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domingo, 29 de mayo de 2016

GUÍAS DE AUDICIÓN... 7

Inauguración Teatro de La Maestranza


Tienes frente a ti un documento histórico de primera magnitud: el Concierto que se dio con motivo de la inauguración del Teatro de la Ópera de Sevilla, el día 10 de mayo 1991, un año antes de la Exposición Universal celebrada en aquella misma capital andaluza. Allí se reunió la flor y nata del lirismo español: Alfredo Kraus,  Plácido Domino, José Carreras, Joan Pons, Jaime Aragall, Pedro Lavirgen, Montserrat Caballé, Pilar Lorengar, Teresa Berganza… Eran las 9 y media de la noche. Se inició la inauguración con el Himno Nacional, pues estaba presente la reina de España, Doña Sofía de Grecia. El Teatro de la Maestranza de Sevilla estaba a rebosar. La expectación era enorme. Además de los citados cantantes de primera fila, iban a intervenir la Orquesta Sinfónica de Sevilla y el Coro del Gran Teatro de Córdoba, todos ellos dirigidos por Edmon Colomer, Enrique García Asensio y Luis Antonio García Navarro. 
Al himno nacional siguió el Preludio de La Torre del Oro, de Jerónimo Jiménez, que fue muy aplaudido. A continuación, Joan Pons cantaba el aria para bajo de la ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi. La ovación fue de antología, con gritos de “vivas” y “bravos”. Después, dúo de tenores, Plácido Domino y Juan Luque, cantando Mackbeth, también de Verdi, con el coro del Gran Teatro de Córdoba. Los aplausos se entremezclaban, creando una atmósfera muy especial de entusiasmo colectivo. Ovación que se prolonga para recibir a Teresa Berganza, que cantaría el aria del acto I de Tancredo, de Giacomo Rossini. Luego seguía el tenor Pedro Lavirgen con el aria de Don Alvaro, en la Fuerza del Destino, de Verdi. A continación, Alfredo Kraus cantaba el aria A mes amis, de los nueve “Do de pecho”. Ya te puedes imaginar la reacción del público. Era la locura eufórica, porque Kraus tenía una técnica inimitable. Parecía que el Teatro se venía abajo. Indescriptible. Donizzetti sonreiría desde el celestial parnaso. Y la contralto Teresa Berganza, para no ser menos,  se cantó las seguidillas de la ópera Carmen de George Bizet. Mas Pilar Lorengar interpretaba con el tenor Jaime Aragall, con la misma maestría, el dúo de Mimí y Rodolfo de La Boheme de Puccini. Hablando de dúos, el Dúo de la Africana, de Manuel Fernández Caballero,  lo cantaron, nada menos, Montserrat Caballé y José Carreras. La emoción del respetable llegaba hasta el paroxismo. Se cerraba así la primera parte de este magno concierto.
Antes de iniciar la segunda parte se entrevistó al director artístico del Teatro La Maestranza de Sevilla, Luis Andreu, que explicaba cómo se lograba reunir tantos y tan buenos cantantes en una sola gala, primera de una larga serie en el siguiente año. Se trataba de hacer óperas que tuvieran relación con Sevilla durante la Expo´92. Y se entrevistó, también, a Aurelio del Pozo, el arquitecto del mayor Teatro de España, junto con el arquitecto Luis Marín, que ganó el proyecto. Decía que se optó por la forma circular para obviar problemas arquitectónicos de las calles a las que afectaba su construcción. 
La segunda parte se iniciaba con música española. Concretamente, la Canción húngara de Alma de Dios, de José Serrano, en la voz de Pedro Lavirgen y el coro antes citado. Después, Pilar Lorengar, que sustituía a Victoria de los Ángeles, indispuesta por enfermedad transitoria, cantaba la romanza de Paloma del Barberillo de Lavapiés, de Francisco Barbieri. Más tarde, Plácido Domingo y Joan Pons, en el dúo de La fuerza del Destino, ópera que se inicia expresamente en Sevilla. Por su parte, Jaime Aragall, interpretando a Tosca, de Puccini, canta el conocidísimo “adiós a la vida”. A continuación, Plácido Domingo toma la batuta para dirigir el aria que Montserrat Caballé va a cantar de la ópera El Cid, de Massenet. ¿Para qué comentar la ovación? Asombroso. Y José Carreras continuaba con la interpretación de la romanza de zarzuela “No puede ser”, de La tabernera del Puerto, de Pablo Sorozábal. Pieza maestra, y, como tal, premiada con los aplausos del público asistente. Por otra  parte, Alfredo Kraus, el eternamente joven Duque de Mantua, sería quien cantase “la donna e movile”, del Rigoletto de Verdi. La prolongada y altísima nota final puso de pie al respetable. No era para menos. El tenor canario demostraba, una vez más, que nadie puede comparársele. Para terminar, Teresa Berganza cantaba la Habanera de Carmen, de Bizet, si bien es cierto que el Concierto de Inauguración de este Teatro de la Maestranza de Sevilla concluiría soberbiamente con el Brindis de La Traviata de Verdi, cantado por todos las voces de esa noche memorable. 

Alfonso Gil González


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