Desde mi celda doméstica
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sábado, 2 de mayo de 2015

DESAYUNOS DE ORACIÓN


Desayunos de Oración


Hace unos días, el Presidente Rodríguez Zapatero participó en un Desayuno de Oración, en USA, invitado por el propio Presidente Obama. Hay que decir que los desayunos de oración son una iniciativa de los llamados Hombres de Negocios del Evangelio Completo, según la traducción literal del inglés. Yo mismo tuve ocasión de participar en algunos de ellos, estando en Madrid, e incluso llegué a formar parte de una convención internacional, celebrada en Inglaterra, como católico invitado y responsable del Ordinariato Internacional.
Se trata de que un grupo de cristianos se reúnen a desayunar y, con ese motivo, se hace lectura de un texto bíblico y se comenta. Si hay algún invitado, se le ofrece la posibilidad de hablar o  decir su testimonio personal sobre el texto leído o, simplemente, sobre su vida en relación con Jesucristo. No sé si ese fue el caso de nuestro presidente del Gobierno. Pero sabemos que leyó un texto del Deuteronomio, texto breve referido a los jornaleros, pobres y necesitados, hermanos o forasteros, que vivan en nuestra tierra o ciudad, a los que, cada día, se les debe dar su jornal antes que el sol se ponga, porque pasan necesidad y están pendientes del salario.
El texto, desde luego, es más amplio. Por ejemplo, añade que no se debe defraudar el derecho del forastero y del huérfano. Que cuando se siegue la mies de nuestros campos y olvidemos alguna gavilla, no volvamos a recogerla, sino que la dejemos al forastero, al huérfano y a la viuda. O si vareamos las oliveras, no repasemos las ramas, dejándolas así para el forastero, el huérfano y la viuda. Y si vendimiamos, no hay que rebuscar los racimos, sino dejarlos al forastero, al huérfano o la viuda.
Esa continuación del texto del citado libro del Pentateuco no la leyó el Presidente. Hubiera sido interesante. Porque, hoy en España, sabemos quiénes son esos forasteros, esos huérfanos y esas viudas. Ya hay en Europa ochenta millones de pobres, de los que nuestra nación tiene gran parte. Y si hay pobres, digámoslo claramente, es por culpa de los ricos, de los pocos o muchos ricos. No podemos ser los torpes de Europa que no sepan salir de la crisis, o que nos cueste tanto. No es de recibo que los políticos cobren lo que cobran y el paro aumente lo que aumenta. No es de recibo. La Monarquía, el Presidente y su Gobierno, el Senado y Parlamento, la Magistratura y los Ministerios, y la Banca, tienen que dar ejemplo; cual sucede en las familias: que los padres se desviven hasta el ayuno, para que a los hijos no les falte lo necesario.
Por eso puede ser importante los desayunos de oración, para que la oración obligue a ver la forma de solucionar tanto ayuno obligado, tanta penuria, tanta falta del legítimo trabajo al que todo hombre tiene derecho. Lo demás son  pamplinas. Tengo ante mí un texto del gran Agustin de Hipona, comentando la primera carta de san Juan, en el que leo que si todavía no estamos dispuestos a morir por los hermanos, al menos deberíamos darles algo de lo que tenemos, porque si no podemos dar algo de lo superfluo, ¿cómo podríamos entregar la vida? Tenemos el dinero en el bolsillo, un dinero que nos pueden robar, y que, aunque no nos lo roben, tendremos que dejar al morir. ¿Qué hacer? Mientras, nuestros hermanos –esos forasteros o pobres nativos de España- están pasando hambre, se hallan en necesidad; quizá vivan en la angustia, acosados por los acreedores.
Y no es san Agustín el único que habla así. Generalmente, los llamados Padres de la Iglesia, bebiendo del Evangelio, son furibundos en la defensa de la justicia social. No conozco texto pagano que los iguale. O la doctrina social de la Iglesia.  La cuestión es que la fe, en los creyentes, tiene que mover a la caridad, pues, de lo contrario, esa fe es falsa e inexistente. Y esa es la clave de los Desayunos de Oración. Como lo son nuestras Eucaristías. Como lo son las Cofradías. Si la donación de Dios a los hombres no repercute en nuestra propia donación, apaga y vámonos. Busquemos por ahí la ausencia de los jóvenes en nuestros actos de culto. 
Ahora bien, soy consciente de que los que se las dan de incrédulos tampoco tienen excusa. Porque, ¿qué hacen los descreídos por los pobres?, ¿qué hacen por el bienestar común? ¿De qué les sirve criticar a la Iglesia, cuando ésta es la única institución con más personal comprometido en el tercer mundo y entre los necesitados del mundo pudiente? ¿Sabían ustedes que si la Iglesia dejara de atender los hospitales, asilos, casas de pobres, Cáritas, etc, etc…, la bancarrota a que llegaría el Estado –y nosotros con él- sería casi insalvable, al menos, durante cien años?
Sí. Yo estoy de acuerdo en que se hagan desayunos de oración y que los jóvenes vuelvan a las Misas, pero es tremendamente peligroso hacerse a la idea de que pueda amarse a Dios, a quien no vemos, y seguir despreciando, pasando e ignorando  a los hombres, a los pobres hombres, a los que deberíamos ver.

Alfonso Gil González
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