Desde mi celda doméstica
Buscando...
sábado, 2 de mayo de 2015

¡CONSEJOS A MI!


¡Consejos a mí!


Vivimos el triste espectáculo de multitud de jóvenes, y no tan jóvenes, que no se dejan aconsejar, a no ser por los amigotes de sus pandillas. Tienen excesiva confianza en ellos mismos y alimentan la ilusión de creerse suficientes y capaces de autodirigirse. Pero se equivocan. Hay un proverbio bíblico que nos advierte que aquellos que no tienen guía caen como las hojas. Esa experiencia de caducidad, fruto del orgullo de no querer ser guiado según el querer divino, se hace cada vez más frecuente. Y caen las hojas humanas del solitario árbol que la humanidad erige, porque la savia del buen consejo no lo alimenta.
¿Por qué se llega a la maldad? Porque a la mala acción, a la palabra injuriosa, al pensamiento injusto, al crimen, en fin, se le añade la autojustificación. Y es que, como decía al abad Poimén: “La propia voluntad es un muro de acero entre el hombre y Dios”. Veamos, si no. Se nos da una advertencia, y nos enojamos. Tras el enojo se agazapa el rencor, y tras éste el odio. Dadme a alguien que no acepte la corrección y yo os haré ver un posible asesino. Lo escribo con toda sinceridad. No he visto a nadie, empezando por verme a mí mismo, cuyas caídas no hayan sido ocasionadas por la torpe confianza en uno mismo. De modo que, si vemos a alguien caer, casi podremos deducir con toda seguridad que se dirigió a sí mismo.
A mayor grado de responsabilidad social, mayor obligación de pedir y recibir consejo. Las caídas de los de arriba no sólo aceleran su estrellamiento personal, sino que los añicos subsiguientes aporrean, si no llegan a destruirlo, el bienestar social. De todos ellos, los más dignos de compasión, que no de justificación, son aquellos que no creen que exista una Voluntad superior a la del hombre, y aquellos que, encima, se creen la encarnación o delegación de esa suprema Voluntad. Aún se mueven en la caprichosa infancia. De ahí que sean tan desgraciadas las sociedades, religiosas o políticas, gobernadas por niños.

Alfonso Gil González
 

Compartir en :
 
Back to top!