Desde mi celda doméstica
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sábado, 9 de mayo de 2015

CLAVES DEL FANATISMO


Las claves del fanatismo


   El fanatismo, por definición, se aplica generalmente al área de lo religioso. Bien es cierto que tal fenómeno se da, también, en otros aspectos de la vida humana, tales como el político, el deportivo o el artístico. Pero es en lo religioso donde se ha dado a conocer más y, paradójicamente, donde, a mayor grado de fanatismo, mayor deterioro de lo religioso se produce. Es, por eso, que vale la pena reflexionar un tanto sobre este tema, por desgracia, demasiado frecuente.
   Digamos, en principio, que la religión, toda religión, se configura, más o menos, sistemáticamente. Es decir, genera un sistema en el que se intenta englobar el quehacer humano. Por otro lado, la religión tiene un aspecto que le es esencial y que consiste en encauzar la vida humana hacia esa primigenia situación paradisíaca, en que se intenta volver la propia existencia, a fin de recuperar la inocencia perdida desde los comienzos de la especie humana. Como ambos aspectos van tan unidos en la mayoría de las religiones, es decir, lo sistemático y lo vital, resulta un tanto difícil realizar una separación que no sea traumática para el creyente en cuestión.
   Pero, ¿qué pasa con el cristianismo? ¿Acaso el cristianismo es una religión más? ¿Acaso la esencia de lo cristiano produce una confrontación con el resto religioso? ¿Acaso, por decirlo de una forma clara y contundente, ha venido Jesucristo al mundo para crear o fundar una religión frente a las ya existentes o por existir?
   Responder seriamente a esto supone releer, más seriamente aún, los escritos neo-testamentarios, principalmente los llamados “evangelios”, cuyos autores hicieron el esfuerzo de resumir, para aquellas primeras comunidades cristianas, el pensamiento, la palabra y la acción de aquel Jesús de Nazareth, ajusticiado, precisamente, por los dos grandes sistemas imperantes en su época y lugar: el judaísmo y el imperio romano. Si Jesús hubiera sido un judío fiel al sistema religioso, tal como lo entendían los rabinos y doctores de la ley judía, no hubiera sido condenado a muerte. A Jesús lo mató el fanatismo: el fanatismo religioso y el fanatismo político.
   ¿Cómo es que aquel hombre, procedente de Galilea, iba a llegar a ser Camino, Verdad y Vida para la humanidad? ¿Cómo es que en él reside la plenitud de la divinidad, cuando externamente no parecía sino un judío, más  o menos preparado, y más o menos bueno? Pues, precisamente, porque él previno a los hombres, a todos y de cualquier religión, del peligro que se corre cuando la vida está en razón del sistema, y no el sistema en razón de la vida. Un hombre que, cuando lee el pasaje viejo-testamentario sobre las señales del reino de Dios, proclama que “hoy se cumple lo que acabáis de oír”, está diciendo que no hay vida religiosa sino cuando todo hombre, especialmente el pobre y necesitado, ocupa el centro y el interés de toda vida religiosa. Es decir, cuando se llega a entender que, puesto que Dios es amor, sólo el amor nos llevará, nos religará a Dios.
   De un golpe, Jesús de Nazareth derribó toda tendencia fanática. Aquellos lo entendieron con toda claridad, y, rápidamente, el fanatismo se puso en movimiento reaccionario contra el Nazareno. Y lo más curioso es que no había venido a abolir la Ley, sino a darle perfecto cumplimiento. Porque en esto, decía, consiste la Ley y los Profetas: en amar a Dios y al prójimo inseparablemente. Y es que el fanatismo desvirtúa el sentido profundo de la religión, de toda religión. 
   ¿Cómo aceptará el fanático que el sábado, el viernes o el domingo están hechos para el hombre, y no el hombre para el domingo, el viernes o el sábado? ¿Cómo aceptará el fanático que lo que se hace a un hombre a Dios mismo se le hace? ¿Cómo aceptará el fanático que no le perjudica lo que come, sino lo que sale de su boca? ¿Cómo aceptar que es imposible ver la imperfección del otro cuando uno nada en la miseria moral? ¿Cómo aceptar que el culto a Dios se da en el templo humano, y no en este lugar o en aquél, en este templo o en aquél monte? ¿Cómo aceptar que a Dios no se puede agradar mientras los hombres están peleados? ¿Cómo aceptar que sólo hay un Dios, Padre de todos y de todo, y que, por lo mismo, todo lo demás es fraternidad?
   Ya digo, si releemos detenidamente las páginas evangélicas, descubriremos las claves del fanatismo. Descubriremos que Jesús de Nazareth es patrimonio de la humanidad, porque su pensamiento, su palabra y su acción son los referentes de la misma humanidad. Que no vino a chafarle la guitarra a los antiguos fundadores religiosos, sino a extraer la verdad que nos libera, como camino hacia la Vida. Eso que, en palabras creyentes, es la voluntad de Dios. Por ello, al preguntársele cuál es la voluntad de Dios, halló una simple y sorprendente respuesta: vuestra santificación, vuestra salvación.
   Lógicamente, los fanáticos no entenderán nada de esto, y seguiremos viviendo como si tal cosa, eso sí, siempre expuestos a los caprichos de los caifases y emperadores de turno: los fanáticos. ¡Que Dios nos pille confesados!

Alfonso Gil Gonzále
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