Desde mi celda doméstica
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martes, 5 de mayo de 2015

EL PROBLEMA DEL MAL


El problema del mal


Conversaba, hace poco, con uno de mis hijos sobre el problema del mal en el mundo, y cómo esa realidad negativa pareciera darse de patadas con la existencia de Dios, suma bondad y omnipotencia. Partíamos de una  premisa: si el amor es el bien, el odio es el mal. Y es evidente que  amor y odio configuran nuestra existencia. No hay más que echar una ojeada a nuestro alrededor. Y a nosotros mismos, naturalmente.
La conversación que, seguramente, continuaremos otro día, partía de la experiencia. No sé ustedes, pero nosotros éramos conscientes de que el amor engendra felicidad, tanta como el odio genera desgracia. En realidad, ¿qué es el ser humano? ¿Qué hacemos en este globo terráqueo? ¿Por qué, si fuimos creados para la felicidad, cuesta tanto su conquista? Es más, ¿cómo es que aquello que nos parece bueno nos destruye, y aquello a lo que sentimos cierta aversión nos construye como personas? Pablo lo diría con otras palabras: ¿Cómo es que hacemos el mal que no queremos, y dejamos de obrar el bien que deseamos?
Nuestra conversación era vitalista, existencial. No filosofamos sobre qué sea el mal, sobre cuántas clases de mal hay. Tampoco dogmatizábamos con aseveraciones teológicas. Giraba, más bien, sobre la constatación de que hay hombres malos, proyectos malignos, sistemas perversos, acciones repugnantes, silencios de complicidad con el mal. Pero tampoco nos daba tiempo a moralizar sobre todo ello. Porque, mientras aceptábamos las inevitables desgracias, las enfermedades irremediables, la muerte inexorable que a todos nos ha de llegar, veíamos que hay asesinos que matan por matar, pueblos que gozan con la guerra, ideologías embrutecedoras, y un sinfín de sinrazones que estremecen, que aplastan a los débiles, que hacen llorar a los inocentes, y que, en definitiva, nos hacía conversar sobre el problema del mal.
Y ahí lo dejo, para que ustedes continúen la conversación, y recen para que ningún energúmeno se les cruce en sus vidas, y puedan vivir lo más felizmente posible, cual les deseo de corazón.

Alfonso Gil González


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