Capítulo XCIV
El viaje de la Virgen
Febrero de 2007 no tenia más aliciente que la noticia que provocó el artículo de mi padre en El Noroeste. Este capítulo lo dedico a ese tema.
El pasado 13, y martes, se llevaban a la Virgen de las Maravillas, para que pueda ser contemplada en la Exposición sobre la obra de Salzillo, en Murcia. Era al mediodía, a la hora del Ángelus. Los escasos testigos de esa partida a la capital lo rezaban ante la inigualable imagen de la Patrona ceheginera, colocada ya en el furgón que la llevaría, después de setenta años, a estar entre las imágenes salzillescas, no ya en la sacristía de la catedral, como en el 36, sino compitiendo con ellas por una belleza que quedará resaltada, precisamente, sobre las más bellas del imaginero murciano. Ella, italiana, napolitana y estrella indiscutible en el firmamento del arte y de la fe.
Había ido yo al convento franciscano, esa mañana, a entregar unos papeles al Padre Guardián, ausente, se me dijo, por estar también de viaje. Se abrían, en ese momento, de par en par las puertas de la iglesia conventual para facilitar el acceso del vehículo transportador. Dentro, el Padre Provincial de los franciscanos, junto a otro padre de la misma Orden, con quienes se hallaban el presidente de la Hermandad de la Virgen de las Maravillas y miembros de su junta directiva, amén de un famoso escritor y profesor de literatura, ceheginero él, que ama como pocos todo lo de este pueblo.
Quedé estupefacto, nada más ver con mis propios ojos la forma en que había sido embalada, o mejor, envuelta en tiras de plástico de burbujas, con el bracito del Niño, que parecía un mutilado de guerra, o, para no utilizar ese símil, como unos de esos pobrecitos que nos llaman a compasión al tiempo de pedirnos una limosna. Aquella forma de proteger a la sagrada Imagen no me inspiraba el canto de la Salve, según se me invitó, sino a cantar las cuarenta. Y callé. Y pasé toda la vergüenza del mundo. Creía yo, en mi corto entender, que, tras el embalaje, sería introducida en una caja adecuada. Pero, escúchenme.
El camión isotérmico reculó hasta las puertas mismas del templo. Vimos, las siete personas allí presentes, cómo se la ascendía a su carrocería, como se la ataba o sujetaba a una de sus paredes. Y todo nos parecía normal. Incluso alguien susurró: “Estos saben lo que se hacen”. Pero “éstos” eran los dos únicos empleados de la compañía transportadora, chófer y acompañante por más señas, en cuyas únicas manos se dejaba la responsabilidad de este increíble traslado, sin guardias de seguridad, sin acompañamiento de nadie más, sin saber qué podría suceder en el trayecto hacia Murcia, o cuando llegara a su destino concreto.
¡Cómo anhelé, en ese momento, ser de Caravaca! ¡Cómo comparé la forma de llevar ellos su Patrona, con la dignidad y grandeza que la Cruz merece, con esta chapucera forma de llevarse de Cehegín a la más bella de las Patronas del mundo! Y, repito, sentí una vergüenza indescriptible. Lo escribo aquí como si, con ello, pudiera purgar mi pecado de silencio, aunque yo nada podía hacer, pues no se contó conmigo para este traslado y, además, como les decía, yo aparecí por allí, esa mañana del martes 13, por otros motivos muy distintos.
Es evidente que no escribo esto para dar mi opinión sobre si convenía o no que nuestra Patrona estuviera en la Exposición de Salzillo. Confío siempre en el buen entender de aquellos a los que compete esa decisión. Pero no tolero la mediocridad. Se me revuelven las tripas cada vez que pienso cómo se efectuó ese traslado, con qué irresponsabilidad, con qué frivolidad, con qué falta de cariño, con qué soledad, con qué bajeza. A un preso, y Ella iba presa, se le trata con más dignidad: se le pone escolta, se le acompaña, se toca la sirena si es preciso. A la excelsa Patrona de Cehegín, no. La pueden llevar dos empleados cualesquiera, sin otra seguridad que su pericia al volante y su buena voluntad, sin previstos en el viaje.
En realidad, no me callé del todo. En medio del rezo del Ángelus, se me escapó decirles a esos pobres obreros, como quien desea lo mejor para su Madre: “Después de esto podéis ir a la cárcel”. Y todos sonrieron. También yo. Y vi que el camión se alejaba, y que la Junta Directiva de la Hermandad de la Virgen se quedaba hablando en el atrio del Convento, y que los frailes se encerraban en sus claustros, y que la Virgen de las Maravillas marchaba, sin que sus hijos se enterasen ni pudieran despedirla, sola. Ni siquiera el señor Alcalde, representando a los vecinos, pudo decirle adiós, pues no hubo comunicación alguna al excelentísimo Ayuntamiento en este sentido. Eso sí, marchó con la compañía de su divino Niño. Y Cehegín, sin enterarse del cómo ni del cuándo, seguía su jornada laboral, cómplice taciturno de lo que jamás Caravaca hubiera consentido.
Febrero de 2007 estaba lleno de notas de mi padre Alfonso, de todo tipo. Lógicamente, prevalecen las religiosas. Así, por ejemplo:
La meta del hombre es Dios.
La conciencia del ser es un don como la gracia o la fe.
Los pareceres siempre son falsos. La verdad se impone, no usa apariencias.
El Capitalismo, como el Socialismo, sólo produce pobreza: en unos, económica; en otros, moral.
La confianza en sí mismo es el secreto de la derrota moral.
¡Ay de los que no luchan!
La inspiración no debe eximir del trabajo, pero éste no es la causa de la inspiración.
La inspiración sólo puede hallarse orando, es decir, yendo a la fuente.
Algunos confunden confianza con confesión, y eso es peligroso.
Si la gente escrupulosa no es la adecuada para llevar a cabo grandes negocios, eso es el reconocimiento de que los grandes negocios se hacen sin escrúpulos.
La inteligencia fue dada al ser humano para saber distinguir entre una duda y una certeza; pero, sobre todo, para tomar conciencia de sí mismo.
Los dos grandes tiranos del mundo son el Ego y sus Apetencias.
El 1 de marzo cumplía 64 años. Y escribió en su agenda: Me parece increíble que ya haya pasado este tiempo, Señor, y “sin vender una escoba” –como suele decirse-. He aprendido a dejarlo todo en tus manos. Los sueños suelen ser del Ego, puesto que el ego no vive en tu realidad.
El 5 de marzo, no sé por qué, deja escrito: Oído a la puerta pegado oye su propio pecado. Y, dos días más tarde, ha de poner paz en una agrupación coral por correcciones hechas a un tenor por sus compañeros, cuando sólo el director debería hacerlo.
El 18, pasa la jornada con la Juventud Antoniana Rural Católica, en su XL aniversario, con Misa en el Convento, proyección de un vídeo en la Casa de la Cultura, y comida en el restaurante La Fama, a 25 euros el cubierto.
El 20, asiste en Caravaca a la charla que dio el ex ministro socialista José Bono sobre su experiencia infantil de la Semana Santa. La conferencia la pronunció en el convento de los Carmelitas.
Marzo de 2007 se cerraba con la ida del Coro Ciudad de Cehegín a la Iglesia conventual de las monjas dominicas, llamadas “las Anas”, donde cantó en una boda allí celebrada. Y, antes, en Caravaca, había dirigido la primera intervención de la Coral Santa Elena en la sede de los Mayores.
Escribe, el 3 de abril: Nadie puede hacer de ti lo que Tú no quieras ser. Es Semana Santa. Como la lluvia hacía, de vez en cuando, acto de presencia, los presidentes de cofradías consultaban a mi padre si salían o no las Procesiones. Y será, a partir de estos días, cuando copie en su agenda los siguientes versículos bíblicos, día a día:
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la viven.
Nos enteramos de la trágica muerte, por asesinato, de Salvador Fernández Ciller, cura y hermano de leche de mi padre Alfonso. Su entierro, el 12, fue un acontecimiento extraordinario. Presidió la Misa el señor Obispo con un centenar de sacerdotes, y una inmensa multitud vino de distintos lugares de la Diócesis. Murió como deseaba: mártir del amor de Cristo.
Al día siguiente, fallecía en Cehegín Pedro López Sánchez, antiguo seminarista de Murcia y, en este tiempo de 2007, pianista aún del Coro que dirigía papá, como comenté en su momento. El funeral fue, igualmente, en la iglesia conventual franciscana, de la que era, también, organista.
Pero, el 21, volvía a estar con sus compañeros del Colegio Seráfico. Sus piedras y claustros les hablaban y recordaban muchas historias y anécdotas que compartirían tras la Eucaristía, en el salón parroquial, una vez cantada la Tota Pulchra en la escalera central, y en el restaurante La Muleta, cuya comida fraterna les costó a cada cual 30 euros, pues el menú lo merecía: Variedad de salsas con pan casero, jamón de bodega y queso semicurado, mini tostadas de cantábrico, ensalada templada de gulas, milhojas de atún, calabacín y queso fresco, aros de calamar a la malagueña, solomillo en su jugo con guarnición, piña natural con crema catalana, y bebidas. ¡Así se puede uno reunir, cada año!
Abril de 2007 acabaría con la Misa Inaugural de las Obras de Restauración de la Iglesia de la Soledad, cuyo acto se inició con una Procesión de traslado de su Imgen Titular desde la iglesia de Santa María Magdalena. Mi padre dirigió al Coro y Orquesta Ciudad de Cehegín en la interpretación de la Misa Solemne de Gounod.
En alabanza de Cristo. Amén.