DE VUELTA A CASA
Siento que mi amor no supo amarte;
que más me quise a mí, oh Padre mío.
Y, pues, vuelvo a tu Casa, yo confío
no tener otra dicha que abrazarte.
Nada traigo, Señor, que pueda darte;
nada, excepto yo, tu hijo impío;
y este corazón con que ansío
vivir ya para Ti, jamás dejarte.
La experiencia vivida en lejanía,
además de frustrante, Tú quisiste
en mí acrecentase, -¡oh porfía!-,
la añoranza del beso que me diste.
Y púseme a correr -¡con qué alegría!-
sin que nada del mundo me despiste.
Alfonso Gil González
Cehegín, 2015