Desde mi celda doméstica
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martes, 5 de mayo de 2015

FIN DE CURSO


Fin de curso


Siempre he defendido que el pueblo de Cehegín, a pesar de que algún asno ande por ahí suelto, es uno de los más cultos de España. La herencia franciscana es, sin duda, uno de los causantes de tan privilegiada situación. Mas no sola ella. Los centros de enseñanza son el garante de una cultura sostenida. Todos ellos. Lo que sucede es que el IES Alquipir utiliza el mismo recinto en que, antaño, los frailes de san Francisco eran protagonistas indiscutibles del magisterio ceheginero.
Pues bien, el citado instituto cierra las aulas de un curso plagado de acontecimientos, reseñados, y como documento para la hemeroteca, un el n. 14 de su revista ALBA LONGA, que ya el nombre lo dice todo. Es como si la luz del amanecer se prolongara en sus mensajeras páginas hacia la luz plena de un día sin ocaso. Y este curso 2009-2010 lo ha sido intenso. Aparte de la tarea escolar diaria, por supuesto, la más importante, las novedades editoriales de su biblioteca; el centenario del poeta oriolano, celebrado por todo lo alto –su poema el niño yuntero se hace hoy, tristemente, de máxima actualidad; las memorias de y los recuerdos hacia los compañeros que se van; la algazara de una meritísima jubilación; la semblanza de aquellos hombres de letras que volaron al celeste parnaso; las recomendaciones y pasatiempos; las fotos de los que se gradúan y de aquellos otros alumnos que triunfan en el mundo deportivo… Sí, todo eso es Alba longa. 
Maestros y discípulos inician, por fin, el descanso veraniego. Un tiempo de ocio, que no de vagancia, para reponer fuerzas, para reciclarse, para los sueños de futuro, para el examen sin más tribunal que el de la propia conciencia, para la contemplación de la naturaleza, para el oír de los pájaros cantores, para echar una mano en casa, para otras labores no académicas: la lectura, la música, la meditación. Ah, sí, la meditación. No vaya a ser que este pueblo hispano se vea desolado, como dice la Biblia, por no haber quien medite en su corazón. ¡Y hay mucho que meditar!

Alfonso Gil González

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