Desde mi celda doméstica
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miércoles, 25 de mayo de 2016

ESPIRITUALIDAD... 1

Preliminares a la Vida Espiritual

Hoy, los "ejercicios espirituales", tan necesarios para no perdernos por el camino, tienen que estar enraizados en nuestra verdadera dignidad e identidad, la divina. He aquí una primera entrega de ideas para la autentificación, para el diálogo, para la fundamentación seria de un mundo más hermoso, personal y comunitario. Las he tomado del libro UN CURSO DE MILAGROS, que adquirí al inicio de este siglo XXI editado por la Fundación para la Paz Interior. ¡Que te aproveche!
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El verdadero conocimiento es la verdad y está regido por una sola ley: la del amor, es decir, la de Dios. La verdad es inalterable, eterna e inequívoca. Es posible reconocerla, pero es imposible cambiarla. Esto es así con respecto a todo lo que Dios creó, y sólo lo que Él creó es real. La verdad está más allá del aprendizaje, porque está más allá del tiempo y de todo proceso. No tiene opuestos, ni principio ni fin. Simplemente ES.
El mundo de la percepción, por otra parte, es el mundo del tiempo, de los cambios, de los comienzos y de los finales. Del conocimiento y de la percepción surgen dos sistemas de pensamiento distintos que se oponen entre sí en todo. En el ámbito del conocimiento no existe ningún pensamiento aparte de Dios, porque Dios y su Creación comparten una sola Voluntad. En cambio, el mundo de la percepción se basa en la creencia de los opuestos, en voluntades separadas y en el perpetuo conflicto entre ellas y entre ellas y Dios. Lo que la percepción ve y oye parece real porque sólo admite en la conciencia aquello que concuerda con los deseos del perceptor. Esto da lugar a un mundo de ilusiones, un mundo al que se le defiende, precisamente, porque no es real. Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción, queda atrapado en un sueño. Se precisará del perdón, que es el recurso que el Espíritu santo utiliza para llevar a cabo ese cambio en nuestra manera de pensar.
El pecado se define como una "falta de amor". Puesto que lo único que existe es el amor, para el Espíritu Santo el pecado no es otra cosa que un error que necesita corrección, más que algo perverso que merece castigo. "La verdadera unión, que nunca se perdió, sólo es posible en el nivel de la mente de Cristo." La percepción es una función del cuerpo y, por tanto, supone una limitación de a conciencia. De por sí, el cuerpo es neutro, como lo es todo en el mundo de la percepción. Utilizarlo para los objetivos del "ego" o para los del Espíritu Santo depende enteramente de lo que la mente elija.
Lo opuesto a ver con los ojos del cuerpo es la visión de Cristo, la cual refleja fortaleza en vez de debilidad, unidad en vez de separación y amor en vez de miedo. Lo opuesto a oír con os oídos del cuerpo es la comunicación a través de la Voz que habla a favor de Dios, el Espíritu Santo, el cual mora en cada uno de nosotros. Su Voz nos parece distante y difícil de oír porque el "ego", que habla a favor de un yo falso y dividido, parece hablar a voz en grito. Sin embargo, es todo lo contrario. El Espíritu Santo habla con una claridad inequívoca y ejercer una atracción irresistible. Nadie puede ser sordo a sus mensajes de liberación y esperanza, a no ser que elija identificarse con el cuerpo, ni nadie puede dejar de aceptar jubilosamente la visión de Cristo a cambio de la miserable imagen que tiene de sí mismo. La visión de Cristo es el don del Espíritu santo, la alternativa que Dios nos ha dado contra la ilusión de estar separados y la creencia en la "realidad" del pecado, de la culpabilidad y de la muerte.
"El cielo es el estado natural de todos los hijos de Dios tal como Él los creó". El perdón es el medio que nos permitirá recordar. Mediante el perdón cambiamos la manera de pensar del mundo. El mundo perdonado se convierte en el umbral del cielo, porque mediante su misericordia podemos finalmente perdonarnos a nosotros mismos. Al no mantener a nadie prisionero de la culpabilidad, nos liberamos. Al reconocer a Cristo en todos nuestros hermanos, reconocemos Su presencia en nosotros mismos. Al olvidar todas nuestras percepciones erróneas, y al no permitir que nada del pasado nos detenga, podemos recordar a Dios. Cuando estemos listos, Dios mismo dará el último paso que nos conducirá de regreso a Él.

Alfonso Gil González

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