Desde mi celda doméstica
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lunes, 4 de mayo de 2015

ENCUENTRO EXERAFICAL



Encuentro de ex seráficos

 Sábado, 21 de abril. 10 de la mañana. Al atrio del convento franciscano van llegando, desde todos los rincones de España, varias generaciones de antiguos alumnos del Colegio Seráfico. Una salita, habilitada al efecto, sirve de hall de bienvenida. Tras los saludos fraternos –algunos regresan después de 50 años-, se les va entregando un obsequio de jugoso néctar, y unos distintivos nominativos, para llevar en la solapa, con el nombre y procedencia. La sorpresa es mayúscula. Las lágrimas gozosas resbalan por las mejillas al encontrarse compañeros, tras medio siglo, que vienen de Madrid, Cataluña, Valencia, Andalucía, País Vasco, Galicia, La Mancha, Inglaterra… y, por supuesto, Murcia.

   A las 11, el templo conventual se llena de aquellos que antaño lo impregnaban de cantos a la Virgen, celebrando hermosas y solemnes liturgias en los distintos ciclos del año eclesiástico. Están anonadados ante lo que les parece increíble. En el coro, un tenor y un barítono cantan, durante el ofertorio eucarístico, a la Madre que  tan maravillosamente les cobijó bajo su manto en aquella su infancia recordada, anhelada, revivida. El Padre Guardián pronuncia una homilía ad casum. Es tiempo de Pascua, de reencuentro con Cristo resucitado. Uno de ellos, en la acción de gracias, hace un discurso magnífico sobre tres cuestiones lacerantes y simples cual espada toledana: ¿Qué fuimos? ¿Qué somos? ¿Qué hacemos por los demás? No hubo ovación, porque los corazones de los allí presentes pendían cual rosario de las virginales manos de la Patrona ceheginera.
   Al acabar la Misa, cambio de impresiones en el salón de actos, donde, otrora, ellos hacían comedias, y visita a las antiguas aulas, solitarias, de negros pupitres ayunos de libros y tinta, como a la espera de que, algún día, los hijos de nuestros hijos vuelvan a ocupar sus asientos y se pongan a estudiar, cual lo hicieron aquellos antepasados suyos, quijotes de lo humano y de lo divino. 
   Y, por fin, comida fraterna: sencillez y exquisito gusto. Diálogos y comentarios de un ayer que se actualiza, de un hoy que mira al pasado con nostalgia, de un mañana que se torna incierto en la misma medida en que corren los años. Y nueva despedida de Cehegín, con nudo en la garganta, mientras se canta el “Adiós nidal” frayferminiano con las notas solemnes y melancólicas del “Finlandia” de Sibelius.

Alfonso Gil González      
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