para hablar con los hombres. Hablo contigo, Señor, porque es lo único a lo que podemos asirnos en momentos así. Ten misericordia, Señor,  y sácalo pronto y bien del sanatorio.” Avanzaba, pero muy flojo. Así tendrá que estar unos días más.
El 14, dijo el médico que ya le iban subiendo las plaquetas. Mientras, sus compañeros de planta marchaban al cielo poco a poco. Mi padre, perplejo, apunta el 16:
“Yo sé que la salvación está en un Sí sin reservas a tu amor, Señor. Y que quiere darte ese Sí. ¡Gracias por lo bien que se encuentra! Que vuelva pronto a casa, ya repuesto con fuerzas para reponerse entre nosotros.
Este hijo tuyo ya está saliendo de su “Egipto”. Haz que llegue a la “tierra prometida” de su plena salud, para alabanza tuya y gozo de todos. Que nada, fuera de Ti, tenga poder sobre él, que no sea engañado, que no se vea defraudado, que no cometan con él ningún error los del equipo sanitario. Y, ahora, ayuda especialmente a  su hermano, que pasa unos días de convivencia en Godella.”
El 18, domingo, el padre Alfonso le llevó la Comunión a su hijo. Al siguiente día, yo cumplía 9 años. Dos días después, marché a Cehegín. Sigue su restablecimiento, deja de ser alimentado parenteralmente, y come con normalidad. De tal modo, que papá escribe en su diario:
“¡Qué bien está, Señor! Necesita, eso sí, que le suban las plaquetas y los leucocitos.”
El 25, mi padre se acercó a El Corte Inglés para comprarle un compás. Eso le da pie a decir:
“¿Cómo puede comprarse la salud, si no es confiando en ti, Señor? Que su fe y tu gran misericordia le devuelvan la salud perdida.”
Sigue lentamente su recuperación. El Dr. Cámara, que le atiende, dice que se encuentra bien, pero necesita producir las defensas necesarias para salir a casa. Y mamá y su hermano, que ya regresó de Godella, fueron, el 28, a venerar la reliquia de San Pantaleón, cuya sangre se licua una vez al año. Su hermano comenta que el Señor ya ha probado demasiado nuestra fe. Y, curiosamente, cuando siente tener fiebre, le suben sus defensas al cerrarse el mes de julio. Aún le quedará medio agosto de hospital.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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